Eulalio Ferrer: La vida vivida a la luz de la fábula

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10 años sin Eulalio Ferrer

Quien dice Eulalio Ferrer, dice “El exilio español en México”, dice, Don Quijote y Guanajuato dice Coloquios Cervantinos dice televisión y periodismo, entrevistas, dice publicidad Ferrer, dice amistad y poesía… dice muchas cosas… y quien dice exilio dice también migración, trastierro, éxodo, diáspora… Creo haber sido amigo de don Eulalio a lo largo de muchos años, desde que yo tenía menos de veinte años en 1971 y él era ya el dueño de un edificio de varios pisos en la esquina de Insurgentes y Miguel Ángel de Quevedo, y a la vuelta de la casa donde vivió otro exiliado Arturo Souto Alabarce.

Exiliado, desterrado, trasterrado, emigrado… Estas voces pueden decir poco o pueden decir mucho. Don Eulalio al igual que León Felipe, Pedro Garfias o José de la Colina, las vivió cabal y plenamente en un tránsito hecho de experiencias, idas y regresos, arraigos y desarraigos… Nació en Santander, hijo de un tipógrafo socialista, al igual que José de la Colina… En España además de su padre tuvo, de los diez a los catorce un maestro laico, don Aureliano Herreros, de la estirpe de eso otro Ferrer, —conste que no eran parientes— Francisco Ferrer Guardia, que murió fusilado en Barcelona en 1910 por defender la libertad de enseñanza y la libertad de pensamiento. Hablar de Eulalio, de don Eulalio significa preguntarse qué significa, qué sentido tiene eso que se llama El exilio español en México, ¿qué trajeron los exiliados? ¿Por qué fueron atraídos? ¿Quién o quiénes los atrajeron?, ¿quiénes eran y por qué casi todos se quedaron y arraigaron en estas tierras novohispanas, fecundándolas, renovándolas hasta hacer de ellas tierras nuevas, para evocar en plural el título de una revista? Larga historia que lleva lejos, pero que en cierto modo nos acerca al centro.

II

En el exilio español en México, como diría el otro, se juntaron el hambre con las ganas de comer —Venía de lejos Eulalio Ferrer y las fuerzas que lo arrancaron de España también… Podría decirse que en cada desterrado o trasterrado cobra cuerpo y toma forma la historia… Don Eulalio era un náufrago, un sobreviviente, para tomar una expresión de José Ortega y Gasset, el filósofo español formado en Alemania y que, pasada la mitad de su vida, le dio las espaldas a la República y en cierto sentido a su propia obra, al sentido más amplio y generoso de su obra… El náufrago es quien se las arregla para sobrevivir, se aventura, es un hombre de aventuras… un individuo fascinado por el viaje, por la imposibilidad y la necesidad del viaje… Las aventuras de nuestro querido maestro y amigo tuvieron siempre a lo largo de sus días una doble vertiente, pues muchas de ellas encerraban un valor metafórico. Y, entre todas, está ese encuentro prodigioso con el miliciano de barba crecida, en Port-Vendres, “con deteriorado uniforme de soldado y manta al hombro” que le “grito con cierta aspereza: Cambio este libro por cigarros”…[1]¿Cómo adivinó el soldado que el casi niño Eulalio tenía en su poder una cajetilla de cigarros? El libro era Don Quijote, la novela de Miguel de Cervantes que le cambiaría la vida por toda la vida el libro que lo acompañaría al salir del campo de concentración de Argelés donde vivió y convivió, y aprendió a sobrevivir Entre alambradas, para frasear el título de su diario de prisión. ¿Cuántas veces habrá leído y releído esas páginas que Miguel de Cervantes publicó en dos partes en el Siglo XVII? No sabría decirlo. Véanse algunas calas entresacadas de ese diario:

Entre alambradas de Eulalio Ferrer[2]

Hubo desconcierto, patadas y golpes, pero Rafael escapó sano y salvo, al grito de “¡piojosos!”. Le comenté que Sancho Panza hizo gracia de los piojos, familiarizándose con ellos. [p. 41]

Vuelvo con mi Don Quijote. Le saboreo más intensamente en esta segunda lectura. La primera fue ávida, en un recreo interior que necesitaba, y en una recuperación de mi levísima lectura escolar. ¿Por qué este libro, que es referencia indispensable de la lengua española, que es encarnación universal del ser español, no es integrado más adecuadamente, aunque sea en versiones compendiadas, a la enseñanza española? La obra máxima de Cervantes, más que una obra de lectura, es una obra de estudio. Quizá me obsesione el personaje en este clima de ideales en derrota que han de triunfar, pero así lo siento. Fue una gran fortuna para mí que esta apretadísima edición 1902 de Calleja cayera en mis manos; libro de cabecera como le llamo. Cuando aquel, miliciano extremeño me ofreció el libro, en Port-Vendres, a cambio de la cajetilla de cigarrillos que llevaba, sin ser fumador, me pareció natural, sin duda ventajoso para mí. Nunca podré agradecer suficientemente la bondad de un regalo así. Nunca el más grande loco de nuestra historia estuvo mejor acompañado. Y no lo digo por mí, que no sé en qué grado lo estaré, sino por todos estos admirables locos con quienes comparto el confinamiento. En cada uno de ellos creo ver un gesto, una mirada, una ilusión de don Quijote. [pp. 53-54]

Me he cerciorado bien de que en la bolsa que aprieta mi mano derecha esté el Quijote, mi libro de cabecera desde que ingresé a Argelès. [p. 83]

Figura quijotesca, que cabalga sobre el Rocinante de la bondad; que mira con los ojos desbordados del ideal. [p. 93]

Me refugio en el Quijote. He pegado las hojas desprendidas y es un libro que no dejo a nadie. Me disculpo por el egoísmo, pero es una lectura a la que vuelvo una y otra vez. Es un personaje con el que convivo; me parece actual. Sobre el estilo del ayer, más allá de sus figuras pintorescas, flotan sus ideas de hoy, resaltadas por los hechos que vivimos, por los tipos que nos rodean. No sólo leo a don Quijote, lo veo. Me parece un ser de carne y hueso. En cada rostro que contemplo, en cada gesto que observo hay partes de él. La fuerza descriptiva penetra el ambiente y lo vuelve quijotesco. No estamos en el siglo XVII; estamos en el siglo XX. Es un libro que se adapta al tiempo, que corre con el tiempo. Don Quijote puede retratar una época, pero la trasciende y cobra vida en cada época. El tiempo es un multiplicador de sus resonancias. Cervantes quiso hacer famoso a don Quijote como una ofrenda a Dulcinea. Y su deseo se ha cumplido: no hay un lugar en el mundo donde no se conozcan sus hazañas. Secreto maravilloso de un relato que conjuga la expresión popular con la pintura imborrable de sus personajes. Cervantes es un escritor del pueblo. Y su obra es un canto a la libertad, una denuncia de las injusticias sociales. No hay lo tuyo y lo mío, sino lo nuestro. Para ser caballero no se necesita ser rico. Las causas de don Quijote son nobles y desinteresadas. El pueblo es cuna de hidalguía. Hay momentos en que las arenas de esta playa se transforman en las llanuras de la Mancha y veo cabalgando a don Quijote y Sancho, como si fueran personajes reales. Los toco, los oigo, están con nosotros… Cervantes los creó para ser inmortales. ¡Ay, qué alivio leer el Quijote! leerlo en un campo de concentración, con minutero de la hora humana, como descubrimiento de los ideales que justifican la locura del genio para convocar el gobierno de la razón. [pp. 110-111]

Me refugio en mi escondite predilecto, Don Quijote. Me ha contagiado la pasión que él pone en sus lecturas, haciendo de la mía entretenimiento y enseñanza. Acicatea su imaginación la nuestra, la que necesitamos para ver más lejos de estas alambradas con la rutina animal que nos imponen. Es una lectura que ensancha el juicio y nos hace cabalgar sobre la fantasía. Lo mismo cuando don Quijote alecciona a Sancho para que comulgue con sus locuras, que cuando Sancho le hace ver la realidad a don Quijote. La sabiduría va de un personaje a otro. El desprecio de don Quijote por las palabras posesivas de lo mío y lo tuyo. Las ocurrencias divertidas de Sancho, convencido de que su asno Rucio es mejor que Rocinante. Los consejos minuciosos de don Quijote a Sancho antes de su encuentro con Dulcinea. Los consejos atrevidos de Sancho a don Quijote después de la aventura de los Galeotes. Evidentemente, Cervantes creó sus personajes para que quedaran vivos, viviendo en sus lectores. No puede ser más ilustrativo el epitafio que el Bachiller dedica a don Quijote: “que la muerte no triunfó / de su vida con la muerte”. Esta lección de vida es la que nos hace viajar entre molinos de viento, a Criptana y a Montiel; por las llanuras de la Mancha y por las alturas de Sierra Morena. Quisiéramos convertir las alambradas en encinos y los encinos en astas de lanza. [p. 183]

El día está para quedarme en la barraca. Acomodo el candil y mi lectura galopa de nuevo por las páginas de Don Quijote. Es un libro para leerlo, en cualquier página, en cualquier momento. Siempre hay algo que aprender. El recreo de una palabra o frase; la seducción de los nombres; el encanto del relato; la hondura de la intención. La escena en que don Quijote es armado caballero resume la sutileza del autor al presentarnos un personaje que oculta en el ridículo una estratagema literaria que lleva de la locura a la cordura. Asombra a su escudero luchando contra gigantes que son simples molinos de viento. Nada le humilla, nada le derrota: los caballeros no pueden quejarse de herida alguna. Las cosas de la guerra están sujetas a continua mudanza. Su imaginación no sólo convierte a los molinos de viento en gigantes; hace doncellas a las prostitutas; lleva a Dulcinea al ideal amoroso. Es el hombre de los ideales que comparte o contrasta con Sancho. Evidentemente su ideal más alto es el de la libertad. Y a él conduce todo el libro: desde Rinconete y Cortadillo hasta Pedro de Urdemalas; desde la Ilustre Fregona hasta Ginés de Pasamonte. En el pensamiento se nos ha grabado que “no hay en la Tierra contento que se iguale al de alcanzar la libertad perdida”. Ése es el contento que a nosotros nos espera. Sin haberla perdido, nunca entenderíamos bien lo que significa recuperar la libertad. Sufrir derrotas en las batallas triunfales es el tesoro de un ideal en el que la esperanza vence a la derrota. Las páginas del Quijote son esa miga que alimenta la esperanza. De algo pedimos perdón a don Quijote: de no comer poco y de cenar más poco. Estaríamos condenados a un poco tan raquítico que no puede ser más poco. Hasta en la pitanza es indispensable el ideal de la libertad.

            Cuando apagué el candil la barraca dormía. No importa por dónde la comience, la lectura del Quijote idealiza también el tiempo. Lo convierte en viento ligero; en tránsito de herida cicatrizada, en vuelo de esperanza. [pp. 198-199]

Vamos progresando algo, a pesar de todo. A la salida del campo se ha puesto una especie de economato con algunos artículos de comida y de aseo. Aseguran que son más baratos en un franco que los que venden en los comercios. A la vez, se ha abierto una biblioteca. Hago fila para obtener una tarjeta de lector, por más que soy lector de un solo libro, el libro de los libros, el Cid Campeador de la literatura universal: Don Quijote. Sueño con él y me hace soñar. Es un personaje familiar al que creo saludar frecuentemente, de uno a otro campo, de una a otra alambrada. Baja del mito para ser un personaje que vive a nuestro lado, que nos acompaña en el drama de la subsistencia frente al ideal. Como don Quijote, no se puede ser hombre de ideales sin un ánimo invencible. [p. 213]

            El ingenio de los guardianes del campo de concentración era tanto que llegaron a ofrecer a los prisioneros el cambio de cigarrillos por ratas vivas.

El ingenio español se manifiesta nuevamente. La comandancia ha reiterado el llamamiento para que se entreguen las cinco ratas que dan derecho a una cajetilla de cigarrillos. Sabemos que en los últimos días ha bajado este intercambio, y no porque las ratas estén desapareciendo. Conocemos bien la causa: las ratas se retienen para reproducirlas y recibir así mayor cantidad de cigarrillos, los cuales se han convertido, otra vez, en mercancía especulativa. La cría se hace secretamente y con molestias en ciertas barracas, lo que origina el descontento de algunos. Pero los criadores de ratas ignoran las protestas y celebran el engaño a los franceses. [p. 136].[3]

La llegada a México en barco la contó Eulalio Ferrer en el epílogo a Entre las alambradas:

Lentamente, el Santo Domingo se acerca a tierra. A las seis y media de la mañana estamos frente a Puerto México, lugar de nuestro destino. Sin tocar el muelle, recibimos a bordo la visita de las autoridades mexicanas para acelerar los trámites de desembarco. Con ellas acuden representantes españoles de la JARE, el organismo que ha hecho posible el viaje y se hará cargo de nosotros al desembarcar. Todavía comemos en el barco. El desembarque se inicia a las 3 de la tarde. Una hora antes habíamos atracado en el muelle. La alegría lo contagia todo, desafiando la plenitud del sol y sus 40 grados. A las 4, toca el turno a nuestra familia. Van delante mi padre y mis hermanas Rosa y Estrella. Cierro yo, con mi madre del brazo, débil por el prolongado mareo. Junto a nosotros, como inseparable lo ha sido en la travesía, Ramón Gallut, de Torrelavega. Hemos pisado tierra mexicana y nos reciben con regocijo y música. La música de madera de las marimbas entra por nuestros sentidos con resonancia de trópico. Se derraman las lágrimas y los vítores. El ambiente se solemniza con los acordes del Himno de Riego. Todo sucede con lentitud, pero con una impresión interior de vértigo. Respiramos hondo. Respiramos libertad. Es el oxígeno que necesitábamos. ¿Qué haremos mañana? —pregunta mi madre—, ¡Vivir! —le contestamos. [p. 234]

Sólo podría decir sin temor a equivocarme que fue uno de los más asiduos no lectores sino practicantes de la famosa novela, como muestran varios signos: los ejemplares de la biblioteca cervantina que se encuentran en Guanajuato, el Museo Iconográfico del Quijote, la organización de los Coloquios Cervantinos que el día de mañana abrirá sus sesiones por ocasión el monumento al Quijote donde se encuentra enterrada la primera edición de la Novela realizada por la Fundación Cervantina. Ferrer también auspició la Fundación y organización del premio Marcelino Menéndez y Pelayo en Santander. Pero más allá de estos datos que podrían resultar anecdóticos o pintorescos, está la experiencia misma, la vividura que diría Miguel de Unamuno, el sentir y hacer individual y comunitario de un lector de Cervantes que hizo de su lectura un arte de vida, un método, un camino. Las cuentas de sus hechos y empresas están ensartadas por ese hilo. Esa es la materia de que está hecha la cuerda que pone en relación la publicación clandestina, ojo, del periódico, “El descamisado” en el campo de concentración, “El Mercurio”, “revista augural” ya publicada en México y del periódico “Claridades” (donde colaboraron Octavio Paz, Álvaro Mutis, Emilio Uranga entre otros), la fundación de las empresas “Anuncios modernos” y “Publicidad Ferrer”, sus programas de televisión y de radio, a eso se añade su novela única, en los varios sentidos de la palabra, Háblame en español, para no mencionar sus numerosas obras de investigación y divulgación. El náufrago y sobreviviente fue además un mecenas y un amigo desinteresado y leal que fincaba su quehacer en una intuición peculiar, si se quiere de espiritual o profética índole. De la misma manera que hay quien dice, como Léon Bloy y los Cabalistas, que la Creación toda está contenida cosa por cosa y letra por letra en la Biblia, adivino que para Eulalio Ferrer la historia de la humanidad y la humanidad misma estaba encerrada en la novela de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y que de la misma manera que Tomás de Kempis escribió una Imitación de Cristo, la obra toda de don Eulalio Ferrer es una imitación vivida del Quijote del Caballero de la Triste Figura.

III

La vida vivida a la luz de la fábula es necesariamente una vida teatral o una experiencia escenográfica armada para un público con actores que, como en la novela de Don Quijote, se visten de reyes o de caballeros aunque no lo sean, una vida que transcurre a la luz pública y que necesita de algún modo de técnicos y coreógrafos, de periodistas y publicistas. Eulalio Ferrer adivinó desde que llegó a México que la suerte del hombre estaba asociada a la suerte de la palabra y de la voz y que la política no podía prescindir de la actuación. No es entonces extraño que buscaras asociarse con políticos como Lázaro Cárdenas. Héctor Pérez Martínez. Miguel Alemán o Miguel de la Madrid empresarios como Emilio Azcárraga padre, el Coronel García Valseca, José Pagés Llergo o actores como Mario Moreno “Cantinflas”. María Félix, Agustín Lara, Dolores del Río o escritores como Octavio Paz. Ramón Xirau, Adolfo Sánchez Vázquez, José Hierro, Fernando Benítez o pintores como Rufino Tamayo…Toda una red. Y red es una palabra apropiada para hablar del marinero y del sobreviviente que saben que para surcar el mar se necesita embarcaciones y embarcaderos, naves y puertos.

IV

Las redes son cosa de pescadores. Eulalio Ferrer fue un pescador de ideas y de hombres que supo asociarse con otros navegantes y pescadores como él. Tuvo una originalidad. Le gustaba ir al fondo de las cosas, como a ciertos poetas y filósofos, como a ciertos empresarios, es decir como a ciertos “hazañosos”. Tuve la fortuna de ser su amigo en distintos momentos y de conocerlo y acompañarlo con amistosa distancia desde que yo tenía diecinueve años hasta el final desenlace de su tránsito. Me tocó ver cómo se inventaba a sí mismo y a los otros espacios y aventuras, como el Premio Internacional Menéndez y Pelayo, los Encuentros de Comunicación o los Coloquios Cervantinos. Era un hombre astuto y discreto. Su último texto leído en una sesión pública de la Academia Mexicana de la Lengua fue sobre el escritor francés Jules Verne. Es un texto bien documentado y perspicaz. En él se muestra que Julio Verne no sólo escribió La vuelta al mundo en ochenta días, sino que desde luego también la hizo, pero algo que se sabe poco y que Ferrer descubrió con reveladora visión es que ese viaje Verne se lo financió a sí mismo anunciándolo y vendiéndolo a sus patrocinadores y se transformó así no sólo en un maestro de la publicidad sino de la imaginación que la sustenta… Hay que pensar cuánto debe haber divertido a Eulalio Ferrer —ese niño inteligente— descubrir la diversión y la inteligencia de Verne.

Escuchémoslo un poco pues es de mal gusto hablar de alguien sin darle la palabra…

V

Citaré la parte final de la evocación que hace Eulalio Ferrer de Julio Verne.

Los biógrafos de Julio Verne anotan que en las narraciones que este escribe para la revista Museé des familles asoma claramente, al margen de las obsesiones teatrales, su talento imaginativo. Unos señalan que después del tema mexicano publicaría Una invernada entre los hielos, otros se inclinan por el título de Viaje en globo. Ambos son elocuentemente testimoniales. Sobre todo el último, porque está vinculado al viaje más importante de su futuro, el de ese visionario que anticipa las realidades. Un año, 1862, será clave. Un nombre, Pierre-Jules Hetzel, será decisivo. Julio Verne había convertido aquel relato en una novela más precisa y más ambiciosa, titulada Cinco semanas en globo. Con ella bajo el brazo, ha visitado, sin fortuna, a más de una docena de editores. Hasta que llega con Hetzel, escritor y editor al mismo tiempo, conocido en los círculos literarios por haber publicado la monumental Comedia humana, de Balzac. Coincide que Hetzel está dando un nuevo giro a su empresa de cara a las aventuras que atraen al público infantil. La simple lectura de Cinco semanas en globo le basta al editor, perspicaz y osado, para apreciar que encaja perfectamente en sus planes. Tan confía en sus ingredientes novedosos y populares, que de inmediato le ofrece a Verne un primer contrato por el cual se compromete a pagarle 500 francos sobre una tirada de 2 500 ejemplares. En enero de 1863 se publica, en dieciochoavo, con buenas ilustraciones, el misterioso título. Su pronto éxito, mucho más allá de los cálculos de Hetzel, lo obligan a la firma de otro contrato de larga duración, 20 años, que asegura a Julio Verne la cantidad de 10 000 francos por cada una de dos obligadas novelas anuales, con un porcentaje adicional en las ediciones de lujo. Verne rebosa felicidad, cumplido así, a los 35 años de edad, el ideal de su vida. Se despide de sus compañeros de Bolsa, su ocupación hasta entonces, y les dice, ufano, que el dinero no está en ella, sino en sus novelas. Con sagacidad adopta un lema: Todo lo que sea factible se hará realidad.

Los 2 500 ejemplares previstos para Cinco semanas en globo se multiplican por 10. Hetzel, asombrado y especulador, lanza la siguiente novela de Julio Verne, Viaje al centro de la tierra. Cambio de paisaje y de personajes, pero idéntico de estilo, la composición del planeta como especulación científica, la aventura suspensiva como imán del lector, un volcán como emblema dramático. Un éxito editorial que supera al anterior y populariza en todo Francia el nombre de Julio Verne, leído por niños y grandes. No tardan las traducciones. Y las solicitudes de todo género. Antes de que aparezca De la Tierra a la Luna, viajando desde el Nuevo Mundo, el insaciable editor le amplía los beneficios de su segundo contrato y le incluye derechos por las publicaciones futuras en una revista Educación y Recreación, que Hetzel ha ideado para dar cabida a relatos por capítulos semanales, de una aventura tras otra, dentro de secuencias enigmáticas e intrigantes, que se iniciarían con las tramas del “Capitán Herreras”. Asombra la ciencia balística que idea el lanzamiento de un proyectil a la Luna, en el que viajan una ardilla y un gato que se come a la ardilla en el regreso a la Tierra… La Luna deja de ser sólo una metáfora. Los volúmenes en rojo y oro de la colección Hetzel son visibles en todas las librerías y bibliotecas con un nombre mágico: Julio Verne.

El dinero llega generosamente al hogar de Julio Verne y su esposa Honorina. Nacida ésta en Amiens, centro de comunicaciones al norte de Francia, deciden instalarse en esa ciudad, en busca de un rincón tranquilo para la producción literaria del famoso novelista. La casa espléndida que habitan luce un torreón de aire romántico, que cobija el camarote de un capitán, como torre de marfil, refugio del genio y sus fantasías. La permanencia en Amiens le permite a Julio Verne no sólo continuar su obra, sino cumplir tareas de servicio social como concejal del ayuntamiento local en defensa de su espíritu progresista, palpable en los años de su vida en París, influenciados por los ideales anarquistas según alguno de sus biógrafos. En Nantes construirá un chalé para sus estancias veraniegas. Fiel a su sueño de infancia, comprará también un cómodo yate, de 12 metros y 16 toneladas, alternando el lujo con los mejores instrumentos de navegación. Sería el primer Saint-Michel. Juntos, la familia y el mar, signos distintivos de la vida y los sueños de Julio Verne, afanoso conquistador de la fortuna y la posteridad. Pierre Verne se siente orgulloso de su hijo. De un hijo que siempre ha estado orgulloso de su padre.

Los títulos que dan fama mundial de novelista a Julio Verne surgen continuamente de una pluma pródiga, impulsada por los apremios de un editor voraz y de un público que parece insaciable. La demanda es tanta que el avispado Hetzel anticipa sistemáticamente cada obra o un compendio extenso de ella en su revista Educación y Recreación, dividiendo luego en varios tomos el libro correspondiente. En 1867 aparecen Los hijos del capitán Grant y en 1869 Veinte mil leguas de viaje submarino, con su legendario capitán Nemo. En 1873 alcanza la más alta cima de popularidad La vuelta al mundo en 80 días, novela que Mircea Eliade elogia asegurando que sin ella no podrá escribirse la historia de la Tierra que se publica, primero, como folletín en el influyente diario francés Le Temps. Conforme la aventura avanza y domina el interés apasionado de los lectores de todas las edades, se produce un fenómeno que recoge el escritor español Fernando Vázquez Ocaña en su semblanza periodística de Julio Verne. Compañías navieras ofrecen fuertes cantidades de dinero a cambio de que su protagonista principal, Philéas Fogg, embarque en uno de sus buques; una firma champañera pide un contrato exclusivo para que los brindis se hagan con su espumosa bebida; otra empresa, de ropa, está dispuesta a pagar crecida suma de dólares a condición de que se identifique su marca en el uniforme de Passepartout, el fiel criado que forma parte del intrigante relato.

Convertida en noticia internacional la aventura de La vuelta al mundo en 80 días, los corresponsales de periódicos ingleses, alemanes y estadounidenses, situados en París, cablegrafían diariamente las andanzas de los personajes de la novela. Un diario de Estados Unidos, The World, que logra entrevistar a Julio Verne, presume de ser el más famoso del mundo por la extensión de sus informaciones y por las confidencias del genial escritor francés, quien no duda de que su novela será la más conocida de todas en el mundo. Otro diario, The New York Journal, de la poderosa cadena de William Randolph Hearst, propone al propio Julio Verne que realice, junto a uno de sus redactores, la vuelta al mundo en 80 días. Al emisario de Hearst, que lo insta a pedir el dinero que quiera, Verne, tras calcular que la vuelta se podría dar en la mitad de tiempo, se limitará a contestar: “Lo que quiero es otro par de ojos”. Según la descripción de George Kent, La vuelta al mundo en 80 días es la novela que más vueltas ha dado al mundo. Al ser la más vendida, será una mina de oro para el editor y una fuente de popularidad para el autor.

La lista de títulos famosos es casi interminable. Uno de los siguientes, en 1876, fue Miguel Strogoff, llamado primero con lo que después quedó como subtítulo: El correo del zar. El escritor ruso Turguéniev, a quien Verne consultó sobre el texto, es de los primeros en aplaudir la obra, por su fidelidad imaginativa al carácter ruso. En La isla misteriosa y en Escuela de Robinsones trata de competir con el personaje de Daniel Defoe, a quien admira de manera evidente, aunque a veces lo negara. No faltará una obra monumental, Geografía de Francia, ricamente ilustrada, en la que el editor sabe explotar el crédito alcanzado por Julio Verne como narrador del género a lo largo de todos sus viajes, exploraciones y aventuras. [“Recordando a Julio Verne” en Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, T. XXXIV, 2008, pp. 239-242]

VI

El náufrago y sobreviviente que se alza a sí mismo es una de las Aventuras del Barón de Munchausen del alemán, Karl Friederich Hieronimus, Barón de Munchausen, personaje histórico que luchó contra los turcos y contra los rusos en 1740 y 1741, y cuyas entretenidas y extraordinarias historias contadas a sus amigos fueron recogidas por el anticuario y amanuense Rudolf Eric Raspe y publicadas en inglés en 1785 como Baron’n Muchausen’s Narrative of his marvellous Travels and Campaigns in Russia, libro que fue retraducido al alemán y reelaborado por Gottfried Burger en 1786 antes de transformarse en uno de los libros más populares y vendidos de su época y casi diría de la nuestra. Mientras Kant meditaba, Raspe-Munchausen soñaba y se divertía, dicen sus editores. En una de sus jocosas aventuras refiere el alemán que se cayó con su caballo en un lago y que de no haberse jalado él mismo de los pelos para sacarse del pantano habría perecido… Ferrer, hombre cultivado como pocos, conocía esta historia, desde luego, y le divirtió mucho que alguna vez yo la evocara como ejemplo del hombre que se salva a sí mismo, por sus propias manos de morir ahogado. Un rasgo que, por cierto, recordará Antonio Machado en Juan de Mairena.

VII

Don Eulalio tenía muchos amigos. Amigos históricos. Históricos de su propia historia como ese Cantinflas que llegó a ser no sólo su amigo sino su compadre y su socio. o amigos históricos no sólo en el sentido de antiguos y viejos amigos sino amigos en y de la historia y por la historia. No hablo aquí de los políticos que ciertamente lo buscaban para pedirle consejo sino de los poetas. Pienso en dos que le fueron particularmente próximos. Uno es el poeta español José Hierro. Otro es Octavio Paz, el poeta mexicano. Paz dedicó a don Eulalio varios textos, pero hay uno en particular que me gusta recordar. Es el poema de Dulcinea, la del Quijote, vista o leída por Marcel Duchamp, el artista en quien culmina la vanguardia y el arte, por así decir, se muerde la cola.

La Dulcinea de Marcel Duchamp[4]

Ardua pero plausible, la pintura

cambia la blanca tela en pardo llano

y en Dulcinea al polvo castellano,

torbellino resuelto en escultura.

Transeúnte de París, en su figura

—molino de ficciones, inhumano

rigor y geometría— Eros tirano

desnuda en cinco chorros su estatura.

Mujer en rotación que se disgrega

y es surtidor de sesgos y reflejos:

mientras más se desviste, más se niega.

La mente es una cámara de espejos;

invisible en el cuadro, Dulcinea

perdura: fue mujer y ya es idea.

El otro amigo de Eulalio, y él diría casi su hermano, es José Hierro el poeta español que sostuvo con Eulalio Ferrer un hondo diálogo trenzado de amistades, acciones directas e indirectas y lecturas compartidas. A Ferrer le gustaba citar algunos versos de este poema que leeré completo en homenaje a ambos escritores:

El pasaporte[5]

“Tienes estrellas en la frente”,

me hubieran dicho hace unos años gentes desconocidas,

rostros que no he de conocer jamás.

No sé por qué se me ha ocurrido

esto de las estrellas, ni qué quiere decir.

(Habré de recordarlo mañana, cuando sea de día).

Y otra idea que viene y va: es un símbolo,

más bien un argumento para un cuento vulgar.

Tiene que ver con un caballo de cartón y un niño.

(Cuando despierte de la fiebre, al terminar el viaje,

veré que es tema propio para un cuento

con fondo de sonajas, panderos y rabeles.

Un argumento que ya ha sido escrito

cientos de veces, enternecedor, vulgar,

folletinesco). Un niño que soñaba

con un caballo que no tuvo.

Y cuando se hizo hombre lo compró

para vengarse de los años.

Ya imagináis lo que sucede

cuando intenta desenterrar

el niño antiguo. Veinte, treinta años

tan gran retraso mata demasiadas cosas

Esta es la idea que me ronda: un cuento repetido

hasta la saciedad, efectista, ridículo,

un cuento lacrimoso propio de Navidad.

No sé por qué se me ha ocurrido

este estúpido ejemplo. (¿Y qué era aquello otro

de las estrellas en la frente?,

No me explico que pueda enternecerme

algo que en otras circunstancias

me hubiera hecho reír.

Cuando sea de día me excusaré conmigo mismo

—estaba solo en el departamento,

tiritaba de fiebre, era de noche,

el tren cruzaba lugares desconocidos…

Me excusaré también por no haberme asomado

a acariciar verdores, cielos pálidos, ciudades, ríos.

(Diré que era de noche, que nada se veía fuera.

Y mentiré. Porque este viaje pude hacerlo

hoy, de día, sin fiebre, y hubiera sido igual.

O ayer, de noche, enfermo. Y, sin embargo,

hubiera adivinado lo escondido en lo oscuro).

Debí aclarar que eso de las estrellas,

lo del caballo de cartón, la fiebre

el paisaje invisible detrás de los cristales,

ocurría viajando hacia París.

Aclararé. Por vez primera salía de mi patria

con veinte años de retraso

sobre mis esperanzas. Miré mi pasaporte. En mi fotografía

una aureola de ceniza velaba el cráneo calvo.

(“Tienes estrellas en la frente, muchacho”,

me hubieran dicho entonces).

El pasaporte era en mi mano

una orden de libertad

que llegó veinte años tarde.

Entonces, en su día, en mi día,

hubiera yo besado las piedras de París,

cantado bajo un cielo irrepetible,

quemado el aire con mi vida…

… Quemado el aire. Ya no es hora. Gracias

de todos modos. Has llegado tarde.

Sé bienvenido con mi fotografía,

datos y cifras personales,

mi profesión, mi edad, mis tantas cosas olvidadas o desterradas.

Ahora ya da lo mismo Londres, París, Madrid.

Igual música llevan el Támesis, el Sena, el Manzanares.

Esta serenidad (o indiferencia: como queráis llamarlo)

dan los días. Incluso puedo mezclar en un poema,

sin temor al ridículo,

estos nombres de ríos navegables y abiertos —Sena, Támesis—,

con los de cauces casi secos —Manzanares:

San Sebastián de flechas gongorinas, lopescas, quevedescas.

Porque no es hora ya de engrandecer,

de idealizar, de mentir bellamente,

sino que es hora de reconocer

y de aceptar, sin canto y sin pasión,

como si ante un notario hiciese testamento

momentos antes de mi muerte.

Un documento, no un poema.

Un testimonio, una radiografía

que no pretende ser hermosa, sino útil.

Útil, tal vez, para mí solo

(es decir, objetivamente inútil). ¡Qué tristeza

este juguete que llega tan tarde!

Ahora el mundo no es ya nieblas acá,

playas y piedras radiantes allá,

ni ríos navegables que abren sus brazos al que llega

de una patria de ríos violentos y profundos

como las gentes que los ven pasar.

Cualquier punto del orbe (perdonad

la generalización pedantesca)

es un lugar para soñar, para vivir,

para estar solo y continuar la espera

sin demasiada avidez,

sin emoción y sin sorpresa.

No es lo peor que esto suceda así,

sino que pudo suceder de otra manera.

Y lo pienso, Dios mío, besando el pasaporte,

unas escasas hojas de papel

entre las que han quedado tantas cosas

que ya no tienen realidad.

Tantas cosas que un día pudieron haber

sido.

Hierro fue más que amigo hermano de Eulalio quien dice de él “un hermano de una generación destruida por la guerra y sus exilios —el interior y el exterior—, José Hierro es su figura máxima y paradigmática, el que le dio más relieve y horizonte, acento y nobleza. Un hombre sin afectaciones, respirando el aire libre de sus pasiones generosas. Fiel a su poesía, tan llena de naturalidad. El verso en el sitio adecuado, la palabra hija no de una rutina, sino emanación original del pensamiento, del sentimiento creador. Conjunción vigorosa de un lenguaje con todas las espontaneidades del talento y la imaginación. Juntas las perfecciones de Gerardo Diego, las vibraciones de Rubén Darío y las genialidades de Juan Ramón Jiménez.”[6]

VIII

En 1987 José Hierro vino a México. Tenía dos poderosos motivos para llegar a la América mexicana. Dos motivos, dos amigos y acaso tres: uno, acudir a la inauguración en la ciudad de Guanajuato del Museo Iconográfico del Quijote, un proyecto que traía clavado su amigo Ferrer entre las cejas de la voluntad y las articulaciones de su vasta red de amigos y que pudo llevarse a cabo gracias también al apoyo de su familia. Siempre hay una familia: su esposa Rafaela, su hija Ana Sara y sus hijos Juan Cristóbal y Juan Francisco. En el texto que escribió Hierro para dicho acto dibuja con plástico pincel magistral y ternura clarividente a su amigo antes de hacer una memorable construcción en torno a Miguel de Cervantes y su aventura mexicana. El otro motivo que tenía Hierro para venir a México era saludar a Octavio Paz. Cito ahora lo que dice Hierro de su amigo Ferrer:

Por José Hierro

A Eulalio

Estamos aquí porque hace medio siglo un hombre se vio obligado a abandonar su tierra. Atrás quedaba mucha muerte, mucha desolación y mucha pena. Quedaba, también, una parte de su vida. Anduvo algún tiempo entre gentes extrañas, gentes de otra lengua y otra cultura. Y un día, en busca de la paz y la libertad que ya no había en su patria, llega a una tierra hospitalaria en la que se habla su propia lengua. Se da cuenta entonces de que está en la otra cara de su patria.

       A diferencia de los judíos que llevaron consigo la llave de su casa de Toledo cuando la intolerancia los expulsó de Sefardí, este hombre no traía llave alguna, porque ya no tenía casa, ni esperanzas de volver a ella. O, si la traía, la arrojó al llegar a su nuevo hogar, en el que escuchaba la lengua familiar, dulcificada, atenuada, desposeída de los agresivos sonidos de erres y jotas y ces. ¡Bienvenidos al hogar!, le dijeron. Se lo dijeron a miles de españoles como él.

       Pero sí: traía una llave que abría las puertas de ambas casas. Era un libro que narra las aventuras de aquel “rey de los hidalgos, señor de los tristes”. Y, de la misma manera que los primitivos cazadores pintaban en las paredes de las cavernas los animales que habían cazado, dándoles así gracias a sus dioses, este hombre que llegaba hace medio siglo a las costas de México, ofrecía a sus dioses imágenes inspiradas en el libro aquel de sonrisas y de melancolías. El caballero y su escudero tomaban forma visible por obra y gracia de artistas principalísimos que ofrecían su propia versión de las criaturas cervantinas. Y el exiliado que ya no lo era, pues había hallado la prolongación del hogar al otro lado del océano, reunía, atesoraba las diferentes imágenes, que eran para él objeto de culto, tótems que unían a su belleza plástica significaciones misteriosas. Durante muchos años vivió admirándolas, cuidándolas, hablando con ellas como con seres vivos, dándoles vida. Aunque tal vez sea más exacto decir que eran ellas las que le daban vida a él. Y así, años y años, soñando que alguna vez —ésta de hoy— los hijos saldrían del hogar y serían acogidos por otras manos amorosas. Dejarían de ser jardín cerrado para unos pocos, y pasarían a ser fiesta en la que todos podrán participar. De esta manera testimoniaría su gratitud a la patria en que nació por segunda vez. Supongo que esta decisión no la habrá tomado sin tristeza. Será como ver a los hijos propios abandonar el hogar paterno para fundar su propio hogar. Ahora este hombre tiene su casa vacía, pero lleno de gozo su corazón.

       Estos hijos amados tienen ya asiento permanente en una ciudad llena de resonancias cervantinas. Para quienes vivimos al otro lado del mar, Guanajuato era —a vista de pájaro poeta— un lugar lejano y hermoso, con venas de plata y de oro, vestido con los esplendores del barroco. Y pensábamos algunos, poetas, inventores de lo real, imaginadores de lo imposible, que la vocación cervantina de Guanajuato es consecuencia lógica del paso por esta ciudad de Miguel de Cervantes.[7]

IX

Decía que José Hierro vino a México para despedirse de Octavio Paz. Al regreso de Guanajuato, donde estuvo en el X Coloquio Internacional Cervantino, Hierro llegó a la Ciudad de México y se encontró aquí con su amigo Eulalio para visitar al amigo que se encontraba a las puertas de la muerte. Ferrer dejó una estampa de esta emotiva visita del español al mexicano en sus últimos dolorosos días:

Los últimos días de Octavio

Ayer regresamos de Guanajuato, después de la resonante celebración del X Coloquio Internacional Cervantino, auspiciado por nuestra Fundación desde 1987, cuando entregamos a México el Museo Iconográfico del Quijote, en una histórica ceremonia, encabezada por el presidente Miguel de la Madrid y Felipe González, jefe del gobierno español. Hemos quedado satisfechos del intenso programa cumplido a lo largo de la semana pasada, incluyendo la nueva obra aportada —100 pinturas y dibujos—, además de las seis esculturas a tamaño natural que conforman el Patio de las Esculturas Quijotescas. Entregamos los premios en efectivo del concurso del grabado quijotesco, que cada año convocamos a través del Museo de la Estampa. Emocionantes, como siempre, las distinciones con libros y artículos escolares a los estudiantes de secundaria que concursan con textos y dibujos. Ya son 150 los premiados. Recibimos a cervantistas de todo el mundo; por vez primera vinieron de China y Japón. Pertenece al recuerdo de lo imborrable la conferencia magistral con la que abrió el Coloquio el expresidente Belisario Betancur. En casa se quedan, por unos días, Pepe Hierro y Lines, su mujer, con los Galán. Convinimos que la mesa poética de Pepe, junto a Ángel González y Jaime Labastida, fue de las más aplaudidas por los estudiantes guanajuatenses.

       Habíamos acordado con Pepe Hierro visitar a Octavio Paz, a quien tanto queremos y admiramos los dos. Confirmé con Mariyó la hora y, anocheciendo, nos presentamos en la que fue casa de Pedro Alvarado, en Coyoacán, no lejos de la que habitó Hernán Cortés. El presidente Zedillo buscó y mandó acondicionar este alojamiento enjardinado, que será la sede de la Fundación Octavio Paz. Saludamos a esta esposa ejemplar que es Mariyó, solícita, amable, serena dentro de la acumulación de sus penas y angustias. A los pocos minutos, aparece Octavio, en su silla de ruedas, visiblemente agotado. Levanta a medias la mano derecha, trazando un saludo. Pepe la estrecha suave y cordialmente. Mariyó nos sirve una copita de oporto, como ha hecho en otras ocasiones, y trata de humedecer con ella los labios de Octavio. Éste la rechaza y con un angustiado gesto de dolor exige al enfermero que lo retire. Pepe queda incierto, como paralizado por la escena. Ha enrojecido hasta la limpia calva, encogiendo los hombros, en esa actitud de hombre emocional que yo conozco. Mariyó nos dice que Octavio reaparecerá en unos momentos más. Le había alegrado la noticia de que José Hierro le vendría a ver. Me consta la alta estima que le tiene como poeta y como persona. Hace algo más de un año, en París, Octavio me comentó su contrariedad por no haber podido entrar a una Biblioteca Nacional desbordada por el público, en el homenaje que se le rindió en Madrid a José Hierro.

       Octavio regresaría de nuevo, en su silla de ruedas, con el mismo enfermero. Le animó Mariyó, pero Octavio no aguantó más de unos minutos. Ni Pepe Hierro tampoco. Acompañé a éste al jardín, estremecido y lloroso, para que se fumara uno de sus cigarrillos prohibidos. Me senté un rato con Mariyó, conmovida, sin perder su serenidad. Le conté mi conversación con Octavio el tres de noviembre último, ella ausente en el reconstruido piso del Paseo de la Reforma, el que se incendió mientras dormían, suceso que habría de coincidir con los primeros síntomas del agravamiento de Octavio y su posterior hospitalización. Le vi entonces más delgado, con su bella cabeza sumida sobre los hombros, despierto y lúcido, inquisitivo y amable a la vez; su mirada, ligeramente apagada, sin el fulgor de antes. Fue una charla en la que me recordó lo que más de una vez ha dicho, al atribuirme que soy un “puente cultural entre México y España”. Le sentí tranquilo. Lo estoy, aunque me falta mucho que escribir, poesía sobre todo, me confesó. Luego añadiría: quizá esté algo preocupado por el misterio final de la vida. Me permití contarle un sucedido similar, relacionado con Dámaso Alonso. Cuando su esposa Eulalia le reclamó que faltara a misa. Dámaso le contestó: Mira, yo no estoy seguro de que haya alma. ¡Pero cuánto celebraría que la hubiera! Octavio sonreiría hermético.

       Me despedí con cariño de Mariyó. Evidentemente, en el curso de los últimos cuatro meses, la crisis cancerosa ha arruinado la resistencia de Octavio. De un Octavio abatido por el dolor, a pesar de todos los calmantes que le suministran de día y de noche, pero con valor y entereza. Recogí a Pepe en el jardín. ¡Estoy destrozado! Y no me agregó más, hasta que llegamos a casa y se tomó medio vaso de tequila.

México, D. F., 1 de marzo de 1998[8]

X

Amistades históricas. La amistad por y en la historia unió a Ferrer con Paz y con Hierro. Esta afinación en lo histórico y en lo político sostiene una de las obras más perdurables de Ferrer De la lucha de clases a la lucha de frases.[9] De la propaganda a la publicidad en la cual Ferrer hace una historia de la propaganda y de la manipulación política a través del lenguaje con fluidez, sagacidad y peligrosa erudición. Una historia universal del tema que aterriza necesariamente en México y en los Estados Unidos y en la idea clave de que política, comunicación y propaganda están indisociablemente ligadas. La lista de los lemas y frases con que cierra este libro-museo da idea de hasta qué punto Eulalio Ferrer era un consejero de príncipes y un príncipe de los consejeros. Por eso nos hace tanta falta y cuidamos su herencia como quien cuida una casa que protege de la intemperie.

XI

Bien sabía Eulalio Ferrer que la guerra de España había terminado en el plano de lo real, pero no así en el de la memoria. Ello explica que se haya empeñado en reunir una colección de libros y de revistas específicamente relacionados con ese episodio. Este acervo fue legado a la Biblioteca Daniel Cosío Villegas de El Colegio de México. Entiendo que los papeles personales, las grabaciones y los álbumes fotográficos se quedaron a cargo de la Fundación Cervantina. Son valiosísimos y están en proceso de ser organizados. Por ahí desfilan presidentes y actores, empresarios e intelectuales, políticos y artistas: José Alfredo Jiménez, José Luis Cuevas, Raúl Anguiano, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Álvaro Mutis, Chabela Vargas, Irma Serrano, Pedro Coronel, Carlos Mérida, Mario Orozco Ramírez, Andrés Henestrosa, Indalecio Prieto y un caudal de nombres que es imposible registrar pero que tienen en común algo además de ser amigos de Ferrer. Se trata en muchos casos de hombres que están a punto de transformarse en marcas. El olfato genial del publicista, Eulalio Ferrer, sabía reconocer a los miembros de esa dorada fauna que pasa la raya, una y otra vez, de ida y vuelta, de la vida a la leyenda y de ésta a aquella.

Por otra parte, en el acervo donado a El Colegio de México están las colecciones originales o facsimilares de Revista de Occidente, Cruz y Raya, Hora de España, Romance, Litoral y, entre las menos conocidas El Mono azul. Yo sabía de esta revista en particular pues en ella Octavio Paz publicó una página que no recogió la edición de sus Escritos juveniles editada por Enrico Mario Santi primero para Vuelta y luego para las Obras completas de Círculo de Lectores y del FCE. Cuando le pregunté a don Eulalio un día que lo visitaba en su casa de la calle de Lluvia si conocía y tendría esa revista, esbozó una sonrisa y me tomó de la mano para llevarme al sótano de aquella casa donde se desplegaba como en una vasta cripta subterránea un tesoro de libros, revistas, álbumes y cintas grabadas de audio y de video con los personajes arriba mencionados entre muchos otros. Me llevó hasta uno de los estantes donde estaba la edición facsímil de aquella revista, tomó entre las manos uno de los números y me dijo con una mirada cómplice. “Ahí está”. Pudo localizarse, gracias a don Eulalio y al joven investigador Gerardo Maldonado, el artículo salvado de Octavio Paz que es una de las tan otras cosas que le debo a don Eulalio Ferrer, ese amigo de la memoria. El artículo de Mono azul se puede consultar en mi libro Tránsito de Octavio Paz publicado por El Colegio de México.

XII

Tengo muchos recuerdos de Eulalio Ferrer y de su animada conversación. También, debo confesarlo, guardo no pocas corbatas que él me traía de sus viajes al extranjero. Incluso, debo confesar a ustedes también que los papeles del auto los guardo en un portafolio de gamuza que él me regaló. A veces pienso que cuando se pierda, dejaré de manejar. Entre los recuerdos están también los laberintos de la memoria y de la imaginación. Yo no sabía que Eulalio Ferrer estaba escribiendo una novela que se llamaría Háblame en español. La obra es un “cuento chino”, o si se quiere una “novela rusa”, un cuento chino hecho de muchos cuentos o una novela armada con otras novelas. El horizonte en el que se inscriben las historias de la madre adoptiva del supuesto hijo del anarquista catalán Buenaventura Durruti habla de su conocimiento de primera mano de la tradición ácrata y de la política. También de lo que podríamos llamar la tentación asiática. Esta tentación algo truculenta lo hermanaba, quién lo diría, con André Malraux quien también estaba enamorado como él de la Gioconda de Leonardo Da Vinci. Algo tenía don Eulalio del Fausto de Goethe. En su caso, este Fausto era un Fausto bueno que no había vendido su alma sino que la había salvado a través de la devoción por el errante caballero de la triste figura cuyas estampas, cuadros y representaciones supo acumular hasta transformarlas en un museo, el Museo Iconográfico del Quijote que es el centro de estas actividades. Como dice una voz fáustica, sólo cuentan los que tienen algo que contar y no están desprovistos de recursos. Eulalio Ferrer los tenía y los sigue teniendo. Por eso estamos reunidos aquí.

[1] “Entre Antonio Machado y Don Quijote” en Páginas del exilio, Eulalio Ferrer, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de C.V., 1999, p. 32. También hace referencia de este suceso en Entre Alambradas, Eulalio Ferrer, Grijalbo, 1988, p. 54.

[2] Entre Alambradas, Eulalio Ferrer, Grijalbo, Barcelona, 1998.

[3] Ibid.

[4] “La Dulcinea de Marcel Duchamp” poema de Octavio Paz en Árbol adentro, 1987.

[5] El libro de las alucinaciones, José Hierro, Editora Nacional, Madrid, 1964.

[6] En el Museo Iconográfico del Quijote, José Hierro, México, D. F., diciembre de 2003. Eulalio Ferrer Rodríguez. p. 2.

[7] Ibid, pp. 3-4.

[8] “Los últimos días de Octavio” en Páginas del Exilio, Eulalio Ferrer Rodríguez, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de C.V., México, 1999, pp. 353-355.

[9] Eulalio Ferrer Rodríguez, De la lucha de clases a la lucha de frases, Taurus, 1995, México, p.414