Lobo de Bibiana Camacho

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Para Rafael, porque me recomendó esta novela

  1. No me regalen más libros, porque…

A veces, nuestros compas amantes de la literatura nos recomiendan sus lecturas. Considero fundamental dicho ejercicio. No sólo soy capaz de conocer y compartir los gustos y ocurrencias que mis amigas-amigos leen, sino que resulta vital para la misma literatura el concepto de “transmisión”. Por eso existe la crítica, la reseña y la opinión. Mi libro favorito, Pedro Páramo, fue una recomendación. Siempre agradeceré a esa persona.

Todo lo que está bien tiene un lado negativo. En un caso más amplio, están las listas que “recomiendan” libros de calidad muy cuestionable. Ya saben. Favores más que nada. Te nombro-me nombras. Dichos “críticos” (en realidad, su único trabajo de crítica es aprenderse bien los nombres) quizá sean lectores menos exigentes que yo. O quizá no hayan leído esos textos, pero están premiados en el extranjero, venden mucho o todos los compas los han incluido en su top 10 del año. Trending topic. Yo, que en ocasiones me paso de ingenuo, me atreví a leer algunas de estas obras maestras enlistadas. Las consecuencias son tristes.

Antes, quiero reseñar la peor de esas lecturas: Lobo, de Bibiana Camacho, que me recomendaron las listas y uno de mis mejores amigos. Como preludio, quiero escribir con toda la rabia posible que el objeto-libro es bellísimo. La calidad de diseño de Almadía, proporcional a lo pésimo del texto.

Vamos a generalizar desde un principio. Todo en esta novela está mal ejecutado, planteado y escrito. Lo más fastidioso fue la unión de dos temas tan peculiares como peligrosos: la desaparición en México y el mundo académico. El primero, particularmente más interesante por el misterio que vierte la narradora es una de las cosas casi rescatables de Lobo. Casi, porque lo expuesto en los capítulos iniciales se pierde al final por culpa del segundo tema. En lo personal, señalo que el retrato del mundo académico es preciso. Son cosas que, como estudiante de universidad, ya sabía (y me atrevo a decir que “todos” los estudiantes lo conocemos muy bien). No hay nada de malo en ello, mas la novela te hace creer que la crítica a la academia es uno de los descubrimientos del siglo: una revelación casi mesiánica. Así pues, este chisme académico termina por opacar el verdadero tema de Lobo, que la narradora ha decidido omitir en gran parte de su texto, porque hoy están de moda los finales abiertos y es mejor no decir tanto, aunque lo que se diga esté mal dicho.

A continuación, me gustaría enumerar las pruebas de por qué está novela me parece “mala”, para el deleite de los más curiosos.

  1. Repeticiones, repeticiones

La reiteración se utiliza para aumentar la fuerza de la imagen o la idea. Igual que en la música, genera ritmos (de imágenes, de palabras). Asimismo, nos permite recordar-memorizar la frase, gracias a su “musicalidad” (mira nada más qué redundancia). Funciona para sostener una idea o darle un giro novedoso a la misma. Sin embargo, también demuestra cierto descuido en la escritura o la incapacidad del narrador para explorar hallazgos literarios. Esto sucede en Lobo:

1) A veces se escuchaba que algo se arrastraba […] Dentro escuchaba portazos a lo lejos, quizá en la cocina o el comedor […] Escuchaba los ruidos con mayor intensidad que de costumbre. Me repetía constantemente que si uno pone suficiente atención a los ruidos es posible escuchar prácticamente cualquier cosa, hasta las que no ocurren […]. Entonces escuché el timbre de un teléfono… (p. 194); 2) “Lo primero era saber que estaban bien. Pero no estaban”; 3) “Sentí que se cerraba un ciclo, de la peor forma posible, pero quizás hay ciclos que se cierran así, no hay otra forma” (p. 196).

No hay manera de salvar a 1. La manifestación del verbo escuchar en una sola página no nace de la intuición por describir y explorar la idea (esos ruidos), sino de indicar que ella escucha varias veces algo “misterioso” en el exterior, hasta que suena algo en la realidad que rompe con su “drama” (el teléfono). En el caso de 2, entiendo que se trate de una fórmula común que, por lo mismo, en ámbitos expresivos tiene más posibilidades literarias para escapar precisamente de lo común. Y por último, el 3 parece más un descuido semántico (porque el primer forma indica una cosa distinta que el segundo) que, nuevamente, la narradora no quiere explorar y decide dejar así, en lo común.

III. Berenice me cae mal

Como narradora, Berenice es descuidada. Como personaje, emite juicios impresionantemente aterradores (aún más que las cosas que suceden en el Lobo). Privilegiada, lo primero que hace al llegar a este lugar es emitir un juicio sobre la “pobredumbre” de este espacio, indicando que ahí todavía se vivía en el siglo XIX debido a la falta de servicios. Aunque esto no importa a la larga, solo demuestra el perfil privilegiado de este personaje que critica, se burla o desprecia a lo que considera un “submundo”.

Otra prueba de ello es su visión sobre los “pobres y mendigos” que aparecen en Lobo (y que tampoco aportan nada a la historia, a los personajes, a nadie). Son dos momentos en particular. Al principio del capítulo 9, suben al metro dos vendedores ciegos. ¿Qué hace nuestra querida y prejuiciosa “Berenica”? Escribe lo siguiente: “Hacía tanto que no los veía que me pareció un espectáculo grotesco. Mientras el resto de los pasajeros los ignoraba con su música y sus teléfonos, yo los observaba anonadada” (p. 86). En las más de ochenta páginas que me tragué hasta el vómito para llegar a ese momento indescriptible, no existe ningún indicio literario (es decir, que esté planeado que Berenice sea así de “pinche”) que señale que sus juicios son producto de un personaje complejo. No lo es ella ni nadie en esta novela llena de cartones. Su sentimiento de superioridad y alienación es porque ella será la narradora de esta historia, la protagonista plástica de Lobo y por lo tanto puede emitir estos juicios porque nadie más lo hará. Ella tiene el poder, por así decirlo. Quizá exagere, pero me da esa impresión. O soy yo queriendo justificar un error grave de Bibiana Camacho y no de la narradora.

El segundo momento precede a este. Berenice contempla un puente hecho con láminas y basura que utilizaban los pobres para protegerse de los coches. Sin embargo, esta imagen, que puede tener un interés literario, lo utiliza para realizar la misma pregunta absurda (y en tres ocasiones, para que quede claro): “Pero era un puente [antes era una barricada, según la siempre precisa Berenice], ¿cómo diablos lo hicieron? [la puntuación está mal…] Me bajé dos estaciones después […] Me comía por saber cómo diablos alguien […] cómo habían logrado meter tanta cosa…” (p. 87). No queda clara la imagen que ella intenta describir por culpa de tantos cuestionamientos innecesarios que surgen por una curiosidad enferma para entender el espectáculo grotesco.

Otro momento increíble de Berenice es cuando se burla del cambio que tiene el personaje de Huitzi, esposo de Felicia, la doctora con la que trabaja. Huitzi pasa de ser un hippie (las comparaciones son de ella) a denominarse Dharma, un budista. Nuestra protagonista aprovecha este momento para burlarse de lo ridículo que le parece esta transformación, con chistes propios de una secundaria brutal (risas enlatadas incluidas): “Les di la oportunidad perfecta para que Felicia y Dharma nos dieran una cátedra de lo que era el budismo de no sé dónde. Me tuve que abstraer para no caer fulminada de aburrimiento o peor aún burlarme de sus teorías” (p. 178).

Menos mal que la narradora se aguantó las ganas de burlarse del budismo “de no sé dónde”. Menos mal. Tampoco es que Huitzi-Dharma sea un personaje memorable y creo que las burlitas de Berenice se deben a lo contradictorio que le parece que un violentador de mujeres regrese como un adulador de la paz y demás. Entiendo. Mas, ¿por qué son tan infantiles sus chistes? Podría ser más cínica, dura incluso, con este personaje. Pero no, hay que burlarse así. Al rato lo desaparecemos (literalmente).

  1. Lo que sobra, sobra mucho

En el mundo maravilloso de la crítica que se ejerce en los talleres literarios, existen algunas palabras que los miembros memorizan para señalar los errores de sus compañeros. Una de ellas será la frase “le sobra…”, para indicar que algo simplemente merece ser eliminado porque no aporta nada literario al texto.

Pues bien, en Lobo sobra mucho. Tiene “paja” (gracias, talleres literarios) y cuando la novela concluye, lo hace de forma más que abrupta. De pronto, en menos de cuatro capítulos, todos los personajes mueren o desaparecen y ya está. Con final abierto incluido. Pienso que no hay un balance ni siquiera un acercamiento al ritmo, a una estructura narrativa, porque la narradora (o Bibiana Camacho, me da igual ya cuidar este aspecto) explica cosas innecesarias (y no lo hace en elementos esenciales) y agrega miniaturas también inútiles que solo “engordan” el texto. El ejemplo más rotundo es el siguiente: “Pensé que me diría que estaba embarazada, ya no estaba en edad, pero ahora no resultaba extraño ver a una mujer embarazada cuando ya tenía edad de ser abuela. Luego recordé que mi mamá ya estaba operada”. En este párrafo encuentro que: 1) Bibiana Camacho no sabe usar las comas; 2) Sigo odiando los juicios de Berenice, pero detesto aún más su capacidad para decir tantas cosas y concluir con un “ah, ya me acordé, está operada, todo lo que acabo de decir no tiene una mierda de importancia en esta novela”.

Aquí enumero algunas más (y subrayo lo que es inútil). Quizá pueda hacer un top 7 de las más perturbadoras, pero involuntariamente graciosas:

  1. a) “el frío helado” (de qué otra manera será el frío, amigas, amigos); b) “estaba completamente rapado”; c) “Humberto, el hijo de Gumaro… Huitzi, es decir, Dharma… El Güero, así lo llamé” (en este ejemplo, siento que la narradora me quiere ver la cara de tonto); d) “un perro que cruza por Reforma, medio flaco y sucio. Era callejero”; e) “Mi mamá estaba tranquila, no sé si feliz […] Mi madre estaba feliz” (¡creí que no sabías!); f) “Un par de blusas y un par de libretas” (ya hablé de las repeticiones, pero aquí otra más divertida); g) “—Ja, ja, ja, ja, ja, ja”… (hay más “ja, ja”, pero qué flojera escribir lo que sigue sin sufrir un derrame cerebral).
  2. De lo mejor que se escribió en 2017

Mi idea original era escribir un texto de tres párrafos sobre esta basura de novela. Pero en mi revisión, seguí encontrando cosas que, desde mi punto de vista, estaban mal. Quisiera disculparme por lo agresivo que se volvió este texto (y que le resta algo de seriedad). Me enoja que un libro tan mal escrito reciba una atención que no merece, cuando obras destacables como Permutaciones para el fin del mundo, de Diego Ordaz, o El instante amarillo, de Bef, sean ignoradas casi por completo. E insisto en la capacidad editorial de Almadía para hacer libros. Este no lo merece (por malo y por caro). Y ya de pasada, tampoco La balada de los arcos dorados, de César Silva Márquez, otra novela espectacularmente horrible. Con el dinero que gasté en estos monstruos, hubiese podido comprar los cuentos completos de Juan Carlos Onetti.

Según muchas listas en internet, Lobo, de Bibiana Camacho, fue una de las mejores novelas que se publicaron el año pasado. Así de mal estuvo el 2017.

Bibiana Camacho, Lobo. Almadía, Ciudad de México, 2017, 208 pp.

ISBN: 978-607-8486-30-4