¿Por qué nos siguen importando los griegos?

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David Noria, Bajé ayer al pireo. Estudios helénicos, Bonilla Artigas Editores, México 2025, 304p.

Quisiera comenzar mi escrito con una anécdota algo descorazonadora, que me tocó presenciar algunos años después de haber egresado de la carrera de Letras Clásicas. 

Asistí a una charla en la que varios especialistas en filología presentaban una colección dedicada a autores grecolatinos ante un público joven, en su mayoría estudiantes de bachillerato. Todo transcurría dentro de lo habitual, hasta que el moderador formuló una pregunta que, aunque natural en ese contexto, los tomó por sopresa: ¿por qué, en su opinión, es relevante que las nuevas generaciones, en particular las mexicanas, lean a los autores clásicos? 

Entonces reinó el silencio. Ninguno de los tres investigadores presentes pudo dar una respuesta. Tuvo que ser el mismo moderador quien, para romper el momento incómodo, propusiera una. Y si bien es cierto que un especialista en humanidades —o en ciencias para tal caso— no está obligado a saber divulgar sus temas de investigación, la escena dejó una impresión amarga: la imagen del estudioso encerrado en su torre de marfil, absorto en su mundo, incapaz de comunicar a un público menos especializado por qué le fascina aquello a lo que ha dedicado su vida. 

Por fortuna, el libro que motiva este escrito es todo lo contrario. Bajé ayer al Pireo. Estudios helénicos de David Noria, publicado en la editorial Bonilla Artigas editores, contesta en prácticamente cada uno de sus capítulos a esa misma pregunta: ¿por qué nos siguen importando los griegos? Y no solo responde, sino que lo hace con una prosa clara y profunda, incluyendo traducciones de artículos de autores franceses, entrevistas con figuras contemporáneas, poemas y narraciones, lo que amplía y fructifica el diálogo entre épocas, lenguas y géneros.

A lo largo del libro, Noria nos muestra que el mundo grecolatino —más griego que latino, en este caso— sigue vivo. No como una antigüedad extinta, sino como un legado en constante transformación. Cabe recordar que los griegos no desaparecieron con sus autores clásicos: hay un continuum histórico, cultural y simbólico que llega hasta nuestro presente latinoamericano. Por ejemplo nos demuestra el modo en que nuestros himnos nacionales forman parte de un tradición poética exhortativa, propia de algunos poetas arcaicos. Poetas que también denuncian malos hábitos sociales, que perduran aun hoy en día, como la demagogia, la codicia y la corrupción. 

El siguiente extracto del fragmento de Solón, traducido por David Noria bien podría estar haciendo referencia a la actualidad en América Latina: 

Zeus no quiere el fin de nuestra ciudad: 

no fijarán los dioses la malhora 

de nuestra destrucción, la protectora 

Atenea su mano tiende en bondad 

y con su gran poder sobre nosotros. 

Más bien sus habitantes que los otros 

procuran destruirla sobornados,

los del pueblo igual que los armados 

generales, soberbios por el oro. 

Y sólo es cierta, digo, una cosa: 

la insolencia del hombre es dolorosa. 

Ignoran del frenarse entre la hartura 

y del morigerarse en la alegría, 

se enriquecen por robo y felonía,

no encuentran saciedad para la usura 

ni para el vil despojo de los templos 

o de las propiedades de las gentes.

(Fragmento, Elegía 4) 

Pero así como en la vida y en este libro, no conviene quedarnos con el lado oscuro y regodearnos en las calamidades que nos aquejan. El autor también entreve respuestas en el mundo griego para tratar estos males, como lo es entender desde el análisis del lenguaje lo que es la democracia, lo que fue para los griegos antiguos y qué elementos son rescatables para formarnos como mejores ciudadanos. En este punto quisiera citar las palabras de Noria quien nos dice: 

Hay un deber social en el hablar. Quien desde la tribuna del Instituto Nacional Electoral, desde el estrado de la Corte o la silla presidencial, desde el aula o en la cotidiana conversación, continúe llamando democracia a este régimen político, acepta y difunde una denominación que oculta, confunde, engaña y oscurece la definición de hecho que nos corresponde: oligarquía deficientemente liberal. Esto es: la “dominación de los pocos que otorgan ciertas libertades”. 

No se trata de copiar a la letra la democracia ateniense sino de tomar su ejemplo que muestra que hay órdenes que pueden modificarse si es que como comunidad nos unimos y lo decidimos, sin que se ignore por ello las dificultades que esto conlleva.  

El libro se organiza en tres grandes apartados y un epílogo. El primero, titulado “Tucídides sincero y grande” se centra en autores griegos clásicos, con capítulos dedicados a Solón, Jenofonte, Platón, Sófocles y sobre todo Tucídides. Los ensayos que constituyen este capítulo, devuelven a estos autores su dimensión política, ética y poética, comprendiéndolos desde su horizonte histórico y cultural. Por ejemplo, a Tucídides se le lee aquí no como el precursor del historiador moderno “cuasi positivista”, sino como quien narra la tragedia de Grecia en la guerra del Peloponeso con una mirada que admite lo irracional, lo augural, lo humano. 

Una segunda parte, titulada “Nuestra Grecia”, aborda la recepción del mundo griego en pensadores y poetas latinoamericanos como Alfonso Reyes, José Luis Martínez, Salomón de la Selva, Octavio Paz, e incluye las entrevistas hechas a François Dosse y al académico Hernán Taboada.  

La tercera sección, “Nadie puede lavarse las manos en el mar Egeo” está compuesta por poesía traducida por David Noria y sobre todo poemas de su propia autoría que, si bien fueron escritos desde el presente, conservan un inconfundible eco antiguo. 

Más allá de esta estructura evidentemente cronológica, me parece que el libro también va marcando un trayecto del modo en que el mundo antiguo aterriza poco a poco en el rincón más íntimo del autor. Y todo esto lo hace sin encerrarse en ninguna torre de marfil. Al contrario, David Noria logra ofrecer un libro ameno y accesible, sin sacrificar por ello el rigor de la reflexión. Es un libro que invita a leer y a descubrir nuevos autores, pero también a pensar, a mirar alrededor y a reconocernos en esos otros. 

En ese sentido, este libro es más que una recopilación de estudios helénicos: es un modelo de cómo podríamos divulgarlos y de cómo deberíamos repensarnos y reimaginarnos. Por eso me gustaría cerrar este breve escrito con un pasaje del libro que cita a Octavio Paz reflexionando sobre Cornelius Castoriadis, y que nos invita a ver el mundo no desde la pulsión de muerte, sino de vida:

La sociedad es continuamente otra, se hace otra, diferente; al imaginarse, se inventa. La imaginación tiene un papel cardinal en la historia humana, aunque hasta ahora no se ha reconocido su importancia decisiva. El funcionalismo, que reduce la cultura a un mero instrumento social, y el marxismo, que la piensa como una mera superestructura de la economía, no son, estrictamente, teorías falsas sino insuficientes. No sólo se les escapan muchas cosas, sino que no ven esa característica central que destaca Castoriadis: la imaginación, la capacidad que la sociedad tiene de producir imágenes y, después, creer en aquello mismo que imagina. Todos los grandes proyectos de la historia humana son obras de la imaginación, encarnada en los actos de los hombres.