Duerme Cicatriz

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Nora de la Cruz, Duerme cicatriz, Tusquets, México, 2025, 296p.

Duerme, cicatriz de Nora de la Cruz (Edo. de México, 1983) tiene todo para convertirse en una de las novelas más representativas de la generación milenial. Al tiempo que es un fresco de los años 90’s, y logra condensar muchos de los problemas estructurales de esta era transitiva, en particular el de una nueva cultura feminista, da cabida a un coro de voces heterogéneas a través de una perspectiva situada que, sin duda, la provee de alcance nacional. Sus trecientas páginas narran en primera persona los años formativos de Evangelina o Lina, mujer de clase trabajadora que se desenvuelve en un entorno capitalino, rodeada de amistades, enfermedad, romances fallidos y música (hacen su aparición bandas icónicas como Nirvana, Neil Young o Massive Attack, revistas afamadas y tecnología que va del walkman al discman). Todo en función de una aguda crítica social.

Con excepción de Rosario Castellanos e Inés Arredondo, temas centrales en Duerme, cicatriz como la rabia, la sexualidad, la desnudez y el placer femeninos, han sido poco abordados en la tradición literaria mexicana. No así en otras literaturas nacionales como la francesa, donde el vínculo de la teoría feminista y la narrativa ha tenido distintos derroteros. Bajo la honestidad y el criterio que permite la complicidad más que la confesión, con cuarenta años Lina relata retrospectivamente sus experiencias iniciáticas en estos ámbitos; acerca de la suspicacia que despiertan los primeros encuentros sexuales, se pregunta: “¿Qué tenía de malo entrar a un hotel? […] Yo también deseaba tener sexo”. De este modo, Nora de la Cruz detona un discurso más allá de la moral judeocristiana que, sumado al carácter generoso de la obra, ofrece a los lectores una relevante dimensión crítica y didáctica.

Los cinco capítulos en que está dividida la novela, se relacionan por medio de la condición de útero retroverso, que retiene al óvulo fecundado en una de las trompas, de la protagonista. Así, el gran arco narrativo, inicia con una gota de sangre y termina con la mejoría posoperatoria de una salpingectomía por embarazo ectópico. No se enuncia el cuerpo como esto o aquello, sino que se pone de manifiesto con la minucia necesaria de las cosas que son campo de reflexión: se dedican muchas páginas a exponer el comportamiento de una anatomía vulnerable durante ciertos procesos obstétricos, ya sea en la sala de urgencias de un hospital público, reino de la atención impersonal, o en la incomodidad de una convalecencia. La diferencia con otros libros que han tratado temas afines que no eluden los procesos orgánicos del cuerpo femenino (por ejemplo: Autobiografía de mi madre de Jamaica Kincaid o El acontecimiento de Annie Ernaux), es que Duerme, cicatriz radicaliza la idea nietzscheana de que el cuerpo piensa, escribe y aprovecha para exhibirse tal cual es. La obra no titubea en discurrir sobre la desnudez, la menstruación, la intolerancia a la lactosa y los pedos, asuntos arbitrariamente desterrados de la literatura.

Puesto que se trata de una novela de tinte biográfico escrita en primera persona, es clave el papel que Nora de la Cruz designa al lector. Una de sus mayores virtudes es precisamente el carácter convincente, verosímil, que logra a través de comunicar con un estilo directo, desinhibido, confidencial, preciso y, por momentos, desparpajado. Además, lo que vuelve aún más sólido el pacto entre autora-lector es que, indirectamente, invita a echar un vistazo al pasado propio gracias a la empatía que el brío por el autoexamen de Lina despierta. La ficción que se pondera es la de los acontecimientos sobre la contemplación y el preciosismo. La de Nora de la Cruz no es una prosa poética, como tampoco psicologista, en el sentido de que no indaga en el sistema de configuraciones mentales de los personajes; con el uso de una penetrante introspección (especulativa, pero antisolemne) que ilumina hechos y diálogos económicos y ágiles, las anécdotas presentan tensión e intensidad narrativas.

Al margen de la importancia de las potenciales formas de amistad entre mujeres, Duerme, cicatriz trata de manera crítica el cambio sin retorno que toda niña sufre al convertirse en Mujer y en Madre. La estrategia de Nora de la Cruz para desmitificar la “realización absoluta” de la mujer que materna, así como la supuesta “santidad” intrínseca a su naturaleza es el análisis del mecanismo de traspaso generacional, patente sobre todo en los personajes de Malena y Elisa, madre y hermana respectivamente de Lina. El planteamiento combina tres elementos: observación del prejuicio, neutralización y relativización del mismo, a veces, a través de la reflexión atenta, o en ocasiones, por el humor que conduce a la demostración de que “no hay ilusión que no termine destruida por la aplastante realidad”.

Los cuestionamientos tácitos de la novela no solo son actuales, pertinentes, etcétera, también son difíciles de formular y aceptar. A pesar de enfatizar el arraigo a la vida, el poder y la directriz de los cuidados, las mujeres se revelan asimismo en agentes de transmisión de conductas nocivas aprendidas, la fe en las dietas que “salvan” de un cuerpo no deseado y otras formas de machismo. Mientras, es posible ver en el rol social tradicional de los hombres, al donjuán violentador, encarnado en Tito, o al sensible pero triste individuo supletorio, evidente en la conmovedora relación con el padre (un “contador silencioso” borrado a partir del cuarto capítulo).

Pese a ser novelas muy diferentes entre sí, en la comedia amorosa de lenguaje decimonónico, Te amaba y me chingaste (UNAM, 2018), Nora de la Cruz de igual modo aborda la brevedad de un romance y la decepción amorosa con el característico humor desarrollado tiempo después en Duerme, cicatriz. Ambas obras comparten a un personaje llamado Tito, músico de profesión, causa del enamoramiento, el precipitado desencanto consecuente y la herida. Aunque no se nombra de forma explícita, en Duerme, cicatriz, Roberto Ramírez (alias Tito), está presente desde los primeros capítulos como un elemento subrepticio en la trama. Un modelo peculiar de hombre: cincuentón de aire libertino, propio de una vieja estrella de rock, con pulsiones y frustraciones que le brindan una complejidad notable que, nuevamente, refuerza el pacto general de credibilidad.

Por último, una bondad adicional de Duerme, cicatriz es su registro humorístico. Pese a su empleo recurrente, la ironía en torno al dolor y los remates con poemas, canciones y comerciales populares de la década de los 90’s y anteriores, entre otras tácticas, provocan un entusiasmo creciente. Para describir la pedantería de Mario, Lina usa el inicio de Muerte sin fin de José Gorostiza: “Lleno de sí y sitiado en su epidermis, se sentía ingeniosísimo y se alegraba de haber encontrado una novia que entendiera su genialidad”; respecto al fondo melódico de un procedimiento quirúrgico dice: “De todas las estaciones posibles para musicalizar el procedimiento, no sé si ésta [Amor 95.3] sea la más adecuada”; o, en otro contexto, apunta: “Sí, se despidió con una media sonrisa que casi activó las partículas termosensibles de mi desodorante”. La pincelada lírica aguarda en subtítulos de apartados como “Un grano malva sobre un puente de algodón”, “El mar de las cosas exactas” y, por supuesto, “Duerme, cicatriz”; este último el apartado sensiblemente más apresurado, menos terso, en la redacción, el orden y jerarquización de ideas. Aun así, el desenlace, igual que el humor y la poesía mínima de los encabezados, deja un agradable sabor de boca al suscitar preguntas dolorosas, pero necesarias: ¿se confronta a un abusador?, ¿cómo se nombra aquello que no tiene nombre?, ¿qué tipo de duelo corresponde a lo que nunca fue?

La publicación de Duerme, cicatriz en la célebre colección Andanzas, se inscribe en la más reciente apuesta comercial, más que editorial propiamente dicha, de Tusquets. Esta tendencia consiste en integrar a su sello primeras novelas de jóvenes mexicanas con distintas trayectorias y propuestas literarias, todas ellas próximas a la perspectiva de género y el feminismo (las más recientes incluyen los títulos Malas decisiones de Sabina Orozco, Ya no quiero ser valiente de Mariana Morfín y Una nota de fuego y nada más de Elena Piedra). Desde su canal de Youtube, Interior 403, Nora de la Cruz comparte con oficio crítico, entusiasta de una visión heterogénea de la cultura (lo mismo pone un epígrafe de Joan Didion que de Madonna), las lecturas y los hallazgos con los que probablemente se percibe cercana: entre las autoras de su generación reseñadas en su canal se cuentan Brenda Morales, Elisa Díaz Castelo e Isabel Zapata.

Duerme, cicatriz, la última novela de Nora de la Cruz, doctora en teoría literaria, es una obra decantada, como ella misma afirma, por lo menos durante cuatro años (cosa no menor en los comprimidos tiempos editoriales que nos toca vivir). Obra que tiene todo para convertirse en una de esas simbólicas que consiguen representar a toda una generación.