Alberto Blanco, Canto desierto, Madrid, Ediciones Hiperión, col. Poesía, 2024, 188 pp
El Colofón de la primera edición de este libro reza: “culminación de la obra poética de Alberto Blanco”. Frase lapidaria que en cierto modo sella las letras por venir del autor.
¿Dónde empieza o empezó Canto desierto? ¿En la portada misma del libro? ¿En las primeras líneas del primer poema: “Cuando llegaron las primeras lluvias / hicimos lo necesario”? ¿O bien, inició antes, mucho antes, acaso desde el primer libro de este amigo y “compañero del camino de la poesía” Giros de faros? ¿O bien, a lo largo de los siguientes volúmenes de su obra poética, entre los que recuerdo: Antes de Nacer, A la luz de la noche, Tras el rayo, La luciérnaga, Amanecer de los sentidos, La hora y la neblina, El corazón del instante, La raíz cuadrada del cielo, Quince volcanes, Miradas en el tiempo, La parábola de Cromos, Canto a la sombra de los animales, El libro de los pájaros, Las voces del ver, El eco de las formas, Paisajes en el oído, Materia prima, Este silencio, Trébol inverso, La raíz cuadrada del cielo, Un año de bondad, Teñido de la lana con plantas, Runas para una mesa redonda, Pequeñas historias de misterio, Romances de ultramar, Medio cielo, El libro de las piedras, Relámpagos paralelos, Tiempo extra, Música de cámara instantánea, Todo este silencio? ¡Cuidado!, en 2018 Alberto Blanco publicó la segunda edición de La hora y la neblina, su poesía completa, con el sello del FCE en 575 páginas. De 2018 a la fecha calculo que el poeta, pintor y músico habrá compuesto más versos. También me imagino que después de Canto desierto ha seguido escribiendo.
Culminación equivale a remate. De ahí que Canto desierto tenga algo de testamentario: palabra legada al futuro y al presente. El libro se compone de cuatro partes: I. Mala memoria, II. Historia del instante, III. Punto de inflexión, IV. El futuro es el origen. Consta de 36 poemas. Cada parte tiene nueve poemas. Esto sugiere que la arquitectura del volumen tiene algo de musical. De hecho, para el poeta, “la oreja reina”, y es preciso estar atento a los caprichos de “Las voces que vienen”, “Las disonancias de la noche”, y al juego de “Si el silencio quiere”. Varias ideas fijas como vetas recorren el maderamen de esta arca: el desierto, con sus enseñanzas, “El silencio de los profetas”, “El exilio de los sentidos”, “Los pastores del abismo”. Alrededor está el juego y “El alfabeto del azar”. Es un libro profético y político, tal vez el más decididamente abierto a la reflexión en torno a la ciudad y al viaje y a la posibilidad misma de que existan nómadas en el mundo (“¿Adiós a los nómadas?”).
El laberinto más complejo es la línea recta, creo que decía un filósofo nacido en Francia. Alberto Blanco sabe que el desierto es “Laberinto transparente”, “Anticipo de otro juego”. La presencia de la ruina de la historia recorre este libro que tiene algo de expiatorio y confesional. Es un libro duro. No en balde es fiel al epígrafe del poeta checo Miroslav Holub que dice: “La historia es una ciencia / que se funda en la mala memoria”. Por coincidencia leí el libro que lleva el número 832 de la colección de Poesía Hiperión el domingo 11 de agosto y al mismo tiempo el artículo que escribió Jean Meyer sobre “Vladímir Putin, la acusación”, publicado en El Universal. El primer poema de Canto desierto es el ya citado “Mala memoria”. Cito aquí completos los primeros versos:
Cuando llegaron las primeras lluvias
hicimos lo necesario
bajamos de nuestros altos pensamientos
y comenzamos a labrar los campos
las manos eran nuestras palas
los pies eran nuestros pies
y regamos la semilla
con nuestras lágrimas
No es un libro sencillo. Me recuerda el explosivo poemario de Jaime Reyes Isla de raíz amarga, insomne raíz (1976). También me recuerda las letras desoladas del poeta venezolano Rafael Cadenas, y algunos versos de Octavio Paz, como los titulados “Aunque es de noche”, dedicados a Alexander Solzhenitsyn, escritor con cuyo rostro, por cierto, el mexicano tiene algún parecido.
Como cualquiera que ha estado en el desierto, el lector advertirá que el espacio vacío en realidad está lleno de vida. Y el libro de Alberto Blanco está lleno de guiños, señas, indicios, sugerencias, erizado de espinas capaces de rasgar la mano que se atreva a tocar las biznagas sin precaución. No sé si es realmente un himno o una crónica desnuda de nuestros días crudos. Alberto Blanco me decía antes de enviármelo, que el libro me iba a “prender”. Me imagino que quería decir que me iba a entusiasmar. Mi sentir ante el libro es más bien de duelo pero también de celebración por la plenitud de su palabra.






















