Rosario Castellanos y Raúl Ortiz y Ortiz

1960

1.

Estudié la Licenciatura en Historia del Arte, en el Centro de Arte Mexicano (CAM), en la época en la que Rosario Castellanos era ya una figura icónica de las letras mexicanas. Por eso comienzo compartiéndoles la siguiente noticia: Carmen Díaz de Turrent, a quien se invoca a lo largo del libro que hoy se presenta como la directora de “una academia en donde maestros muy destacados de la universidad impartían cursos de literatura, historia, política y música”, conservó cartas de Rosario, todavía inéditas. Sobre esa historia, su hija Lourdes Turrent me dijo hace un par de días por teléfono:

Mi mamá formó parte de esta primera generación de mujeres adultas que entraron a la universidad; estudió la prepa al mismo tiempo que mi hermana Isabel… (luego) letras hispánicas en la facultad y se hicieron amigas de su maestros, de los grandes maestros donde estaban Rosario y el propio Ricardo Guerra, donde estaba Luis Rius, dónde estaba Raúl Ortiz… mi mamá era una gente muy sociable, vivíamos en la Colonia Del Valle, en la Calle Sacramento y nuestros vecinos de puerta eran el hermano del rector Barros Sierra y su esposa, una mujer inteligentísima que se llamaba María Luisa Horcasitas, quien también ya adulta entró a estudiar antropología. A partir de ese momento sus amigas le pidieron a mi mamá, que por qué no traía a estos maestros para que les dieran clases. Así comenzó el Centro de Arte Mexicano. Rosario y mi mamá tuvieron una amistad muy muy cercana; yo creo que se sentía como muy sola y muy agredida en la facultad y se refugió en este grupo. Mi mamá le enseñó a comprar ropa y a arreglarse. Yo la recuerdo sentada en la sala de mi casa. Claro, estoy hablando de la parte social, puesto que en la parte intelectual ciertamente Rosario era una lumbrera. Poco antes de que tú llegaras al CAM, llegó la familia de Hugo Cervantes del Río (él fue uno de los candidatos cuando López Portillo) y Alicia, su esposa, Rosario y mi mamá formaron el proyecto de escuela más grande, por lo que el CAM no fue nada más una escuelita en donde se daban cursos para mujeres. En ese momento fue cuando Rosario aceptó ser la embajadora de México en Israel, como tú sabes. Yo tengo las últimas cartas que Rosario le escribió a mi mamá, a máquina, con el papel de la embajada mexicana. Fue una generación sobresaliente influida por la inmigración española.

 

2.

Conocí al Dr. Guerra en Cuernavaca, en los desayunos de Alberto Vadas, a la sazón director de La Tallera. Me llamaba mucho la atención su amplísima cultura y me intrigaba su arrrogancia. Las dos cosas al mismo tiempo. Nunca hablaba de Rosario. Hablaba de él.

Leí las Cartas a Ricardo y me hicieron sufrir. También vi la película. Por eso creo que Álbum de familia, Rito de iniciación y Mujer que sabe Latín van más allá de la perspectiva de género. Rito… además es un ejemplo de cómo lacerarse a una misma con argumentos inteligentes. No podemos dejar de ver la incongruencia entre el saber de Rosario y su actuar como mujer autónoma: se permitió violencias que aún no hemos superado: ¡14.6% de las mujeres sufren “violencia total” en nuestro país, sobre todo después de los 60 años!

Así que cuando me enteré por Ángel Cuevas de que existían unas cartas entre ella y su gran amigo Raúl Ortiz y Ortiz, le di seguimiento periodístico al tema, no sólo porque estaba costando mucho trabajo sacarlas a la luz, sino por la posibilidad de “escuchar” a esta magnífica escritora desde el ámbito de la intimidad. De esto hace casi 10 años.

En un primer momento podemos decir que en estas cartas encontradas habla la profesionista alejada de su país, primero en Wisconsin y luego en Tel Aviv, pero también la mujer de carne y hueso, separada del marido, que enfrenta la maternidad no desde el lado emotivo, romantizado o rosa, sino real, desgastante, compartido con la nana Herlinda y el chofer Israel Maya. Estoy de acuerdo con Tania Tagle, autora de Germinal, cuando se pregunta qué hubieran escrito los grandes pensadores si hubieran tenido que preparar papillas, limpiar el piso y lavar pañales, sorteando el embarazo, el parto y la crianza con el pensamiento, la filosofía o la escritura.

 

3.

Normalmente, uno no escribe cartas para que las lea el público. En las cartas se cuentan cosas personales, se relajan las palabras, se dicen secretos, se hacen declaraciones de amor, se describen los dolores, se confiesan deseos y se expresa lo que pensamos sobre los demás.

Mientras leía las Cartas…, recreaba a una Rosario sentada en su escritorio, primero preparando sus clases de literatura y luego en la embajada de México en Israel, vestida de traje sastre, con sus cejas depiladas, peinada de tubos y crepé con mucho espray, entaconada y sonriente, lejana en ánimo de aquella que en la década de los cincuenta se rapó como Frida Kahlo por obra y gracia de las tristezas. Lejos de aquella que tuvo que hospitalizarse durante varios meses por agotamiento. Muy cercana en ánimo a la que iba al Cine Lido, más tarde Bella Época, hoy librería Rosario Castellanos.

En las cartas no aparece la que quería escapar de los celos y la envidia que despertaban sus éxitos en varios ámbitos, antes de irse a EUA y a Israel. No olvidemos que en Meditación en el umbral nos dice “debe de haber otro modo de ser humano y libre…” Esa es la Rosario cuya pluma atraviesa las páginas de este libro armado con cerca de 60 misivas, la mayoría entre ella y su mejor amigo —no el de una relación de pareja, hay cero interés erótico—. Una verdadera complicidad mujer-hombre que se ejemplifica con apapachos transformados en los papadzules y una falda que le envía desde nuestro país, o los saludos al hijo “Grrrabiel” , con los que se despedía siempre don Raúl.

 

4.

En una de sus cartas Rosario confiesa estar confeccionando un epistolario: tiene en cuenta el efecto que produce lo escrito en el destinatario. De ahí que podamos afirmar que el interés documental que podamos tener dará paso muy pronto al registro auditivo. El desorden y las repeticiones nos hacen oír la conversación salpimentada con juegos de palabras y uno que otro resentimiento, como el que le tienen a un “desguachipado” psicoanalista chiapaneco.

Además, las cartas incluyen una mezcla dosificada de familiaridad y un fuerte sabor de época. Constantemente se reclaman entre ellos más palabras por culpa del lentísimo y deficiente servicio postal del momento. Recordemos que en aquellos días se perdía la correspondencia con mucha fracuencia y dependía fatalmente de los timbres. Además, los epistológrafos casi no hablaban por teléfono: “cuando me alcancen las finanzas te llamo”, le escribe un día don Raúl.

Qué diferencia de lo que sucede hoy por efectos de la tecnología: escribimos sin conciencia, cientos de chorizos adornados con emoticones por WhatsApp. Y aunque contienen chisme sobre el sector político y cultural, estas cartas muy lejos están del agresivo estilo de los reclamos de Carlos Alazraki, por poner un ejemplo.

Más bien son deseos de amor, porque como dice Vicente Quirarte, Rosario forma parte del patrimonio emotivo de México: “estaba convencida de que el poeta y el amante siempre están solos”. Las cartas retratan la vida cotidiana de una profesional que lee y afirma: “desde hace años, lectura, / tu lento arado se hunde en mis entrañas”. Se trata de una docente de literatura en Jerusalén —aunque vivía en Tel Aviv—, gracias a la recomendación de su amiga María del Carmen Millán, aprovechando la oportunidad de escapar de las tribulaciones de su fallido matrimonio. Las cartas nos enteran de la vida de la embajada y su titular, quien se autodefine como una mujer que habla poco inglés, escribe informes políticos y tiene que atender invitados constantemente en la casa rococó que le choca y otra en la playa. Nos enteramos de que su vocación estética la lleva a bazares de antiguedades, en donde compra una mesa, en la que acomoda una lámpara, que limpia con un trapo húmedo, situación que le causa la tremenda muerte en unas cuantas horas: “Profeta de su muerte, la mexicana nos dio la suprema ironía de marcharse en brazos de la luz, en esa corriente de 220 voltios que en Israel debe mirarse con respeto” (Quirarte, Vicente. 2013, p 27).

De modo similar a como el cine nos ha acostumbrado, los diálogos confianzudos nos presentan a sus amigos, Santiago Genovés, el secretario de relaciones exteriores Emilio Rabasa, Nahum Megged y Shlomo Argov. Y por ello sorprende que Dolores Castro sea la gran ausente.

 

5.

Antes de terminar me gustaría compartirles que uno de los aspectos en los que más me fijo en la actualidad es la noción del YO en la mente, la memoria biográfica, quien creemos que somos, eso que en neurociencias ubican en la corteza cingulada y la ínsula. Eso que depende drásticamente del hipocampo y la corteza prefrontal, que es la zona en la que tomamos decisiones a partir de la información procesada. Y es que nuestra escritora se describe insistentemente como un YO metacognitivo que se da cuenta de que va superando la depresión, ya no toma chochos y se sabe escritora “de imágenes melancólicas y nostálgicos acentos que son pincelada constante en toda su lírica”. Un yo-rosario-castellanos que, según Raúl Ortiz y Ortiz, estaba en proceso de curación, en vías de sentirse más femenina y sexi.

Existen tres géneros sumamente exitosos hoy en día: las memorias, las autobiografías y los epistolarios. De memorias y biografías están llenos los estantes de esta libería.  Nos encantan las vidas de los demás. Y los otros “yoes”. ¿Por qué? Porque son los otros los que nos definen. Nos aportan información sobre nosotros mismos.

El proceso identitario no es simple, incluye el tan humano morbo: nos complacemos en la descripción de sentimientos o hechos penosos, porque al percibir lo no agradable que le sucede a los demás, nos percatamos de que no nos está sucediendo a nosotros. “Para mí la literatura ha sido mi espina dorsal. Y puedo decir, sin hipérbole, que gracias a ella he logrado no solamente sobrevivir (lo que ya es una proeza dadas las muy difíciles circunstancias en las que me crié) sino-además-conservar la razón”, recuerda Rosa Beltrán en un ensayo sobre la Cátedra Rosario Castellanos en Israel en la que le tocó participar, publicado por la Secretaría de Relaciones Exteriores: “Ella tan sufridora, tan grande en su Lamento de Dido, eligió, para reírse de sí misma una tierra tan doliente (Beltrán, R., en Quirarte V., 2013. P.76).

 

6.

Según Xavier Villaurrutia, cuando un escritor es poeta, toda su escritura está regida por esa exigencia, lo cual genera una ética particular. Por eso también tenemos que decir que nosotras no leemos a Castellanos como la leyeron sus contemporáneas. Esta riqueza de su lectura tiene que ver primero con la intertextualidad de la que habla Julia Kristeva, y luego con la transtextualidad, es decir, la expansión del texto en internet.

Esto implica que nos acercamos a los textos como productos culturales susceptibles de ser deconstruidos para su resignificación en otros discursos (identidad, indigenismo, feminismo, nacionalismo, metalenguajes, etc.) En este sentido, y como se ha dicho ya, será la arqueología transmedia la que se encargue en unos años de dar cuenta de cómo leerán nuestras hijas y nietas a Rosario Castellanos, incluidas estas cartas.

Pero mejor dejo la teoría para felicitarnos porque después de años de insistencia de personas allegadas a la literatura castellana, como el maestro Raúl Ortiz y Ortiz, el editor Alfonso D´Aquino, Marco Antonio Cuevas y por supuesto Ángel Cuevas, además del sobrino del maestro Ortiz y Ortiz, quien pagó la edición, tenemos epitolario en forma de libro. Y esto lo digo aunque no me haya gustado que la vida nos quede a deber algunas cartas y la familia Guerra Castellanos haya pedido la edición de algunos párrafos a efectos de proteger su intimidad.

 

*Texto leído en la presentación del libro Cartas encontradas (1966-1974), Rosario Castellanos, Raúl Ortiz y Ortiz, FCE, el 16 de marzo de 2023, en la Librería Rosario Castellanos.