Lizandro Arbolay, elogio de la oscuridad

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Seguro que usted, lector, jamás ha tenido noticias de la editorial Armada. Ni tal vez sepa de la existencia de un escritor llamado Lizandro Arbolay, si no ha asistido a algún que otro congreso académico en Montreal o sus alrededores. Y mucho menos que este ha publicado un libro de cuentos en la mentada editorial en 2017. Un libro del que, probablemente, tampoco ha oído hablar y que se titula Oscuros varones de Cuba. También cabe la posibilidad de que usted, lector, sea de los que bregan en las redes y, entonces, sepa de lo que hablamos.

Pero más allá de la insinuación de gris ninguneo o de simplemente arrancar con humor y arribita, si no conoce al autor y no lo ha leído el libro, no deje de hacerlo. No es que la vida le vaya en ello, o quién sabe… Claro, primero debe comprarlo. En Amazon, por supuesto. Y si por casualidad vive en Montreal, en la librería Las Américas. Mueva los dígitos de un lado a otro y no permita que socio o amiga o varón alguno se lo preste o cuente. El agradecimiento del autor está garantizado, incluso, con infinita humildad.

Como debe intuir Oscuros varones de Cuba es la ópera prima de ficción de Lizandro Arbolay, un recién graduado de Doctor en Estudios Hispánicos de la Universidad de McGill. Si mencionamos el dato, es porque, a pesar de ser un cuaderno de cuentos de ficción, le debe casi la mitad de su existencia a los estudios académicos del autor. Pero si usted, lector, es de los que aborrece la palabra, la institución que representa, no se desanime, le prometemos que Oscuros varones de Cuba es una formidable lección acerca de cómo hacer algo útil, por momentos divertido, con la academia, entidad que aún vive en la misma nube en que Lemuel Gulliver la dejó cuando su viaje a Laputa en la primera mitad del siglo XVIII.

Por lo general, el primer libro de muchos escritores trata sobre lo que saben. Después es que llega el turno de la experiencia vital y comienzan a escribir de lo que han vivido o viven ellos o los otros. Toma tiempo ir de una zona a otra. ¿Qué saben los escritores, aunque sea mucho como es el caso de Lizandro Arbolay? Saben de lo que han leído, releído, estudiado o investigado. No mucho más. Gran parte de ese background es vertido en un primer libro. Y si además se trata de un estudioso de la literatura y de la historia de la literatura, no resultaría nada raro que Oscuros varones de Cuba sea un acabado y notable ejercicio metaliterario e intertextual en el que todo el tiempo, a nivel temático, juegan y pugnan la ficción y el material ensayístico.

Tampoco resulta extraño que Oscuros varones de Cuba sea hijo bastardo de otros libros, otros estilos, otras voces. Bastardía que se torna en parricidio desde la primera a la última página del cuaderno y que viene en línea ¿directa? del libro del escribano Hernando del Pulgar, embajador, cronista y biógrafo oficial de los reyes católicos del siglo XV. Este libro se titula Claros varones de Castilla y recoge biografías y semblanzas de personajes del mundo de la política, el clero y las armas conocidos por él en vida. Y que, a su vez, se inspiraba en modelos de obras históricas y biográficas de autores latinos que, a su vez, se inspiraban y copiaban a autores griegos. El resultado que pudiera ser un café de cuarta o quinta colada, es eludido por Lizandro Arbolay quien, en su lugar, opta por el juego metaliterario, la intertextualidad y el apócrifo.

En Oscuros varones de Cuba, Lizandro Arbolay recrea una serie de supuestas vidas de personajes de obras literarias y de escritores que demarcan hitos en la historia de la literatura cubana y que, además, están anclados en los fundamentos de la nación. Desde la lúdica, el autor nos trae de vuelta vidas imaginarias e imaginadas de las que hay poco que exaltar. En los cuentos “Apariencia del espejo”, “La pelea cubana contra los demonios” y “Los quijotistas”, Arbolay, a través de la apropiación paródica de estilos y discursos, recrea vidas y episodios fundacionales que confrontan obras y caracteres originales. En más de una ocasión, el autor volverá sobre el poema Espejo de paciencia enzarzando su perfección en calidad de poema épico, pilar de la nacionalidad, que parece haber sido encargado al propio Homero o a Virgilio, corroborando así la sospecha de estar ante la presencia de una obra absolutamente apócrifa. Ante este incómodo obstáculo, Arbolay se inclina por el ensayo de Fernando Ortiz Historia de una pelea cubana contra los demonios, como sugiere en su cuento homónimo.

En el relato “Los quijotistas”, ironiza sobre la muy patricia costumbre de los pudientes varones criollos del siglo XIX, de escribirse muy patricias cartas. En el relato se siente todo el tiempo la marrullería y la maledicencia de la tan refinada costumbre de nuestros ilustres antepasados que, para decirlo con palabras de Hernando del Pulgar, se trata de “algunos que, vencidos de pungimientos de cobdicia, inbidia e de otros algunos pecados, herraron a lo que debían…”. Las vidas aquí retratadas pueden ser lo mismo la de Eugenio Arriaza que la de Domingo del Monte y sus camaradas epistolares.

Llama la atención que Arbolay, sin haber escrito un libro intencionalmente disidente, dedique dos cuentos de su cuaderno al tema de la ubicuidad de la vigilancia y el control de los órganos represivos sobre la población y los escritores: “Rendición de cuentas” y “Révolutionaire”, aunque debemos aclarar que no se tratan de alegatos acusadores ni panfletarios. El primero inspirado en el cuento de Virgilio Piñera “La montaña” y en la confesión del poeta Heberto Padilla a la Seguridad del Estado durante su cautiverio en las ergástulas del antiguo colegio Marista. En este relato su autor juega con el estilo narrativo y el tratamiento del absurdo de Piñera, a la vez que el personaje-narrador rinde loas a los corteses agentes de la Seguridad bajo los que estuvo a cargo durante más de un mes. El cuento “Révolutionaire” aborda la historia de un agente encubierto que se dedica a la exhaustiva vigilancia de un ciudadano, homosexual para más seña. El relato (una especie de La vida de los otros a la cubana, nada de grabadoras de cinta ni micrófonos de amplio barrido, sí máquina de escribir Robotron, hoja amarillenta, papel carbón y mucho ojo) escrito al estilo de un informe o reporte de vigilancia, con tipografía imitación de máquina de escribir, nos hace reflexionar desde un humor muy sutil sobre la gigantesca maquinaria de vigilancia del castrismo. Vidas de vigilados y vigilantes. Negrísimos varones de la ínsula. Por último, queda develada una cuestión para nada baladí ni retórica ni juguetona y sugerida desde la ambigüedad de ambos relatos: a partir de 1959, llamado “Año de la Liberación”, la vigilancia y la chivatería se convierten en fundamento de la revolución y, siguiendo por esta lógica legitimista, de la nación. Ambos relatos podrían incluirse en la antología El compañero que me atiende de Enrique del Risco, que aborda el tema de la vigilancia a escritores e intelectuales y que ha sido publicada por la editorial Hypermedia.

Tal como discurre en la historia de Cuba de los últimos sesenta años, la Isla también palpita fuera y lejos de ella. Los cuentos “¿Qué es el latinoamericanismo?”, “El último mazorquero” y “Orquesta vacía” son rastros de las muchas vidas de muchísimos cubanos que han tomado el camino del exilio o la emigración, en dependencia de cómo se mire. Específicamente desnudan la experiencia del tipo de cubano que va a dar al mundo académico de Norteamérica, en su variante canadiense en este caso. Locus de enunciación idóneo desde donde mejor se puede disertar sobre América Latina sin que falten cervezas, coca-colas, hamburguesas y cruel invierno detrás de los cristales de las ventanas: LATINOAMERICANISTMO; indagar sobre las incongruencias que revelan el aspecto estadístico del factor ganadero en el relato “El matadero”, de Esteban Echeverría. O el lúdico balanceo entre una conferencia sobre la Celestina, salpicada con citas de Hegel y Marx, y un karaoke en un bar montrealense. Vidas de segunda mano. De repuesto, exactas a las de los aldeanos globales de “Reunión en Féisbuk” que chismorrean de lo dejado atrás en Cuba, la cultura etílica y la omnipresencia de la Seguridad del Estado en la vida insular.

Por lo dicho hasta ahora, algun lector pensará que está delante de un libro curioso, una joyita pulida y bien escrita, sin dudas, que se hojea y no se sabe si dejar o no. Otros pensarán que están ante un ejemplo de pura metatranca con coloquiales pinceladas de asere, esnobista (que en Cuba significa farandulero), destinado al polvo del estante en bibliotecas y librerías. Quizás, quizás, quizás, como dice la canción, si no fuera por la altísima nota narrativa de los relatos “Ritual de paso”, “La estupidez de los troyanos” y “El fusilado” que, a nuestro modo de ver, nos muestran las claves y los recursos de la futura cuentística o narrativa de Arbolay. Hablamos de tres cuentos de perfecta factura que se desmarcan de los guiños temáticos proclives más al ensayo que a la ficción y se sitúan en las antípodas del cuaderno, y que por su técnica y autonomía se desmarcan del concepto de Oscuro varones de Cuba. Es en esos tres momentos en que el libro de Arbolay anuncia a un autor que viene en serio, que afirma la verdad de Perogrullo de que para ensalzarse en grandes partidas bastan las fichas precisas, no el número de estas. Los temas de la noria cobardía-valentía y de la pérdida de la inocencia son finamente trabajados por el autor en “Ritual de paso” y “La estupidez de los troyanos”.

En el caso de “El fusilado”, Arbolay ironiza sobre la apoliticidad del escritor Pedro Juan Gutiérrez, para ello el autor se vale no solo de la apropiación del estilo del popular escritor (que como sucede con Hernando del Pulgar es segunda colada de Charles Bukowski), sino del espíritu de su imaginario erótico, punta de un iceberg en el que subyacen el egoísmo, la mezquindad, la culpa.

Sin ser un cuento con la intensidad narrativa que los citados, el relato “Réquiem cubaniche”, más que a un cuento apunta a una fábula que encierra una tesis y una idea que bien merecen explotar una narrativa de más largo alcance. Valdría la pena ver todo el potencial de este cuento desarrollado en una novela. La novela no escrita aún sobre el desencanto, metafórico y real, de los funcionarios castristas que, luego de remar y remar y arar en el mar, dieron de narices con la apertura de la embajada de Estados Unidos en La Habana.

Desde que supimos de la existencia de Oscuros varones de Cuba, nos llamó la atención la editorial Armada. Aparte de la lindeza del nombre, nos era totalmente desconocida. Arbolay había escrito su primer libro, deseaba publicarlo, que fervorosamente nos enteráramos de sus andanzas más allá de los congresos académicos. Como todo recién contagiado con el virus de la escritura lo envió “con optimismo y premura de primerizo” a Anagrama, Tusquets, Páginas de Espuma, Periférica, Verbum y otras. Nada. Luego vino el turno de la ruleta rusa de los escritores: los concursos. Nada otra vez. Entonces fue que decidió publicarlo él mismo (es muy fácil hacerlo en la actualidad) “with a little help from my friends”, según sus palabras. Para gran ironía, en Oscuros varones de Cuba hay un relato del que no hemos hablado, este se titula “Continuidad de la biblioteca” y su historia va por ese mismo camino: el de los escritores que son rechazados por las editoriales una y otra vez, pero que su fe en la escritura y la literatura es tan grande que, obstinadamente, siguen adelante. En realidad, no importan ni los silencios ni los portazos ni las educadas cartas de negación ni los mercenarios que chupan del ego de los autores, los que creen en el valor de la literatura y el mensaje cifrado de las palabras nunca dejarán de hacerlo. La empresa de Arbolay y Armada es un ejemplo rotundo. Basta una ópera prima como Oscuros varones de Cuba. Un libro lleno de resonancias múltiples, ambiguo en su concepción, ambivalente y heterodoxo en sus disimiles registros, lúdico desde los cuentos a la tipografía, desde las notas de contracubierta al diseño.

En fin, un libro con el que cualquiera pudo haber soñado y no escrito.

Montreal, 26 de julio de 2018

Lizandro Arbolay, Oscuros varones de Cuba, Editorial Armada, Montreal, 2018, 143 p.