Si bien Juan Villoro es más conocido por su obra novelística, es uno de los autores mexicanos que más ha cultivado el género del ensayo. Género que deja libre curso a la reflexión que avanza ideas, a la vez que acota un tema, el ensayo es una práctica literaria que encontró terreno fértil en México. No hace falta remontarse a autores capitales como Alfonso Reyes y Octavio Paz para confirmar esta afirmación. Basta mencionar a nombres como Rubén Gallo, Jorge Volpi o Ignacio Padilla. Lo mismo que todos ellos, Juan Villoro plantea en sus ensayos una reflexión de orden literario, tan dispuesta a abordar asuntos de orden nacional como internacional, en la que se mezcla una profunda sensibilidad literaria con un conocimiento de causa fundamentado. La lectura de La utilidad del deseo (2017, último ensayo del mexicano, me ha confirmado en esta perspectiva.
Quizá lo que mejor funciona de La utilidad del deseo sea el abordar la experiencia literaria desde diversos ángulos; en particular, la lectura, la creación y esa otra forma de creación que es el traducir. El lector descubre a un Villoro contándose a sí mismo desde su descubrimiento del idioma, en su caso el alemán. Pese a que uno percibe un fuerte componente mitificador en su relato, eso poco importa. El descubrimiento posterior del idioma español, junto con todo lo que éste representa de novedoso y creativo nos permite asistir al nacimiento de un lector. Un lector erudito y omnívoro si consideramos la manera en que aborda la literatura mexicana —Villoro es uno de los grandes lectores de Ibargüengoitia—, así como también la rusa, la americana y, cómo no, la alemana. Pero no sólo eso, sino que también se trata de un lector que sabe compartir su deseo, por retomar el título del libro, literario. El conocimiento letrado de Villoro, que hace recordar al mejor Carlos Fuentes, siempre se encuentra aliado con sensibilidad y una fuerte dosis de humor. Dan prueba de estos, por ejemplo, las lecturas que hace de las cartas de Onetti, Cortázar y Puig. El mexicano las lee con atención para advertir lo que está escrito entre líneas, las motivaciones secretas, las contradicciones de los personajes, pero también para establecer, sin desnaturalizarlas, puentes entre las cartas de los tres autores. Es cierto que a veces sus ensayos pueden parecer algo descosidos, apuntar a diversos sentidos sin ahondar en ninguno; sin embargo, visto con distancia esa es la fuerza de sus textos. Se trata de una curiosidad que interroga las novelas, el derrotero de los autores, las traducciones de un idioma a otro, de forma leve y exhaustiva a la vez. Todo esto sin olvidar la manera en que Juan Villoro engasta en sus ensayos las voces de otros autores. Cuando cita lo hace de tal manera que el argumento avanza en sus ideas, pero siempre resaltando la voz ajena, su idiosincrasia y riqueza. Villoro reúne las voces de los demás, los vivos y los muertos, para escucharse mejor.
A mí me ha pasado al revés con Villoro. Conozco sus ensayos, pero hasta ahora no había leído al autor de ficciones. Si consideramos que un buen escritor es antes que cualquier otra cosa un atento lector, parto con un excelente a priori. Me reconozco en el tipo de lector con el que Villoro se representa a sí mismo, en su curiosidad y necesidad de otredad. Yo es otro, ya lo sabemos. Espero que sus ficciones me muestren eso mismo; pero desde la imaginación, allí donde el lector ve puestos en entredicho sus convicciones, su conocimiento previo y su existencia misma. (Librújulas: cuatro)
Juan Villoro, La utilidad del deseo, Anagrama, Barcelona, 2017, 389p.
ISBN 978-607-8563-10-4