De una manera azarosa y que parece tener algo de providencial, en una casa antigua de Ciudad del Cabo en Sudáfrica, apareció una caja con un archivo fotográfico compuesto por un grupo de imágenes que no habían sido vistas nunca. Estas fotografías mostraban escenas tomadas más de cincuenta años antes por el entonces adolescente John Maxwell Coetzee, escritor sudafricano autor de novelas como: Desgracia, Vida y época de Michael K. y Elizabeth Costello, entre muchas otras, y merecedor del Premio Nobel de Literatura en 2003. Coetzee emigró de Sudáfrica a Australia en 2002 y en 2014 vendió su propiedad de Ciudad del Cabo y fue entonces cuando salieron a la luz esas fotografías. A partir de este descubrimiento, el estudioso de la obra de Coetzee, Hermann Wittenberg tuvo la idea de montar una exposición en el museo Irma Stern de Ciudad del Cabo. Un par de años después Wittenberg editó el libro titulado Retratos de infancia, que incluye esas fotografías, acompañadas de fragmentos de obras del autor que corresponden a las escenas fotográficas, junto a comentarios actuales suyos sobre las imágenes. El resultado es sumamente iluminador sobre una zona hasta hace poco desconocida de uno de los novelistas más importantes de la actualidad.
Las fotografías datan de mediados de los cincuenta del siglo pasado, cuando Coetzee vivía en Worcester en Ciudad del Cabo y asistía al colegio Marista de Saint Joseph de Rondebosch. En este lugar, como fotógrafo, se inició de una manera subrepticia, utilizando una “cámara espía” que escondía para hacer tomas de la escuela, de sus compañeros y de los profesores. En esas imágenes hay un misterio y ese misterio está en la mirada de Coetzee. Tienen una función testimonial y documental influenciada por la obra del fotógrafo Henri Cartier-Bresson que conoció en las páginas de la revista Life y que atrapó su atención. Esta predilección lo llevó a captar, bajo una luz intimista, fotografías en blanco y negro de los momentos que atraían su mirada adolescente a partir de la cual desarrollará más adelante su ojo narrativo. Esto puede verse en su autobiografía novelada Infancia, Juventud y Verano. Escenas de provincia, donde recrea literariamente varias de las vivencias de los tiempos en que quería ser fotógrafo. Pero algunos años después Coetzee se decantaría por la literatura y, aparentemente, no volvería a dedicarse a la fotografía. Sin embargo, es innegable que, desde sus primeras narraciones, ésta jugaría un papel importante.
El interés que puede suscitar este libro estriba en buena medida en que brinda al lector la posibilidad de asomarse a materiales desconocidos del escritor sudafricano. Sin embargo, hay que decir que estas fotos no valen solamente por el hecho de haber sido tomadas por un escritor ganador del premio Nobel, sino que tienen un valor artístico en sí mismas, por la manera en que fueron tomadas y por las escenas y personas de Sudáfrica que muestran. Éste es uno de los grandes aciertos del editor Herman Wittenberg, Recuerdos de Infancia no existiría como libro si él no hubiera intervenido, pues aunque aparece firmado por Coetzee, no fue escrito ni publicado por él, y ni siquiera hizo esas fotografías a propósito para darlas a conocer. Tampoco participó en su selección, e incluso piensa, como lo expresó en una entrevista concedida en 2019, lo siguiente: “no sé por qué ha habido tanto interés en las fotografías, para mí son fotografías comunes y corriente de la vida sudafricana en los cincuenta”.
En Retratos de infancia, Wittenberg entreveró las fotografías con comentarios del escritor y fragmentos del libro Infancia, una de las novelas de la trilogía autobiográfica de Coetzee. De esta manera, estos diferentes registros se ensamblan y complementan. Llama la atención que las descripciones que el escritor hace de las fotografías son muy escuetas, al punto de tener la función de pies de foto, mientras que los fragmentos de Infancia que se refieren a momentos que pertenecen a la época retratada son mucho más descriptivos y detallados. Sin duda, el escritor quiere darnos a entender que las imágenes hablan por sí mismas. No obstante lo apegadas al realismo y a la objetividad que puedan ser las narraciones, no alcanzan a transmitirle al lector, a diferencia de una imagen, que algo está realmente sucediendo frente a sus ojos.
Retratos de infancia está dividido en cuatro partes: en la primera, titulada “Una nota sobre la procedencia” se explican los antecedentes que dieron lugar a esta edición y se describe la forma en que se encontraron las fotografías. La segunda, “Antes de escribir”, es un ensayo de Herman Wittenberg sobre la relación de Coetzee con la fotografía desde sus primeras tentativas como fotógrafo aficionado hasta llegar a sus primeras novelas. La tercera parte incluye las fotografías encontradas por Wittenberg, dispuestas en un orden muy similar al que tuvieron en la exposición de Ciudad del Cabo en 2018, divididas en grupos como estuvieron en las salas del museo Irma Stern: “Familia y casa”, “Experimentos de luz y movimiento” y “Escenas de Ciudad del Cabo”.
Al mirar estas imágenes se tiene también la impresión de presenciar escenas casi cinematográficas que revelan esbozos de historias y que al mismo tiempo crean un puente entre la obra literaria y el cine.
En la parte final del libro, “Recordando la fotografía”, encontramos una entrevista con Hermann Wittenberg en la que Coetzee declara, entre otras cosas, que lo que buscaba con la fotografía en su adolescencia era el momento en que “la verdad se revelaba a sí misma”. Al final, el libro cierra con una fotografía de la primera biblioteca de Coetzee, mostrando de este modo la función generadora de palabras que tiene la imagen y la confluencia de ésta con la literatura.
Retratos de infancia, de J. M. Coetzee, edición de Hermann Wittenberg, Penguin-Random House, 2020, 168 pp.