Gerardo Ferro Rojas: Nunca olvidamos nada, nena

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EL HOMBRE TRAS LA CAJA

 

Me complace sobremanera haber leído la colección de cuentos del escritor colombiano, residente en Montreal, Gerardo Ferro Rojas, publicada bajo el título Nunca olvidamos nada, nena, por la Editorial EAFIT, Medellín, 2018. Los cuentos y relatos de Ferro Rojas se mueven en una variedad de registros que hacen que el lector vaya poniendo a prueba, texto tras texto, su capacidad de asombro y reflexión. Para lograr algo tan sencillo y difícil simultáneamente, lo primero que deseamos destacar es el respeto de su autor por el género. En ese sentido, los cuentos de Ferro Rojas son una lección elemental del decálogo de Horacio Quiroga, o de cualquier otro, o del antidecálogo de Jorge Luis Borges, que por ser de Borges y no de cualquier otro, tiene dieciséis consejos y no diez. Cada texto de Ferro Rojas es una flecha al blanco o una carrera de cien metros que implica un nuevo récord, para no hablar de algo tan grosero y eficaz como un knockout. Hablamos de cuentos en los que, además, el autor nos cuenta una historia sin artificios ni presunción, y a la vez de tan original como memorable. Realmente no sé qué más podría exigírsele a un narrador.

Nunca olvidamos nada… está conformado por once cuentos que abarcan disímiles temas, motivaciones y situaciones que nos permiten constatar los rumbos de las inquietudes, las lealtades o las influencias intelectuales, y del imaginario de Ferro Rojas. A nuestro juicio, los textos “Teoría de los supermercados”, “Natalie Portman”, “El vendedor”, “Zombis” y “Búnker” tienen aspectos comunes entre los que destacan el absurdo y la ironía.

Llama la atención en “Teoría de los supermercados” cierta visión bíblica en el tratamiento del tema del consumo a través de una dinámica secreta en la que el supermercado se desempaña como espacio paradisiaco. Los protagonistas del relato se dedican, mientras llenan su carrito de mercancías (superfluas en su mayoría), a detectar a los recién iniciados en el consumo, o sea, a aquellos que caen día tras días en la tentación de la compulsión del acto de consumir, aquellos que la curiosidad convertirá en parte de una tribu de consumidores que se reconocen unos a otros entre pasillos, estantes y anaqueles. Para este conglomerado amorfo, el espacio paradisiaco se convierte en limbo transitorio de irrevocable adicción. La tribu es importante, disuelve y pluraliza la culpa de saberse un adicto al consumo y sus avatares. Absurdo o sátira aparte, hay algo de peso indiscutible en este relato; pero esto debe buscarse en su corriente de sentido subterránea. Y es, precisamente, el acercamiento al tema a través de la visión de un inmigrante. Como incontables otros, Ferro Rojas registra el hecho con sus recursos que no son otros que su vocación inevitable de narrar y leerse él mismo entre líneas.

En “Natalie Portman”, sin dudas uno de las más altas notas del libro, el escritor recrea un mundo, ¿submundo?, de réplicas de celebridades. Estas se dan cita en el bar Hollywood, en Montreal, donde reproducen a pequeña y mezquina escala la vida del Hollywood real. Exacto a “Teoría de los supermercados”, de nuevo se observa la existencia de un microcosmos metafísico regido por el absurdo, en el que hay réplicas de Meryl Streep, Quentin Tarantino, George Clooney, Julia Roberts… ¿En qué películas actúan estos remedos de celebridades? ¿Qué películas escriben y dirigen estos dobles de Tarantino? No hace falta saberlo, porque aparte de lo ya explicado, lo que sustenta toda esta trama de juegos y similitudes, lo que realmente importa y trasciende en el relato es la historia de amor entre un aspirante a escritor y su Natalie Portman II.

En cuanto a este manejo del absurdo, quizás sea “El vendedor” el texto más acabado y sofisticado. ¿Qué haría o pensaría usted si el técnico de Videotron que viene a instalarle Internet a su domicilio o el mensajero de Costco que le trae la mercancía a su casa llevara alas? Alas negras por demás. De nuevo Ferro Rojas trae a colación su visión bíblica del consumo y sus relaciones cliente-consorcio como coartada de enajenación. Sin embargo, esto no implica que el relato se pierda en estas disquisiciones, ya que el autor apuesta siempre por la levedad de sus textos, y es esta levedad, a la hora de jugar con el absurdo o fantástico (sin deseos de entrar a diferenciar uno y otro), la que acerca más a “El vendedor” a la literatura centroeuropea (Kafka, Mrozek, Ionesco) que a la Latinoamericana. Entre el vuelo de Remedios, la Bella, y el del vendedor de Ferro Rojas, uno real maravilloso, utilitario y comercial el segundo, hay un trecho marcado por una índole diferente de influencias autorales y sensibilidades.

En los cuentos “Zombis” y “Búnker”, el autor, sin alejarse del absurdo y lo fantástico, vuelve sobre uno de los temas que marcan gran parte de su producción literaria: la violencia urbana. Aunque, en el caso de “Zombis”, el tópico haya que buscarlo en los tres cuartos del iceberg que permanecen ocultos bajo el agua. La ciudad de Tabogox, anagrama de Bogotá, se va llenando poco a poco de zombis que causan el desvelo del protagonista, quien se dedica a detectarlos y observarlos. Estos muertos vivientes nada tienen que ver con el imaginario del cine de terror y las series televisivas, sólo deambulan inofensivos, y al final de relato, nos damos cuenta, cuando el detector de zombis que narra la historia se convierte en uno de ellos, de que los muertos vivientes son los habitantes de Tabogox o quizás los consumidores de “Teoría de los supermercados” o los clientes de “El vendedor”. En ese instante, accedemos a la originalidad de la tesis sugerida por el autor: el volverse zombi es la solución perfecta para evadir y superar la violencia. Un zombi no necesita el celular, ni el dinero, ni la mujer, ni la droga, ni el puesto en el senado, ni la empresa del otro. El zombi de Ferro Rojas nada tiene que ver con los esperpentos de The Walking Dead o Z Nation o World War Z, su zombi es un ciudadano modelo, incapaz de hacer algo en contra del prójimo. Hay un mensaje de fina ironía en el subtexto del relato que bien pudiera ser: “Viva el mundo de los zombis, aprendan la lección las FARC, el ELN, los paramilitares, los capos de la droga, los uribistas y demás actores del drama colombiano”. Entonces, y sin alejarnos demasiado de ese camino, podemos afirmar además que estamos en presencia de un relato humorístico, en el que el juego con la banalidad apunta hacia la cultura popular como uno de los fundamentos del arte.

En “Búnker”, mientras las clases bajas y medias escapan de la violencia por la puerta trasera de la muerte-viviente en “Zombis”, los ricos del segundo, que también se desarrolla en la ficticia Tabogox, se fabricarán búnkeres confortables en sus patios, jardines y parques. A través de esa empresa, Ferro Rojas se asoma a las inquietudes, frivolidades y visión del mundo de las clases vivas de cualquier urbe latinoamericana en cualquier momento de la historia del país que sea. Algo que llama la atención en estos dos relatos es el origen de la violencia en Tabogox. Este nunca es claro, no sabemos de dónde proviene ni cuál es su forma exacta. Tampoco hace falta, pues la violencia está presente en el ADN de la narrativa de Ferro Rojas.

Aunque no sea precisamente un cuento de corte fantástico o absurdo, en “Los pájaros” el escritor indaga y retoma otra vez el tema de la violencia. Como en los relatos citados, se trata de una violencia de la que no sabemos ni su causa ni conocemos sus perpetradores, solo conocemos sus devastadores efectos, aunque en esta ocasión tampoco importa. Pero lo que hace este relato muy diferente de “Zombis” y “Búnker” es la esperanza, expresada en la fuga o escape de sus protagonistas hacia el mar. El mar y los pájaros encarnan no la metáfora de libertad, sino la libertad física que mueve a los personajes del relato. Es justo al final del cuento, cuando los protagonistas van hacia la costa y se encuentran frente a la inmensa planicie salada y ven al resto de los habitantes de la pequeña aldea que pasea por la playa, que estamos ante uno de los momentos más bellos de Nunca olvidamos nada…

El complejo universo de las relaciones humanas es otro de los temas que GFR aborda en su cuaderno. Los cuentos “Busetas” y “Cielo naranja, casi rojo” son ejemplos perfectos de la original manera en que el autor reinventa las trilladas temáticas de las relaciones generacionales en la familia y la exposición a la rutina, con sus daños colaterales, que sufren noviazgos y matrimonios. “Busetas” es un cuento, sin apenas conflicto en apariencia, que indaga sobre la soledad de la vejez y la incomunicación entre padres e hijos. A Alberto, el protagonista, que además tiene un hijo, le es difícil o prácticamente imposible la comunicación con su padre. Las busetas en sus viajes constantes lo acercan y alejan del anciano. Al final del relato, al regreso de uno de esos viajes, Alberto entra en la habitación de su hijo al que sin duda ama. Como centro de tensión en el relato, Alberto encarna una especie de Jano que mira hacia el pasado mientras deja al lector intuir el futuro. Ferro Rojas que es un escritor de recursos, sin sugerirlo siquiera, manipula al lector para permitirle entrever que el final del cuento va mucho más allá del último párrafo y el punto final: en algún momento del futuro Alberto y su pequeño hijo vivirán una experiencia similar.

La experiencia de emigrar puede ser arrolladora, a su paso deja frustraciones, divorcios, suicidios… Se siente todo el tiempo en “Cielo naranja, casi rojo”, un relato intrascendente, sin conflicto visible, pero de una tensión interior que nos permite entender que el autor sabe, más bien lo ha padecido, de qué habla. Con apenas dos o tres trazos, Ferro Rojas capta la vida de una pareja de inmigrantes que intentan sobrevivir al invierno y al calvario del inframundo laboral. Pero el relato tiene además otra lectura que convierte la monotonía y la crudeza del frío en una experiencia distinta, en la que la intimidad en que vive la joven pareja también los pone a salvo, y si sobreviven, tendrán como premio un apartamento con balcón. Me imagino que para muchos sea duro admitirlo: el capitalismo –al menos en el que vive la joven pareja– y el invierno aprietan, congelan, pero no ahogan, y compartidos en pareja toca a menos. En ese sentido “Cielo naranja, casi rojo” es como la travesía de Blanco sobre blanco o Gris sobre a gris a los paisajes urbanos de interiores con ventana de Edward Hopper. O, dicho en otras palabras: la travesía de Ferro Rojas del invierno a la esperanza a través del acto de escribir.

El cuento “Claude” juega con la ficción y lo biográfico a partes iguales. “Claude” es la historia de una mujer de muchas vidas en muchos lugares, cuya existencia se cruza con la de una pareja de estudiantes colombianos en Montreal. Uno de los miembros de la pareja, el hombre que bien podría ser Ferro Rojas, es escritor. A partir de la mencionada coincidencia, y de los datos que va soltando la anciana poco a poco, el escritor, a la caza de una historia, irá conformando, imaginándose, reescribiendo las muchas vidas de Claude desde sus días gloriosos en Indochina, Argentina, París. A través de la técnica de la caja china, el narrador Ferro Rojas y el escritor personaje irán develando la historia de Claude, sin orden cronológico. No obstante, cada capítulo de la vida de la mujer dará lugar a otro, cada una de sus historias contendrá otras y todas incluirán geografías, situaciones y motivaciones diferentes hasta llegar a la vida solitaria y cercana al final de la anciana en Montreal. Historias y pasajes que oscilarán, como dijimos, entre el testimonio real de Claude y la imaginación ferviente del vecino escritor. Lo llamativo en “Claude”, aparte de la propia historia, es el uso de técnicas narrativas que competen más a la novela que al relato, pero de las que Ferro Rojas ha sabido servirse de manera eficaz y convincente para revelar historias que subyacen dentro de otras siempre a partir del relato del personaje de Claude.

Pero, además de lo dicho anteriormente, “Claude” es una reflexión sobre la vejez y la soledad, dos propensiones de la sociedad en las polis de los países del primer mundo. De ahí que el relato abunde en imágenes escatológicas que nos pueden ser terriblemente familiares.

“Borges en Montreal” es, por mucho, el relato más complejo de Nunca olvidamos nada… Los hechos, reales, de una conferencia dictada por Jorge Luis Borges en el colegio que después fuera la Universidad de Concordia en febrero de 1968 y de la existencia del Frente de Liberación de Quebec, FLQ, se combinan de varias maneras desde la ficción. El tema de la conferencia es el papel de los sueños en la literatura inglesa. Y la historia va de una supuesta detención de Borges, y de algunos de los funcionarios presentes en el evento, por parte de unos estudiantes nacionalistas para que el escritor se haga eco de las reivindicaciones nacionalistas del FLQ. La tesis de este cuento está estrechamente relacionada con la cita que aparece como exergo en el relato y que reproduce el fragmento de un intercambio entre Borges y Bioy Casares, en la que el segundo afirma que “la vida está hecha de partes reales y de partes irreales, tan delicadamente mezcladas, que no sabemos cuáles son más reales o más irreales”. A lo que Borges le responde: “Las reales o las irreales”. Ferro Rojas se las ingenia para mezclar los dos hechos y así proyectarnos varias de sus posibilidades y combinaciones. No obstante, lo genial del cuento y que también posibilita ese juego de combinaciones es precisamente a través del uso de una de las obsesiones de Borges como técnica narrativa: los mundos paralelos, una de las piedras de toque de la literatura fantástica y de la ciencia ficción. Cada una de las historias posibles transcurre en universos diferentes, en distintos planos de la realidad, sin que ninguno sea excluyente o absoluto. “Borges en Montreal” no solo es un cuento sobre Borges, sino que es además un cuento borgeano en el que una vez más Ferro Rojas exhibe profusos recursos literarios que potencian su depurada narrativa.

Por último, queremos enfocarnos en el relato que le da título al cuaderno “Nunca olvidamos nada, nena”. Ante todo vale la pena destacar que se trata de un cuento escatológico en las dos acepciones de la palabra: por un lado, en relación con el futuro, o a ausencia de este, pues Ferro Rojas vuelve sobre la proximidad, o existencia, de un mundo postapocalíptico dada la presencia de zombis despatriados, de gente que huye sin que sepamos por qué ni adónde, de cielos naranjas o rojos que anuncian el fin mediante una combustión absoluta; por otro lado, en referencia a la otra acepción de la palabra: es un cuento sobre lo putrefacto, en el que abundan vísceras, deyecciones y demás frutos miserables e ineludibles del organismo.

No obstante, lo verdaderamente llamativo de “Nunca olvidaremos nada…” es lo heterodoxo de su estructura; la más arriesgada de todo el cuaderno. Si en los otros textos la prosa de Ferro Rojas es digamos tradicional, en el sentido que apenas hay riesgos formales, este cuento destaca su estructura totalmente pirotécnica, catárquica en su significado clásico, teatral. La historia de amor desesperada, urbana, en la que una pareja aguarda el final, mientras escuchan una y otra vez la música de Jerry Cabrón, coincide con la del músico Jerry Cabrón y ambas se entreveran a través de doce combustiones o tracks del último álbum del cantante. El paisaje desolador que crea Ferro Rojas en este relato trae de vuelta algunos de los relatos del libro. ¿Quiénes huyen y tratan de escapar del final irremediable? ¿Los personajes de “Teoría de los supermercados”, de “Búnker”, de “Zombis”, de “Los pájaros”? Muy posible, dada la cantidad de vasos comunicantes que existe entre muchos de los textos del cuaderno Nunca olvidaremos nada, nena y que nos muestra muchas de virtudes del libro y de los recursos de su autor en calidad de narrador.

Al final, cuando cerramos el libro de Ferro Rojas quedamos embargados por una sensación que vas más allá de la ficción o de la literatura y que tiene que ver con lo real, lo irreal o con nuestros universos paralelos en los que vivimos muchas vidas: Ferro Rojas no es un escritor de cafetín, no va de café en café cantando y contando sus quejas y miserias de escritor inmigrante. Lo vemos más bien detrás de una caja registradora vendiendo productos a posibles zombis o a gente que lucha desesperadamente por escapar de la soledad y de conocer la felicidad de la manera que sea en los mundos que sean, físicos, metafísicos, paralelos… Detrás de una caja, factura tras facturas, y sabemos que también lleva alas, no visibles o negras como las del personaje de “El vendedor”, sino invisibles, coloreadas con el vuelo de sus relatos y la precisión de sus palabras.

Montreal, junio de 2018

 

Gerardo Ferro Rojas, Nunca olvidamos nada, Editorial EAFIT, Colección: Letra X letra, Medellín, 2018, 194 p.

ISBN:978-958-720-490-2