El auge de la no ficción, la crónica y la memoria ha generado, como es previsible, una buena cantidad de obras prescindibles, sostenidas sólo por la coyuntura y casi manufacturadas para abordar un tema que pronto pasará de moda. Sin embargo, dentro de este pelotón que acapara portadas de revistas y aparadores, hay libros que aprovechan lo mejor de estos géneros y que superan la prueba del tiempo para transformarse en obras que dialogan más allá del contexto inmediato en el que son escritas. Es, en estos casos, cuando los géneros y sus etiquetas pierden sentido porque nos encontramos, llanamente, ante literatura de calidad, hecha para sobrevivir y cuyas lecturas se expanden a través del tiempo.
Oriundos, publicado el año pasado por Fernando Fernández (Ciudad de México, 1964) es una exploración de la memoria familiar, el azar, y las microhistorias que forman la herencia de muchas personas que decidieron salir de sus lugares de origen para vivir en México. A menudo, cuando aparece el tema de la migración española en el siglo XX, se piensa en los exiliados republicanos que llegaron al país cuando se instauró la dictadura franquista. Muchos consideraban que el general Franco iba a durar poco en el poder, pero cuando esas esperanzas se acabaron, consideraron los países que los habían acogido como sus nuevas patrias. Sin embargo, décadas antes de la Guerra Civil española México se había convertido en un lugar propicio para recibir migrantes. Muchos europeos, en particular, españoles, vieron en nuestro país una oportunidad para empezar de nuevo e invocar la fortuna que no los había favorecido en sus lugares de nacimiento. Desde finales del siglo XIX, con la llamada pax porfiriana, México volvió a ser un destino tentador para viajeros, estudiosos, artistas y comerciantes. Nuevas familias llegaron y sus descendientes enriquecieron a un país que, desde hacía mucho, se había caracterizado por su multiculturalidad.
Fernando Fernández parte de los archivos familiares para relatar la salida de sus ancestros que proceden de un pueblito compuesto por unas cuantas casas ubicado en Asturias. Santos y Fernanda, los dos personajes más representativos de la familia, son el origen de todo. Fernanda, en particular, aparece retratada en una fotografía en la página 18 del libro. Es una imagen escolar en la que destaca la figura de un maestro y, alrededor de él, 36 niños. Todos ellos son una historia en potencia. Una vez presentada la imagen, el autor se encarga de desgranar, una a una, las biografías de varios de esos niños, personas que, con el tiempo, cruzarán el mar para llegar a México y formar una familia. Alguno, en la parte final de su vida, regresará a su lugar de origen asumiendo, sin ningún pudor, la huella que dejó nuestro país en él.
Hay varias virtudes en Oriundos más allá de la recopilación de las biografías que, incluso, pueden ser material valioso para la historiografía de la migración española en México durante el siglo XX. De hecho, no estamos frente a biografías tradicionales en las que se sigue, de cabo a rabo, la hoja de vida de una persona. Los capítulos del libro mezclan el retrato y la crónica personal.La aproximación es, ante todo, dialógica, ya que Fernando Fernández se introduce como un personaje que también narra su historia y la relación que tiene con aquellos migrantes viejos. Al contar la vida de sus abuelos, tíos y amigos de ellos ––algunos superaron los 80 o 90 años–– también pone en juego los recuerdos que tiene con ellos mientras realiza las entrevistas que son la materia prima de Oriundos. Esta mirada hace que se despliegue una de las lecturas más interesantes de libro: el mundo que surge cuando llega la vejez. Si hacemos a un lado el contexto de la migración, los retratos que nos ofrece el autor son reflexiones acerca del último tramo de nuestras vidas. Los habitantes de Oriundos están, muchas veces, alejados del presente. Rodeados de sus objetos más queridos ––cartas, retratos, muebles–– los utilizan como un vehículo que potencia la memoria. La labor del que escribe es, por supuesto, aprender a escuchar y, después, hacer las preguntas correctas, interrogantes que a veces son desechadas sin contemplaciones pero que, en ocasiones, son la llave para internarse en recuerdos guardados durante muchos años. A veces el tiempo se suspende, como cuando Fernanda da por sentado que Santos, su esposo fallecido, aún la acompaña físicamente. Algunos migrantes conservan celosamente sus costumbres ––la comida o la religión, por ejemplo–– porque es uno de los últimos vínculos con su tierra. Sin embargo, el encuentro con México los cambia para siempre. Cada testimonio condensa la experiencia del migrante, pero también de quien vuelve atrás la mirada y contempla todo lo que ha pasado.
Un elemento destacado en Oriundos es la prosa. Fernando Fernández entiende que el lenguaje es un elemento que cohesiona y que hace vívidos los retratos que nos presenta. Siempre al servicio de la narración, las palabras dan ritmo, crean contrastes y administran el tiempo y el espacio. La prosa del autor tiene como objetivo captar lo minúsculo porque ahí se revela la personalidad de sus interlocutores. El punto de vista del narrador se regodea en los guiños, manías y movimientos, de cada uno de los migrantes. Cada pequeña anécdota ––en apariencia poco trascendente–– es una metáfora de cada vida que cruzó el mar. Cada uno de esos eventos, si se miran de manera aislada, parecen perderse en el flujo de los acontecimientos. Sin embargo, cuando estas historias son atrapadas por la mano de un escritor, cobran la importancia que merecen y quedan como una herencia para todos.
Fernando Fernandez, Oriundos, Editorial Cataria, 1era edición 2018, 267 p.