Como muchos otros, creo en la literatura como un lugar donde las posibilidades son inacabables ––quizás hasta inabarcables––, por lo que es necesario que los cánones se modifiquen, que las etiquetas se despeguen para pegar otras: ha sido necesario desde que nuestra lengua tiene voz en el arte escrito, tal como Vassily Kandinsky proclamó en De lo espiritual en el arte (Premià, 1979): “Cualquier creación artística es hija de su tiempo y, la mayoría de las veces, madre de nuestros propios sentimientos”. Vivimos la época de lo inmediato, de lo automático, y poco a poco hemos dejado en segundo término el creciente placer estético que provoca leer un libro. Esta inquietud por el tiempo y por mantener al lector dentro de la historia, ha ocasionado estragos dentro de la literatura.
La esencia de todas estas expresiones, que llevan más de un milenio de vigencia, es la brevedad. Esta idea, en el arte escrito, fue recuperada en los inicios del siglo XX: las vanguardias planeaban una ruptura con todo aquello que les precedía, pero de tal decisión surgió la literatura de denuncia. Hacer ruido, mostrar inconformidad y destruir formas del pasado. Como se sabe, estos movimientos artísticos tuvieron lugar en diferentes países (el Futurismo en Francia, el Estridentismo en México, el Dadaísmo en Suiza, etc.), sin embargo, la finalidad era la misma. De entre todos esos asuntos, surgió la minificción, que tiene sus orígenes en Occidente con los epitafios y aforismos griegos; en Oriente con los textos fúnebres en Egipto, por mencionar algunos ejemplos.
El escritor mexicano Agustín Monsreal (Mérida, Yuc. 1941) recupera este género, aparentemente nuevo, desde un punto más lúdico y experimental. En éste ve una semilla del futuro de la literatura, ve a la minificción como un género extratemporal en el que importa más la contundencia. Según Lauro Zavala (2011), “las características literarias de la minificción son, entre otras, una intensa intertextualidad con géneros literarios y extraliterarios (a lo cual podemos considerar como hibridación genérica), una tendencia a la ironía estable o inestable (cuya intención depende de cada relectura) y un final anafórico”. La brevedad es el arma de doble filo del minificcionista para conseguir sacar una que otra carcajada o algún nudo en la garganta.
En el libro Breveridades y breverismos (Fomento Editorial BUAP, 2017), Monsreal retoma el tema ontológico de la vida, existencia y misión del ser humano en la Tierra, si esta no cae en el absurdo y en el vacío. Aquí se vale de la búsqueda del sentido desde el microcosmos hacia el macrocosmos, esculpiendo una potente voz que remite a la ausencia. Algunos temas destacables son la percepción de un amor real y desmitificado, perecedero; de su experimentación y disfrute hasta consecuencias insospechadas. Es aquí donde el autor demuestra que seguimos siendo los únicos animales que pueden estar orgullosos de la naturaleza. Entre personajes con un amor satisfecho hacia la masa amorfa que llamamos existencia, hasta algunos otros que buscan el significado en el ser y estar, como en el siguiente fragmento:
“Si tuviera yo, lectora asombrada y gratificada, a un lado al autor, le diría que continuara multiplicando luminosamente los sentidos, magnificándolos a breveridad; que no cejara en repasar cada arista, cada ángulo, cada vértice de cada uno de los temas que le obsesionan porque el ejercicio es tan placentero y tan de larga duración como puede ser la interpretación de cada una de sus minificciones. No te canses, le diría, de hacernos saborear el amor en sus tonalidades agridulces, el amor con sexo o sin él, imaginario o carnal, filial o a Dios o al demonio o a los demonios que de tanto en tanto invocas porque de ellos es también el reino de nuestro ser; no dejes de regodearte y regodearnos en el amor esperanzado, en el que nunca fue de tanto haber sido, en el que se va y regresa pero ya no es el mismo porque el tiempo le ha causado desperfectos y no hay ya reemplazos para modelos caducos.”
Esa aceptación del ser nos lleva a la reflexión del universo, sobre si estamos obrando en nombre del bien o el mal, o quizá si estamos en lo correcto al vivir en soledad o en compañía. Lo contrario ocurre ––en primera instancia–– con Mínimas minificciones mínimas (Fomento Editorial BUAP, 2015), que es de algún modo más apelativo al arte dionisiaco, ya que celebra la vida, la desmesura y lo carnavalesco de la humanidad. Los ingredientes para esta obra son la ironía, el humor negro, la intertextualidad, la parodia, la autoficción o la reflexión artística, este último como tema principal en Minificciones: antología personal (Ficticia, 2018). Es este un ejemplo de la riqueza del español, ya que el autor pretende romper barreras genéricas y preceptos lingüísticos, como son el transformar sustantivos o adjetivos en verbos, entre otros juegos morfológicos; el uso de neologismos; la recuperación del lenguaje coloquial y de algunos leitmotiv ya perdidos en el vasto terreno literario. Monsreal cumple con minificcionar al lector, hacerlo sentir cómplice de un juego casi tan breve como la vida humana. En la obra, que no sólo propone minificciones, se demuestra el dominio de las greguerías, los aforismos, los minicuentos, los diálogos, entre otras brevedades, todas ellas esculpidas con ternura, amor, tacto, saña, furia y rencor. Ejemplo de dichas sentencias está en la minificción “Humor sombrío”:
“Por Dios, qué inclemencia cuando descubres cuánto desearías a tu mujer si fuese la Mujer de tu Prójimo.”
O incluso un culto más complejo al amor a través de un juego de palabras en “Ejercicio de trapecio”:
“¿Enamorarme de ti? No. Nunca he tenido la ambición de caer tan alto.”
La obra minificcionística de Agustín Monsreal no sólo se ha publicado en editoriales conocidas, sino que ha contribuido en revistas como El Cuento, Excélsior, Tierra Adentro, Revista de Revistas, entre otras. Por otro lado, ha hecho el ejercicio de compartir su trabajo en blogs enfocados en la minificción mexicana, como Antología virtual de minificción mexicana [2], que recoge textos de autores variados para recopilarlos a fin de que lleguen a más lectores con ganas de una experiencia breve y contundente. La antología virtual titulada Contradicciones impecables, del mismo blog mencionado ut supra, retoma textos de Mínimas minificciones mínimas y Los hermanos menores de los pigmeos (Ficticia, 2004), donde la curaduría textual de José Ortiz Soto, tiene el objeto de ser ilustrativa, de lo particular a lo general. Monsreal esgrime de buena manera este género con el del cuento, sus predilectos, y con el haiku.
La esencia de su obra radica en una revolución contra los tiempos venideros. Esta propuesta por condensar las historias para una digestión más próxima nos da una idea de lo que significa la vigencia en la literatura. Con cada época se reestablecen los códigos de la comunicación artística. El contexto se transforma, pero la búsqueda por la verdad sigue vigente desde el pensamiento griego hasta nuestros días, y con ello el descubrimiento de esta verdad ––que no es más que pragmática–– en el arte. Agustín Monsreal se ha hecho de un nombre en la literatura mexicana y del mundo ––gracias a las múltiples traducciones de su obra––, y con la minificción nos deja un mensaje muy claro: combatir al tiempo, abandonar el academicismo y promover la eterna búsqueda de uno mismo en la originalidad.
Agustín Monsreal, Breveridades y breverismos, Fomento Editorial BUAP, Puebla, México, 2017, 155p. ISBN 978-607-525-441-8
Agustín Monsreal, Mínimas minificciones mínimas, Fomento Editorial BUAP, Puebla, México, 2015, 140p. ISBN 978-607-487-917-9