Bolaño y su novelita lumpen

3135

 

Es una alegría que se parece demasiado a la mendicidad, a una explosión de mendicidad, y también es una alegría que se parece a la crueldad, a la indiferencia.  Bolaño

Una novela breve que bien pudo salir de la pluma de algún guionista posmoderno, en donde la ficción pop se impregna de violencia, ironía y referencias a la sociedad de consumo. La voz intradiegética va armando un discurso tangencial, cuya fuerza dramática opera mediante todo aquello que no dice. La estrategia no es nueva, Bolaño la usó de forma más profunda en Los detectives salvajes y puede suponerse que es herencia del descubrimiento técnico que hace Fitzgerald en El gran Gatsby, construir a un personaje de refilón, a través de los ojos y la voz de los demás. La protagonista de la novela de Bolaño, a pesar de que domina la voz narrativa todo el tiempo, no descubre mucho de sí misma, su transición de huérfana indefensa a peluquera sin ambiciones y luego a puta de una banda de delincuentes y amante de un ex fisicoculturista ciego, para finalmente convertirse en una mujer común y corriente, no es explicada psicológicamente, no es dibujada desde dentro sino como algo ajeno a la voz que lo cuenta, como si se tratase de la descripción fría de un objeto, o una obviedad, en una inmediatez que tiene mucho de fatalidad inexplicable. Nos aclara en algún momento que “todo es difícil de relatar, ya lo he dicho. Lo que sucedió, lo que sentí, lo que vi.” Sin embargo, el relato se va desarrollando poco a poco, y la historia avanza gracias a esa voz metida en la ataraxia. Hay en la prosa un aire nihilista que recuerda también por momentos las películas de Sorrentino, porque lo que corroe a los personajes de Una novelita lumpen es la vacuidad. Uno de los huérfanos lo deja claro diciendo que había “una disposición de apariencia alegre que escondía una sensación de vacío, de tristeza y desconsuelo ante nuestra propia reacción frente al vacío.”

Aunque la estructura guarda parentesco con la novela negra o policiaca, después de todo se trata del robo frustrado de una caja fuerte, la novela quiere contar algo más, otra cosa, que tiene que ver con la bancarrota existencial. Por otro lado, la novela no tiene nunca un tono filosófico ni sociológico, siempre se mueve en un registro naif y popular, pero sus temas tienen que ver con la cultura de masas y la forma en que socialmente los medios trabajan a los individuos. Bolaño en boca de la protagonista advierte desde un principio de la novela: “La tele y el vídeo ocupan un lugar importante en esta historia. Aún hoy, cuando enciendo la tele, por la tarde, cuando ya no tengo nada que hacer, me parece ver en la pantalla a la joven delincuente que una vez fui”. La televisión, en la época del boom de los videoclubs, aparece aquí como la pantalla en segundo grado, que refleja la tristeza y la pobreza que ocurre en la otra pantalla, la de la existencia. Los protagonistas, un par de hermanos huérfanos, ella peluquera y él empleado en un gimnasio, encarnan el estrato social más alienado, sin posibilidad de movilidad social, atrapado en el aburrimiento de la rutina y la precariedad económica, inmóvil en su paupérrima jaula en donde la televisión ocupa un lugar central y privilegiado, como si se tratase de una madre o un padre sustituto. La televisión deja de ser un aparato neutral y enseñoreada parece dictarle a los personajes el rumbo de sus acciones. La protagonista, omnívora en sus gustos, lo mismo ve entusiasmada, películas de amor que de terror o de cine gore, porque no importa ya el mensaje sino el medio, en una tautología tiránica del medio per se. Ver la televisión se convierte en la autodestrucción, la consumación de la nada. La sociedad televisada y televiciada, como la publicidad y la mercadotecnia, sólo deja que los televidentes imaginen su vida dentro de esa pantalla, aunque sigan condenados a estar del otro lado, sentados como seres hipnotizados en su sillón. La pantalla de ese pequeño gran aparato doméstico, como frontera o cerco que recuerda las barreras infranqueables de las clases sociales. Ella, mientras observa programas de concursos, se pregunta si podría estar ahí, en la televisión, concursando, pero luego se da cuenta que no, ella está mejor de ese lado, en el lado jodido de la realidad, en el lado lumpen. En el lado en donde lo mejor, siempre, es no pensar. Por otro lado, la televisión está asociada a lo pornográfico. La sociedad es pornógrafa, ama el culto a los cuerpos, los cuerpos falseados por las cirugías y los brutales ejercicios en los gimnasios para aumentar la musculatura. El cuerpo es para exhibirse, y en la televisión, las películas porno se convierten en guías a seguir. Hay una pedagogía de lo porno, lo pornográfico y lo porno-drástico, se convierten en metáfora. El hecho de que el hermano esté enamorado de una actriz porno es otra forma de remarcar el aislamiento en el que se encuentran, porque sin padres, sin oficio ni beneficio, sin dinero, sin futuro, se hallan a merced no sólo de la delincuencia, sino de la soledad. Personajes que están solos, porque la soledad, como la luz de las pantallas de la televisión, es lo único que se les impone, porque en esa alienación en la que parecen sumergidos, “sólo existía el espejismo de la cercanía”. Nadie está cerca de nadie, la otredad se ha diluido en la indiferencia. Incluso pueden tocarse físicamente, juntarse los cuerpos sexualmente, pero no hay cercanía, no puede haberla ya. Las películas porno en la televisión, la fama y el dinero obtenidos por el fisicoculturismo, son modos de la cultura del simulacro, del asesinato de lo real por lo hiperreal (recordando la lectura de Jean Baudrillard sobre lo porno) y que se relacionan con el consumo en su doble acepción, ella dice: “Tener los ojos abiertos, por otra parte, equivalía a consumirse. Me consumía.” No sólo consumen las imágenes del televisor, sino que este los consume también a ellos.

La falta de salidas políticas parece en Bolaño una forma de remarcar su pesimismo, con el que escribe y en el que se hallan los personajes. En algún momento poco antes de degradarse mediante la prostitución, la peluquera reflexiona: “me di cuenta de que seguía igual, las calles se habían movido ligeramente hacia la izquierda o hacia la derecha, hacia arriba o hacia abajo, pero yo seguía igual.” No es difícil encontrar detrás del ropaje de novela pop, una lectura política impregnada de humor ácido. La historia podría suceder en cualquier parte del mundo, sin embargo, Bolaño la ubica en Italia, en una Roma que podría haber sido filmada por Pier Paolo Pasolini, que al ver la televisión sentía náuseas y le resultaba insoportable toda la cultura de consumo. Para el cineasta y novelista italiano, los medios en sí no eran nada, sólo instrumentos neutros, pero cuando los mediadores de la cultura de masas se apoderaban de ellos, entonces se divinizaban, convirtiéndose así los medios en divinidades al servicio del culto al poder y al dinero. No es casual que, en Una novelita lumpen, encontremos varias veces a jóvenes que gritan desde los autos “fascismo o barbarie”, porque esa parecía la encrucijada en la Italia post-Mussolini que Pasolini y Bolaño retratan, en una atmósfera decadente, alienada, asfixiada en la pobreza espiritual. Cuando ella dice “me gustaría ser un taxi de Los Ángeles, con los asientos manchados de semen y sangre”, reconoce explícitamente su vocación decadente, es una frase porno también, una frase que, en boca de una peluquera huérfana en Roma, suena a liberación, liberación mediante la autodestrucción. Incluso su dejarse arrastrar por los acontecimientos, sin poner ningún tipo de resistencia, ese entregarse a la barbarie pasivamente, lo experimenta como si su propia vida ya no le perteneciera, cuando los dos delincuentes que han invadido su casa y su hermano, le sugieren ayudarlos a robar la casa de un famoso, ella simplemente lo acepta, “ahora seré una delincuente, pensé sin miedo” y más adelante “todo me pareció claro como el agua y divertido como un programa de televisión y, sin embargo, poco me faltó para que me pusiera a llorar allí mismo.” La existencia en su mente criminal se despliega como en un programa de televisión, el transcurrir vertiginoso es justamente televisivo y, sin embargo, como la propia televisión, es depresivo, porque está horadado por la vacuidad. Una novelita lumpen se trata de una novela menor, nada comparable a otras novelas breves de Bolaño como Amuleto, en donde había todavía un tono poético en medio de tanta desazón y estaba más cercana en atmósfera e intención a Los detectives salvajes. Sin embargo, esta novelita muestra de forma minimalista, en el marco de una ficción, la era del vacío y el imperio de lo efímero, la muerte de lo real. Y logra dramatizar en pocas páginas lo que algunos filósofos han estudiado como la cultura del simulacro y la era del hiperconsumo.

 

Bolaño Roberto, Una novelita lumpen, Alfaguara, México, 2018, 104 p.

ISBN 9786073157919