Basura, una novela polifónica

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Basura. Sylvia Aguilar Zéleny.

 

Creo con fervor que la sensibilidad de un autor ante su mundo ––Carlos Sánchez, autor de un libro de crónicas llamado Matar lo definiría como bagaje humanístico–– es el principal motor al momento de escribir. La materia prima es el lenguaje.

Si se carece de la primera se pueden crear obras excelsas en su forma pero huecas en su contenido; sin la segunda es difícil enganchar al lector. La sensibilidad del autor ante su mundo engloba desde aquello que resulta universalmente conocido hasta lo más oscuro y que es sólo del conocimiento ––o intuición–– de unos cuantos. Tenemos, por ejemplo, obras como Frankenstein que exterioriza el constante dilema moral al que se enfrenta el científico; o El retrato de Dorian Gray y la vanidad del ser humano, ejemplos sobran. Acerca de los desechos sanitarios, ¿qué obras tenemos? Ahí entra Basura, una novela cuyo personaje central (más allá de las tres protagonistas de las que hablaré más abajo) es la imagen concreta de un basurero municipal de Ciudad Juárez ––que bien podría ser basurero municipal de cualquier ciudad–– y nos hace preguntarnos: ¿a dónde se van los kilos y kilos de basura que generamos semana tras semana? Se hallan lo más alejado posible de la conurbación, pero ¿qué pasa cuando la marginalidad llega hasta allá? Ahí la ambientación de la novela.

Publicado en la segunda mitad de este año por Nitro Press, Sylvia Aguilar Zéleny (Sonora. 1973) sorprende con un libro particularmente extraño en el mejor de los sentidos, el cual aborda tres historias conectadas por un hilo muy delgado que el lector ira descubriendo; empresa por demás amena, ya que el estilo narrativo de Zéleny recuerda constantemente los libros de Armando Ramírez: sumamente conectados a la marginalidad, a los entornos y personajes olvidados por las grandes obras canónicas y que muchas veces resultan más cercanos al lector común.

Gracias a lo anterior es muy fácil entrar a la obra, aunque, al mismo tiempo, exige un esfuerzo. Atributo que señalo como virtud: desde hace varios años creo que en tiempos en los que la literatura compite con el absorbente vicio de las redes sociales y la velocidad caótica del siglo XXI se necesitan historias que resulten sencillas de leer ––y hay que acotar que la sencillez no indica carencia de profundidad–– para que no suelten al lector, o que atrapen al lector en los primeros párrafos para luego tornarse complejas estructural y narrativamente al grado de exigir del lector un esfuerzo superior que lo eclipse hasta olvidarse del mundo exterior; esfuerzo que, desde luego, es recompensado con la satisfacción de concluir un libro retador. Sylvia Aguilar logra ambas características en esta novela.

Silvia sostiene idea de que no importa qué cuentes sino cómo lo cuentes, es por ello que sus temas resultan extraños y al mismo tiempo refrescantes, como un nuevo lente o un nuevo enfoque de la misma escena.

Si bien la trama demora un poco en arrancar, desde las primeras páginas se hacen presentes los personajes como uno de los aspectos mejor logrados, cada una ––porque cabe decir que las tres voces son femeninas–– con un uso del lenguaje muy particular y certero: la niña que vive en el basurero sin estar consciente del infierno en el que vive, la trabajadora de un hospital que simultáneamente debe cuidar a su tía enferma, y la prostituta encargada de entrenar a nuevas muchachas y darles un trato humanitario ––ya que ellas están ahí por voluntad. Bastan esas características para imaginar las diferencias en el uso del lenguaje entre una y otra.

La riqueza polifónica del libro es indiscutible: “Este pinche mundo, te digo este pinche mundo nos ha quitado hasta eso, las ganas de reír.” “Me queda claro que comprendes eso de crecer inconforme con el cuerpo y lanzarse a ser lo que se es. Un buen día se decide dejar pueblo, familia y vida, para ser la que tú quieres ser.”

Los tres personajes hablan en una especie de monólogo y descripción de los hechos; se intercalan los capítulos a uno por personaje: aparece primero la niña pepenadora, luego la doctora para al final leer a la prostituta y regresar luego con la niña. Conforme avanza la historia sus evoluciones son notorias; los ambientes se mantienen estáticos, al grado de relacionar ciertos entornos ––y hasta colores–– con el personaje que está hablando y su historia particular.

Sorprende la presencia femenina de la novela, cada uno de los conflictos se enfoca en los personajes femeninos, y las vicisitudes que padecen y que son un claro producto del entorno en el que viven (la frontera entre México y EUA) no son gratuitos: en un ambiente tan marginal, las formas de protección se hacen notar por el modo en el que se relacionan entre sí, por eso aparecen mayoritariamente mujeres.

Conforme el final se acerca, los relatos quedan suspendidos y son finalizados desde la perspectiva de la otra protagonista.

El final es un fuerte golpe a la moralidad y la sensibilidad del lector.

Se trata de un libro que te hace preguntar en qué país vivimos, y en tiempos de caravanas migrantes y rechazos categóricos xenófobos y racistas, es una pregunta muy valiosa.

 

Sylvia Aguilar Zéleny. Basura. Nitro Press, Ciudad de México, 2018, 160p.

ISBN 978-607-8256-63-1