Alejandro Lámbarry: Génesis y decadencia de un deportista excéntrico

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El lanzamiento

de enano es un deporte y todo deporte es noble

Alejandro Lámbarry

Las aventuras de un lanzador de enanos, de Alejandro Lámbarry tiene un título sugerente. Agrupa los elementos suficientes para citar un reclamo del músico inglés Noel Gallagher respecto a los títulos de los libros. En una entrevista advertía que lo que realmente le molestaba de los libros son algunos de sus títulos. Con su característico estilo flemático declaró que en una librería vio un libro titulado La felicidad de la ardilla homosexual y cuando preguntó de qué trataba le respondieron: “Es sobre los adictos a las drogas”. Y entonces pregunta “¿Por qué ponen ese maldito título? O Cómo atrapar a un hipopótamo, sobre el maldito viaje erótico de una mujer por Europa del Este”.

Qué es lo que podría suceder si uno encuentra en el escaparate de las librerías un ejemplar con el singular título de Las aventuras de un lanzador de enanos. En principio, lo más probable, es que despierte nuestra curiosidad. Después de una rápida meditación existe la posibilidad de que nos invite a pensar que el libro tratará sobre las hazañas intelectuales de un viejo gigante conservador en contra de la odiosa soberbia de la modernidad pigmea; pero también es factible que, como muchos que piensan igual a Noel Gallagher, encuentren en él la armoniosa correspondencia entre el título y el contenido que tanto anhelan. Así, para la tranquilidad del niño terrible Gallagher y de muchos otros, este libro titulado Las aventuras de un lanzador de enanos trata efectivamente de las aventuras de un lanzador de enanos, ni más ni menos.

No obstante, el título, sugerente tal como se observa, deja abierta otras alternativas. Una de ellas es la de creer que tenemos ante nuestras manos una muestra de la literatura del absurdo como la obra de teatro La cantante calva, por ejemplo, en la que aparece una cantante calva. Pero no es así.

Después de comprobar la fiel correspondencia entre el título y la trama de la novela, una imagen de la cultura popular irrumpe en la mente, y esa imagen es la escena de Leonardo DiCaprio en la película El lobo de Wall Street lanzando a un enano por diversión ante de decenas de yuppies financieros. Por supuesto, este referente de la cinta del director Martin Scorsese, en el que crítica el ambiente financiero regido por la frivolidad y despilfarro económico en menoscabo de la dignidad humana, invita a preguntarse sobre el tratamiento que se hace de esa actividad en la novela, si ella perpetúa esa imagen. Al leerla, cabe adelantar que, si bien no hace ninguna crítica a esa excéntrica actividad, tampoco, afortunadamente, resulta un libro que pretenda moralizar sobre una actividad que en realidad resulta una forma de vida para varias personas. Este me parece otro atributo de la novela, ya que desarrolla la pasión que una persona siente hacia un deporte por el que lucha para dignificarlo. Ello incluye el entrenamiento, la técnica, la filosofía, los torneos profesionales y el respeto y reconocimiento entre el lanzador y su enano. Ese ámbito profesional es el que busca hacer extensivo en la sociedad. Como dice el protagonista: “El lanzamiento de enano es un deporte y todo deporte es noble” (119).

En un sentido formal la novela vendría a ser un testimonio, una autobiografía, unas memorias. Tomás Alterde, famoso lanzador de enanos que puso en alto el nombre de México a nivel mundial, le cuenta su vida a un licenciado en Letras que se encarga de hacer la transcripción y de ordenar el relato de las aventuras. Pero este licenciado en Letras es poco fiable al parecer porque Tomás nada más le dice qué no hacer y el escritor lo hace. Es un tipo medio cábula o bien cábula. Si no, como calificar el hecho de que Tomás le pide que escriba con propiedad, sin groserías, que escriba bien, que por favor “no escriba como el naco” de guayabera que todo mundo alaba. Específicamente le pide que no escriba “haiga” y lo primero que hace este licenciado en Letras, contraviniendo tan sincera solicitud, es titular el primer capítulo “Haiga”, así nomás para retar al deportista y a la academia. Hubiera sido agradable encontrar más desobediencias e intromisiones de este tipo, pero las aventuras son de Tomás Altarde, no del licenciado en Letras.

Tomás se entera de la existencia del deporte, no por un libro, tal como lo hacemos nosotros ahora, sino, de hecho, tal como le pasa a la mayoría de nosotros la mitad de las veces cuando llegamos a conocer algo por accidente o de manera indirecta. Para no ser tan generalista pienso que podría ser el caso de los artículos de la revista Playboy que de manera indirecta o accidental siempre nutrieron los intereses intelectuales de muchos ciudadanos durante varias décadas. Luego fueron el pretexto serio para tener varios números de la revista. “Yo leo Playboy por los artículos”, fue un lugar común pero legítimo para justificar su consulta.

El caso de Tomás Altarde es parecido, puesto que por un anuncio en una revista pornográfica supo de la existencia de un deporte llamado lanzamiento de enanos que tenía cierta popularidad en los bares de Estados Unidos y, como después lo comprobó, también era popular en varias partes del mundo. El anuncio era una invitación a lanzar enanos. Así que Tomás, “guardia de seguridad” en los Estados Unidos, se puso en contacto: “Hablé por teléfono porque allá en la cabina del velador las llamadas eran gratis. Resultó tan fácil como pedir una pizza. ¿Quiere lanzar enanos? Venga tal día. No, aquí no necesita el security number, un comprobante de domicilio basta, pregunte por tal o cual Míster. Oiga, ¿y tengo que llevar a mi enano? Nombre, aquí se lo damos, usted no se preocupe, venga nomás a tal o cual hora” (18).

De esta forma, no sin pasar por algunos dilemas y frustraciones personales, inicia su proceso de profesionalización como lanzador de enanos. En un principio, como es de esperarse, no tuvo el arrojo para lanzar a alguien porque una serie de consideraciones humanitarias hacia la integridad física del enano se lo impedían, en otras palabras, no lo quería lastimar a pesar de que el mismo enano lo incitaba a hacerlo con fuerza. En fin, ya descubrirá el lector cómo fue que Tomás Alterde encontró el modo adecuado para animarse a lanzarlo con fuerza sin poner en riesgo su físico y cómo fue que reconoció, como una vocación, que él había nacido para practicar ese deporte.

Para pasar del lanzamiento de enanos como diversión a la profesionalización se necesita la pareja adecuada, no puede ser cualquiera, además de una empatía emocional se requiere entrenar mucho. Un lanzador necesita un enano que necesite un lanzador cuando el universo está alineado. Como decía un profesor de baile: es más fácil encontrar novia que la pareja ideal de baile. Y un día con los astros alienados conoció a Aaron, el enano.

En los bares Tomás recibía el dinero suficiente para subsistir, pero no conseguía la realización personal esperada, el tipo de realización que busca quien está en algo por vocación, no por dinero: “Puedo jurar y poner mis manos al fuego y decir que el deporte me ha dado los mejores años de mi vida, me lo ha dado todo. El lanzamiento de enano ha sacado lo más bello en mí. Pero en los bares, con las risas de los borrachos y las viejas que ponían cara de susto y después también se reían, era muy denigrante. En una tribuna deportiva el lanzamiento de enano es una proeza, pero en bares, frente a niños borrachos, las cosas cambian. Hasta el futbol cambiaría en un ambiente así, hasta el golf, perdería dignidad” (24).

          Tomás pasó un buen tiempo en busca de su pareja hasta que, a su regreso a México, en Cholula, encontró a quien estaba buscando. Para Tomás: “Cholula era y seguirá siendo la capital del antro, y va a vivir de eso por muchos años, porque Cholula ya no sabe vivir de otra cosa” (22). Primero consiguió un promotor y posteriormente encontró a Aarón el enano con quien mantuvo una relación como de “padre e hijo”: “Yo a Aarón siempre lo vi como a un hijo. Él me quiso hasta el final, pero al inicio me tuvo mucha desconfianza, sobre todo porque fui yo quien le enseñó todo lo del deporte y a él lo que le gustaba era enseñar, no que le enseñaran. Era muy inteligente, el Aarón había estudiado en la universidad, creo que hasta daba clases” (33).

No falta añadir más. Tomás y Aarón logran el éxito a nivel mundial y como le sucede a muchos futbolistas o boxeadores mexicanos su trayectoria es la génesis y la decadencia, el viaje hacia la cima del reconocimiento mundial hasta el dramático descenso con un final inesperado. Y en este tránsito vamos del realismo al absurdo, uno de los itinerarios que propone la novela. Qué en la vida no resulta absurdo: 22 jugadores detrás de un balón, dos personas golpeándose con guantes, es absurdo pero esos futbolistas y boxeadores, etcétera, aman su deporte, tanto como Tomás y Aarón el suyo en la novela de Alejandro Lámbarry.

Alejandro Lámbarry, Las aventuras de un lanzador de enanos, La Pereza Ediciones, Estados Unidos, 2018, 125 p.