Todos los hombres por naturaleza desean saber. Señal de ello es el amor a las sensaciones. Éstas, en efecto, son amadas por sí mismas, incluso al margen de su utilidad y más que todas las demás, las sensaciones visuales. Y es que no sólo en orden a la acción, sino cuando no vamos a actuar, preferimos la visión a todas —digámoslo— demás. La razón estriba en que ésta es, de las sensaciones, la que más nos hace conocer y muestra múltiples diferencias.
Aristóteles, Metafísica, Libro primero
Para escribir estas líneas sobre el trabajo más reciente de Roberto Rébora, consulto el libro[*] que se imprimió a propósito de su exposición anterior, Media Star, donde se reúne una serie notable de textos críticos escritos a lo largo de los años acerca de la obra de este pintor. Descubro ante todo cuadros, que quizás había visto hace dos años en persona pero que ahora, con la distancia que prodiga el tiempo, redescubro en el papel impreso. Encuentro que la de Roberto Rébora ha sido una búsqueda constante; en el caso de la serie que marca un antes y un después en el conjunto de su obra, Media Star, esta búsqueda se ha resuelto en una ruptura con sus figuraciones anteriores; fuga de la figuración para volver a los elementos primarios de la pintura: el color, la línea, pero sobre todo la luz… Luz que emana de la arquitectura de los cuadros proveyéndolos de una significación particular.
En sus cuadros más radicales, Media Star desplaza a la figura del campo de acción del movimiento plástico. La figura adquiere una función significante que va más allá de los resplandores últimos, o de las configuraciones espaciales, que persigue esta serie. Rébora se atiene en estos cuadros a tres elementos principales: la línea, el color y la luz para dar como resultante una negación de sus soluciones plásticas anteriores: la no-forma. La no-forma vendría siendo, en todo caso, una designación para los sentidos y, en última instancia, una habitación para el espíritu. Este fenómeno, el de inmanencia, se aprecia por ejemplo en el cuadro titulado Virtual (2013), en el que la interacción programada de la línea, el color y la luz da como resultado un espacio tridimensional, en cuyo centro irrumpe una espiral de luz que cuestiona la racionalidad del cuadro en su conjunto. Meditación sobre el espacio pero, al mismo tiempo, meditación sobre todo aquello que el espacio no es.
Emisor (2014), tela de gran formato de 250 x 185 cm, no cuenta ninguna historia. En Emisor, un haz de luz, construido con base en pinceladas amarillas, rojas y anaranjadas distribuidas horizontalmente a lo largo de ese sector de la tela, se proyecta sobre el costado derecho del cuadro generando un resplandor. Ese resplandor enceguece y recuerda el sol que cae a plomo en los desiertos poniendo en entredicho las certidumbres de la vista en los registros del cerebro. Una vez que nos sobreponemos a ese primer aviso, nos percatamos de que la pintura en su conjunto parte de un punto de fuga ubicado en el centro-origen de la tela. Enmarcando este centro de irradiación se encuentra un rectángulo de color predominantemente rojo. Las pinceladas, siguiendo un horizonte, todas parten de ahí y se propagan generando esta ilusión de macrocosmos que envuelve y enceguece a un tiempo la mirada. Rébora ha descompuesto la ilusión de lo espacial a partir de tres elementos primarios y a cambio nos ha dado una reflexión, que podría resumirse en las siguientes líneas: lo que vemos no es lo que vemos y lo que sentimos es un más allá del cuadro; un más allá introspectivo: el cuadro se abre hacia adentro.
La construcción de emociones mediante pinceladas horizontales controladas —colores cálidos, amarillo principalmente, que se contrastan con colores fríos, azul y verde— remiten de manera inevitable a van Gogh y a sus cuadros del Mediodía francés. La ruptura de la linealidad —entendida como Razón programada o Logos— se da en virtud de la irrupción de la espiral o del círculo, que introduce la sensación del vértigo como elemento preponderante de esta serie de pasajes introspectivos. Los cuadros, como dije anteriormente, se abren hacia dentro, pero al mismo tiempo lo hacen mostrando lo que hay afuera.
El salón principal de esta exposición está conformado por cuadros de una nueva serie, que Rébora ha denominado Flujo Mundo, dos sustantivos que parecen opuestos entre sí a pesar de su evidente tautología. El mundo es lo que fluye, el mundo es lo que cambia; sin embargo permanece estático, en sus giros incesantes, frente a nuestra mirada atónita. Rébora, en estos cuadros, sigue la estela de Media Star, pero ha flexibilizado las líneas compositivas de sus construcciones más rigurosas. Las figuras han reaparecido en cuanto anomalías, o evidentes distorsiones de un programa que tenía como cometido la revelación del instante. La gestualidad retorna con la figura y lo que antes era construcciones arquitectónicas precisas se vuelve ahora las solicitudes cromáticas de un bestiario en cuyo centro gravita de nueva cuenta una preocupación por lo humano. Plastas de color y anarquía, donde aparecen rostros que no podemos identificar porque se encuentran tan difuminados o insinuados como literalmente ocurre con los sueños cuando éstos se recuerdan. Somatizaciones en rojo, anaranjado o cian, donde un elenco traído de los burdeles de Toulouse-Lautrec y de las ensoñaciones pesadillescas de Daumier nos acecha con un arsenal de preguntas.
En la película de Sokurov sobre los últimos días de Lenin, Taurus, hay un diálogo entre un Lenin que se encuentra al borde de la demencia y su médico. Lenin declara sentirse a punto de morir y su médico responde que no existe prueba metafísica de la existencia de la muerte. Siguiendo este razonamiento, podríamos añadir que no existe prueba metafísica de la existencia de la vida, así como no la hay respecto de la existencia del hombre mismo. ¿Qué somos entonces, si acaso somos verdaderamente algo?
Somos anomalías dentro de un proceso constructivo que se detiene o se verifica al interior de un cuadro. El cuadro contiene el macrocosmos y, más que una aspiración, es un lindero, una arquitectura posible que, en el momento de desprenderse de sí misma y desnudarse, muestra lo que es.
[*] Materia y discurso de fe, Turner/ Páramo, 2016. (En realidad, una visión retrospectiva de la pintura de Rébora hasta ese momento.)