RECUERDOS SOBRE Alexandr Blok

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Traducción de Jorge Bustamante

 

En el otoño de 1913 en un restaurante de Petersburgo se hizo un homenaje a Emilio Verhearen, quien había venido a Rusia a dictar un curso, motivo por el cual hubo una fiesta exclusiva para los participantes. A alguna de las organizadoras se le ocurrió invitarme. Me correspondió rendir homenaje a Verhearen, por quien sentía un gran cariño no tanto por su célebre urbanismo, sino por el pequeño poema “El puente de madera en el borde del mundo”.

Yo me había imaginado que un suntuoso homenaje en un restaurante petersburgués, era siempre más parecido a una comida de exequias, con frac, buena champaña, un pésimo francés, brindis y la preferencia que se daba a los cursantes.

A la fiesta llegaron damas que habían dedicado su vida a la lucha por la igualdad de los derechos de la mujer. Una de ellas, la escritora Ariadna Vladimirovna Tirkova-Vergezhskaya, que me conocía desde la niñez, dijo después de mi participación: “Anita ha logrado para sí la igualdad de derechos”.

Poco después me encontré a Blok en el salón artístico.

Le pregunté por qué no había asistido al homenaje de Verhearen. El poeta contestó con seductora franqueza: “Porque allá me iban a pedir participar y yo no se hablar francés”.

Se nos acercó una cursante con una lista y dijo que mi participación sería después de la de Blok. Yo supliqué: “Alexandr Alexandrovich, yo no puedo leer después de usted”. Él me reprochó: “Anna Andréievna, no somos tenores”. Para entonces él ya era el poeta más conocido de Rusia. Yo llevaba dos años en que leía mis poemas en el “Taller de los poetas” y en la Sociedad de adeptos de la palabra poética[1], y en la “Torre” de Viacheslav Ivánov[2], pero leer aquí era realmente otra cosa.

Hasta qué punto substraen las tablas a la persona, hasta qué grado sin piedad desnuda el escenario. El escenario tiene algo de cadalso. Quizá en aquella ocasión sentí eso por primera vez. Todos los presentes comienzan a parecerle al que participa una especie de hidra de mil cabezas. Cautivar a la sala es muy difícil, un genio de esa estirpe era Zoshenko. Pasternak también era bueno en el escenario.

A mí nadie me conocía y cuando aparecí en el escenario, creció una exclamación: “¿Quién es ella?”. Blok me aconsejó leer “Todos aquí estamos ebrios”. Yo quise negarme: “Cuando leo ‘Me puse una falda apretada’ la gente se ríe”. Él me replicó: “Cuando yo leo ‘Y los borrachos con ojos de conejo’, también se ríen”.

Me parece que no fue allá, sino en alguna otra velada literaria que Blok escuchó a Ígor Severianin y luego comentó: “Él tiene una voz gruesa de abogado”.

En uno de los últimos domingos de 1913 le llevé a Blok sus libros, para que me los dedicara. En cada uno escribió simplemente: “Para Ajmátova, de Blok”. En el tercer tomo el poeta había escrito un madrigal que me había dedicado: ”Belleza terrible, le dirán…”. Yo nunca había tenido un chal español, como se dice en el poema, pero en esa época Blok deliraba con la ópera Carmen y me españolizó. Yo, por supuesto, nunca había llevado en el cabello una rosa roja. No es casual que este poema haya sido escrito a la manera de un romancero español. Y en el último de nuestros encuentros, tras los bastidores del Gran Teatro Dramático, en la primavera de 1921, Blok se me acercó y me preguntó: “¿Y dónde está el chal español?”. Estas fueron las últimas palabras que escuché del poeta.

 

* * * * * * * * * * * *

En aquella única ocasión que estuve en casa de Blok, a propósito recordé que el poeta Benedict Livshits se quejaba de que Blok, con su sola existencia, le impedía escribir versos. Sin reírse, Blok me contestó con total seriedad: “Yo puedo entenderlo. A mí me impide escribir León Tolstói”.

En el verano de 1914 estuve donde mi madre en Darnitse, a las afueras de Kiev. A principios de julio me fui a mi casa, en la aldea Sliepnevo, vía Moscú. En Moscú tomé el primer tren de correos que pasó. Me puse a fumar en un lugar abierto. En algún lugar, en alguna plataforma vacía, la locomotora se detuvo y lanzaron paquetes con correspondencia. Ante mi sorprendida mirada, inesperadamente apareció Blok. Yo exclamé: “Alexandr Alexandrevich!”. Él miró alrededor y, así como era no sólo un gran poeta sino también un maestro en preguntas tácticas, me inquirió: “¿Con quién viaja usted?”. Yo respondí: “Sola”. El tren se puso en marcha.

Hoy, 51 años después, abro el “Cuaderno de Apuntes” de Blok y leo que el 9 de julio escribió: “Fuimos con mi madre a visitar el sanatorio de Podsólniechna. –Y para mi inquietud- Anna Ajmátova viajaba en un tren de correos”.

Blok anota, en otro lugar, que junto con Delmas y Kuzmina-Karavaieva, lo torturamos con una de nuestras llamadas telefónicas. Tal vez yo pueda dar mi versión de los hechos.

Yo llamé a Blok. Alexandr Alexandrovich con su manera franca, muy propia de él, de pensar en voz alta, preguntó: “¿Usted, probablemente, llama porque Ariadna Vladimírovna Tírkova le comentó lo que yo dije de usted?”. Muerta de curiosidad me fui a donde Ariadna Vladimírovna para preguntarle qué había dicho Blok. Pero ella se mostró inflexible: “Anita, yo nunca digo a los amigos que me visitan, lo que otros han dicho de ellos”.

El “Cuaderno de Apuntes” de Blok recompensa con pequeños regalos, al extraer y regresar del pozo del olvido datos de hechos medio diluidos por el tiempo: y de nuevo surge el puente de madera de Isaakievski, el polvo que flota hacia la desembocadura del Neva, y yo con mi acompañante mirando aterrorizados ese fantástico espectáculo, tal y como aparece anotado por Blok el 11 de julio de 1916.

Otra vez, ya después de la revolución (el 21 de enero de 1919), me encontré en el comedor del Teatro Dramático a un enflaquecido Blok con ojos desorbitados, quien me dijo: “Aquí todos se encuentran, como en el otro mundo”.

En otra ocasión comimos juntos Blok, Gumiliov y yo (el 5 de agosto de 1914) en la estación Tsarskosielski, en los primeros días de la guerra (Gumiliov ya portaba el uniforme militar). Después Blok se puso a prestar ayuda a los familiares de los movilizados. Cuando nos quedamos solos con Nikolái (Gumiliov), me comentó: “¿Acaso enviarán a Blok a la guerra? Sería lo mismo que freír ruiseñores”.

Más de un cuarto de siglo después (1946), en el mismo Teatro Dramático hubo una velada dedicada a Blok, en donde leí un poema que había acabado de escribir:

Él tenía razón: otra vez la farmacia, el farol,

El Neva, el granito, el silencio…

Este hombre está de pie allá,

Cual monumento al comienzo del siglo.

Se despidió de la Casa Pushkin

Haciendo señales con la mano

Y como inmerecido descanso

Aceptó la mortal languidez..

                                       

                                                                       (1965)

[1] Sociedad literaria organizada en 1909 por Viacheslav Ivánov, Innokienti Annienski y S. Makovski, cuyas sesiones se realizaban en la redacción de la revista “Apolón”

[2] Así se conocía al departamento en Petersburgo de Viacheslav Ivánov, en donde se reunían los intelectuales y escritores de aquellos años