Premio oxidado

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Mi novia estaba emocionada. Iba a competir en un concurso de Cosplayers y la acompañé. Se caracterizó de Bulma de Dragon Ball. Se veía preciosa. Me dieron un poco de celos porque los frikis chaqueteros no le iban a quitar los ojos de encima en todo el día.

Antes de llegar al centro de convenciones donde se llevaría a cabo el evento pasamos por un puesto de libros que estaba sobre la banqueta. Compré una revista donde vi en la portada: cuentos, minificciones. No soy adepto a los concursos de disfraces, así que—en la primera oportunidad—me fui al baño a leer.

Comencé a hojear la revista y un título llamó mi atención: Irregularidades del servicio postal. P8. Allí se hace mención de que dicho cuento fue el ganador del premio nacional de relato Sergio Pitol de la Universidad Veracruzana; no especificaba el año de ese galardón.

— ¡Órale!—pensé y comencé a leerlo.

El inicio del relato es hermético. Trata de la recepción de una carta un día lunes. No comprendí por qué escribir sobre el lunes en específico, el cuento no tiene (ni requiere) una cronología para ser entendido. De un comienzo frío saltamos—muy rápido—a la pedantería:

«…silbó con su característico agudo en fa bemol que me cae tan mal» P8.

No hay que llegar al final del primer párrafo para encontrarnos con un protagonista que recibe una carta, toma café de olla y fuma sin filtro. A todas luces es un cuento autobiográfico, uno pésimo ya que (a menos que se trate de una novela donde la extensión permita jugar con los detalles de una mañana de lunes para adentrar al lector en los hábitos del personaje) estos comentarios en un cuento no se entienden demasiado. El elemento de la carta es más que suficiente para fijar la atención.

Regresé con mi chava. Ella terminaba de maquillarse. Al verla en aquella micro faldita no pude contenerme, la tomé de la cintura y me comí todo el bilé carmesí que poblaba sus labios.

—Toño, estate quieto—dijo Angie de forma jovial.
—Es que me recordaste mi juventud, de niño me gustaba Dragon Ball, ¿sabes cuántas le dediqué a la Bulma?—respondí sonriendo.
— ¡Cállate, eres un primitivo!—dijo mi novia al tiempo que me besaba con fuerza, eso (en nuestro lenguaje) quería decir: te quiero pero ya déjame continuar con lo que estoy haciendo.

Seguí leyendo y puse cara de asco al ver lo siguiente:

«Encendí un María Mancini sin filtro y entonces abrí la puerta (tampoco me pueden culpar a mí totalmente. La modernidad nos condenó a no esperar nada favorable de los carteros, nada nuevo; habrá quien los aguarde con ansiedad, yo, particularmente no me entusiasmo con su silbido que no suele anunciar más que deudas y requerimientos de pagos mensuales por servicios que nos presta cualquier institución).» P8-P9.

El autor no le da matices a la experiencia—lo que uno esperaría en un relato—prefiere encerrarse en su propia visión (una muy aburrida y lineal) de recibir el correo. Lo ridículo es que lo anterior: no el qué, sino el cómo le llega la carta no tiene relevancia futura en la historia. Conforme se avanza en la lectura uno se percata que el protagonista es un estudiante de literatura, que no trabaja y que es mami la que paga las cuentas que él tanto aborrece. Esto no es un cuento, es un diario; porque ya me dirán—como lector— a mí qué diablos me interesa que a un señorito le moleste el pitido del cartero en fa bemol, los ladridos de los perros (que si ya nos describes la nota musical del pitido del cartero bien podrías hacerlo con las razas de los animales) o leer a Borges.

¿Qué tiene que ver Borges en todo esto? Ni yo lo sé. El autor y su soberbia lo embarran en el texto en un intento de legitimar éste, y de paso su ego, porque en el diario-relato no embona esa forzada y reiterada mención del argentino.

Hasta este punto del diario-relato sólo existe un elemento de interés: la carta que no cuenta con remitente, pero en un chasquido de dedos dicho misterio se va al garete:

«No había remitente, tenía mi nombre y mi dirección en la parte reservada del destinatario, pero sin remitente. Al darle vuelta al sobre por pura inercia, porque eso es lo que uno hace cuando le llega una carta sin remitente, la mira por todos lados como si nunca antes hubiera visto una, descubrí que sí tenía remitente». P9.

Luego de leer la palabra: remitente, cuatro veces en cuatro renglones seguidos cerré la revista. Varios entusiastas del anime se acercaban a mi novia para tomarse fotografías, yo ayudaba a tomar éstas. Angie llevó unos prints para vender donde ella aparecía en ropa sexi. Yo cobraba mientras mi novia daba autógrafos. El concurso estaba por iniciar. Me daba risa que la mayoría de los hombres que se retrataban con Angie sacaban el pecho, metían la panza y paraban el culo.

Si quien lee esta crítica puso atención, aquí arriba repetí el pronombre: yo, de un renglón a otro. Lo hice para mostrar que las repeticiones de palabras no tienen por qué perjudicar un escrito, es más, lo enriquecen al reafirmar quién está haciendo qué durante una secuencia de acontecimientos:

«Me detuve en seco: un sobre en blanco, una carta de verdad (haría unos seis años que recibí mi última carta de verdad. Un amigo de provincia y yo solíamos escribirnos. Creo que la última vez que me escribió ya casi tenía novia).» P9.

En el párrafo anterior (por ambigüedad) no sabemos quién casi tenía novia: el amigo de provincia o nuestro escritor de diarios. Independientemente de ese detalle, el comentario también sobra. El amigo no aparece más adelante, ni éste revela aspectos interesantes (o que conecten con la historia) del personaje central: la casi novia va de lo mismo, por lo tanto son nimiedades que no generan potencia en el argumento.

¿Alguna vez han escuchado que la pluma de un escritor es mágica? ¿Cómo diferenciamos un mal escritor de uno chingón? Sencillo: un gran escritor te hace llorar, reír, reflexionar, angustiarte, asustarte, capta tu atención hasta terminar de leerlo. En este diario-relato abunda el aburrimiento, el ensimismamiento, aquí no esperen sorprenderse, aquí no existe magia.

Fui a comprar bebidas. A lo lejos vi a un tipo agarrando de más a mi novia. Había mucha gente en la convención por lo que llegué tropezándome con todo mundo, ya estaba por empujar al bato cuando giré para no atropellar a otra persona, al momento de volver sobre mi eje le di tremendo arrimón al hombre que estaba con Angie y para mantener el equilibrio—por reflejos—rodee con mis brazos el cuello del sujeto. Tampoco ayudó que al recargar mi cuerpo con de él, levanté hacia atrás, por inercia, de forma muy gay, la punta de uno de mis pies. Los que pasaban por allí se burlaban y no faltaron los gritos irónicos:

—Váyanse a un hotel.
—Aquí hay niños, no mamen.
—Ah qué tan putos.

Él me vio como esperando una explicación. Todo hipócrita me aclaré la voz y dije: Perdón carnal, es que hay mucha gente y si no me agarraba de ti me iba al suelo. Me respondió que no había bronca y se fue. Por lo menos logré que soltara a mi novia, quien no podía esconder su risa burlona. Le di su bebida, me senté—por pura vergüenza— y seguí leyendo.

 

Llegué al último punto interesante en el diario-relato:

«En octubre mi padre había muerto, pero su primer ingreso a cardiología, en urgencias, databa desde abril.» P10.

Al fin un detonante para ahondar en los sentimientos, en las emociones que nos vinculan con lo humano, una invitación para experimentar el dolor por medio de la literatura. Pero no, el autor se pone nervioso sin que en cada frase no aparezca que él estudia letras, volviendo insufrible el escrito:

«Yo en clase de Investigación literaria cuando recibí una llamada de la que todavía guardo palabras aisladas pero entendibles.» P10

«Olvídese de manejar…Pedirle a mi padre que no condujera fue como pedirle a un pájaro que no volara, o como pedirle al profesor que no disfrutara de la literatura de Borges.» P10.

— ¿Es en serio? ¿Describes los últimos días de tu padre sin separarlo de tu jodido medio intelectual? ¿La cabeza no te da para más? Maldito pesado—grité mientras los que pasaban me veían cual si fuera un demente.
—Ya no leas eso—dijo Angie y me quitó la revista.
— ¿Yo qué? Es ése pendejo—respondí señalando la página donde me quedé: —Ya olvídalo—dije resignado.

A mi novia le excitaban esos accesos de ira que me daban por tonterías. Me tomó del brazo y nos perdimos en la multitud. Ella—con disimulo—dirigió su mano a mi miembro. Volteé para percatarme que nadie nos observara, me bajé el cierre del pantalón y saqué mi paquete. Angie lo manipulaba y se frotaba contra él. Le rompí su licra, que era el único obstáculo para penetrarla. Yo la embestía entre el tumulto de personas, éstas asemejaban olas que nos arrullaban, tornando el sexo más placentero. Por el micrófono anunciaron el inicio del concurso, solicitaban a las chicas ir a registrarse. Apuré las maniobras pero no pude terminar. La gente se aglutinó frente al escenario dejándonos sin camuflaje, así que tuve que salir de ella.

Angie aparecería en el octavo turno por lo que decidí terminar de leer el diario-relato.

«De la casa a la Facultad toda la mañana y a veces la tarde, de la Facultad al hospital toda la noche, del hospital a la casa, de la casa a la Facultad y de la Facultad al hospital, durante meses. Y mi padre sin sanar de ese punto de sutura que auguraba el punto final de este poema en verso libre.» P12.

 

Si la intención del autor consistía en exteriorizar el trajín propio de estar pendiente de un familiar enfermo, no lo logra. Si no me equivoco, y el relato es autobiográfico; hasta cierto punto se entiende que el escritor tenga dificultades al tiempo de narrar aquellos momentos complicados de la vida. Por otro lado, si ya lo estás haciendo, si vas a enviar el trabajo a un concurso, por favor, tómate el tiempo de mejorar el escrito, sé humilde y pide mil opiniones antes de tirar al caño una premisa interesante. Mejor oportunidad para describir el amor por un padre, o de limar asperezas si la relación no fue fecunda, no existe, ése era el momento; pero qué hago yo (un lector con ansias de que una historia me cautive, de olvidarme por unos minutos de la cotidianeidad) esperando nada:

«Operación nuevamente. Hay que hacer un lavado quirúrgico. Luego otro. Luego falló el riñón. La diálisis. Contrajo neumonía. Hay que entubarlo. La inconciencia. Luego el demasiado miedo y negación (siempre creí que todo su vía crucis era rutina. Mi papá no se va a morir, eso ni lo pienses mamá). Luego octubre y el punto final al poema en prosa.» P12.

El autor trata las fases de la enfermedad de su padre como si las hubiera copiado de algún resumen clínico. Es incapaz de ver al drama a los ojos. Salta de un padecimiento a otro. No crea un puente—por ejemplo—para decirnos cómo vivió, en la voz del padre, la noticia del fallo renal a contrarrestarlo con la diálisis. Ni siquiera se requería saber (aunque hubiera sido interesante) el sentir paterno; comprender el suplicio emocional de un hijo testigo del detrimento en el estado físico de un hombre que en algún momento de su vida, tal vez, percibió poderoso; todos estos estadios suplican por ser desmarañados y…¡A la mierda! Hay que poner más referencias inútiles a la poesía.

Anunciaron a Bulma y los gritos llamaron mi atención. Mi novia es hermosa pero muchachas, también guapas, ya habían pasado y no les hicieron tanto alboroto. Me acerqué al escenario y no di crédito a lo que vi. Inmediatamente corrí hacia donde estaba Angie y la abracé de la cintura para abajo.

— ¿Qué haces, Antonio? Suéltame—gritó Angie.
— ¿A poco no sientes?—respondí apenado, mientras un par de muchachas que se habían dado cuenta del inconveniente se acercaban con una manta.

Por los nervios del concurso mi novia olvidó que le rompí la licra. Al modelar el disfraz todos podían verle su sexo. Angie salió sonrojada del escenario al percatarse de la situación. El público me silbaba e insultaba por cortarles el show.

 

 

Mi mente era un cúmulo de imágenes en desorden, primero estos depravados comiéndose mentalmente a mi novia, y lo peor, lo peor fue esto:

«No supe cómo evitar el sangrado que fluía en riachuelos espesos y delgados quién sabe desde dónde y que descendía tibio e indiferente de su boca, sus oídos, su nariz. No sabía qué decirle ni cómo mirarlo sin el dolor que me subió desde el estómago hasta el cielo y que me hizo llorar como un animal dolorido, como lloraría un búfalo enamorado en la estepa nocturna, o como un ave a la que le quebraron la voz sin aviso ni anestesia, pero le tomé la mano y le prometí lo que nunca, y todavía le leí un larguísimo poema.» P12-13.

No voy a analizar las torpes analogías sobre el búfalo y el ave, pero el colmo del absurdo es que tu padre sangre por sus orificios y no se te ocurra darle primeros auxilios, llamar a una ambulancia o buscar a tus familiares, no, qué carajo significa aquí la coherencia, así que adelante, ve y no te esperes ni al funeral: recita tu chingado poema, que ya queremos escucharlo.

Recordé la película de Rocky II, cuando Adrian está en coma. Rocky habla con ella (dicha escena la encuentran en YouTube, no dura más de cinco minutos), le lee historias y también le escribe y declama un poema. En este paralelismo lo que realiza Balboa se percibe honesto. Adrian yace inconsciente y postrada en cama, sus familiares pasan mucho tiempo a su lado ya que se encuentran expectantes de que la mujer despierte, de ahí que no sea disparatada la aparición de los versos como una forma de comunicación con el ser querido.

Angie se enterneció porque no me importó subir al escenario y quemarme ante la gente. Ella tardó un poco en digerir que había enseñado todo su atractivo. Ya estaban anunciando tanto el tercer lugar como el segundo en el concurso. Para nuestra sorpresa el maestro de ceremonias anunció como ganadora a Angie con la caracterización de Bulma, emocionando a la multitud. Mi novia se levantó con valor y salió a escena, mostrando nuevamente sus atributos, les mandó un beso a sus momentáneos fans, recogió el premio y regresó a mi lado.

— ¡Esa es mi mujer!—pensé mientras la miraba con admiración y deseo.

Del diario-relato no hay demasiado que agregar. Faltaban tres párrafos para finalizarlo, líneas igual de espartanas como las que ya he citado. Termina con que la dichosa carta (la cual nunca se lee) fue enviada por su padre desde el más allá. Otro escrito que recurre a las apariciones o a lo «inexplicable»; como dije, un texto aburrido.

No me mal entiendan. Las apariciones (creo, la verdad no me gustan) son un buen gatillo en la escritura. Aunque compréndanme, pónganse en mis zapatos por tres segundos. Mi familia es de Taxco de Alarcón, en el Estado de Guerrero, donde todos los años se hacen las famosas representaciones (procesiones) de Semana Santa, y para rematar vivían en el barrio de El Panteón. Como lo dice el nombre, toda esa zona estaba rodeada de tumbas. Me pasé toda mi niñez escuchando historias análogas, que si de chavito no me sorprendían, ahora menos.

De lo que estoy casi seguro es del contenido de la carta: «Hijo, no te preocupes, estoy bien. Quiero decirte que seas feliz. Cuida de tu madre. Yo velaré por ustedes desde aquí. Los quiero. Pero un favor sí te voy a pedir: ya deja de escribir tus mamadas.»

 

Quali Nedino Vang. Irregularidades del servicio postal. Revista Síncope No.3, 2009.