María Kodama en la primavera mexicana

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Hace catorce años María Kodama vino a México, invitada por El Colegio de México para participar en la presentación del libro de Rafael Olea Franco In memoriam: Jorge Luis Borges. La mañana misma de su retorno a Buenos Aires le concedió a Rafael Vargas una entrevista que en aquel entonces se publicó en la revista Proceso. La reproducimos aquí, gracias a la gentileza del entrevistador.

 

 

Para Jorge Luis Borges, María Kodama es sinónimo de mañanas, mares, jardines de oriente y de occidente, páginas de Virgilio. Así lo hace entender él en la dedicatoria que inscribe el 17 de mayo de 1981 al frente de los cuarentaiséis poemas agrupados en La cifra, y lo reitera de otro modo cuatro años más tarde, al dedicarle su último conjunto de poemas, Los conjurados: “en este libro están las cosas que siempre fueron suyas.”

María Kodama fue la presencia femenina fundamental en la última etapa de la vida de Borges, desde que comenzaron a estudiar juntos anglosajón e islandés, y a traducir obras literarias de esos idiomas, como la Breve antología anglosajona (1978) o La alucinación de Gylfi, primera parte de la Edda menor del escritor islandés del siglo XIII, Snorri Sturluson (Alianza Editorial, 1984).

Juntos viajaron, a partir de 1978, a los más diversos puntos del planeta. Testimonio de ello es el libro Atlas, hecho al alimón por la pareja, que decidió casarse el 21 de abril de 1986. La noticia no dejó de causar revuelo y despertar suspicacias. Al morir el poeta, siete semanas después, María Kodama se convirtió en su heredera y prácticamente de inmediato se comenzó a cuestionar su figura. Hoy tiene fama de beligerante, porque varias veces ha llevado a juicio diferencias con otras personas que han trabajado con, o alrededor de Borges.

Pero entrevistada por Proceso María Kodama no da la menor muestra de tal

beligerancia, ni se exalta nunca al hablar, aun si se tocan temas que han sido para ella motivo de indudable disgusto. En tales momentos, de manera sencilla y directa, se limita a explicar sus razones.

Pocos saben, cabe señalarlo, que María Kodama es escritora. Tiene tres libros inéditos que se negó a publicar porque Borges quería prologárselos, y ella prefería apostar por el pudor.

“Ahora mi  nuevo jardín secreto será la fotografía”, dice, de la cual ya ha dado a conocer algunos sencillos ejemplos en el libro Atlas, publicado por Editorial Sudamericana en 1984, suma de textos de Borges y fotografías de Kodama a partir de sus visitas a ciudades como Estambul, Filadelfia, Madrid, París, Roma, Reikiavik, Colonia, Venecia, Creta, Ginebra, Dublin, y un largo etcétera.

La conversación comienza cuando se le pregunta precisamente qué posibilidades hay de que llegue a México la exposición “El atlas de Borges”, preparada por la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que ella creó y preside, y basada, naturalmente, en el libro homónimo.

La muestra, que incluye ciento treinta imágenes, un número mayor que el de las reproducidas en el libro, se ha exhibido ya en España, Francia y Suiza, y por estas fechas se encuentra en Alemania.

 

 

—En realidad, el itinerario de la exposición no depende de la Fundación. Nosotros la producimos, claro —el curador es Fernando Flores Maio—, pero su exhibición depende de que exista interés por ella y se haga una solicitud a la Fundación. El lugar donde se presenta cubre los costos de su traslado, como es lo acostumbrado cuando se trata de exposiciones.

 

 

—En México todavía se recuerda la exposición “El Universo de Borges”, que se exhibió en el año 2000 en el Museo Tamayo.

 

—Y siempre se está pensando en la posibilidad de hacer nuevas cosas. Ahora estamos tratando de organizar un museo en la sede de la Fundación, cuyo espacio, por supuesto, no es tan grande como para dar cabida a exposiciones como estas, de las que estamos hablando, pero que, con una buena planeación puede aprovecharse bien. La idea sería presentar una nueva exposición cada seis meses, rotando la colección de documentos y objetos que tenemos, de manera que cada cierto tiempo haya algo nuevo que ver.

Existe ya un proyecto elaborado por un grupo de arquitectos y ahora lo que hay que examinar son los presupuestos. Eso lo vamos a ver cuando vuelva a Buenos Aires.

 

 

—¿Qué otras actividades prepara la Fundación?

 

—Se está trabajando en la catalogación de la biblioteca de Borges. La responsable es Erica Durante. Al acervo que se conocía se añaden ahora casi ochocientos libros que le pertenecían y se descubrieron sólo hace poco en la Biblioteca Nacional, en Buenos Aires, muchos de ellos con anotaciones de su puño y letra.

También organizamos anualmente un concurso de haikú. Es un esfuerzo para sensibilizar a los muchachos de educación secundaria[1] que la Fundación sostiene desde hace quince años. Es impresionante cuánto puede significar para un muchacho asomar al mundo de la poesía. Comenzamos con cinco colegios y ahora participan más de ciento setenta. Esa es una labor que coordina la profesora Irma Zangara.

 

 

—¿Se contempla la edición de más epistolarios, algo semejante a las Cartas del fervor (su correspondencia con Maurice Abramowicz)? ¿Quizá sus cartas con Alfonso Reyes, con Pedro Henríquez Ureña?

 

—De momento no. No hay epistolarios completos. En algunos casos se cuenta con las respuestas a las cartas que Borges envió pero no siempre, ni existen copias de todas las cartas que él escribió. Hay que tener en cuenta que el periodo más intenso de Borges como corresponsal es aquel en que él mismo se encargaba de contestar a sus amigos, cuando comienza a perder la vista esa actividad se reduce.

Borges tuvo muchos amigos en América, y su interés por los países pasaba siempre a través de su relación con los escritores. Un país comenzaba a cobrar realidad para él si uno de sus escritores le gustaba. Entonces él empezaba a sentirse atraído por ese país. Habría que investigar si hay cartas de Borges en los archivos de los escritores que fueron sus amigos.

 

 

—Y, a propósito de amigos, ¿ha leído usted el Borges de Adolfo Bioy Casares?

 

—No, sólo he leído fragmentos.

No sé qué tanto de lo que Bioy Casares pone en boca de Borges sea cierto o si tiene, como toda escritura, más o menos elementos de ficción. Yo nunca le escuché un comentario cargado de malevolencia. Pero, aun suponiendo que todo fuera cierto, un hombre que le debe su fama a Borges por lo menos tendría que tener la gratitud del silencio. No veo qué mérito puede tener el apuntar lo que en todo caso serían humoradas dichas al desgaire para hacerlo lucir como un hipócrita, o decir que Borges comía con las manos, como si quisiera mostrar a su amigo como un personaje patético. Comí con Borges en los sitios más modestos y en los más elegantes, a solas y en compañía de muchas personas, y siempre cuidaba sus modales.

 

 

—¿Cree usted que al dar a conocer ese libro Bioy Casares haya tenido alguna intención dolosa, revanchista?

 

—Si así fuera, estaríamos ante una paradoja, porque el libro le hace más daño a Bioy Casares que a Borges. Más bien tendría una intención suicida.

 

 

—Usted también ha tenido que lidiar con equívocos y arrostrar una leyenda negra.

 

—Sí soy la mala de la historia, la bruja, una arbitraria. Desde que me casé con Borges pasé de un mundo a otro completamente distinto. Él me ayudó mucho, pero he tenido que pasar por situaciones muy duras.

Una vez, para darme ánimos, me contó una especie de fábula relacionada con el cuadro “Los caballos azules”, de Franz Marc.

Hitler mira el cuadro de Marc y dice: ‘Si éste hombre pinta los caballos azules porque los ve azules, está loco, y hay que mandarlo al manicomio. Pero si no ve los caballos azules, y los pinta azules, significa que quiere envenenar nuestra imaginación. ¡Hay que encarcelarlo!’ De una u otra manera lo condenan. Es lo que me pasa a mí.

Tomemos, por ejemplo, al señor Jean-Pierre Bernès, quien me acusa de querer perjudicarlo, de impedir que las obras de Borges en la Pléiade se reediten por un capricho mío. Pero no puedo permitir que se reedite una obra en la que se citan cosas que no existen.

No intervine en el proceso de edición de sus obras en la Pléiade —a pesar de que Borges y Héctor Bianciotti querían que me encargara de editarlas— porque yo sabía que Borges estaba enfermo y no quería entrar en un proceso de trabajo en el que probablemente habría tenido que presionarlo y correr el riesgo de que ocurriese algún disgusto. Además, teníamos confianza en Bernès.

Pero cuando la obra apareció y ví que una y otra vez se señalaba en el cuerpo de notas que acompaña la edición: ‘Borges me dijo…’, quise confirmar la veracidad de esos dichos. Bernès no pudo darme pruebas convincentes. Él dijo que tenía conversaciones grabadas. Después de un juicio en el que se decidió que me entregara copia de esas grabaciones, las escuché e hice que las escucharan dos especialistas en la obra de Borges.

Para comenzar, las grabaciones son muy malas. Se escucha en primer plano la voz del Bernès, y la de Borges apenas es audible, apenas se comprende. Sólo después de cinco o seis veces de escucharlas se entiende lo que dice. De cualquier forma, en esas cintas no aparecen las cosas que él le atribuye a Borges en el libro.

Yo no exijo que excluyan a Bernès de la edición de Gallimard, sólo quiero que se compruebe la autenticidad de todo ese ‘Borges me dijo’.

Después se ha dicho que yo iba hacerle un juicio a Gallimard. Cómo podría yo siquiera pensar en hacer eso, si cada vez que íbamos a París parábamos en casa de Claude Gallimard.

Se distorsionan mucho las cosas. Por fortuna, los consejos que me dio Borges me han servido para no volverme loca.

 

 

—Y antes del matrimonio, ¿su relación con Borges nunca le causó un conflicto?

 

—A veces mis amigos me decían que yo era una inconsciente: ‘¡Andás con la reliquia nacional!’ Todo mundo señalaba la diferencia de edades. Pero yo nunca pude tratar a Borges como una persona mayor ni como un ciego. Para mí la atracción que me produce una persona está más allá de las palabras. Mi padre me enseñó que para tratar a la gente no se puede ser superficial.

Hicimos muchas cosas juntos, incluso cosas arriesgadas, pero la vida siempre estará llena de riesgos y hay que asumirlos. Riesgos, insisto, no peligros. Ponerse en peligro es una locura. Pero sí nos dimos el gusto de volar en globo y de pasar una noche en el desierto.

 

 

—¿Por iniciativa de Borges?

 

—Sí, eran cosas que él quería hacer y que yo compartía con mucho gusto.

[En su Atlas, cuando Borges se refiere al viaje en globo que él y María Kodama hicieron en el valle de Napa, California, asienta: “si alguien ignora la peculiar felicidad de un paseo en globo, es difícil que yo pueda explicársela. He pronunciado la palabra felicidad; creo que es la más adecuada.” Basta ver el rostro de alegría que tiene en la imagen que se reproduce en la portada de ese libro, precisamente a bordo del globo.]

Al desierto fuimos solos con un chofer copto, que nos llevó a un lugar cerca de las pirámides de Saqqara, habitadas por mendigos.

Caminamos por la arena, y después de un rato, antes de que anocheciera, el chofer volvió con dos hombres para llevarnos a las pirámides bien custodiados. Al entrar en una de ellas, los hombres trenzaron los brazos para formar una silla de oro y cargar a Borges —no queríamos que se cansara demasiado. Como el techo de uno de los pasillos era muy bajo, le dije, dos o tres veces: ‘Borges, tenga cuidado con la cabeza.’ Y los hombres aquellos repetían ‘¡cabiza, cabiza!’ Entonces él me dijo: ‘No diga más cabeza, ¿no ve cómo se ríen? ¡Quién sabe qué significará cabeza en árabe’.

 

(13 de febrero de 2009)

[1] En Argentina la educación secundaria comprende seis años, el equivalente de la secundaria y la preparatoria en México.