
Para Julio Eutiquio Sarabia
De acuerdo con el arquitecto Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo, el escritor y fotógrafo jalisciense guardaba una simpatía especial por Oaxaca, de manera que alguna vez consideró radicar en la capital del Estado. Quizá mucho de este aprecio surgió a partir de que ahí mismo —puntualmente en la Sierra Madre oaxaqueña— vivió una de las etapas más activas como fotógrafo y antropólogo de campo: a decir de la doctora Paulina Millán, entre febrero y junio de 1955 (sí, el mismo año en que apareció Pedro Páramo), Juan Rulfo, que entonces trabajaba para la Comisión del Papaloapan, realizó, junto al cineasta y también fotógrafo alemán Walter Reuter, el documental que más tarde sería titulado Danzas Mixes. Para ello recorrieron —montados en mulas y en otras ocasiones a pie, como siglos atrás lo hicieron también los cronistas y geógrafos españoles que admiraba el autor del El llano en llamas— nueve de los dieciséis municipios que comprenden la extensa región mixe; aunque antes, nos dice la doctora Millán, cineasta y fotógrafo debieron ir a la ciudad de Oaxaca, para de ahí trasladarse al distrito de Tlacolula, ubicado en la región de los valles centrales, pasar por la cabecera municipal y llegar al pueblo de Mitla. Transitar por una brecha hasta la agencia municipal de Santa María Albarradas, poblado zapoteco de donde parten las veredas que han de comunicar con los pueblos altos de la Sierra Mixe, Ayutla, Tamazulapan y Tlahuitoltepec [1].
Juan Rulfo hizo el trayecto a través de la Sierra Mixe acompañado de su cámara Rolleiflex Automat, seis x seis, con la que realizó alrededor de trescientas cincuenta fotografías, y que son las que alcanzaron mayor difusión entre las más de seis mil que produjo el fotógrafo nacido en el Estado de Jalisco, ya que algunas de estas imágenes aparecieron en las revistas Caminos de México (1958), Mexico This Month (1960), Acción Indigenista (1963), Sucesos para todos (1963), como también en el suplemento dominical “México en la Cultura” del periódico Novedades (1957), en la colección Memorias del Instituto Indigenista (1965) y en el libro Juan Rulfo: Homenaje Nacional (1980). Hace catorce años fueron reunidas cincuenta instantáneas que pertenecen a este mismo periodo en el libro Juan Rulfo, Oaxaca (Editorial RM, México, 2009), además, acompañadas por un texto crítico a cargo de Andrew Dempsey, quien es —nos dice Víctor Jiménez en el prólogo— “uno de los pocos investigadores que conocen completo el archivo fotográfico de Juan Rulfo”.[2] Fue el propio Dempsey quien realizó —en el año 2007, para una probable exposición en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, también en Oaxaca— una primera selección que redujo las trescientas cincuenta fotografías a tan sólo cien de ellas. Pero el tema no concluyó ahí: un poco más adelante, entre los años 2008 y 2009, el célebre pintor Francisco Toledo realizó una segunda y definitiva selección que disminuyó el total a tan sólo cincuenta fotografías, con lo que descartó —nos dice otra vez Víctor Jiménez— “las dedicadas a la arquitectura colonial, y esto es significativo si se ve esta decisión desde la historia de Oaxaca”.[3]
Dentro de los distintos temas que abordó la labor fotográfica de Juan Rulfo —el cine, retratos de escritores y actores, la danza, el paisaje rural, los ferrocarriles de Nonoalco y, en mayor medida, la arquitectura—, el de Oaxaca destaca por la intencionalidad de documentar la vida, las costumbres y el trabajo de las comunidades mixes, aunque también se diferencia por la realización del retrato incidental. Sin embargo, persiste en el fotógrafo jalisciense el interés por incorporar el paisaje dentro de la composición de estos mismos retratos, o todavía mejor: la de revelar la transfiguración del objetivo —y el de sus propios quehaceres— por influencia del entorno. Esta es una preocupación que está presente en Juan Rulfo desde sus primeras fotografías, sobre todo en lo que concierne a las de carácter rural, en las que hombres y mujeres parecen estrechamente vinculados al panorama desde una calma y sencillez que permiten advertir una incursión natural en el paisaje, en contraposición, por ejemplo, con el desarraigo que Juan Rulfo captó en campesinos alrededor de los ferrocarriles en Peralvillo, Tacuba y Tlalilco, que parecen extraviados y fuera de lugar[4]. En todo caso, las fotografías de Juan Rulfo, nos dice Andrew Dempsey,
tienen una sofisticación plástica, que son cultivadas en el ámbito visual, que un elemento en factura es consciente del arte del pasado. Esto no debería sorprendernos de Rulfo, un hombre cultivado, con conocimientos de arquitectura y música, y de muchas otras cuestiones. Es de esperarse que estas fotografías de paisajes nos muestren un conocimiento de la historia de la pintura paisajística.[5]
Desde luego, Dempsey se refiere a la pintura del Realismo, que, al igual que en las fotografías que Juan Rulfo realizó en Oaxaca, no sólo se ocupa del paisaje rural sino también —diría sobre todo— de campesinos en la acción del trabajo, pero que enfatiza la labor comunitaria. Además, otra característica de esta corriente pictórica es la de atender eventos cotidianos, de los cuales la composición aísla el momento exacto en el que el pintor revela el carácter reflexivo en campesinos claramente vinculados a un entorno agreste y en el que todavía no se vislumbra ningún rastro de modernidad. Esto mismo ocurre en el trabajo fotográfico que Juan Rulfo efectuó en Oaxaca, quien —contrario a la corriente intelectual de su época— no ve en mujeres campesinas una representación nacionalista, tampoco hay una mirada intelectual, compasiva o de denuncia, sino la de quien transmuta su perspectiva del individuo en el espacio a través de una afinidad que surgió a partir de indagar formas de habitar el mundo muy diferenciadas a las de él, por eso, como señala Andrew Dempsey, “no sólo es la mirada y la mente lo que se involucra, sino también la personalidad del fotógrafo. Puede uno sentir su comprensión e interés por estas mujeres”[6]. Y este mismo respeto del fotógrafo es percibido por los habitantes de las comunidades mixes, quienes jamás miran a la cámara sino que actúan de manera completamente natural frente a quien transita entre ellos con absoluta discreción. Esto hace pensar que quizá el fotógrafo estableció una especie de intimidad derivada de conversaciones que le permitieron sopesar reflexiones y visiones del mundo muy personales. Es decir, que Juan Rulfo indagó en las vidas de estas personas y en sus hábitos más cotidianos, incluso en sus métodos de trabajo en el campo. Con ello, lo que produjo Juan Rulfo fue una relación íntima con el objetivo, esa misma proximidad que demandaba el fotógrafo húngaro Robert Capa: “Si tu foto no es buena es porque no estabas lo suficientemente cerca”.

En el ensayo que acompaña al libro, titulado “La discreción de Juan Rulfo”, Andrew Dempsey afirma que Juan Rulfo “era autodidacta, pero visualmente muy complejo”[7], sin que logremos comprender —porque no lo explica— el origen de las reservas que sugieren ese “pero” acerca de la autoformación de Juan Rulfo, sobre todo cuando esa misma complejidad compositiva está vinculada a estudios que, desde muy temprano, realizó el fotógrafo jalisciense en relación con la arquitectura y la pintura, materias primordiales para la comprensión de la perspectiva y la profundidad, de manera que no resulta extraño que, a la par de sus fotografías que recogieron espacios arquitectónicos, haya redactado diversos textos de reflexión sobre arquitectura, al mismo tiempo que preparó catálogos y presentaciones pictóricas para las obras de artistas plásticos como Pedro Coronel, Elisabeth Strebel, Gustavo Montoya, Elvira Gascón y Vicente Rojo. Todavía más importante: en la biblioteca de Juan Rulfo destacan más de seiscientos libros de fotografía de distintos tipos y ordenados por diferentes temas, entre ellos, históricos, monográficos, por autor y también por época. El arquitecto Víctor Jiménez arrojó más luz sobre este tema cuando nos comentó que
No pocos de ellos son de carácter técnico: profundidad de campo, sistema de zonas, composición e iluminación. Y de los grandes fotógrafos los tenía todos, algunos de ellos realmente notables y que hoy alcanzan grandes precios. Se trata de libros —los primeros— que se remontan a la década de 1930. Durante su juventud no se producían tantos libros de fotografía como ahora, y sin embargo Juan Rulfo los obtenía.
La reunión de todos estos elementos hace que la formación autodidacta de Juan Rulfo cobre mayor incidencia en su trabajo fotográfico, porque nos permite advertir a un fotógrafo estratega que estudiaba atentamente diversos temas como fuentes de alimentación y reflexión para su propio trabajo compositivo con la clara intencionalidad de aleccionarlos al ojo y preparar técnicamente la mirada para captar de forma idónea lo que antes de él permanecía oculto, eso que solamente su sensibilidad, intereses e intuiciones podían revelar.

[1] Paulina Millán, revista Alquimia, Sistema Nacional de Fototecas: Nuevas miradas a la historia, núm. 42, Año 14, mayo-agosto de 2011, México, p. 33.
[2] Juan Rulfo, Oaxaca, Editorial RM, México, 2009, p. 6.
[3] Op. cit., p. 6.
[4] Para este tema véase Juan Rulfo, En los ferrocarriles, Editorial RM, México, 2014, pp. 103, 123 y 145.
[5] Juan Rulfo, El fotógrafo Juan Rulfo, Editorial RM, México, 2018, en “La acción del tiempo en la naturaleza: Constable, Velasco y Rulfo”, p. 171.
[6] Op. cit., en “La discreción de Juan Rulfo”, p. 46.
[7] Op. cit., en “La discreción de Juan Rulfo”, p. 34. La cursiva es mía.