Amigo Philip Glass

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En el pequeño radio suena Mad Rush, con arreglos para cello hechos por Maya Beiser, la que a mí parecer es la mejor interpretación de una de las más célebres y conocidas de tus obras, amigo Philip. Puedo, en mi memoria, caminar en círculos… mirar a través de la pequeña ventana del cuarto gris en el que viví tantos años en la casa de mi abuelo… Ahí puedo contemplar un árbol y una jaula llena de lazos que sirven como tendederos. Ese, el de entonces, era mi mundo, mi reflexión, mi forma de pertenecer a algo que no era mío. Ahí acababa mi horizonte mortecino. Detrás de aquellas cosas se doblan mis ojos, pero los oídos permanecen… Intento narrar el primer encuentro que tuve con tu música… Sí, esta es una buena manera de comenzar una carta para alguien que me es tan querido, amigo…

 

Qué no se ha dicho ya sobre Philip Glass, uno de los músicos más revolucionarios de este siglo y, quizá, uno de los últimos genios que nos sobreviven. Precursor y máximo exponente del minimalismo musical. Alumno de la majestuosa Nadia Boulanger; amigo y colaborador del padre del sitar, Ravi Shankar; estudiante de las tradiciones musicales centroeuropea, oriental, africana y latinoamericana: Philip Glass está, por fuerza, emparentado con la nobleza de la música.

En Palabras sin música (Malpaso ediciones, 2015), Philip Glass relata su aventura por el mundo y su constante búsqueda por un lenguaje musical propio. Libro dividido en tres partes: su vida y aprendizaje, su formación y búsquedas personales, para concluir con sus trabajos más importantes. Poco más de 400 páginas que bien pueden leerse como una biografía, el testimonio de una era o un estudio musical.

A través de sensaciones, Glass describe las ciudades en las que desarrollaría paulatinamente ese lenguaje tan característico que lo personaliza, y el que algunos necios han llamado repetitivo y monótono. Desfilan así la casa de sus padres en Baltimore, la tienda de discos de su padre, la extinta Bethlehem Steel Corporation, donde ganaría sus primeros dólares… luego se suceden en orden cronológico Chicago, donde tendría un efervescente encuentro con la escena del jazz del momento; Nueva York, en donde cursaría estudios musicales en la más prestigiosa escuela de la tradición occidental: Julliard… Aventurero por naturaleza, su ímpetu lo llevaría a tierras lejanas. Fue a París, en donde tomaría lecciones con Nadia Boulanger; luego se embarcaría en un viaje personalísimo a través del Oriente Medio hasta llegar a las puertas del Tíbet, donde permanecería oculto del mundo mientras recibía las enseñanzas del budismo más hermético. Volvería a Estados Unidos para irse nuevamente y adentrarse en África y Suramérica. Al volver a Nueva York, debió trabajar como taxista, plomero,  cargador… trabajos “alimenticios”, como él los ha llamado, antes de alcanzar el éxito internacional con su primera colaboración con Bob Wilson, Einstein on the beach, estrenada en 1976 en el MET, y granjearse un estilo peculiar en el que habitan el drama de la felicidad y la belleza de la nostalgia, ambas ecuaciones convertidas en melodías, a momentos armónicas, disonantes a veces; espectros de una lengua que Glass construyó y que en ocasiones suelo habitar.

O quizá podría comenzar así:

Querido Philip:

Es probable que no leas esta carta, como probablemente nunca tendré la oportunidad de charlar contigo. Pero quiero agradecerte por haberme conmovido….

Este libro es también, después de todo, un breve recorrido histórico por una era plagada de artistas, obras y estridencias. Así, por ejemplo, desfilan el teatro, las artes plásticas, el performance, etc… También hay personas. En este drama, a veces trágico, aparecen su madre, su inteligencia y el fuerte carácter que poseía, su padre y el cariño y distanciamiento, maestros de los que tuvo que despedirse por circunstancias diversas, amores que le fueron arrebatados…  una constelación brillante que no hizo sino cultivar el corazón de un hombre que mira el cielo nocturno buscando respuestas o calma, como él mismo lo confiesa. Una mente brillante es también producto de la época y los hombres que la conforman, tal y como era el mundo entonces a mediados del siglo pasado, donde Glass trabó amistad con Boulanger, Akailitis, Lessing, Mattlethorpe, di Suvero, Beckett, Jhon Rouson, Serra…

Me hiciste compañía en los periodos más graves de la rabia y la soledad, mientras pasaba la vida rumiando, acodado en el alféizar de la ventana de la prisión de concreto en la que viví por tanto tiempo. Mientras te aferrabas al piano con tanta gracia, yo me deslizaba en el borde del risco de ese fuego que es la rabia. Y en esa compañía, una brisa calmó la noche y me reveló el camino por el que debía explorar y escribir. Por eso, querido Philip, eres personaje constante en algunos de mis cuentos. Porque haces compañía a esos seres patéticos que, como yo, intentan explicar con sus pobres palabras lo que el mundo significa para ellos. Es tu música alegre y triste al mismo tiempo, demoledora y esperanzadora a la vez, como lo es la existencia misma. Suave y melancólica… como mirar a través de la ventanilla de un autobús que se aleja del lugar amado; fuerte y pasional como las discusiones que nos alejaron de la gente que amamos.

Palabras sin música es una declaración: No hay suficientes palabras para explicar una vida fraguada en la música. Porque es la música un lenguaje tan distinto de estas tristes pocas palabras que usamos, y que explica tan bien cosas ininteligibles como los sentimientos, por ejemplo. Es la música sin palabras un lenguaje necesario para consolidar un acto de fe y un testimonio. Dejemos, pues, que sea el mismo Glass quien nos cuente un cuento sobre la conformación de uno de los músicos más geniales de las últimas décadas.

Y terminar de la siguiente manera:

En cada una de las secuencias sincrónicas me regalaste la repetición de las emociones, como, y así lo interpreto, si quisieras que a fuerza de escalas constantes, como olas, me comprometiera con las emociones a las que me es difícil acceder por un ensayado ejercicio de la supresión. Me has obsequiado el llanto, ha vuelto a reverdecer mi rostro. Gracias por la amable compañía desde entonces.

Tu agradecido amigo y admirador, Jorge.