Yoko Tawada: Memorias de una osa polar

2456

La novelística alemana actual es una de las más interesantes por muchas razones. Una de ellas es el hecho de que numerosos autores extranjeros publiquen cada vez más en lengua alemana. De un tiempo a esta parte, autores con orígenes o nacidos en Europa del este, el oriente turco y árabe escriben en alemán, dándole forma ficcional a temáticas actuales y urgentes como las migraciones, las minorías étnicas y culturales, la necesidad de redefinir unas coordenadas culturales, así como el encuentro, las tensiones y los enriquecimientos mutuos entre los idiomas. Pienso, por ejemplo, en autores como Zsusza Bánk (de padres húngaros) o Navid Kermani (de padres iraníes) por mencionar un par de nombres menos conocidos que el de Herta Müller (nacida en Rumania). En este contexto, la escritora Yoko Tawada se presenta como uno de los casos más radicales de extrañamiento en un idioma diferente al materno al cual se contribuye mediante exploraciones verbales y temáticas. Por ejemplo, es muy interesante la reflexión de la autora acerca del paso de una escritura en ideogramas a otra en letras.

Memorias de una osa polar (Anagrama, 2018) es su primera novela traducida al español, y con mucho brío por Belén Santana. En dicha ficción, Tawada plantea un recorrido a lo largo del siglo XX mediante el relato de tres generaciones de osos polares. Verdadera fábula en el sentido clásico del término, en ella los osos polares no sólo tienen conciencia y emociones, sino que también recorren un mundo cada vez más agitado: la Unión Soviética, la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín van pautando las errancias por el mundo de la abuela, su hija Tosca y el nieto Knut. Detenerse en la historia familiar, cada uno de sus detalles y complejidades, permite a la autora mostrar una familia en la que se heredan determinados elementos, pero en la que también se van añadiendo disfunciones, conflictos más o menos evidentes entre una generación y otra. Todo esto sin contar con el énfasis planteado en las relaciones amicales (sobre todo, entre animales y humanos), amorosas y profesionales. Por otro lado, el dotar de humanidad a sus osos no les quita en nada lo animales. En otras palabras, resulta interesantísimo descubrir a animales perplejos frente nuestros miedos, cóleras y arbitrariedades, que descubren y analizan casi con la curiosidad del entomólogo.

En lo personal, tuve una lectura amena. No conocía a la autora más que de algunos textos traducidos al francés. Así, el leerla en español me confirmó en la impresión de encontrarme frente a una autora con una propuesta personalísima. No obstante, eché de menos algo que fuera un poco más allá de lo ingenioso, de la pirueta acrobática frente a la cual todos miran extasiados, desde las graderías. La escritura de Tawada es plástica, incluso me animaría a decir risueña, pero carece de densidad, aborda los temas de manera ligera, sin el riesgo mortal de saltar al vacío, de dejarse contaminar por lo contado. Todo me dio la sensación de un contenido ejercicio de retórica, compuesto con factura impecable, pero sin es vértigo de los actos, de los gestos verdaderamente enfrentados a nuestros temores y obsesiones. Los osos polares de Yoko Tawada, distraídos como están en sus vidas cotidianas, no llegan a formular una alegoría potente de su tiempo como sí lo hicieron George Orwell en La granja de animales y, más recientemente, dentro de otro género, Art Spiegelman en Maus.

Yoko Tawada, Memorias de una osa polar, Anagrama, España, 2018, 296p.

ISBN 978-84-339-7999-5