Roberto López Moreno: Del negro y del colorado

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La obra de Roberto López Moreno representa una de las piedras más altas y uno de los vuelos más ágiles de la poesía mexicana contemporánea. Narrador, ensayista, musicólogo, epigramista, neologista, laconista, abrarista, poemuralista, pero sobre todo poeta, en toda la inquietud de la palabra. Inquietud, porque a López Moreno le ha gustado probar de todo, no solo los metros, sino los lenguajes, los tonos, los temas, las tradiciones, los efectos, etc. Probador incansable, lermador del lenguaje, nuestro poeta ha creado su propia vanguardia con el sedimento que le heredaron los poetas latinoamericanos del siglo XX; en su propuesta poemuralista recobran vida el cubismo, el creacionismo, el ultraísmo, el estridentismo, el alquimismo y otros experimentos modernos. Su vanguardia es un meteoro donde se sedimentan lo mejor de las poéticas y estéticas en español. Su voz desborda juventud y vitalidad porque además del riesgo, el uso de la intertextualidad y el registro certero de diversos lenguajes, el poeta emplea de forma magistral el humor. En este acercamiento, nos interesa destacar sus matices humorísticos, hurgar en su negro humor, en el humor de los negros y lermar su colorado cinismo. Para ello acudiremos a sus poemas laconistas, a sus poemas negristas y a sus alburemas.

En la poesía, el humor funciona como un contradiscurso que busca provocar no solamente la risa en el lector, sino que quiere ganarse su complicidad y generarle una postura crítica respecto a su entorno, la sociedad, las normas y los valores. La poesía humorística se propone atentar contra la moral de lo establecido, incomodar y proponer formas alternativas de pensamiento. El humor es un mecanismo desestabilizador, su afán es desacralizar los discursos hegemónicos o mejor aún, la solemnidad de la poesía. El estado de salud de una literatura debiera medirse por su recurrencia al humor, porque sólo la risa puede mostrarnos cuán vital es un sistema de pensamiento, una corriente estética o bien cuánta vida tiene y puede transmitir un poeta.

Se equivocan quienes han dicho taxativamente que la poesía mexicana es grave, solemne, sentimental y romántica. Olvidan, a propósito, lo mejor de Efraín Huerta, Elías Nandino, Renato Leduc, Abigael Bohórquez, Héctor Carreto, Margarito Ledesma, Ricardo Castillo, nuestro huésped consentido Otto Raúl González, entre tantos otros poetas deslenguados que nos confirman que el humor de la calle, el chiste picante, la irreverencia verbal y el arte de pasarse de verba ha estado siempre vivo en nuestra tradición.

Una de las funciones del arte es provocarnos la risa, desatar nuestro buen humor, porque con eso nos devuelve la esencia de la cual parte el artista. De acuerdo con Bajtín:

La risa es una actitud estética hacia la realidad, definida pero intraducible al lenguaje de la lógica; es decir, es una determinada forma de la visión artística y de la cognición de la realidad y representa, por consiguiente, una determinada manera de estructurar la imagen artística, el argumento y el género (1986, 231).

La risa, la hilaridad, la franca carcajada abre nuevos espacios de nuestra realidad: es la manifestación de la tribu, la derogación de todas las formas del poder y la instauración de una sociedad horizontal. La risa es la búsqueda de un discurso democrático, una postura cínica que nos permite conciliar y oponernos: conciliar con los nuestros y oponernos a las normas establecidas. Nuevamente con Bajtin:

El mundo infinito de las formas y manifestaciones de la risa se oponía a la cultura oficial, al tono serio, religioso y feudal de la época. Dentro de su diversidad, estas formas y manifestaciones —las fiestas públicas carnavalescas, los ritos y cultos cómicos, los bufones y bobos, gigantes, enanos y monstruos, payasos de diversos estilos y categorías, la literatura paródica, vasta y multiforme, etcétera—, poseen una unidad de estilo y constituyen partes y zonas únicas e indivisibles de la cultura cómica popular (Bajtín, 1987a: 10).

Si por un lado la literatura ha cumplido funciones religiosas, políticas, jurídicas, esotéricas, etc., por otro, ha cumplido la función de ser el gran órgano de la risa. No por ello pierde seriedad, sino al contrario, nos recuerda que la única manera de ganarnos el respeto es haciendo reír de manera oportuna. La literatura humorística también permite medir la salud de la lengua, saber de su vitalidad y estado de ánimo porque el lenguaje culto y popular se imbrican.

En el poeta Roberto López Moreno, encontramos que la risa deriva del empleo de dos formas del humor: el humor negro y el chiste colorado.

 

Humor negro: la sangre fría del reptil

El humor negro es la actitud burlona, satírica frente realidades que deben conmover, sensibilizar. La ironía y la sátira son algunas formas del humor negro, pero con esto no se pretende solamente generar la risa en el receptor sino sobre todo instaura una postura crítica. El humor negro es la incorrección política, la impiedad literaria, una desalmada forma de confrontar los prejuicios. Sin embargo, el humor negro siempre es un manifiesto a favor de la vida, aunque se burle de la muerte. No es una forma de entretenimiento sino una manera de entender y confrontar la realidad, porque el humor negro le quita peso a la realidad, atenta contra la gravedad de los cuerpos; logra que la moral pese un poco menos. El amargo Schopenhauer nos advierte; “el humor es lo serio detrás de la broma”.

A lo largo de la obra de Roberto López Moreno, pero particularmente en la compilación realizada en su obra Meteoro, podemos reconocer en diversos poemas el uso magistral del humor negro. En su poética, el humor negro es el humor saurio, iguanesco, lento pero escamoso, el humor de sangre fría, pero de efecto duradero. Como en el poema “Corrido”, en el que el poeta narra su propia muerte. El poema está conformado por 14 estrofas castizas donde a la manera de los cantantes populares el sujeto lírico narra la propia muerte del trovador de Huixtla, romance[1] de raigambre lorquiana, pero también de cepa popular mexicana.Los cuchillos que verdugos

le desvistieron el alma

descansan su diferencia

en un trigal de pestañas.

 

Ha muerto López Moreno

dos ojos lo apuñalaron

al fondo de la barranca

dos tunas están sangrando.

 

Vuela, vuela palomita,

noviecita de un lucero,

ve a avisarle a los maizales

que murió López Moreno.[2]

 

En este poema, en lugar del gesto angustiado, se apela la mirada cómplice. El poeta canta su propia muerte, pero no con lamentos, sino con la alegría de un cantante de cantina que se conforma con los aplausos del respetable. Muchas veces el blanco de la burla del humor negro es la muerte; es el centro en torno al cual giran sus sombras mordaces. Es un humor que inicia con una risa y termina en un rictus congelado. Reírse de uno mismo es reírse de la muerte, la propia y la de los otros.

En sus laconismos, que es una propuesta poética de López Moreno y otros escritores, el poeta huixtleco incluye un poema cercano a la perfección, “Crimen perfecto”:

Si me quieres matar déjame vivo,

y no habrá muerto más triste.

El humor negro, la melancolía, el spleen y la ironía de los románticos están condensados en este poema. El río negro, como le nombra Roger Bartra a la melancolía, atraviesa los poemas de humor negro de López Moreno. Es la mirada crítica y desafiante ante la muerte, no sólo a la de sí mismo sino también ante la muerte de los otros, como en los dísticos dedicados al poeta Marco Fonz:

“Del sistema”

Poeta solitario ¿cuál tu trofeo?

Una soga para el cuello.

Una oscura inteligencia y una mordaz sensibilidad se combinan para darle paso al humor negro. No hay dolor, pero tampoco indiferencia. No hay burla ni lamentos, pero tampoco encubrimientos. Hay una crítica letal y directa sobre el sistema, la sociedad, la acidia que asedia la muerte, porque ante la infausta decisión que tomó el poeta en Valparaíso, Chile, López Moreno sostiene:

Ingenuos, no fue suicidio, fue asesinato.

El humor negro a veces nos congela la risa, nos coloca una camisa de fuerza para que no entendamos del todo, porque representa la ironía frente a la muerte, la afrenta a las verdades históricas. Este humor es un dogal que el poeta anuda pacientemente para que los lectores decidan si balancearse juguetonamente o tomarse la vida un poco más en serio. El humor negro devela las sombras y nos ofrece una luz que puede herir profundamente nuestra sensibilidad o ayudarnos a visualizar mejor nuestro mundo.

Si la vida es una broma pesada, como sostenía el autor de El mundo como voluntad y representación, lo mejor sería hacer del humor negro un escudo para defendernos y al mismo tiempo reírnos de las desgracias, sean propias o ajenas, porque el humor negro es la paradoja de la sensibilidad. La poesía de humor negro de López Moreno cabecea sobre la caliente piedra de los tiempos, eriza sus rígidas crestas y nos enseña a mudarnos la piel.

 

El humor négrido

De manera licenciosa, diremos que una variante del humor negro en la poesía de López Moreno es el humor de los negros, o humor négrido, la poesía mulata que no solo se suma a la propuesta de la negritud sino sobre todo al reconocimiento de nuestra tercera raíz, la huella de los afrodescendientes que se distribuyeron por todo el país dejando una estela de ritmo y sabor. Esa huella que tanto tiempo ocupó a Armando Duvalier para recrear la poesía de la negritud, López Moreno la alcanza con sus négridas. Es el humor de los negros, el humor arrecho del negro colocho bailando al son de la marimba. Con sus négridas, el poeta alcanza las notas más alegres de la poesía chiapaneca. Es la picardía de los negros, la alegría infantil, la improvisación costeña. Si el poeta de Pijijiapan se ocupó en buscar voces de la negritud, rastrear la herencia de los negros que llegaron a la frailesca y a la costa, López Moreno la encuentra en el ritmo costeño, en el son de la marimba, en el sustrato lingüístico de las diversas lenguas y variantes dialectales de la babel chiapaneca.

Varios de los poemas incluidos en Négridas y Ábrara nos recuerdan las canciones improvisadas por los niños en las playas del litoral chiapaneco, suenan a la chamacada arrecha de Puerto Arista, Paredón, Las palmas y San Simón. Su humor négrido recupera la alegría infantil, el entusiasmo de los bolos, y la arrechura de la gente de la costa.

Al ritmo del son, el bolero, el danzón, el mambo, la marimba, el sujeto lírico es un director de orquesta que pretende poner a bailar a todos los que caigan en esta pachanga négrida:

Por este lado del mundo

se desvaneció el tambor

y la otra punta del mapa

aquí no,

quién sabe desde los cuándos

aquí ya no, humo de ñáñigos entre malangas

quién sabe desde cuándo no.

Aquí marimba y aquí pozol y la negrada de Cintalapa

de Villaflores y Yayagüita,

¿Dónde creció?

Aquí marimba y aquí pozol

y los misterios de la negrada antes que yo…

 

En un ensayo sobre Armando Duvalier, López Moreno sostiene: “Uno de los máximos anhelos de Duvalier fue encontrar la poesía negra chiapaneca y compilar en un gran libro de reencuentros. Eso no pudo ser, lo que buscaba no existía en esa forma, quizá no existió nunca.” (2018, 490). Sin embargo, el propio poeta de Huixtla nos demuestra que, si bien en Chiapas la negritud no se encuentra como un sustrato fijo y fácilmente identificable, sí subyace en la actitud costeña, soconusquense, porque lo negro es una alegría de negro colocho y bocón, es un tambor que se cimbra, un ritmo de sal, un remo de sol, un licor de marimba, una savia de azafrán, un rimo denso, un zumo endulzado con caña, un machete arrecho y unas nalgas rotadoras. Con el empleo de voces antiguas, vocablos de lenguas amerindias, voces yorubas, glosolalia, interjecciones, onomatopeyas, palabras agudas, versos octosílabos y decasílabos con rima consonante, el empleo de la repetición, el paralelismo, la anáfora, la jitanjáfora, las aliteraciones, las ábraras y muchos más recursos fonéticos, López Moreno logra un estilo mulato que nos permiten reconocer y valorar la tercera raíz, la sangre africana que también corre por las venas de nuestra poesía. Se suma esta obra a la de Duvalier para mostrar que la poesía no sólo es un género literario sino un medio de reivindicación de la raza. Porque como sostiene Derek Walcott en La voz del crepúsculo: “El resurgimiento del africano es una huida hacia otra forma de dignidad…” (2000, 19). También en nuestros poetas chiapanecos el encuentro con la tercera raíz es una forma de dignificar nuestra cultura. No es circunstancial que yo cite a Walcott, porque el mismo poeta antillano, que reivindica su negritud nos confiesa:

Mi generación miró la vida con pieles negras y ojos azules, pero sólo nuestra dolorosa y enérgica mirada, sólo el aprendizaje de la mirada, daba sentido a la vida que nos rodeaba, sólo nuestra enérgica escucha, la escucha de nuestra escucha, daba sentido a los sonidos que emitíamos. (20)

En el caso del autor de las Négridas, también ha escuchado el ritmo de su pueblo, la tradición oral, pero también las voces de los poetas que lo antecedieron. De tal manera que convierte las heridas negras en un nuevo ritmo poético, pleno de humor y arrechura. En medio de esta zarabanda humorística, se notan los pasos de baile de Ballagas, Guillén, Palés y Duvalier, pero además, este poeta de variado verbario aporta nuevas inflexiones melódicas.

A lo largo del país hay poetas que también han querido conciliarse con la tercera raíz, por ahora los más certeros han sido los poetas chiapanecos. El humor négrido de Moreno, nos demuestra que el soconusco tiene forma de marimba de teclado doble y la piedra de Huixtla es un enorme tambor que desgrana ritmos donde todos los colores se suman, se combinan para armar el fandango, la pachanga y el reventón. Debajo de un palón de mango, bajo un enorme aguacero, descalzos y empapados la gente del sur inicia un largo viaje a través de los rieles de la marimba que nos regresan a uno de nuestros senos maternos, porque, aunque no haya comida ni justicia, mientras la marimba suene al son del corazón, el ser humano se liberará de amarguras blancas y negras.

 

Vuelo del colibrí, los alburemas

Si el humor negro representa el espíritu de la iguana, por su carácter frío, sus movimientos lentos pero sopesados, su mirada fija e inteligente, el humor colorado posee la naturaleza de colibrí, puede emprender el vuelo reversible, el doble sentido: su actitud beligerante, vuelo zumbador, cuerpo chico, pico ágil, el colibrí es el humor colorado. Dejo aquí un primer ejemplo:

De la negritud ni hablar,

por si acaso se te antoja

yo te puedo presentar

la negra que las afloja.

Siéntase el lector con la confianza de asumir estos poemas como si fueran suyos, porque en efecto, el autor las ha tomado de la risa popular, la risa culta y la risa soconusquense. Esto de la risa soconusquense es una adenda a la propuesta de Bajtín, porque consideramos que es una risa inclasificable. La risa soconusquense es impredecible, inefable, es una amalgama donde se funde el amargor tibio del café y el dulce invasivo del chocolate. En el soconusco una mentada de madre puede ser el más tierno saludo. Los apelativos y vocativos son siempre alusión a la sexualidad, a la incompletud, la mutilación. En las calles de Tapachula, conscientes de que se debe crear cultura vial, el ayuntamiento colocó en las esquinas la señalética que sugiere “uno por uno”, pero el soconusquense, aún más consciente de que es necesario hacer explícito al enunciatario, para que éste se sienta aludido corrige: “uno por uno, vergas”. Y aunque este proceso de subjetivación se haga de manera improvisada, con un pedazo de carbón o tepalcate, el conductor se siente tranquilo de que el mensaje va dirigido a él y se ve más tentado de hacer caso.

Todo el virtuosismo verbal que le dio su patria del colibrí el poeta lo hizo copular con el lenguaje citadino, el lenguaje cachondo y desafiante y lo plasma de forma insuperable en los poemarios El libro proscrito y Alburemas, ambos firmados por su heterónimo Rolomo. Si sus poemurales reclaman ser grabados en la gran piedra de la historia, sus poemas de humor colorado reclaman la patria de la pulquería, del taller, del colado y demás sitios donde la gente emplea el lenguaje como zona de descanso, “aunque venga valiendo una chingada, un verso deshojado en el camino”, porque esta sociedad que vive con premura nos ha arrebatado incluso la posibilidad de emplear el lenguaje como zona de confort o de descanso. El tiempo es dinero, es vida, pensamos, pero el poeta, siempre a contrapelo de la historia, nos recuerda que la vida no retorna, “y nos pasamos la vida haciéndole al pendejo”, pero el poeta alza su bandera y pronuncia: “a mí el abuelo Cronos me la pela/ aunque alegue el cabrón que va de prisa”. En el sentido original de la palabra, López Moreno muestra su pleno cinismo, es decir, su rechazo contra las convenciones, los estereotipos y nos ofrece poemas deslenguados, cachondos y albureros.

Como dice el poeta Daniel Téllez:

López Moreno construye y deconstruye la tradición […]  e interviene en ella reajustando e innovado el folclórico doble sentido del lenguaje popular, acabando por alterar, jocoseriamente, el color de la poesía mexicana. […] Porque los mecanismos que preceden a la creación poética son similares a aquellos juegos verbales anclados en el caló y ciertas jergas especializadas, López Moreno descubre campos fértiles para singularizar las palabras, rehaciendo su significado, dándoles un sentido “equívoco” y transformando la apuesta verbal. (2018)

 

El humor colorado es el vuelo del colibrí, sólo escuchas el zumbido cerca de tu flor, pero no logras ver cómo hunde su pico en tu néctar. El hecho de que este humor no deriva solamente de la risa culta y popular del centro del país, sino también de su geografía, lo demuestran obras como la de Máximo Cerdio Caldo de verga para el alma y la sección de “Vergario” del libro Sobras reunidas de Balam Rodrigo, soconusquenses que han aprendido del maestro López Moreno y siguen sus pasos. Maestro de múltiples generaciones, la lengua de Rolomo se ha abierto camino en las nuevas generaciones. Consciente de que su poesía también debe educar en temas literarios, el poeta propone a los alumnos preguntones:

Sobre la cultura griega

no te pases de fregón,

¿quién inventó la chaqueta?

Agamenón

 

En su humor colorado, a Rolomo le sale lo moro, mejor aún lo chavarico, me refiero al gracejo que participa en la representación de la batalla de los moros contra los cristianos y que se gana la atención de la gente porque deja de lado su libreto para improvisar con frases memorables, groserías, doble sentido, apotegmas, etc. Sin embargo, una de las funciones del chavarico es moralizar parodiando, enseñar carcajeándose, dar consejos sobre diversos temas; como lo hace Rolomo, por si hace falta un ejemplo, para estos días de lluvia:

Para que luzcas decente

debes llevar cuando salgas

bufanda, guantes y lentes

y botas hasta las nalgas.

Si no me dan la razón, es porque no han leído los alburemas, pero me la darán en cuanto los lean. Contra el pavor de lo serio, el deprave de Rolomo, contra la invasión de culturas y lenguas extranjeras, la reavivación de nuestras voces ancestrales. Así es que recomiendo que en lugar del eurocentrismo y la gringofilia, mejor vayan con Rolomo a un “Paseo por Tenango”, pero anden con cuidado porque este guía de turistas:

Primero Temamatla el Ayotzingo,

luego Tepopula el Mixquic

y cuando ya Tetelco…

te lo Actopan

y ¡Ahualapa!

 

De la misma manera que lo hace en sus poemurales, donde toma versos de los maestros de la vanguardia, del bolero y de la filosofía latinoamericana, en sus poemas proscritos y alburemas, Roberto López Moreno practica la intertextualidad y la transducción, tomando las citas de los maestros de la cuchara grande, de los cantantes urbanos, de los filósofos del caló, de los repentistas del transporte púbico y demás próceres de la verba pelada. La convivencia con los chilangos le ha dejado colorado el humor y así nos lo entrega para que nos lo apropiemos.

Entre la iguana y el colibrí, los dos chulel de su poesía, Roberto López Moreno es el quetzal de luz chiapaneco que nos enseña que, si en verdad queremos ser personas serias, hay que saber reírnos y también saber provocar la risa. Tener sentido del humor y del tumor.

Larga, muy larga la vida y la verba para nuestro poeta.

 

 

 

Bajtin, Mijail. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. Madrid: Alianza, 1990.

Bartra, Roger. La melancolía moderna. México: FCE, 2018.

Duvalier, Armando. Vida y obra. Poeta vanguardista, teórico y crítico literario d elas segunda mitad del siglo XX en Chiapas. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México: CONACULTA CONECULTA, 2017.

López Moreno, Roberto. Meteoro. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México: CONACULTA CONECULTA, 2014.

——Ábrara. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México: CONECUTLA, 2004.

—- Verbario de varia hoguera. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México,: Instituto Chiapaneco de Cultura, 1993.

—- Morada del colibrí. Poemurales, México: Malpaís Ediciones, 2014.

Solís Arenazas, Jorge. Entre la iguana y el colibrí. Sobre la obra poética de Roberto López Moreno. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México: Secretaría de Educación, 2002.

Téllez, Daniel. «Profundo río de la lengua. «Revista siempre”. 2018. Revista Siempre. 16 de junio de 2019 http://www.siempre.mx/2018/01/profundo-rio-de-la-lengua/.

Walcott, Derek. La voz del crepúsculo. Madrid: Alianza, 2000.

[1]  Desde su romance “La noche de Tuxtla Chico”, publicado en 1969, López Moreno demostró ser un buen versador y aunque el poeta no lo incluye en la compilación de su obra, el poema se ha convertido en escudo de la poética del machete, postura que caracteriza a varios poetas del Soconusco. La geopóetica del machete o machética, como la denomina Balam Rodrigo, tiene en este romance de machetes, infidelidad y aguardiente uno de sus himnos más preciados. Es decir, la machética es una propuesta literaria que posee “un filo de perfil moreno”.