Miguel Casado: Cuando la poesía encuentra lectores

1889

Muchas veces me he preguntado qué es lo que ocurre con la crítica académica que provoca rechazo en los lectores: instintivo, físico, en cierta manera visceral. A veces lo achaco a la jerga que manejan, a la necesidad de plantear marcos teóricos innecesarios, de hablar sólo para sí mismos (pues ni siquiera hablan para sus colegas). Por eso cuando alguno de ellos nos sorprende con textos chispeantes, con ideas novedosas y profundas, además de tener conocimiento y herramientas académicas, uno siente que ha descubierto un tesoro y, como hay que hacer con los tesoros, lo dilapida, busca todos los libros que pueda encontrar de ese autor y los lee, los comenta, los regala a los amigos, quiere compartir la buena nueva: miren ¡un buen ensayista, un crítico modelo! Eso me ocurre con el poeta español Miguel Casado, a quien conocí personalmente en un encuentro de poetas del mundo latino hace unos años. Antes, amigos en cuyo gusto confío –Eduardo Milán, Pedro Serrano– me habían hablado de su poesía y sus ensayos. Sus libros de poesía no son fáciles de conseguir, pero algunos los conseguí y otros los pedí prestados y empecé a picotear su obra –esa forma de leer tan común entre los lectores de poesía– preparando el momento de hincarle el diente plenamente. Lo que leí me bastó para simpatizar con su escritura como había ocurrido antes con su persona (pocas veces se vuelve sobre un autor que nos ha caído mal y eso a veces lleva a errores perceptivos).

Recientemente la aparición de un libro de ensayos suyos en México (el primero que aquí se publica) me llevó en cambio a precipitarme en su obra reflexiva. Y allí me di cuenta de otra razón por la que los académicos suelen ser malos críticos: no les gusta leer. En Cambio, a Casado le produce –y se nota– un inmenso placer. El libro se titula La ciudad de los nómadas y tiene su historia: reúne los textos en su mayoría publicados en el Periódico de poesía digital desde hace un poco más de diez años. Los columnistas del PDP han visto reunidas sus colaboraciones en una colección francamente muy buena –han salido libros de Jorge Fonderbriden, Francisco Segovia y algún otro– y con un tono en general muy atractivo. Realmente un acierto, pues a esos columnistas se les pide un tono específico y ellos lo entienden muy bien. Casado, por ejemplo, no tiene en este libro el tono denso, a veces granítico, de sus ensayos sobre poética, reunidos en Un discurso republicano, aparecido también por estas fechas.

Este libro, La ciudad de los nómadas, de enigmático título, es el reverso de Un discurso republicano. No sólo porque formalmente está construido con notas de lectura que dan cuenta de innumerables y diversos libros, pocos de ellos de teoría, sino también porque aquí se busca más que la exégesis y el desentrañamiento el contagio de un entusiasmo lector en estado puro. Novelas, libros de viaje, poesía, memorias, reflexiones, diarios, de autores lejanos y no pocas veces exóticos frente a otras recensiones de libros que escribió el amigo que está cruzando la calle (me lo imagino, no lo sé). Es en el mejor de los sentidos un libro misceláneo. Los textos han sido publicados y pensados para su publicación en diferentes revistas o diarios, muchos, la mayoría en el Periódico de Poesía en su cuarta época, y su edición por la UNAM y la Secretaría de Cultura lo hacen su primer libro aparecido en México. Y como toda buena miscelánea tiene muchas cosas en su oferta que se nos antojan. Y eso es una virtud de Casado: vuelve interesante aquello que no conocemos y nos mueve a leerlo, pero también vuelve interesante aquello que conocemos y en su momento no nos atrajo o incluso nos pareció o prescindible o ajeno, nos acerca a autores con los que no coincidimos o con los que francamente discrepamos, nos hace interesarnos por poetas de lenguas muy lejanas o tiempos muy diversos y nos inquieta la sensación que provoca la lectura ya no en su forma periodística sino en su secuencia de libro: lo ha leído todo.

Y hay que agregar: lo ha leído todo por placer. Conserva esa facultad, que otros tanto añoramos de nuestra juventud, de leer mucho, de forma omnívora, y a la vez de hacer sentir a su lector que lee selectivamente. Supongo que no siempre acierta, que hay libros que deja a la mitad o que no lo mueven a escribir sobre ellos, pero esa sombra no aparece en su ciudad de los nómadas. Su voluntad de creación y recreación del texto hace pensar que sería capaz de volver la carta de un restorán un texto significante. Esta actitud viene de ese impulso barthesiano de los prolegómenos de la novela o la narratología. Antes dije que el título es enigmático, aunque él lo aclara en la breve nota de presentación, pues la ciudad es desde un cierto ámbito, la negación del nomadismo. ¿Imaginará Casado el paraíso como una biblioteca? Es probable, pero sería en todo caso un paraíso distinto del soñado por Borges, o –mejor dicho– tendría el sentido de aventura que tiene entrar no en una biblioteca sino en una librería. Se trata de otro tipo de lector, con una variante sobre el de estirpe borgiana: para él la literatura es un hecho político, y siempre lo está mirando como tal. Eso lo vincula con Un discurso republicano. Leer un autor en contexto enriquece la mirada y evita la tentación de abstraer el sentido de lo humano.

Otro autor muy presente en sus fuentes es Maurice Blanchot, de él toma la idea de la literatura como una inminencia, un diálogo que no acaba –inconcluso, inacabado, infinito (escoja usted, lector, el calificativo)–. Así, esa novela de la lectura que dibujan algunos críticos encuentra en él un relator privilegiado. Y la buena noticia es que si durante mucho tiempo los libros de Casado eran imposibles de encontrar en México ahora, con la publicación de La ciudad nómada, su primer libro editado aquí, podrá encontrarlo con cierta facilidad y tal vez los distribuidores se animen a traer desde España algunos de sus otros libros de poesía y ensayo.

La inteligencia de Casado se nota desde los títulos: Un discurso republicano es en este momento en España casi una provocación. Pero habla poco o muy poco de lo que esa palabra, republicano, evoca allá. Aunque en realidad el horizonte es ese: una idea política de la literatura. ¿Cómo leerlo en México? Sus ideas sobre Vallejo o sobre Celan son muy interesantes. No hay nada más político que la ruptura del discurso y la fragmentación del lenguaje, sobre todo cuando implica una resignificación de la vida, pues para él no hay literatura por más intelectual que sea que no esté ligada al hecho de vivir. En México, aunque de otra manera que, en España, también hay que atender esa inflexión política de la crítica. Véase, por ejemplo, la manera en que, en escritores como Bernard Noel, la relación de lo escrito con la plástica toma un nuevo sentido.

Conforme uno avanza en la lectura de sus textos se ve mejor que la palabra académico no le cuadra. No se especializa: habla de danza, de música, de cine, de pintura sin necesidad de establecer diferencias genéricas o de lenguaje, salvo si son pertinentes. Tampoco se limita por un orden jerárquico, igual habla de clásicos que de desconocidos, de libros de hoy o de hace muchos años. Es curiosa, por ejemplo, su afición por los libros de viaje y por regiones raras, aunque no exóticas, como Mongolia. Su barroquismo conceptual no se traduce en barroquismo verbal, no cae en el error de muchos críticos de su generación en ambas orillas que se dejan llevar por la melopea encantatoria del discurso y se arrojan en brazos de la confusión. Diría que tiene una actitud cartesiana. Duda y rigor dispuestas al asombro. Otro de sus libros –su obra es extensa– se titula La palabra sabe (2012). Saber y sabor: no es una ambivalencia sino una educación del gusto.

Recientemente Miguel Casado formó parte del jurado que otorgó el Premio FIL 2019 al poeta David Huerta. La decisión puede ser un cambio de paradigma en el galardón, antes dominado por intereses diversos, desde los editoriales (globales) hasta los políticos (locales). Se premia a un poeta perteneciente a una generación –la del 68– que se decepcionó de la poesía y que terminó perdiendo lectores por la guerra abierta que el mercado le declaró. No por nada uno de los libros mayores de la poesía latinoamericana se titula Incurable (del propio David) y tiene algo de libro símbolo. El 68 también marcó a Casado, no porque lo viviera (estaba muy joven y en España no tuvo el vigor que en México) sino porque los pensadores que le han influido –Barthes, Blanchot, Derrida, Lyotard, Deleuze, Foucault– tienen el movimiento ya cincuentenario, en el centro de su quehacer crítico.

Cuando la poesía encuentra lectores así, se intuye que la falta de lectores o será pasajera o en su condición minoritaria –en una sociedad que, sea de derechas o de izquierdas privilegia lo masivo– encontrará nuevos sentidos. La dialéctica lírica no concluye, su vitalidad reside en la paradoja. Decimos una y otra vez que la poesía resiste al tiempo, se sustrae a él, pero eso no quiere decir que sea intemporal, sino que una de sus mayores cualidades es estar fechada, Por ejemplo, la editorial que suele publicar los libros de ensayo de Casado en España es “Libros de la resistencia”. La editorial adecuada para sus ensayos. Los textos críticos son, evidentemente, no sólo parte de la escritura de Miguel Casado sino también de la obra en sí, sea con mayúscula o con minúscula, aunque creo que él prefiere la segunda. Leerlo es buen antídoto para esa tendencia en la crítica mexicana, impulsada por los mismos críticos para quitarse responsabilidad, de considerarla una práctica vicaria.

Miguel Casado, La ciudad de los nómadas, Dirección de Literatura, UNAM/ DGP Secretaría de Cultura