Manuel Alberca. La biografía puede escribirse con la misma libertad que una novela

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En mis años de la licenciatura, un compañero me vio una vez en la biblioteca leyendo a Stefan Zweig, y me preguntó con sorpresa: “¿Por qué lees eso?” Había leído para entonces con enorme placer e interés las biografías que Zweig escribió sobre Balzac, María Antonieta y Fouché. Pero esta pregunta y la manera en la que mi colega la hizo me generó, a la vez, muchos cuestionamientos. Supuse que a mi colega le llamaba la atención que en lugar de leer a autores hispanoamericanos mostrara un alto nivel de eurocentrismo leyendo a austriacos; o quizá le molestó el hecho de que leyera un género crítico (la biografía) que la academia de entonces, y parte de la de ahora, condena de manera casi automática. Esa era la época –al menos en la Universidad de las Américas­-Puebla– del postestructuralismo y el postcolonialismo: los textos críticos estaban repletos de neologismos, las argumentaciones hacían recorridos arduos, en ocasiones tortuosos, por referencias filosóficas o pseudofilosóficas para llegar a una conclusión que podía ser interesante, como que el texto está cargado de una agenda política y de un constructo ideológico. La biografía, en comparación, se leía como una novela; apenas iluminaba un periodo histórico y la vida de un personaje, y carecía casi por completo de argumentación conceptual.

Por eso, el libro Maestras de vida. Biografías y bioficciones de Manuel Alberca representó para mí un vuelco teórico y un reencuentro con mi lector hedonista. Alberca es uno de los críticos más destacados en el estudio de los diarios íntimos y el género de la autoficción con libros como El pacto ambiguo: de la novela autobiográfica a la autoficción y La máscara o la vida: de la autoficción a la antificción. En mis años de enseñar literatura a nivel de licenciatura y posgrado, es raro que pase una generación sin un estudiante interesado en estos géneros (sobre todo la autoficción), y que no use como aparato teórico a Alberca. Imagino que estos géneros les permiten lo que Stephen Greenblatt llamó “tocar la realidad” –equivalente a lo que en otras épocas fue “tocar lo transcendental”–y, en ese sentido, la biografía se encuentra antes o a la par de todos ellos.

La biografía es un género en el punto de encuentro de lo real con la ficción, que permite un pacto de lectura similar al que se tiene con la historia: lo narrado se asume como verdad hasta que se presenten nuevas fuentes, referencias o medios de verificación. Se trata de una escritura vigilada, parecida en ese sentido a la traducción: imposible distanciarse de las fuentes –como del texto original– sin cometer una traición y hasta un daño ético. No se le pide al lector la suspensión de la suspicacia sino, al contrario, un constante cuestionamiento que evalúe el complicado balance de las dicotomías: Ficción / No ficción; Individuo / Grupo; Literatura / Historia; Subjetividad / Objetividad; Continuidad / Discontinuidad. “Porque lo que distingue al biógrafo –escribe Alberca­– del novelista no es forzosamente ni el discurso ni los procedimientos narrativos, lo que los hace distintos es el diferente referente al que apunta el contenido de su discurso: textual e interno al texto en la novela; real, exterior y comprobable y documentable en la biografía” (79).

La biografía puede escribirse con la misma libertad y complejidad, en la estructura y el lenguaje, que una novela. Después de cuatro capítulos entregado a la discusión teórica –que evalúa las nuevas figuras y concepciones de los biografiados inmersos en un contexto más determinista; del lector y su búsqueda por “tocar la realidad”, y las maneras en las que el pacto de lectura, la selección literaria y las convenciones de la investigación histórica se lo permiten; de los biógrafos y su compromiso literario, histórico y ético– Alberca realiza un recorrido exhaustivo, muy puntual e interesante, de la historia de la biografía. Inicia con Plutarco, quien nos revela que la biografía nace con un impulso literario de renovar la historia. Desde ese primer momento hay dos elementos clave en ella: la anécdota y la moraleja; es decir, la enseñanza por medio de la representación literaria. El mismo fin buscaban la épica y el teatro de la época.

Después de un recorrido por el paradigma heroico, hagiográfico y romántico, Alberca llega a la biografía moderna, con el estudio de la obra de Lytton Strachey y Stefan Zweig. A ambos les precede un siglo obsesionado con el archivo, que dio como resultado biografías de miles de páginas; biografías canónicas que aportaban un conocimiento invaluable de la vida y el contexto de creación de los autores de aquel siglo o de siglos precedentes (en tanto que se hubiera conservado su archivo). En este mar de información se perdieron, sin embargo, el afán literario y la interpretación que subyace a la selección y a la eliminación de pasajes en la vida de toda persona. Strachey y Zweig cambiaron esto. La Reina Victoria, Fouché, Balzac son personajes complejos y cambiantes en una narración con distintas intensidades, velocidad y, en muchos casos, con hipótesis sorpresivas.

Tantos han sido los ataques contra la biografía romántica –que veía una relación directa entre la vida y la obra del biografiado–, que me parece que Alberca concede de más al afirmar: “En principio, cuando un biógrafo emprende la tarea de reconstruir la vida de su personaje, incluso si este es un escritor, no se pone forzosamente como meta explicar la obra (esto normalmente es, acaso, una consecuencia secundaria), sino mostrar la relación entre la vida y la obra, y destacar los puntos en que ambas se cruzan o encuentra, produciendo muchas veces efectos contradictorios” (322). La relación entre escritor y obra está mediada por lo que Pierre Bourdieu llamó los campos político, económico y literario, y las tradiciones y capitales de dichos campos. La misma sociología literaria –y antes los estudios culturales y el postmarxismo– revelaron la incongruencia que era estudiar una expresión artística fuera de su contexto de creación. Pero estas mismas teorías no se pusieron una limitante con respecto al conocimiento profundo de una obra artística o literaria; al contrario, podían decir más sobre la originalidad, la importancia cultural e ideológica e incluso el valor estético de una obra que otras escuelas aparentemente más abocadas al texto. Creo que la biografía se encuentra en esta misma línea, y las puede haber –pienso ahora en Las trampas de la fe de Octavio Paz– cuyo objetivo principal sea justamente explicar una obra, y que al hacerlo acudan a la vida de la biografiada, como a su contexto histórico, su medio literario y hasta un análisis formal –que es justamente lo que hace Paz con Primero Sueño.

Alberca termina su libro con un recuento de la historia de la biografía en España. Podemos afirmar que, comparada con la tradición inglesa y francesa, el resultado es pobre. En México el resultado es lamentable. En ambos países (España y México) no hay una gran tradición de preservar el archivo; existe una fuerte ignorancia del valor histórico y cultural de aquello que se defiende como la esfera de lo privado; y el medio editorial sobrevive con dificultades. Al menos hay libros como este de Manuel Alberca, al que podemos acudir quienes deseamos profundizar en la comprensión y la escritura de este género de la crítica literaria; a quienes nos fascina la lectura, entre otros, de Stefan Zweig.

Alberca, Manuel, Maestras de vida. Biografías y bioficciones. Málaga, Pálido Fuego, 2021, 592 pp ISBN: 978-84-122451-0-3: 1ª