La tecnología, ese pequeño gran amigo (¿o enemigo?) del ser humano. Hay opiniones para todos los gustos, es evidente, pero la mayoría tienden a otorgar la medalla de oro al proceso científico-tecnológico. A menudo nos hace la tarea fácil, como en mi caso: ¿qué sería de los estudiosos que se dedican a investigar la literatura medieval sin la presencia de archivos digitales y la evolución de las prácticas de humanidades digitales? Creo que no sería el fin del mundo, pero sí un paso atrás en los protocolos de análisis. Dicho lo cual, también es contingente avisar de que el exceso o mal uso tecnológico nos lleva a la ruina, efectivamente lo que Luis Felipe Gómez Lomelí llama “la épica tecnocientífica” en Estética de la penuria. Tras consultar el diccionario, este término se refiere a la sobreexplotación y sobreproducción de conocimiento científico que supuestamente se dirige a la mejora de la condición y vida del ser humano. Claro que, ¿qué hay del otro lado de la moneda? A través de sus páginas, Luis Felipe Lomelí nos enseña la destrucción de una tierra, de una comunidad y de una península de Baja California que sufrió prácticas excesivas occidentales a lo largo de los siglos. La perspectiva ambientalista y ecocrítica nos sumerge en un mundo enciclopédico en torno a la naturaleza, sus formas y procesos.
Una tierra mágica y única para unos; una tierra explotable tecnocientíficamente para otros.
Juan Jacobo Baegert fue un padre misionero, nacido en Francia en 1717, y asentado durante 17 años en las misiones de Baja California. No es mi intención proveer más detalles de dicho jesuita, sino mencionar un título que Lomelí toma como objeto de su argumento y crítica más notoria: en 1771 sale a la luz Noticias de la península americana de California, una serie de recopilaciones de todo tipo acerca de lo que el padre jesuita estimó oportuno para ser trasladado a tinta. Entre estas líneas, había mención de los guaycuras y el desierto sudcaliforniano, alusión clara alterada y filtrada por su visión, a lo Bartolomé de las Casas. En Estética de la penuria se recrea a modo de pensamiento satírico barroco cómo todo ese ente occidental, representado en Baegert, solamente tuvo una consecuencia en el devenir de los guaycuras; la destrucción, la desaparición y la deformación de una naturaleza que muchos no supieron ni interpretar ni respetar ni convivir con ella. Mediante un estilo muy suyo, construcciones irónicas, alusiones que viajan en la línea de tiempo, desde la saga Amadís de Gaula, best-seller medieval, hasta las aventuras de Julio Verne y llegando a la última guaycura, Estética de la penuria nos transporta literariamente a una problemática social, cultural y moral fruto de la colonialidad, pero cuyo pensamiento permanece hoy en día. Juan Jacobo Baegert en su obra postula un desierto de tonalidades muy rígidas, consistentes, poco cambiantes, meramente una tierra inhóspita y carente de vida, seca, atormentadora. Y, ¿dónde entonces estaban los guaycuras? En el desierto, el mismo desierto que para los occidentales significaba la nada, la no-existencia y la falta de recursos para vivir, e incluso sobrevivir. Cuyo motivo, nos comenta Lomelí, fue la inclusión de la ciencia, una ciencia que consiguió la erradicación de un tesoro, una ciencia que superpuso la ideología occidental colonial a la preexistencia de una forma de vida ancestral. Exactamente este aspecto, diría el autor mexicano de este relato literario, conlleva la siguiente afirmación: “la tecnología nos hará libres” ––querido lector, no olvide el deje de sátira sorjuanesca de dicha enunciación.
A lo largo de sus cien páginas, Estética de la penuria juega con el lector y con el tiempo. El marco temporal es arriesgado pues incluye lo precolombino, lo colonial y lo que llaman la colonialidad. Los saltos entre eras alguna que otra vez caen en vacíos, vacíos no en vano ventajosos discursivamente. A modo de ejemplificación, la crítica a lo occidental brota en una ocasión mediante la irracionalidad extremista y la intransigencia religiosa del Santo Oficio en siglo XVIII. En realidad, así se concebía el tribunal inquisitorial, pero desde sus inicios con la reina Isabel allá por los 1480, y no así ya bien entrado el siglo XVIII cuando se trataba de una institución en decadencia y controlada sutilmente para ciertos objetivos y políticos. Ahora bien, es este marco temporal lo que al mismo tiempo logra construir esa narrativa de resistencia social y comunitaria, esclarecidamente necesaria para la propuesta literaria, narrativa y discursiva de Estética de la penuria.
Arriesgada, sí; tentadora, también. Pero sabemos que quien no arriesga no gana. Esto llevó a Luis Felipe Lomelí a obtener el Premio Bellas Artes de Ensayo Malcolm Lowry este año pasado 2018. El jurado, integrado por Fabienne Bradu, Elba Sánchez Rolón y Rose Corral, le otorgó el galardón por unanimidad, aliciente enriquecedor para sumergirse en el desierto de la Baja California a través de las líneas de Estética de la penuria.