Mi primo me llamó para ayudarle a cuidar al tío Rubén. Quería irse de vacaciones con su familia. Hace años que lo cuidaba y creo que deseaba pasar un tiempo lejos de él. Llegué a casa de mis familiares, ellos subían las últimas cosas al carro. El tío Rubén observaba por la ventana, estaba en su silla de ruedas; hace años que sufrió un accidente y tuvieron que amputárselas.
—Padre, ya nos vamos— dijo mi primo en voz alta, tío Rubén no contestó, parecía ausente. —En fin— recompuso mi primo—tienen lleno el refrigerador, los números del hotel donde nos quedaremos están sobre la mesa. No importa la hora, cualquier cosa me llamas al celular o allí—me comentó.
—No te preocupes, aquí el tío y yo nos arreglamos—contesté, y vimos cómo se alejaban en el automóvil.
—Ay sí, me llaman por cualquier cosa—espetó en tono de burla el tío Rubén. Me sorprendí debido a que su actitud cambió completamente, a una más jovial, nada más ver alejarse a la familia de mi primo.
—¿Todo bien, tío? —pregunté.
— No pasa nada. Qué bueno que estás aquí. Sígueme—dijo el tío Rubén mientras se desplazaba, con gran habilidad, por la casa montado en la silla de ruedas.
No sabía cómo iniciar una plática con el tío. Saqué un libro Historias de la ruina.
—Tío, me recomendaron este libro, si se aburre lo puede leer—dije.
—¿Es tuyo?
—Sí
—Que si tú lo escribiste, menso.
—No, para nada—comenté con algo de nerviosismo—, me pareció bueno.
—Luego le echo un ojo—dijo el tío.
—Mejor los dos—mi chiste no generó la respuesta que deseaba.
—¿Sabes lo que es una piruja? —me preguntó el tío sin miramientos.
—¿Una qué?
—Sí, una piruja, una fácil, una prostí, una put…
—Sí, sí, ya entendí—contesté un poco incómodo.
—Pues prepárate. Vamos a visitar a algunas—pensé que el tío estaba desvariando así que no le hice mucho caso y comencé a revisar mensajes en mi teléfono. Luego de unos minutos el tío salió de una recámara con otra ropa y bañado en loción barata. —¿Cuánto te pagó mi hijo para venir? —me preguntó el tío.
—Cómo cree, vine porque somos familia y…
—Déjate de mamadas, ¿cuánto?
—Quinientos pesos.
—O tú andas muy necesitado o mi hijo es un pinche aprovechado—mencionó el tío al momento que me mostraba dos mil pesos en efectivo. —Son tuyos si me acompañas—remató.
—¿A dónde?
—¿No te acabo de decir que con las putas? Ah, y otra cosa—dijo tío Rubén mientras levantaba el libro que le presté—leí los dos primeros cuentos.
—¿Y? —pregunté emocionado.
—Este libro es una mierda, mira el primer cuento Juguete chino: «Algo sucede. Muta. Surgen de ella historias diversas, poderosos cuentos que se magnifican, se repliegan, se retratan; palabras que se revelan ante el asombro del lector». P15.
—¿Qué tiene? —pregunté confundido.
—Eso mismo digo yo. La historia comienza con alguien observando una caja, la cual, contiene, otras más pequeñas, luego se plantea un sentido inverso de esa lógica para volver a la primera caja; y de allí (según el autor) al infinito.
—No pues sí—argumenté—, ¿y qué? —volví a preguntar.
—No eres más tonto porque no entrenas, sobrino. El modo de escritura es vago. Que de la caja broten palabras es un recurso muy utilizado en cuentos infantiles. Jugar con el espacio-tiempo dentro de un relato requiere de un compromiso del autor que aquí no se nota. Existe una parte donde se habla, en magnitud de masa, de un átomo; es decir, se plantea un límite. Inmediatamente acaece el sentido inverso (de la caja chica a la más grande) para finalizar tirando todo de patas con la mención del infinito en esas palabras que emergen de la caja. ¿Hay finitud o no?, ¿Para qué entonces incluir el tamaño de un átomo como limitante?, ¿los recursos literarios son ilimitados?, ¿las palabras son infinitas? La verdad no entendí el chingado sentido de esto.
—No lo había visto así—dije, el tío Rubén me pidió le acercara el teléfono y la tarjeta de un sitio de taxis que estaba pegada en el refrigerador. Llamó y nos alistamos para salir, no con cierta desconfianza de mi parte. En el trayecto de la casa a la avenida todo mundo saludaba al tío Rubén, parecía un personaje del barrio. A mí me presentó con todos como su ayudante, reía y corregía sus palabras ante el desconcierto de los vecinos. —Tío, cómo me presenta como su empleado—dije en un intento de ser valorado.
—Tú y toda tu chingada generación son iguales, no tienen sentido del humor—espetó el tío Rubén.
—¿Y el segundo cuento? —pregunté mientras esperábamos el taxi.
—¿Es casado el güey que escribió esta mamada?
—No sé, tío. ¿Por qué?
—Porque es bien aburrido, si está casado seguro es un cornudo. Escucha esta parte del segundo relato Al otro lado: «El hueco apareció un día como cualquiera. Apenas un boquete mínimo, no le conferí en un inicio un valor mayor al que puedo concederle a una silla o a una cuarta de forros». P17. —Al final del mismo párrafo escribe: «Por eso, cuando al arrastrar uno de los pesados libreros descubrí por descuido aquel agujero oscuro, comencé a sentirme intranquilo». P17.
—¿Qué pasa con eso, tío? —pregunté.
—Que es desesperante leer las divagaciones ajenas. Primero no le da importancia al hueco, inmediatamente después (sin decirnos por qué) ya le perturba. En un cuento debes ir al grano, de lo contrario creas lagunas en el escrito, volviéndolo nebuloso y débil—dijo el tío Rubén mientras le hacía señas al taxi para que se detuviera. El taxista se estacionó y yo abrí la puerta del copiloto, el tío acercó su silla de ruedas lo más que pudo al asiento. Me ordenó sujetar ésta por la parte de atrás, con gran habilidad se sujetó de la puerta y saltó adentro del vehículo. Luego de guardar su silla de ruedas en la cajuela partimos.
—¿A dónde los llevo? —preguntó el chófer.
—A la iglesia de San Bartolo, por favor—respondió el tío.
—¿A qué chingados vamos a una iglesia? —pensé.
—A rezar sobrino, a rezar—dijo de la nada el tío Rubén. Me le quedé viendo, también al taxista. No encontré mirada que orientara mi sorpresa.
—¿Este viejo lee la mente o qué pedo? —volví a pensar.
—No sobrino, no leo la mente. Sólo hago conjeturas. Hemos estado hablando cerca de 30 minutos, sólo platicamos de este tedioso libro, aparte ya te había dicho exactamente a dónde íbamos, de ahí es fácil deducir tu reacción de desconcierto cuando mencioné la iglesia.
—Usted me da miedo, tío—dije con sinceridad.
—Volviendo al segundo cuento, el protagonista escucha la voz de sus vecinos a través del hueco, ellos hablan en una lengua extraña para él; ah, y lo anterior le provoca ataques de ansiedad. ¿Te acuerdas de tu tío, Toño? —me preguntó el tío Rubén.
—¿El que está internado en el psiquiátrico?
—¿Pues cuántos tíos Toños tienes internados en un psiquiátrico? Sí, a él me refiero—contestó un tanto enojado el tío—, yo estuve presente en dos de sus crisis de ansiedad. En una les rompió el hocico a un par de policías municipales que nos querían sacar una mordida. En otra ocasión se cortó el pecho con un cuchillo, me dijo que el dolor físico era más tolerable que lo que sentía dentro de su cabeza. Los demonios de tu tío Toño son reales y crudos. El tarugo que escribió esto pone que un ataque de ansiedad lo detonan unas simples voces al otro lado del muro. Es como si yo me espantara cada que doña Socorro (mi vecina) les grita a sus hijos que ya está lista la comida. Todo el monólogo del protagonista es determinado por esas voces y por los libros que lee durante su trabajo de clasificación en el almacén. Es terrible, finaliza en que el protagonista duerme mal y descuida su salud por dicho hueco en la pared. No existe nada coherente en el escrito, por allí menciona a una raza de perros que le irrita, ¿y luego?, un perro de aquellas características no es la mascota de sus vecinos, tampoco lee alguna clasificación canina donde venga una fotografía de aquel perro, entonces, ¿es válido hacer menciones que nada tienen que ver con el cosmos de la historia? Tampoco existe un detonante interesante para elevar las voces de sus vecinos al punto de transformar la rutina del protagonista, o de convertir los hábitos de éste en la caricatura decadente que nos muestra—finalizó el tío.
—¿Usted escribe, tío? —sus apreciaciones no eran simples comentarios, por eso se lo pregunté, pero no me respondió.
Llegamos a la iglesia. Los alrededores estaban casi desiertos. Se podía sentir la brisa que movía las ramas de los árboles. Se advertía la quietud, la tranquilidad.
—Por eso me gusta venir, por la paz que irradia este sitio—volvió a decir el tío sin que yo dijese una palabra.
—¿Ahora qué me delató? —pregunté.
—En el taxi reinó el silencio. De un escenario incómodo cambiamos a éste; calmado y sereno. El cuerpo se adapta a la psicología del momento inmediato, tu respiración se redujo, hablas con más claridad, seguro hasta tu presión arterial es baja. Con esa información no es disparatado suponer que, igual que yo, encuentres relajado este ambiente.
—Debería cobrar por leer la mano o algo así, tío—dije jocoso. El tío me volvió a ignorar y entró al recinto, tardó menos de diez minutos, lo vi persignarse y orar un poco.
—¡Vamos a darle! —gritó el tío una vez fuera de la iglesia. A un par de cuadras estaba el Hotel Castello. Entramos, el tío pidió una habitación con jacuzzi.
—¿Para cuántas personas? —preguntó el tipo de la recepción.
—Para tres—respondió el tío—, hasta cree que me voy a coger a este cabrón—remató el tío señalándome—. El recepcionista sonrió. Subimos por el elevador, entramos a la habitación; era genial, muy grande, con cama King Size, un baño también enorme, el jacuzzi frente a la ventana y en el ambiente se percibía el aroma del aire acondicionado.
—¿Está seguro de lo que hará, tío?
—¿A poco crees que es la primera vez que lo hago? —respondió el tío al tiempo que saltaba (con sus brazos) hacía la cama. —Es más, así como me ves tengo tremenda potencia para satisfacer a las féminas—mientras decía esto, el tío Rubén tomó una almohada y simuló que la penetraba; la verdad parecía metralleta el pinche ruco.
—Ya, ya, ya tío. Ya le entendí—grité y me tapé los ojos.
—Sobrino, ¿eres joto?
—Qu- ¿Qué tiene que ver eso? —respondí tartamudeando.
—No, nada más me dio esa impresión—dijo el tío Rubén, luego tomó el teléfono de la habitación, marcó un número de memoria, saludó a una tal Kenia, habló de la tarifa de siempre, le dio a la mujer el nombre del hotel y el número de la habitación. —En lo que llega la reina, te explico qué vi en el tercer cuento El sueño, escucha: «Algunos meses atrás, en una conversación de café, se atrevió a afirmar ante sus amigos que no existiría situación más perfecta que vivir en el mundo de los sueños». P25.
—¿Ajá? —pregunté.
—Cuando utilizas y te dedicas a expresarte por medio del lenguaje debes hacerlo de forma certera. ¿Qué es eso de que se atrevió? Te atreves a realizar algo frente a un escenario adecuado: un asalto, por ejemplo. No te atreves a nada frente a tus amigotes y tomando un puto café. Otra vez el autor peca de indeciso. Primero da a entender que su personaje no controla los sueños en los que se sumerge, después (al no soportar éstos) decide volver. ¡Oh qué la canción! ¿Son sueños lucidos o no? Este relato es una chaqueta mental de un tipo berrinchudo, cuya única dialéctica consta en despertar o no, ah, y al final hace referencia a una pedorra aparición, una tontería—dijo el tío.
—¿Dialéctica? —pregunté extrañado.
—Pinche, sobrino. Cómo explicarte para que entiendas. En su forma más sencilla, la dialéctica es la colisión entre dos filosofías o sentimientos, de ese choque se genera el conflicto, del conflicto nacen nuevas dinámicas o resultados.
—Ah ya—dije un poco más ubicado.
—Bueno, el cuarto cuento Para domar a las Furias. P29. Mira que nadie en su sano juicio debería leer completa esta aberración—opinó el tío.
—¿Qué pasa con el cuento? —pregunté porque ya no recordaba su planteamiento.
—Algo recuerdo en la biografía de este sujeto—mencionó el tío al tiempo que se dirigía al inicio del libro. —Aquí está, dice que el autor nació en la ciudad de México y estudió arquitectura en el IPN. En el Distrito Federal la única escuela del Politécnico que gradúa arquitectos es la ESIA Tecamachalco—volvió a deducir el viejo. —¿Recuerdas al ex marido de tu tía Cuca?
—Sí, él también era arquitecto, ¿no?
—Exacto, estudió en la ESIA y salió como Ingeniero-Arquitecto. En su medio es conocido. ¿Viste el Mega-Soriana por el que pasamos hace rato en el taxi?
—Ajá.
—Pues tu ex tío fue el encargado de levantar el domo.
—¿A poco? —pregunté con genuino interés. —¿Y qué tiene que ver todo esto de los arquitectos con el libro?
—Que el tarugo que escribió este…no sé si llamarlo libro o anecdotario, en el cuarto relato escribe estas barbaridades: «En un inicio estos comentarios (hechos por albañiles) me parecieron necedades, creencias absurdas de un medio primitivo e ignorante». P30. —»Poco tiempo después me di cuenta de que había dos o tres trabajadores mugrosos y vulgares a los que no me molestaría desaparecer». P32. —»…esa masa de gente inmunda e ignorante que jamás podría reflexionar en su vida conceptos tan básicos como la felicidad y la conciencia.» P33.
—¿Todo eso dice de los albañiles?
—No lo leíste, ¿verdad? —me preguntó el tío. —No me respondas, sé la respuesta.
—¿Me leyó la mente otra vez? —pregunté con malicia.
—Para nada, cualquier animal sin capacidad de interpretar textos pudo recomendarme esta cochinada. Por supuesto que hay más comentarios despectivos hacia el gremio de los albañiles que no valen la pena citar. De tener valor, este sujeto (el autor) pudo dejarse ir en insultos al gremio de la clase política, por ejemplo, es bien fácil criticar a la clase trabajadora en este país. Por eso recordé al ex marido de Cuca, ese güey era a toda madre, se llevaba bien con los albañiles a su cargo, seguro tuvo sus conflictos con alguno, pero de eso a tratarlos como subhumanos, jamás. Este tipejo, Ulises Paniagua, por cómo se expresa de la clase trabajadora y teniendo como referencia que estudió arquitectura, es el típico advenedizo que no dejaban de molestar en la escuela, como dije, un sujeto berrinchudo y acomplejado que utiliza la literatura como medio para descargar la basura que trae en la cabeza. Sobrino, no te dejes engañar por esta gente, por estos farsantes de la literatura, te dirán que un relato como este no rebasa el orden de la ficción, pero mienten. Que no se te olvide—finalizó el tío.
—Ja,ja,ja. No pus sí.
—No es chistoso, cabrón. Este tipo de «escritores» son responsables de que generaciones como la tuya no sepan distinguir los buenos escritos de la basura. Este tipo de «escritores» son los responsables de que generaciones enteras pierdan el gusto por leer—dijo el tío Rubén, noté su molestia y guardé silencio. De pronto sonó el teléfono de la habitación. Tío Rubén me hizo una señal para que contestara. Era el recepcionista avisando que nuestra visita estaba por subir. —Ándale, vete a que te dé el aire—me ordenó el tío.
—Aquí afuera hay una sala, allí espero—todavía no estaba muy seguro de dejar al tío con una dama de compañía. El tío me dijo que leyera los dos cuentos siguientes y volvió a correrme de la habitación.
—Shitt—dijo el tío.
—¿Qué pasa? —respondí.
—Cállate y escucha—me ordenó.
—¿Qué cosa? —no entendía nada.
—Es el sonido más sensual previo al coito—mencionó el tío.
—¿Al qué?
—Al coito, a la penetración, a copular, a montar a la hembr…
—Ya, ya le entendí—lo interrumpí porque se formó una imagen desagradable en mi mente del tío teniendo relaciones sexuales.
—Sobrino, ¿seguro que no eres joto?
—Oh qué la chingada, que no—dije molesto.
—Escucha ese sonido—me ordenó otra vez, tras la puerta se escuchaban unos tacones. —Se me pone la piel chinita—dijo el tío. —Oye, cuando termine, ¿quieres seguir tú? —me preguntó.
—No manche, tío—contesté.
—No pasa nada, ella se baña al terminar.
—No, no, no—tocaron a la puerta, abrí y vi a una mujer hermosa, alta, delgada y con buena presencia. En ese momento me arrepentí de no aceptar la invitación del tío, éste le dijo que pasara, le dio tremenda nalgada y gritó: ¡Yegua! Ambos cerraron la puerta en mis narices.
Me senté en una de las tres piezas de la sala que se hallaba fuera de la habitación. El entorno era silencioso. Comencé a leer el quinto relato Todos somos licenciados. P35. Al analizar las letras desde otra perspectiva, ese autor (el del libro) ya no me parecía tan bueno. El hilo del cuento consta en una entrevista a un X licenciado cuya única función era responder sobre su trabajo, sobre el sistema burocrático; supe que no era un buen escrito apenas leí el primer párrafo: «…no despierta mayor extrañeza (la burocracia) que un velo inquisidor sobre el cuerpo de las mujeres en Afganistán, o la masacre de delfines que se practica año con año en Dinamarca». Comparar los trámites burocráticos con lo antes descrito no lo vi con mucho sentido. ¿Para qué trasladas la mente del lector hacia imágenes sin relevancia a la burocracia, que es el tema central? Tampoco vi que dichas referencias unieran o reafirmaran alguna idea en el texto. Comencé a descifrar ese aburrimiento que tanto refería el tío Rubén.
Como no leí nada de genuino interés, inicié la lectura del sexto relato Encuentro en la embajada. P45. Lo rescatable a nivel creativo es que aquí se entrevista al propio Cuento. Se realiza una especie de ensayo sobre las tendencias del cuento a través del tiempo. Me di cuenta de lo flojo que es el autor, ya que con toda la información que vierte en este pasaje, bien pudo escribir un libro (si se lo proponía) sobre la evolución del cuento, sus influencias, sus periodos históricos, etcétera. Como relato es un escrito facilón que intenta copiar el estilo Borgiano, pero tampoco alcanza algún umbral de relevante pasión, es decir, no te puedes identificar con el entrevistador, porque, al tener como interlocutor a alguien tan fuerte en su esfera de conocimiento como al Cuento, no pasa de ser un mero espectador, o en el mejor de los casos como a un bufón del protagonista. Por otra parte, al darle voz a un género literario tan exigente como el cuento, es tan diminuto el espacio que le brinda el autor que tampoco logras conectar con las implicaciones que nos narra. Intuí que identificarse con esta historia, la cual sólo pone de manifiesto los gustos sesgados del autor era un ejercicio de apaciguar una idea unilateral y no algo hecho para ser leído fuera de un grupillo de escritores soberbios, quienes seguramente se acabarán la garganta en hurras para el amiguito y su cuentito.
—¡Oye, oye! ¡Muchacho, tu tío se está convulsionando! —salió gritando la mujer enfundada en sólo una toalla. Fui corriendo para auxiliar al tío. Él se revolcaba.
—¡Llama a una ambulancia! —le grité a la prostituta. Lo primero que se me ocurrió fue meterle la sábana en la boca del tío para que no se mordiera la lengua.
—¡BUUUU! —gritó el tío, luego él y la tipa comenzaron a reír.
—No la friegue, tío. Con eso no se juega—dije molesto.
—Ay sobrino, existen un chingo de cosas con las que se puede jugar, es cuestión de apreciación.
—Pinche viejo—le dije cuando me tranquilicé. La mujer ya se había ido. El tío pidió servicio a la habitación. Estábamos comiendo y me preguntó:
—¿Qué te parecieron los cuentos?
—Ya vi que no son tan buenos. Por ejemplo, Fábula de Mutibilda que vive en Villa Semiótica…
—¿Así o más pretensioso el tal Ulises? —me interrumpió el tío de forma irónica. No le faltaba razón. El hilo del cuento es que a esta región (Villa Semiótica) llega un mago en un globo, todos lo esperan expectantes, menos Mutibilda, que es la marginada del lugar. El autor nos describe la vida en Villa Semiótica por medio de personajes, todavía más pretensiosos como: Hermeneuto «El sabio». Todo el asunto concluye con que un mago aterriza en un globo (ignorando a todos) y se dirige hacia Mutibilda para después irse con ella volando. El mago era una creación del pensamiento de Mutibilda y para rematar el autor nos reta con un secreto: leer a la inversa el nombre de la protagonista. Entonces Mutibilda cambia a Adlibitum, que es la voz en latín para «A placer», «a gusto», «a voluntad».
—¿A poco sabes latín, sobrino?
—No, lo googleé.
—¿Lo qué?
—Eh…lo busqué en internet.
—Se supone que esto es un cuento, una excusa para salir de la realidad; para andar revisando en diccionarios o en el internet existen los textos de investigación. Nadie debe saber latín para disfrutar una lectura en español, nada más le falto al autor pedir a sus futuros lectores un propedéutico para entender sus mamadas. Esa fábula no transmite nada. El lenguaje de los signos pudo ser aprovechado mejor—finalizó el tío y se dirigió al baño con el libro en mano.
—No se vaya a limpiar con él—le dije al tío, pero no me contestó—. Oiga tío, siempre cuentan que usted perdió mucho dinero en los negocios, ¿es cierto? —pregunté cuando volvió del baño.
—Ah qué con la pinche familia, se nota que les encanta hablar de mi vida, de menos me hubieran mandado a saludar.
—Sí le mandaron salu…
—Cállate—me ordenó el tío al percatarse de mi hipocresía—. En fin, efectivamente, tuve (según yo) una idea revolucionaria: La Gengileta.
—¿La qué?
—Desde niño admiro a Gengis Khan. Creé una paleta de caramelo macizo con la figura del conquistador. Pensé que todo niño querría llevarse a la boca un poco de grandeza en forma de dulce. Gasté todos mis ahorros en crear moldes de acero inoxidable con la forma de Gengis, en una producción de 5 millones de paletas, publicidad del producto, contratar empleados y renta de maquinaria; aunque fue un rotundo fracaso, nadie quiso la paleta.
—¿Todavía las tiene?
—Bastantes, se las doy a los niños del barrio cada día de muertos. ¡Dios santo, en qué chingados estaba pensando! ¿Leíste el otro cuento, ese muy extenso y para variar malo? —me preguntó el tío para cambiar el tema.
—Ah sí. Historia del desasosiego P61. La verdad no le entendí—respondí.
—No tenías nada que entender. Es otro monólogo con demasiada moralina sobre un tema igual muy gastado: el choque entre ciencia y religión. Se pone sobre la mesa que una especie de Mesías aparecerá a una hora determinada en un lugar determinado, ¿así o más de hueva?, en lo que el mundo espera el suceso el autor intenta dar su punto de vista (uno muy débil y poco madurado) sobre las vicisitudes del mundo. Nunca crea un escenario creíble donde su relato pueda vivir, el escrito es una mezcolanza de asimilaciones exageradas, las cuales son orientadas a través de personajes de índole religiosa. Es una bomba para antes de irte a dormir, leer ese cuento es igual que tomarse un somnífero; no cuenta con estructura, al carecer de ella cualquier tipo de objetivo se diluye, por lo tanto, no se llega a sentir real ningún mensaje. Es como si te sentaras a conversar con un adolescente sobre su visión del mundo. Y no con cualquier adolescente, con uno muy tonto—terminó de hablar el tío Rubén.
—Qué raro—dije.
—¿El qué?
—Pensé que por el currículo del autor sería un buen libro, a lo que me refiero es que dice que es narrador, poeta, dramaturgo, videasta, cantante…
—Ajá, seguro también vende menudo los domingos en el tianguis—me contestó el tío, interrumpiéndome.
—Ja,ja,ja,ja—se me salieron unas carcajadas muy tontas, sí me hizo reír el chingado viejo.
—Olvida eso—ordenó el tío—y veamos Las leyes cuánticas P73. Es un relato un poco más rescatable. Por vez primera el autor intenta plasmar una historia con determinado sentido: qué pasaría en el planeta si existiera una máquina de teletransportación. Describe bien las posibles ramificaciones del tema, aunque no tarda en convertir el texto en una madeja de situaciones diversas (divagaciones) sin aterrizar la premisa en algo concreto (un personaje y/o alguna situación determinada). Al final existe una moraleja—lo que me hizo sentir estar leyendo un libro para niños—sobre que el ser humano es incapaz de utilizar responsablemente sus creaciones—terminó de hablar el tío Rubén. —Y ya deja de pensar en que nada me parece—remató regañándome.
—A usted no se le escapa nada—comenté porque otra vez me había leído la mente.
—No es cosa del otro mundo, cualquiera se emputaría al leer esta chingadera—dijo el tío mientras me pedía acercarle su silla de ruedas.
—¿Ya nos vamos? —pregunté.
—Así es. La verdad quería llamar a otra de mis amigas, pero ese libro me quitó las ganas por fundirme dentro de una linda dama. La literatura debería tener el efecto contrario, llenar de fecundidad la mente del lector, no hundirlo en el fastidio.
De camino a casa hablamos de En las catacumbas no se baila tango. P77.
—El relato comienza con un sujeto al que despiden, Se habla de que no pueden hacer más de la vista gorda a un problema que él tiene (problema independiente a su despido). Luego de eso, sin ningún tipo de ilación coherente, conducen a este hombre hacia una catacumba donde hay muchos cuerpos. Es desesperante cómo el autor se las arregla para escribir mucho sin concretar nada. Si te despiden de un empleo, lo más plausible es que pidas explicaciones, que te enfurezcas, que comiences una venganza contra la empresa; no que voluntariamente camines dentro de una cueva para ver cuerpos apilados uno sobre otro. Además, no hay ningún tipo de justificación para el título del cuento; el desarrollo de la historia no es en Argentina (cuna del tango), el baile tampoco es alguna analogía del ir y venir en el desempleo. Qué pérdida de tiempo—dijo el tío Rubén.
—Yo que pensé que era bueno este escritor—dije con voz decepcionada.
—No es culpa tuya, sobrino. Tú ves un libro y de manera inconsciente le brindas el respeto que representa: el conocimiento. Después tu mente crea mecanismos de pensamiento condicionado que en automático te llevan a percibir a un escritor como estandarte de dicho conocimiento. Pero nada más alejado de la realidad, existen miles de escritores que son unos asnos—finalizó el tío Rubén.
—Órale nunca me habían explicado el porqué de mis percepciones inmediatas—respondí con asombro.
—Eso se debe a que te juntas con puro pendejo.
—¡Tío, no todos tenemos su inteligencia!
—¿Cuál inteligencia? Es cuestión de saber pensar, ¿y qué te ayuda a saber pensar?, leer, alguien que lee se pregunta cosas, alguien que se pregunta cosas busca respuestas, en ese camino desarrollas el análisis crítico y mucho más aprendizaje. No se trata de inteligencia sino de huevos y desprenderse de la cultura dominante. Con eso en tu cabeza te das cuenta quién es un mal escritor, quién es un farsante; entre otras cosas.
—¿No ha pensado en dar charlas motivacionales? —pregunté entre broma y en serio, el tío Rubén contestó dándome un zape.
Pasé todo el fin de semana con el tío. Hablamos de varias cosas. Fueron los días más extraños que he pasado, aunque también los más divertidos. En el autobús de vuelta a la ciudad leí el resto del libro. Cacería en la ciudad P81, un texto endeble. Se refiere a cómo una persona busca grandes obras de la literatura a bajos costos en las librerías de viejo. Es un cuento reiterado porque casi en todas las historias de esta obra se menciona un libro, o un librero u otra cosa que lleva relación con los libros y el mundo de la literatura, para editar esas madres mejor organiza una tertulia con tus amigos y allí dense vuelo con sus tonterías. Volviendo al cuento, de un momento salta a otro—sin ningún tipo de transición— a que los libros cuenten la forma en que el mencionado (no puedo llamarlo un personaje, ya que carece de elementos para serlo) los toca, cómo recorre sus partes con la mirada entre otros detalles aburridos. Incluso maneja precios (de los libros) en libras, ¿a razón de qué el autor toma esa decisión?, todo mundo se hace a la idea de lo que significa una bagatela en las librerías de viejo, independientemente del país. Manejar cifras en libras es otro síntoma de la desconexión del autor, ya dejen hacia lectores potenciales, hacia la gente en general.
Algo me obligó a enderezar mi espalda y a enfocar mi atención en Crónicas del Minotauro P85. Dejando de lado el estilo de escritura pomposo y ceremonioso de Ulises Paniagua (el autor), este cuento es, sin duda, de lo más rescatable. Una corrida de «toros» es el escenario. En realidad, toda la parafernalia de la tauromaquia es utilizada para castigar a los ex presidentes corruptos, éstos toman el lugar del toro. Aquí el autor—sólo por un instante—olvida su complejo de superioridad y ejecuta un castigo—que muchos quisiéramos aplaudir—en contra de las figuras de poder que le han coartado infinidad de oportunidades de crecimiento personal y económico a la sociedad. Un limpiaparabrisas es la imagen del sentir colectivo, él es el encargado de castigar a los expresidentes corruptos. Hasta ese momento todo en orden, pero Ulises Paniagua, fiel a su personalidad, no tarda de tildar al limpiaparabrisas (sentir colectivo) como desgraciado y jodido.
Cartas a un espejo muerto P89. Es otro escrito insufrible que repite los vicios que ya he explicado, es una nueva mirada autobiográfica a la vida sosa, e—hasta cierto punto—infantilizada del autor. No hay nada que analizar aquí, sólo hacer mención a la cantidad espantosa de muletillas que vuelven más monótono el ya monótono relato.
Agradecí a los cielos porque ya sólo faltaba un cuento para terminar el libro, de hecho, se trata de un epilogo. A estas alturas de la lectura, una lectura plagada de baches, uno más ya era lo de menos. Nunca me expliqué el porqué de un epilogo, a menos que se tratara de una recopilación de todo lo que NO se debe hacer al escribir, pero ni eso, es más, ya no voy a decir nada malo de Ulises Paniagua, alguien ya pensará que le tengo manía por la forma de hablar de sus textos. Voy a transcribir algunos fragmentos de La Rampa P97, y ya me dirán si es manía o simple realidad:
«Por ello esta historia es tan mala y no conduce a ninguna parte, no cuenta nada, no tiene pies ni cabeza». P115.
«Comprendo que llevo escribiendo veinticinco o treinta horas continuas esta historia mentirosa, sin sentido. ¿Un cuento debe tener sentido?» P115.
Bajo ningún concepto volví a tocar este libro. Seguí leyendo a muchos escritores y escritoras y encontré símiles de Ulises Paniagua. Me dio vergüenza todo el tiempo perdido en lecturas y de mis ansias por desenvolverme en el medio literario. Tomé una difícil pero necesaria decisión: abandoné los libros.
Mi mente se aclaró y me enfoqué en lo importante: la familia. Comencé a visitar a mi tío Toño en el hospital psiquiátrico. También reanudé relaciones con primos que hace años ni saludaba. Tuve la grata experiencia de ayudar en sus cuidados a varios de mis tíos cuando enfermaron. Ahí me tocaba estar, no perdiendo el tiempo en tonterías intelectuales.
Aproveché todos los momentos junto al tío Rubén, porque unos años más tarde partió a mejor vida.
Sí, se fue de casa de su hijo a vivir a un departamento con una muchacha muy guapa. Viejo cabrón.
Historias de la ruina. Sediento Ediciones 2013. Ulises Paniagua.