Algunos cuentistas del sureste de México

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“En el libro están representados los narradores que han desarrollado

la escena del cuento peninsular en los últimos cincuenta años”

Carlos Martín Briceño.

Narraciones de 31 autores nacidos o, en algún momento, radicados o, quizá, con antepasados relacionados con la Península de Yucatán, han sido consideradas por el escritor Carlos Martín Briceño para formar un libro que ha denominado Sureste: Antología de cuento contemporáneo de la península. Y a no ser porque en la portada del libro aparece la imagen de un mapa de 1858, en el que se aprecia la península yucateca, uno como lector no tendría muy claro a cuál de las penínsulas mexicanas hace referencia el título.

Carlos Martín Briceño ha demostrado ser un excelente cuentista que últimamente ha comenzado a incursionar en la novela; en su labor como antólogo nos hace un acercamiento a la obra de 31 autores que para él han demostrado constancia en la disciplina del cuento, y selecciona lo que, a su parecer, forma un abanico de los temas y posibilidades que desde el sureste de México se presentan al mundo de las letras mexicanas.

Más allá de que uno de los 31 autores, Ramón Iván Suárez Caamal, presenta seis textos breves, a los que algo termina por faltarles para ser considerados minificciones, sobre los otros 30 autores el antologador presenta un solo texto.

Es notoria la falta de método para reunir los textos que se presentan, y sólo queda aceptar que la selección está basada en sus gustos, y uno puede no coincidir. Desde textos que aparecen en la antología “Litoral del relámpago, imágenes y ficciones” (Ediciones Zur, 2002), en la antología “Nuevas voces de la narrativa mexicana” publicada en el año 2003, hasta posibles textos publicados en 1997. En la ficha de la escritora Fausta Gantús, se anota que publicó un libro de cuentos en 1997, y como no se dice ni se cita de dónde ha sido tomado el cuento que de esta autora ha sido incluido (no se cita la procedencia de ninguno de los cuentos incluidos), uno se pregunta si el cuento de esta autora ¿data del año 1997? ¿Por qué tomar esos cuentos? ¿Acaso los autores no tienen material nuevo? ¿En 20 años no han aparecido nuevos narradores, nuevos cuentistas? Todos esos son detalles que debieron dejarse claros al realizar la antología.

Así mismo vale la pena señalar que de los 31 autores compilados seis son no nacidos en la península, incluso dos de ellos nacieron en Cuba, pero viven en la península yucateca desde hace muchos años, y algunos como Beatriz Espejo, Hernán Lara Zavala y Héctor Aguilar Camín no han construido su carrera literaria en el Sureste de México, sino en el centro de la república, donde radican, trabajan, y desde donde publican.

Reconociendo todo lo anterior, nos metemos a la antología.

De los 31 autores incluidos, tres cuentos son altamente recomendables: ‘Hombre al agua’, de Carlos Farfán (Ciudad de México, 1973), un texto que se lee con rapidez, y es muy conmovedor, en el que el personaje asiste al hospital a encontrarse con su ex pareja y el que había sido su amigo y que ahora se debate ante la muerte; ‘Legítima existencia’, de Fausta Gantús (Campeche, 1968) hermoso cuento, con una gran prosa nos narra como una persona puede desaparecer poco a poco de la sociedad, aún en el interior mismo de la familia; y ‘La última miseria’, del reconocido maestro Agustín Monsreal (Mérida, Yucatán, 1941), que me hizo recordar la película argentina “El secreto de sus ojos” (2009).

También se pueden recomendar ‘El disco de mis hermanos’, de Elvira Aguilar, el último viaje con el padre hacia el mar; ‘La noche que mataron a Pedro Pérez’, de Héctor Aguilar Camín, un pedazo de la historia de Chetumal; ‘Acabando la fiesta’, de Roberto Azcorra Cámara, el drama padre-hijo en una comunidad rural; en ‘Tren de cuerda’, de Manuel Calero, miramos la inocencia de un pequeño y cómo mirar a los adultos que lo rodean; ‘Los aguacates’, del cubano Raúl Ferrera-Balanquet un hermoso cuento del inicio sexual, la familia, el sureste y el trópico; ‘En este oficio los errores salen caros’; de Eduardo Huchín Sosa, muy actual para el México y sus gobernantes, con la ironía que caracteriza a su autor; ‘Flores para Natasha’ del también cubano Agustín Labrada Aguilera, muestra esa idea de rebeldía y abandono en la familia, la memoria, el drama de la pareja, la violencia doméstica no reconocida siempre en la mujer; y los dos textos eróticos ‘Él’, de la doctora Cristina Leirana, una deliciosa reflexión femenina, así como ‘La avidez’, de Carolina Luna, una escena de película erótica muy bien narrada, que se agradece, pero que uno terminará por olvidar ya que es semejante a miles de historias con el mismo tema; hay que detenerse a paladear el cuento ‘Felis Bernandesii Panthera Onca’ de Will Rodríguez, y reconocer un enfermizo instinto materno.

Los demás textos antologados dejan mucho que desear: ‘Unidad 014’ de Melba Alfaro es apenas un divertimento, entretiene y ya, leamos el chisme que ocurre en el camión ¿y luego?; el texto ‘Las formas del apuro’, de Reyna Echeverría, al igual que ‘El último vuelo’, de Roger Metri, no son cuentos, ni siquiera relatos, quizá aspiren a ser prosa poética, mucho más el texto de Metri; al igual que ocurre con ‘Dormir en casa ajena’ de Jorge Lara, que apenas esboza una emoción. Buenas prosas, interesantes, pero no son cuentos. ‘En los labios de los vivos’ de Carlos Vadillo peca de malos diálogos que caricaturizan a los personajes: “Yo era vigilante en esos tiempos… pero bueno bueno, a ustedes qué les importará… uno desenrollando la lengua para naaa… mejor sigo dándole tragos a mi botellita de ron…” Ni en los peores diálogos que le he escuchado al actor Resortes en las malas películas de los años 60-70 del cine hecho en México, me ha tocado ver a un personaje decir algo tan tonto: “tragos a mi botellita de ron”. La historia se vuelve un melodrama, y es muy forzado contar el pasado como lo hace el autor; como si se tratara de algo que ha ocurrido hace muchos años, “en esos tiempos”, cuando es algo tan cercano. En fin, usted lea y cálleme la boca.

Dos textos caen en el tremendismo: ‘Geometría fraternal’, de Mauro Barea, y ‘Coco’ de Rafael Ferrer Franco. El primero a pesar de mantenerte leyendo, tiene un tono falso. Terminas no creyendo que la chica tenga ese comportamiento, hable de esa forma, se comporte como lo hace. Revela apenas la idea pornográfica del autor. La forma en que el autor pretende que la chica se comporte. Su fantasía sexual.

Trata de una jovencita, de la que no se dice la edad, que bien puede ser de secundaria, o prepa, pero jamás de alguna licenciatura; que además de viajar en camión, espera al hermano para volver juntos a casa, y dice: “Tenía tres años menos que tú y no era fea”. Y luego apunta la escena: “agarraste mi mochila asida a mis hombros y la jalaste al piso con toda tu fuerza (…) La falda se me corrió hacia las ingles y mostró parte de mi ropa interior. El poni Pinkie Pie asomó sonriente entre los pliegues de mi falda”; lo que hace pensar que se trata de una chica de secundaria, tres años menor que el hermano, con el que vuelve a casa, y al que luego ella le dice: “Hazme lo que le haces a esas chicas. Tócame y hazme lo que les haces”. Y luego añade: “me quité de un tirón la blusa de la escuela”, otra vez aludiendo al uniforme de una chica secundariana. “El sostén de flores asomó, cubriendo unos pechos tan maduros como los de cualquiera de tus mujeres retozonas”. ¡Vaya, supongo que hay que persignarse porque una hermanita tiene sexo con su hermano! ¿Eso espera el auto, que nos desmayemos? A lo mejor no ha leído ‘Estío’ de Inés Arredondo, donde la madre tiene sexo con el amigo de su hijo, y cuando más está excitada, entre gemidos, dice el nombre de su hijo. Una madre deseando sexualmente al hijo.

En la construcción de los pensamientos de la hermana, quien es la narradora de Mauro Barea, se evidencia un lenguaje de película porno. Como ocurre con esa idea estúpida que muchos hombres tienen del sexo entre mujeres, como si ser lesbiana fuera una actitud liberal para excitar a los hombres, o pensar que toda chica de secundaria tiene que ser una “lolita”. Así se lee esta escena. Me imagino al autor creyendo ser erótico, haciendo que la chica de su narración diga las cosas que él quisiera que toda mujer le dijera, falseando al personaje que intenta construir.

El texto ‘Coco’ empieza interesante, y luego el autor hace hablar-pensar a su personaje, y de nuevo se nota la candidez apuntada como tremendismo: “Dios, si nos creaste puros, ¿por qué dejas que el enemigo construya mi alma como un lego de pecados?” ¡Qué falso texto!, ¿quién habla así? “Lego de pecados”, ¡por favor! Eso denota la falta de oficio del escritor para hacer que sus personajes sean naturales. Si sólo nos enfocáramos en la historia, en la anécdota del pastor que viola a su hija, el tema es ya demasiado recurrente, pero no logra conmover, no se le cree al autor ni a sus personajes.

Baste leer “Si te dicen que caí” de Juan Marsé, “Historia del ojo” de Bataille, o quizá remontarnos algunos siglos para leer “Meter el diablo en el infierno” de Boccaccio; pero si queremos ponernos menos internacionales, insisto, tienen que releer “Estío” de Inés Arredondo, para poder comprender cuándo un texto erótico, cuándo una violación, cuándo una trasgresión social, cultural, sexual, puede atraparnos, y eso no se logra con el “tremendismo” que impulsa a los autores.

Los textos de Beatriz Espejo y Hernán Lara Zavala están metidos con calzador. El de Espejo quizá porque el cuento se llama ‘Progreso’, uno termina leyéndolo por pura disciplina, y se queda con: ¡Ay!, ¡qué lindo el personaje!, ¡a pesar de ser rico, se porta bien con el pueblo yucateco! ¡Qué linda! Como si algo así quisieran que uno dijera al leer el texto. ¡Por dios! El de Lara Zavala es aún peor, un texto que hubiese preferido jamás leer, simple, tonto, sin sentido, lo soltaba harto, y luego lo retomaba y vaya, cómo me costó leerlo por lo aburrido que es; ¡ah!, pero que se sitúa en Francia; ¡vaya pues!, quizá esa fue la razón de que se incluya, o para contar a los lectores, “Sí, compañeros, los padres de Hernán Lara nacieron en la península y por ello él está unido a esta región”. ¿En serio? ¿Y la literatura tiene la culpa? ¿Y por ello tenemos que meterlo en un libro sobre cuentistas de la península?, cuando no es un escritor peninsular, su texto no trata un tema de personajes peninsulares, y más aún cuando ese texto ni siquiera es un cuento, pero sí un texto innecesario.

Con todo, uno siempre termina aprendiendo algo de cada lectura.

Leer a los autores de “Sureste” confirma en mí varias cosas: me quedo con los ensayos de Beatriz Espejo, a la obra de Hernán Lara Zavala le daré más lecturas, por disciplina, pues lo acá publicado no habla bien de su trabajo; Héctor Aguilar Camín, Agustín Monsreal siguen siendo los excelentes cuentistas que he conocido desde hace años, cada cosa que les he leído me ha agradado. Qué ganas de leer más cuentos de Roberto Azcorra Cámara, de Raúl Ferrera-Balanquet, de Carolina Luna, de Cristina Leirana, de Fausta Gantús. He descubierto a Carlos Farfán, y quiero leer más su trabajo literario. Mauro Barea tiene una excelente prosa, seguro tiene cuentos mejores que el acá incluido, donde no se le escape la voz a su personaje, hay que leerlo más.

Y uno lamenta que en una antología de cuento contemporáneo de la península yucateca sigan sin aparecer Daniel Ferrera, Jhonny Euán, Javier Paredes Chí, Gema Cerón, Violeta Azcona, Gerardo Hoy, Patricia Garfias, María Jesús Méndez, Melbin Cervantes, narradores jóvenes con un gran talento para el cuento, que llevan lo menos cinco años picando piedra, apareciendo en revistas, en lecturas, leyendo y trabajando en construir su literatura. Esperemos que pronto, lectores, académicos, escritores, editores, comiencen a reconocerlos.

 

Martín Briceño, Carlos (antólogo). 2017. Sureste. Antología de cuento contemporáneo de la península. Editorial Ficticia y Universidad Politécnica de Quintana Roo. 255 pp.