Verso Bajo

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Claro que hay poetas “sobrevalorados” (aunque mejor sería llamarlos sobrestimados); y los hay porque quienes realizan la evaluación miran al poeta en lugar de mirar el poema —ya nomás con decir de alguien que es un poeta se lo está valorando por encima de lo comprensible, de lo verdaderamente comprensible (y sensato).

Mirá; acá, en la esquina del parque, suele parar una señora que vende sahumerios: no hace falta quedarse mucho rato para darse cuenta de que no es una persona como cualquiera, y es grande la tentación de afirmar que se trata de una poeta —algunos, apurados vaya a saberse por qué presiones del cosmos, hasta dirían que inmensa poeta—; pero podemos aventurar sin mucho margen de error que, salvo por el cartel de “20 x 1 peso”, no ha escrito una línea en su vida.

En cuanto a los “subvalorados” (o subestimados)… bueno… ¿no te estarás quedando corto?

Como escribiera el sargento Reyna en la Piedra de la Ceca antes de desertar y escapar así de una muerte segura en la batalla de Barro Colorado: “Dejen de pedir perdón a Dios. Dios no tiene nada que perdonarles. La boludez no es un pecado.”

En fin… Una recomendación: hay por ahí unos objetos que la humanidad insiste en llamar libros. ¿No sería mejor echarles una mirada antes de gritar eureka, sentados en un barril de pólvora, porque se siente que el fondillo aumenta de temperatura?

 

Escondites

Tu comentario me ha hecho pensar en eso, que ya otros han dicho seguramente mejor, acerca de que un poema puede estar, entre otras cosas no incompatibles con ésta que voy a mencionar, sirviendo para esconder unas pocas palabras entremedio de otras dispersas a su alrededor. Una especie de excusa para decir desde cierta manera de amparo.

Y también, que esas frases ocultas podrían ir cambiando con el paso de los días, con la llegada de otros ojos. Como si fueran flechas talladas en hielo, terminarán derritiéndose luego de clavarse, dejando marcas más o menos pequeñas, mientras alguna nueva flecha se va tallando dentro del mismo poema.

Pensé, después, que esas otras palabras, las que sostienen, son una escenografía: un tablado sin el cual esas pocas que vos subrayás se vendrían abajo; o quizás como un mapa. A fin de cuentas, no es lo mismo columpiarse en un pasillo que en medio de una plaza.

 

Trasgresión de la escritura en movimiento y muerte

Se puede afirmar que cada quien escribe de una manera diferente: como escapismo, para eludir una búsqueda peligrosa, para no apostar a un resultado que pudiera pegar la vuelta y explotarnos en la cara. Pero también porque ronda una verdad que conviene vaciar de estridencia. Hay una corriente que recorre a quien escribe, y no sólo mientras lo hace. Una corriente que, se podría decir, va y viene entre el sufrimiento y la alegría. Aunque me parece más riguroso decir que arrastra ambos al mismo tiempo. Y ya sabemos, por lo trillado, que los sufrimientos y las alegrías no son los mismos para cada quién, ni dejan las mismas marcas. La corriente que circula por quien escribe lo hace también antes de que el escritor ande inmerso en el movimiento de escribir, y también después. Porque se trata, aquí, del escritor. De quien se asume como tal. Y acepta la carga que tal elección trae aparejada. Alegría y sufrimiento que no pueden estar la una sin el otro ni el otro sin la una. Que la tensión producida favorezca el escribir o le sea antagónico es una parte de la lucha. La trasgresión está ahí. No en cantar a viva voz y desnudo en medio de la calle y vender, después, las hojas que detallan la crónica. La trasgresión de la escritura como arte plantea otra definición para el ruido, la ruptura, la subversión. No por ello mata más. Aunque pudiera ser, sí, que mate mejor.

 

Seguros y obligaciones

A mí no me interesa cuán inteligente sea la persona detrás del escritor (o delante), y estar su inteligencia todo lo mal alimentada que quiera (o pueda) que, si escribe bien, puede tener por seguro que voy a comprar sus líneas; ahora que, si este mismo escritor me quiere venir a presentar una teorización sobre el escribir o la literatura (o su prima impredecible), me voy a ver obligado a solicitarle que regrese por donde vino —cosa que sin duda haré con un revólver en la mano.

 

Contradicciones cotidianas

Me dicen que me he puesto duro —más duro (aunque creo que quieren decir grosero)—; justo ahora que podría asegurar que es al revés.

 

Confesión refleja

El problema con ustedes (desde hace un tiempo) es que ven enanos ahí donde hay nada más que fantasmas.

 

Convierte en

La belleza puede estar en el texto, en el decir del texto, en eso que parece escapar de él. Pero primero —quiero decir: antes— está en el escribir, en el movimiento que nos hace desaparecer, que nos evapora por completo salvo por la mano, el movimiento que nos convierte en esa mano.

 

Hay discursos afirmativos

Hay otros, en cambio, que necesitan negar, que tienen por imprescindible tachar afirmaciones, las que, lejos de serles ajenas, les pertenecen a punto tal que las deudas contraídas con ellas no podrían saldarse sin que ellos mismos desapareciesen.

 

Oralidad y escritura

Hace algún tiempo, te escribí esto: “En cuanto al leer, en voz alta y con público, creo que es una ocasión especial que se acerca a lo poético pero no principalmente desde los textos, sino que éstos funcionan como apoyatura para que se dé eso otro, lo poético como presencia, en el aire, en la nada, y es ese recuerdo el que cada quien se lleva más que el de los textos.”

Lo cual incluye un error de mi parte.

En realidad, no se trata, dicho con precisión, de un error, sino de una cuestión más compleja; se podría decir que por el momento prefiero quedarme con eso del error ya que me llevaría mucho tiempo desarrollarlo acá. Resulta que es parte de la investigación que estoy realizando referida a la escritura y lo que llevo escrito ya tiene la extensión suficiente como para ser puesto en la forma de libro. A lo que hay que agregar que es todavía un trabajo en transición. Lo que sí te puedo adelantar es que me he cruzado con indicios que parecen apuntar a que la oralidad es uno de los modos de la escritura; lo cual, como ya te habrás dado cuenta, modifica bastante eso de la “apoyatura”.

A lo que me refiero es a que no debe entenderse que el texto funciona como apoyatura de la oralidad, sino de la memoria; así, creo, estaríamos en presencia de una consideración mejor ajustada. O también que el texto funciona como apoyatura para esa ocasión en particular; lo cual estaría sugiriendo un principio de inversión con respecto a lo que comúnmente se cree: que la escritura es una derivación de la palabra hablada, siendo su función la de registrarla —en muchos casos es así (nuevamente como un accesorio para la memoria)—, lo cual, si se hace fundamento allí, vendría a continuar un prejuicio basado en lo cronológico: como el habla fue primero, entonces la escritura viene a transformarse en su herramienta —lo cual es una reducción que linda con la falsedad.

 

D.R.Mourelle

*Fragmentos de una novela acerca de lo literario, cuya lectura puede comenzar por donde se guste y continuar por cualquier parte —siempre y cuando continuar fuera verbo existente con miras a un final

 

(Una primera entrega a la cual podríamos poner el número 180220)