El texto que sigue es un fragmento, traducido por el autor, del libro Die französische Intervention und das zweite mexikanische Kaiserreich (La intervención francesa y el Segundo Imperio Mexicano) publicado por la editorial Weidler (Berlín) en 2023. El libro rastrea la recepción de la intervención y el Imperio –un episodio trascendental no sólo en la historia mexicana decimonónica–, en textos historiográficos, ensayísticos, memorísticos y, sobre todo, literarios producidos a partir de 1867 hasta los inicios del siglo XXI. El fragmento traducido corresponde a las páginas 219 a 229 del original. Se ha reducido en la traducción el aparato académico a lo estrictamente necesario. Las notas a pie de página se han omitido, pero se incluyen en un listado los datos bibliográficos de las obras citadas.
La memoria prefigurada
Poco antes de emprender su fatal viaje a México, Maximiliano de Habsburgo había ordenado y catalogado su biblioteca en el castillo de Miramar. El catálogo correspondiente registra 3550 títulos que permiten especular sobre el gusto literario del archiduque y sobre sus tendencias políticas. El catálogo remite a las obras que la pareja imperial podía consultar para preparar su ilusorio gobierno en México. Lucas Alamán, José María Gutiérrez de Estrada y el arzobispo Munguía, la élite de los historiadores y legalistas conservadores mexicanos, encuentran, de esta manera y en ediciones de lujo, acogida en la biblioteca de la corte vienesa que hoy es la Biblioteca Nacional de Austria. Bajo el rubro “Tratados y folletos políticos. Asunto: estados americanos” se alistan veintitrés títulos que forman el núcleo de las lecturas preparatorias. A los autores mexicanos mencionados se agregan Emmanuel Domenech, el ultramontano misionario francés y, con dos obras, Emil Barón de Richthofen, quien, entre 1854 y 1856, había sido agregado prusiano en México. Von Richthofen había publicado en 1854 en Berlín Die äusseren und inneren politischen Zustände der Republik Mexiko seit deren Unabhängigkeit bis auf die neueste Zeit (Las condiciones interiores y exteriores de la República Mexicana desde su independencia hasta los tiempos más recientes). Ocho años después agregó, dadas las circunstancias, Die mexikanische Frage beleuchtet von Emil Freiherr von Richthofen (La cuestión mexicana dilucidada por Emil Barón de Richthofen).
El diplomático prusiano especula, a primera vista, sobre las expectativas de la intervención de Inglaterra, España y Francia; recomienda la ocupación militar de un país que sólo un gobierno extranjero puede mejorar. Se trata de un consejo político que, sin embargo, incluye un juicio racista sobre México: “Cualquier medida que apunte hacia un debilitamiento del gobierno mexicano sin que este se sustituya por un gobierno más fuerte, desvía inmediatamente de los objetivos de los poderes y relega lo que se quería alcanzar aún más al futuro” (Von Richthofen 1862, 21). Lo que supuestamente quiere alcanzarse es la regeneración de un país rico pero decadente, un país incapaz de ser autónomo. Durante los cinco años de intervención e Imperio las imágenes proporcionadas por este auto nombrado “experto en cuestiones mexicanas” no van a ser corregidas. Al contrario: se acentuarán, a pesar de que el menosprecio al pueblo y a la política mexicana que Von Richthofen había desplegado en 1862 parecía insuperable. Sus afirmaciones se antojan grotescas. Constata que no habría resistencia alguna de parte de las tropas mexicanas; ni siquiera las “indias” constituirían un “peligro”, ya que eran demasiado feas para el gusto de los soldados europeos (66-67). El país podría controlarse sin dificultades con 50 a 60 mil hombres, siempre que las fuerzas ocupantes no se mezclen con la población indígena “racialmente inferior” (68). Von Richthofen adelanta, al inicio de los eventos, una línea de recepción que futuros historiadores y autores de ficción aceptarán sin modificaciones: México simboliza la anarquía, México requiere ayuda ajena (83-84). Sólo una forma de gobierno monárquica puede proporcionar esta ayuda. México es un país predestinado para la monarquía, incluso la república bajo Santa Anna se había regido por formas monárquicas (85). Por esta razón, después de la toma de la capital, todo el país se proclamará unánimemente a favor de la monarquía (93-94). Von Richthofen no está interesado en el progreso social y económico de México, sino sólo en un triunfo del principio monárquico sobre el republicano. La intervención europea en México es un acto simbólico dirigido contra la gran república del Norte; México como entidad política es, en este sentido, irrelevante, aunque su posición geográfica otorga más potencia al símbolo. Hacia el final de su texto, Von Richthofen subraya que el primer monarca mexicano tendrá que cumplir precisamente con esta tarea, tendrá la oportunidad histórica de comprobar la superioridad y la necesidad civilizatoria del principio monárquico. Con una oración que en el original alemán consta de doscientas palabras delirantes, el noble prusiano expresa sus esperanzas monárquicas. Se trata de una oración que se lee como una instrucción dirigida hacia Maximiliano de Habsburgo: “Pero lo que va a y ha de mantener el valor y la fuerza del atrevido hombre que se dedique a esta gran tarea, aparte de la expectativa de la gran tarea como tal, en medio de diversas luchas hacia afuera y adentro que esperan al primer rey de México, será la idea de que de nuevo se trata de la prueba de que la forma monárquica de gobierno ofrece la única posibilidad de una solución adecuada del problema, lo que constituye también una victoria gloriosa del principio monárquico en general. Además, hay que considerar que no hay otro país en el mundo en el que todo, la naturaleza, el clima y, hasta cierto grado, incluso la docilidad de sus habitantes se unan para asociar el agradecimiento continuo, la fama eterna, tanto en el país como en el extranjero donde apenas con el inicio de un orden incipiente la importancia material de México se dará a conocer, con el nombre de Aquél, quien, confiando en la providencia y en la propia misión, con voluntad firme de no retroceder ante los obstáculos, valiente, enérgico y sin inmutarse, ponga mano a la gran obra” (93-94).
En 1862, Von Richthofen fija los ingredientes más importantes que, después de 1867, van a regir la recepción literaria, historiográfica y ensayística de la intervención y del Imperio en las culturas de habla alemana. Los motivos filantrópicos que Napoleón III y los conservadores mexicanos habían aducido, la regeneración de un país, una ayuda ofrecida generosamente, aunque no buscada por nadie, se revelan ante esta mirada de manera clara como pretextos o autoengaño. No cabe duda de que la intervención y el Imperio, aparte de los siempre presentes intereses económicos, se basan en motivos ideológicos profundos que rebasan incluso la idea francesa de construir una barrera contra los Estados Unidos: el derecho de gobernar dado por Dios está en juego en México, se debe probar ante un fondo exótico y bárbaro, frente a un pueblo que no tiene derechos algunos, ni civilizatorios ni culturales.
Von Richthofen no piensa en un posible fracaso de la empresa, aunque este sí forme parte de su argumentación colonialista: si el monarca fracasara en México, se debería responsabilizar al pueblo mexicano que no quería ser grande y civilizado. A pesar del fracaso, la validez y la eficiencia de la monarquía seguirían vigentes. Por otro lado, si la empresa tuviera éxito, el mérito sería exclusivamente del gobernante extranjero y del principio europeo, los cuales habrían civilizado a un pueblo a pesar de la mala voluntad de éste. El tratado de Von Richthofen demuestra que la evocación de un acontecimiento histórico, su recepción y reprocesamiento por la memoria, pueden iniciarse antes de que este acontecimiento haya finalizado.
Es probable que Maximiliano leyera el texto del prusiano. Es posible que conociera también Mexico, Andeutungen über Boden, Klima, Thier-, Pflanzen- und Mineralreich, Kultur und Kulturfähigkeit des Landes (México, indicaciones sobre el suelo, el clima, la fauna, flora y la mineralogía, la cultura y la habilidad cultural del país), una obra de Karl B. Heller impresa en 1864 en Viena. A pesar de las pretensiones científicas del título, Heller opera con argumentos irracionales semejantes a los de Von Richthofen. El lector de 1864 aprende poco de geografía y cultura mexicanas, pero, una vez más, puede corroborar el axioma de un paraíso terrenal habitado por individuos inmaduros que requieren un gobernante europeo que les ayude a desarrollarse (Heller 1864, IV-V). Cito una oración que resume las posiciones del investigador alemán. Se refiere al puerto de Veracruz cuando escribe: “No es un cuadro idílico el que se revela a un recién arribado quien sólo vea al hombre americano sin tomar en consideración la hermosa naturaleza de América” (13).
Las opiniones expresadas por Von Richthofen y Heller se construyen sobre una larga tradición de juicios similares. Dada su cercanía, los acontecimientos ocupan, sin duda, una posición destacada en el mundo imaginario de Maximiliano. Se forma una premisa, un conglomerado de imágenes románticas, exóticas y siempre racistas en el que se ancla, al mismo tiempo, la idea de la superioridad y de las ventajas de la propia tradición monárquica frente a un entorno salvaje y alejado de la civilización. Heller y Von Richthofen recurren a una retórica agresiva, no argumentan, sino afirman. Estas afirmaciones tajantes se basan en pocas fuentes cuya veracidad y confiabilidad no pueden ser cuestionadas. Es precisamente esta manera de operar la que predestina a Heller y Von Richthofen como fuentes de información preferidas del archiduque, mientras que un texto de Franz von Hauslab, el maestro que se había responsabilizado de la educación militar de los archiduques austriacos (Francisco José y Maximiliano), no parece haber tenido impacto en los estudios preparativos del Habsburgo. Ueber die Bodengestaltung in Mexiko und deren Einfluss auf Verkehr und militärischen Angriff und Verteidigung (Sobre la forma del terreno mexicano y su influencia en el tráfico y el ataque y la defensa militares) apareció igualmente en Viena en 1864. El autor destina el pequeño libro explícitamente a Maximiliano y lo recomienda como lectura preparatoria. El maestro aconseja al alumno, el alumno no hace caso porque prefiere lo irracional y placativo a lo complejo y comparativamente equilibrado y racional. Von Hauslab es científico en primer lugar, recurre a fuentes neutras y diferenciadas. Humboldt, Burckhard, entre otros, le proporcionan datos geográficos y geológicos. Renuncia a la difusión de prejuicios y opiniones subjetivas. Von Hauslab reconoce que México es un estado centralista. Sin embargo, se equivoca cuando piensa que el país vive y muere con la capital (Von Hauslab 1864, 11). A pesar de este error, el maestro de los Habsburgo prevé que México será, desde la perspectiva militar, un país difícil de ocupar o conquistar: “Todas las observaciones sobre la percepción, el reconocimiento y el uso de la forma del terreno mexicano comprueban lo ventajoso que son las condiciones naturales en este país. De su parte va a aportar mucho para que sea casi invencible, siempre que sus habitantes tengan la voluntad moral firme y la habilidad de defenderlo con todas sus fuerzas” (22). Esta y afirmaciones parecidas pueden leerse a posteriori como advertencias estratégicas clarividentes, ya que los habitantes efectivamente estaban preparados para defender el país, incluso en medio de una situación desesperada, de la ocupación militar. En 1864, Von Hauslab no hubiera podido disuadir al archiduque de una empresa ya irrevocable, tampoco quiso hacerlo. Sin embargo, proporcionó datos que hubieran podido causar cierto escepticismo.
El historiador austro-mexicano Konrad Ratz cita la obra de Von Hauslab a través de Elisabeth Springer y retoma el juicio de su colega que habla de un impulso positivo que el texto del maestro originaría en su alumno (Ratz 2008, 3-4). Ambos investigadores no consideran que Von Hauslab, a pesar de que subraya la posición geopolítica ventajosa de México y la necesidad de un contrapeso monárquico frente al creciente poder de Estados Unidos, se limita a juicios neutros que en ningún momento subestiman o denigran a los habitantes del país. En otras palabras: se limita a lo comprobable por datos. El juicio de Springer y Ratz, según el cual Maximiliano podía partir, después de la lectura de la obra de su antiguo maestro, sin mayores preocupaciones a México, me parece equivocado. No cabe duda de que los textos irracionales y racistas de Heller y Von Richthofen aportaron mucho más a la formación de las opiniones del Habsburgo sobre México y a su tranquilidad mental.
Carl von Gagern (quien firma como Carlos de Gagern) había publicado en 1862 en la imprenta de Ignacio Cumplido la polémica Apelación de los mexicanos a la Europa bien informada de la Europa mal informada. No sólo por razones lingüísticas y gracias a su título incomprensible, este texto de un casi paisano de Maximiliano pasó inadvertido en Miramar. El oficial alemán tuvo que exiliarse en Estados Unidos y México después de la revolución de 1848 en la que había apoyado activamente a los rebeldes liberales y autonomistas. En México fungió como profesor de la academia militar de Chapultepec, donde Miguel Miramón, entre muchos otros, se encontraba entre sus alumnos. Von Gagern reconoce que la intervención en México sólo es el preludio de un conflicto ideológico mayor, “el preludio de una guerra de continente contra continente, del principio monárquico contra el democrático” (Von Gagern 1862, VII). El exiliado, quien dedica la Apelación a un idolatrado Benito Juárez, sólo otorga un papel de representante al país México. Del lado de la gran república norteamericana, México representa posiciones liberales y progresistas. De manera algo paradójica, Von Gagern subraya, al mismo tiempo, la posición destacada de la nobleza –la tradición, el saber gobernar, el carisma, el saber vivir y el código de honor– y desprecia una aristocracia del dinero y el materialismo decimonónico que nunca acierta a definir o analizar (12). A pesar de este desprecio, el alemán subraya los atractivos económicos que México podría ofrecer a los inmigrantes europeos anhelados. Sus argumentos se convierten, en este contexto, en una especie de teleología revolucionaria que debe ser proyectada hacia Europa: una revolución continúa la anterior y es continuada por la siguiente, hasta que se alcance un estado paradisiaco sobre la tierra, un estado que Von Gagern cree ya cerca en México (42). La estructura de los argumentos de este rebelde noble y la de los de sus opositores conservadores es idéntica: el país México y sus habitantes poco importan y no causan interés, constituyen una escenografía, el trasfondo idóneo para la realización de ideales políticos que siempre apuntan hacia Europa, que sólo en Europa cobran sentido. A diferencia de Von Richthofen o Heller, Von Gagern parece apreciar México, subraya que el país es superior en muchos aspectos a Europa, especialmente la constitución política y el sistema educativo destacan en este contexto (56-57). Sin embargo, la meta es Europa, este continente “mal informado” al que Von Gagern quiere convencer de las ventajas de las formas de gobierno republicanas y liberales. Ante este trasfondo, los logros culturales de México obtienen una importancia inusitada. El libro contiene una lista larga de escritores, historiadores, abogados, artistas, militares y políticos, todos de orientación liberal, que debe ilustrar el potencial mexicano. Empero, se trata de un potencial que en una Europa republicana podría desenvolverse mucho mejor. Además, de esta manera, Von Gagern comete un error del que él mismo había advertido a sus lectores europeos en el prólogo: no es lícito, predica el alemán, proyectar los comentarios y juicios optimistas de Alexander von Humboldt hacia el presente (VIII). Ahora él mismo, en 1862, fabula sobre la prosperidad política, cultural y económica de México y predice que todo el comercio europeo se llevará a cabo a través de la nueva república ahora amenazada por Francia, Inglaterra y España (84). El viejo rebelde de 1848 parece no tomar en cuenta que precisamente este tipo de utopía alienta las esperanzas materialistas e imperialistas de las tres naciones europeas. “¡El mundo entero necesitará de nosotros, y nosotros no necesitaremos de nadie!” (85), exclama Von Gagern, sin percatarse de que esta autonomía radical equivale a un aislacionismo que, por su parte, se opone al comercio mundial anhelado, sin percatarse también de que, en su caso, la segunda persona plural puede ser equívoca.
Estas contradicciones obvias ayudan a entender los propósitos ideológicos de Von Gagern. Sus objetivos son la democracia y el republicanismo, los cuales han de probarse en México. Sin embargo, atrás de este objetivo se halla, a pesar de una sincera admiración por los héroes liberales mexicanos, Melchor Ocampo, Santos Degollado y Benito Juárez (82) y a pesar de que Von Gagern tomará una parte activa en la lucha de resistencia contra la intervención francesa, el objetivo superior impuesto de una democratización europea en cuyo contexto México sólo puede ser un experimento preparativo que revelaría los errores que habrá que evitar en el viejo continente. Una exclamación patética al final del panfleto confirma esta constelación, en ella México no está en peligro, sino la causa democrática: “¡A las armas, demócratas del orbe entero: la santa causa de la democracia peligra en este momento en México!” (86). Algunos historiadores y testigos mexicanos, José María Iglesias, Vicente Riva Palacio y, más tarde, Justo Sierra, entre otros, habían expresado el carácter de modelo que la resistencia y el republicanismo mexicanos podrían ejercer sobre los movimientos independentistas europeos en Italia, Polonia y Dinamarca; Von Gagern, al contrario, reduce la intervención europea a un conflicto local en cuyo marco, accidentalmente mexicano, se lleva a cabo una disputa ideológica que concierne en primer lugar a Europa. El alemán publicará veintidós años más tarde en Berlín sus memorias, escritas en alemán, pero aún firmadas por Carlos de Gagern. En ellas los intereses europeos ya no se disfrazarán, el eurocentrismo recobra sus derechos y hasta el antes idolatrado Juárez no será mucho más que un indio cultivado, pero intelectualmente limitado debido a su descendencia.
Es improbable, como mencioné, que Maximiliano conociera la Apelación. Las fuentes mexicanas, españolas y alemanas en su biblioteca suelen ser de carácter ultramontano. Es lícito especular, sin embargo, que el Habsburgo sólo habría asimilado los juicios entusiastas del alemán sobre la prosperidad mexicana a su memoria prefigurada, mientras que las advertencias habrían sido ignoradas. Se trata de una lógica que operaba igualmente cuando Jesús Terán, el delegado de Juárez, había visitado Miramar para convencer a Maximiliano de lo peligroso y absurdo de la empresa. Terán caía bien al archiduque, el emperador mexicano hasta insertará una necrología en el Diario del Imperio; sus argumentos, sin embargo, no alcanzaron la conciencia imperial, como no la alcanzaron las insinuaciones de Von Hauslab ni, mucho menos, las amenazas mal orientadas de Von Gagern.
Samuel Basch informa que Maximiliano, ya encarcelado en Querétaro, trabajaba en sus propias memorias, fragmentos de las cuales el médico incluye en su libro. Aparte de estos fragmentos, no existen testimonios autobiográficos queretanos del archiduque. Sin embargo, su correspondencia, su testamento y las Alocuciones, cartas oficiales é instrucciones del Emperador Maximiliano durante los años 1864, 1865 y 1866 impresas hacia el final de su gobierno, tienen carácter autobiográfico. Estos textos revelan en primer lugar la posición del Habsburgo entre México y Europa, república y monarquía, revelan también los prejuicios del gobernante frente al país que gobierna. Se trata de prejuicios generados precisamente por la lectura preparatoria de obras como las de Heller y Von Richthofen. Esta constelación vuelve a demostrar que la memoria empieza a operar antes de los acontecimientos recordados.
Basch sabe que, al inicio del sitio de Querétaro, Maximiliano pedía unos ejemplares de sus Alocuciones a la capital igualmente sitiada ya. El Habsburgo escribe al capitán Schaffner y subraya que necesita este libro para poder redactar sus propias memorias de las que hoy no existen más fragmentos que los reportados por Basch. En la carta se lee: “Dado que aquí sufrimos la falta completa de buenos libros, deseo que Me mande una pequeña pero buena selección de buenas obras. El folleto del consejero Martínez con sus diversas traducciones no se debe olvidar, tampoco pueden faltar algunos ejemplares de Mis discursos y cartas que mandé imprimir a través de Boleslavsky en la imprenta de la Secretaría” (Basch 1868, vol. 2, 62). Aunque las Alocuciones del archiduque persiguen en primer lugar fines propagandísticos, pueden figurar como el primer esbozo, como la versión cruda de un texto memorístico.
En un trabajo sobre la explicación retrospectiva de Thomas Mann de su proceso creativo, Bernhild Boie demuestra que entradas en un diario, notas casualmente reencontradas, apuntes hechos en el instante de conversaciones o lecturas suelen ser los orígenes de la memoria. De la autenticidad de esas fuentes el mismo memorialista duda y las cambia desde la perspectiva de su presente escriturario, un proceso que no debe confundirse con la manipulación consciente (Boie 2004, 351-353). Con esta función, en el caso del archiduque, cumplen las Alocuciones. En ellas se encuentra el auxiliar más antiguo y común de la memoria: la repetición.
Durante su gobierno, Maximiliano pronunció tres discursos con motivo del día de la independencia mexicana, el 16 de septiembre. Los textos de los discursos se parecen incluso en la selección del vocabulario, fueron escritos posiblemente sobre una plantilla prefabricada. Adiciones y cambios se deben a la función interpretativa de una memoria que descubre que el pasado necesariamente se relaciona con el presente y que, de esta manera, se enfrenta a éste. En 1865, Maximiliano se entiende a sí mismo como mexicano que persevera en un puesto que el pueblo le había otorgado: “…cada gota de Mi sangre es ahora mexicana […] Puedo morir, pero moriré al pié de Nuestra gloriosa bandera, porque ninguna fuerza humana podría hacerme abandonar el puesto á que Me ha llamado vuestra confianza” (Maximiliano de Habsburgo 1867, 132). Ni siquiera en esta toma de postura patriótica y nacionalista Maximiliano renuncia a la costumbre noble de iniciar los pronombres y artículos referidos a su persona con una mayúscula. De esta manera, incluso “nuestra” bandera se convierte en propiedad personal del emperador, se resalta la dependencia del Estado de la figura del gobernante. El archiduque se presenta como mexicano, lo que refuerza el énfasis puesto en las formas monárquicas que parecen ser predestinadas para guiar el país.
Un año más tarde ya no se trata del mexicano Maximiliano quien no dejará el país, sino del Habsburgo: “Firme estoy aún en el lugar que las voces de la Nación me han hecho ocupar, no obstante todas las dificultades, sin vacilar en mis deberes, pues no es en momentos árduos cuando abandona un verdadero Habsburgo su puesto” (272). Ya no hay mayúsculas reservadas a la Majestad, lo que indica que se ha efectuado una redistribución de responsabilidades. El gobernante cede el papel principal en medio de una lucha política desesperanzada a un pueblo que ahora le parece extraño; adopta, motivado por razones personales, ideas republicanas, es decir, reserva la mayúscula a la palabra “Nación”. El principio monárquico se traslada a Europa donde su valor y necesidad siguen en pie. Maximiliano no inicia la última batalla por su Imperio como mexicano, sino como aristócrata supranacional. La última crisis de la monarquía mexicana se manifiesta claramente en 1866, pocas ilusiones podía tener el Habsburgo sobre el fin previsible de su gobierno: predomina consecuentemente el estatus “Habsburgo” en la memoria y el de “mexicano adoptivo” desaparece de ella. El papel heroico que Maximiliano otorga en su discurso a Hidalgo y Morelos se percibe, en este contexto, como una farsa grotesca, ya que precisamente los dos sacerdotes habían acabado con un imperio colonial gobernado durante muchas décadas por los Habsburgo. En 1866, un representante de la noble familia devuelve un regalo con el que Napoleón III le había obsequiado. En un momento de peligro, Maximiliano pone de relieve que pertenece al “viejo” mundo y que sólo quería hacerle un favor al “nuevo”, un favor que nadie había pedido y que pocos querían aceptar.
El archiduque cumplirá su promesa. Se quedará en México hasta el final, mas no como mexicano, sino como extraño que se cree mal comprendido y traicionado por amigos y enemigos. Esta percepción no se basa, sin embargo, en una memoria manipuladora, sino en la influencia que ejerce el presente sobre la memoria: el pasado se ensambla de diferentes formas. Al mismo tiempo, los elementos “extrañeza” y “falta de comprensión” pasan al frente como parámetros memorativos dominantes que, dentro de sólo un año, se insertan en la memoria en posiciones opuestas. Este mecanismo no afecta el carácter fáctico de la historia, mas complica nuestra propia versión de la historia, nuestras narraciones que pretenden representar la verdad de un acontecimiento.
El codicilio a su testamento, que Maximiliano dicta en español en su cárcel queretana, ilustra trágicamente la manera de operar de la memoria del archiduque. Especialmente la ortografía de los nombres propios resalta el desarrollo que inicia con un noble europeo que quiere salvar un país de la anarquía, pero se convierte en un mexicano adoptivo que tiene que luchar contra los que lo habían llamado a este país para, finalmente, reconvertirse en un aristócrata convencido que quiere salvar el principio monárquico contra las amenazas republicanas. Maximiliano tacha y corrige con su propia mano algunos de los nombres de las personas beneficiadas por su testamento, les da formas castellanas: Charles o Karl Bombelles se convierte en Carlos, su mayordomo Anton Grill aparece como Antonio, Karl von Walter como Carlos de Walter. Incluso su familia sufre estos cambios: su hermano Carl Ludwig es otro Carlos, su cuñado Philippe de Bélgica figura como Felipe. Por supuesto, Charlotte sólo puede ser Carlota en el testamento. Llama la atención que tacha igualmente el “S.M.” que acompaña el nombre de su esposa. Lo sustituye por “mi querida Esposa”. Es comprensible que ante la cercanía de la muerte la etiqueta formal se suprima para otorgarle más importancia a lo íntimo y privado –Carlota es una esposa con mayúscula. Por otro lado, un testamento es en primer lugar un documento oficial-jurídico en el que la esfera subjetiva y sentimental del autor no debería predominar. También en otros sentidos, las correcciones efectuadas por Maximiliano reflejan las posiciones contradictorias y titubeantes del archiduque. Españoliza a los fieles amigos austriacos y alemanes que lo habían acompañado hasta el final, los aleja de sus orígenes europeos. No se trata, por supuesto, de un intento de mexicanizarlos, de adoptar México como patria nueva, como todavía su discurso de 1865 parecía insinuar, sino de la necesidad de distanciar un principio que acaba de fracasar en México, pero tiene que mantener su validez y funcionalidad en Europa. En el punto 15 del testamento se dice de Salm, Bombelles y Von Walter que habían llegado a México para defender “en mi nueva patria […] una noble causa”. Maximiliano tiene que aceptar el fracaso de esta causa, la imposibilidad de establecer un gobierno monárquico en México. Mas lo hace como Maximiliano, no como Ferdinand Maximilian. Lo hace igualmente en nombre de sus representantes, los Carlos y Felipe. Es lícito detectar en las correcciones (quizás inconscientes) efectuadas por el archiduque la esperanza de que los principios monárquicos e imperiales, a los que la familia Habsburgo se aferra más tiempo que cualquier otra dinastía europea, puedan tener validez en tiempos liberales dominados por los Estados-nación. La corrección efectuada en el nombre del príncipe Salm-Salm me parece especialmente llamativa al respecto. Cuando no se refiere a él como “F. de Salm” o “príncipe Salm”, tacha “Felix” y reemplaza la versión correcta del nombre con “Felipe”. Incluso si se toma en cuenta la práctica usual entre la aristocracia austriaca de llamarse mutuamente con el apellido, es muy improbable que el archiduque no conociera el nombre de pila de su confidente más cercano durante el sitio de Querétaro. La identidad fonética entre “Felix” y “Félix” debe haber causada la tachadura. Maximiliano podría haber buscado una versión española de Felix claramente diferente y haberla encontrado en un bastante inadecuado Felipe. Se trata de una adaptación lingüística forzada y artificial necesaria para poder alejar al príncipe alemán de su contexto europeo en el que el principio representado por Felix debe continuar vigente. Felipe permanece donde este principio acaba de demostrar de manera espectacular su impracticabilidad e inutilidad en un contexto político moderno.
Un testamento es un texto jurídico y normalmente no escrito para ser publicado, leerlo y analizarlo en el contexto del género autobiográfico es un riesgo. Sin embargo, es probable que Maximiliano intentara con este documento transmitir una imagen de sí mismo que “Él” percibía como auténtica –se acuerda al final de su existencia. Es significativo que la defensa y el sostenimiento del proyecto monárquico mexicano, a pesar de su fracaso, formen el núcleo de sus recuerdos. Se confirma –una vez más– la sorprendente irrelevancia que la nación México y su pueblo habían tenido en los planes de Maximiliano y de sus protectores franceses: hay que defender la monarquía, no importa dónde, ni en nombre de quién. Otro detalle del testamento amerita ser mencionado en este contexto: el archiduque prevé un desenlace fatal y pone en el décimo punto a Concepción Lombardo de Miramón bajo la protección de la familia Habsburgo. Confirma la autenticidad de una carta dirigida a su madre, Sophie de Wittelsbach, en la que solicita una pensión vitalicia para la viuda de Miguel de Miramón. El criollo de antecedentes franceses había permanecido al lado de Maximiliano durante el sitio de Querétaro. Sin embargo, su posición frente al Imperio y sus propias ambiciones como expresidente vuelven cuestionable la fidelidad del general. Es un seguidor poco confiable cuyos motivos no son claros. A pesar de ello, Maximiliano sólo lo menciona a él entre los “valientes generales que combatieron a mi lado” y, como es sabido, le cede el lugar de honor en el Cerro de las Campanas. De hecho, Miramón es el único militar mexicano destacado en el testamento. De Tomás Mejía y de su viuda, sobre cuya confiabilidad y fidelidad no puede haber dudas, quienes se hallan en una situación económica desesperada, no hay huellas en el documento. Mejía representa la población indígena mexicana que supuestamente había encontrado a su protector en la figura del emperador. Sin embargo, al final de su existencia, en un momento de absoluta honestidad, Maximiliano no parece acordarse de él.
Philippe Lejeune resalta el carácter referencial como núcleo del pacto autobiográfico entre autor y lector: “El pacto referencial, en el caso de la autobiografía, coexiste en general con el pacto autobiográfico. Es difícil separar los dos precisamente, como es difícil separar el sujeto de la enunciación del enunciado en primera persona” (Lejeune 1976, 36, traducción mía). En el testamento de Maximiliano no puede haber duda acerca de la coincidencia de ambos pactos y de sus sujetos. En este sentido, el testamento, una fuente primaria, y las Alocuciones, aún filtradas por intereses y esperanzas políticos, ofrecen líneas de recepción, prejuicios e imágenes que una avalancha de textos autobiográficos publicados más tarde en Austria, Alemania, Francia y México fija y detalla o, en casos muy raros, cuestiona.
Manfred Beller afirma que nuestras imágenes de lo extraño y exótico se forman antes de que las veamos. La realidad debe confirmar a posteriori esas imágenes prefabricadas. Se trata de un mirar selectivo que, no obstante, no impide la inclusión de lo no representado y sólo aparentemente excluido (Beller 2007, 4-5). En este sentido, el testamento de Maximiliano puede leerse, en conjunto con un número elevado de textos anteriores que generan sus ideas sobre México, como un documento ejemplar que ilustra este mirar selectivo y su reproducción por la escritura. Se trata de un proceso que anticipa los postulados, deducciones y conclusiones de la mayoría de los textos memorísticos posteriores, independiente de la procedencia o la postura ideológica de sus autores. La afirmación de Beller retoma una posición de Hugo Dyserinck quien había entendido esta clase de textos como obras que incluyen images (imágenes de lo ajeno) y mirages (reflejos de lo propio) que empiezan a operar paulatinamente en la realidad que habían pretendido reflejar; construyen, en otras palabras, una historia siempre ficticia que se impone a hechos, datos y realidades. Me permito, con la venia de Beller y Dyserinck, tratar de reconstruir los postulados de la literatura autobiográfica sobre la intervención francesa y el Segundo Imperio Mexicano a partir de su final.
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