
Hugo viene de una raíz germánica. Es “hipocorístico de uno de los muchos nombres compuestos cuyo primer elemento es hugi, de hugu, ‘espíritu, inteligencia, razón, pensamiento, mente’ […] Uno de los dos cuervos que acompañan a Odín se llama Hugin, ‘el pensamiento’”[1]. Hugo es plural. Hay una veintena de Hugos, el Obispo de Grenoble (1053-1132), el abate de Cluny (1109), el obispo de Lincoln, santos, mártires, monjes, ermitaños. Tal vez algunos de ellos conviven bajo la piel de nuestro Hiriart. A su vez, Hiriart es un apellido proveniente del norte de España, de origen vasco, significa “entre poblados, entre espacios”.[2] Está emparentado con Iriarte. Urdanivia es un apellido noble que se registra en Pamplona, significa “lugar de jabalíes o vado de jabalíes”[3]. No es casual que uno de sus mejores libros de ensayo, Discutibles fantasmas (2001), lleve una portada con un jabalí dibujado por Rodolfo Nieto. En el nombre de Hugo Hiriart Urdanivia las letras H y U se repiten y figuran tres torres que dominan el tablero de las otras letras. La U de Hugo parece reflejarse en la U de Urdanivia. La quinta vocal es una vocal cerrada que se puede alargar con la diéresis y que modifica su sonido hacia la g en la W. Mientras que el nombre de Hugo se puede imaginar como una palabra azul oceánico, Rimbaud la siente verde. A la voz Hiriart me la imagino verde y boscosa, mientras que al apellido Urdanivia lo siento como una fisura o grieta, como una honda barranca que lleva al fondo de la tierra desde la U hasta la V que se adentra en ella. Hugo tiene el nombre del poeta que se apellidó Hugo y se llamó Victor y, al igual que él, ha construido un mundo hecho de ensayos: Disertación sobre las telarañas, Sobre la naturaleza de los sueños, Discutibles fantasmas, El arte de perdurar; novelas como Galaor, Cuadernos de Gofa, La destrucción de todas las cosas, El Águila y el gusano; obras de teatro: La ginecomaquia, Tablero de pasiones de juguete, Simulacros, Intimidad, Las palabras de la tribu, Ámbar, Minotastasio y su familia, Camille, Casandra; guiones, apuntes, notas, apostillas, por ejemplo, las que puso a las canciones de Cri-Cri, misceláneas verbales, dibujos, juegos que están todos escritos en un idioma original.
Hugo Hiriart es un escritor que se encontró desde muy joven con un estilo, una forma sui géneris de expresión, un modo inimitable de andar y de “flotar” en el aire del lenguaje… En su primera novela, Galaor, publicada en 1972, cuando tenía 30 años, aparece ya esa reinvención del lenguaje, del mundo y de la tradición que salta sin problema de la oralidad a la escritura en una fábula capaz de sostener la atención del lector con la recreación y resurrección de lo tradicional medieval envuelto en la mirada y el decir de una pluma que se sostiene libremente en el aire.
El mundo-país inventado por el Arcipreste Hiriart a lo largo de sus sucesivas obras va avanzando desde las edades doradas como las de Galaor y los Cuadernos de Gofa hasta los días crueles de nuestra época, La destrucción de todas las cosas o El Águila y el gusano. Cuadernos de Gofa es un homenaje a Herodoto y Julio Verne, inspirado en la lectura de Edward Gibbon, Georges Dumézil, Alfonso Reyes y tal vez en el Rey Ubu de Alfred Jarry. Es una obra construida tentacularmente como una pirámide circular y que podría justificar la asociación entre la inteligencia de Hugo Hiriart y la de ese pulpo alemán capaz de ganar apuestas… como el propio Hugo. En Cuadernos de Gofa el juego, el teatro, la parodia y el simulacro alucinante alcanzan un clímax de hilarante y saludable desacralización.
Algo de ese vuelo recuerda el del Murciélago a mediodía para tomar el título de Luis Ignacio Helguera, uno de sus jóvenes lectores más agudos y con quien Hugo tiene no pocas afinidades, como el ajedrez, la música y la devoción por la infancia.
La “hugósfera”, está hecha de ensayos, en la acepción filosófica y teatral, y de narraciones en las que respira la infancia. Hiriart nunca dejó de tener la frescura del niño que se ríe de sus maestros como cuando tuvo que “faltar a clases con Eli de Gortari porque su voz y su figura, combinadas con lo que iba diciendo, me provocaban ataques incontenibles de risa”.[4]
Hugo Hiriart es dueño de una mirada amplia y nítida, de un oído musical, de un proustiano olfato memorioso, de un tacto elegante como el de Fantomas y de un gusto que demuestra su estilo y su autodidacta y hedonista arte de vivir. A esos cinco sentidos, se añade el sentido del humor, que es de hecho una de las líneas características de la fisonomía intelectual de este proteico polígrafo, cuyo “aliado” en el sentido del Don Juan de Carlos Castaneda parece ser el pulpo.
Si la atención y la curiosidad son rasgos del niño, lo es de este filósofo o aprendiz de filósofo o sabio, sin más, que supo reconocer a sus maestros en las personas de José Gaos, José María Gallegos Rocafull, Alejandro Rossi, Emilio Uranga y de ese otro filósofo joven muerto trágicamente que fue el otro Hugo, Hugo Margáin Charles, con quienes sostuvo y sostiene diálogos, relaciones y afinidades manifiestos en su obra.
El niño se hace preguntas. Una de las cuestiones que lo mueven es la de la existencia de Dios. La fidelidad a esta incertidumbre aparece en uno de sus últimos libros, Lo diferente, cuyo subtítulo, Iniciación en la mística, parecería discutible, donde dialoga con ellos y, al hacerlo, lo hace también con Platón, Aristóteles, Pascal, William James, Nietzsche, Wittgenstein. Porque al niño Hugo Hiriart no le satisfacían los juegos de niños y quería “andar con los grandes” y de ese andar es reflejo y efecto esa peculiar forma de ensayar o de “flotar” que es la suya.
Su conversación fluye como la música de la flauta que produce un encantador de serpientes. Cuando deja de tocar, cuando termina su discurso nos damos cuenta de que, en realidad, la magia del pensamiento que sentíamos nacer en nosotros era la suya. Es la magia infecciosa del juego pues Hugo es ante todo un homo ludens. Un hombre que juega con su sombra y con la de los demás.
No es extraño entonces que, al pensar en Hugo Hiriart, pensemos en un duende, en un gnomo milenario que conoce los secretos de la tierra y de sus elementos, en un duende que tiene duende.
[1] Gutierre Tibón, Diccionario etimológico comparado de nombres propios de persona, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 129.
[2] Gutierre Tibón, Diccionario etimológico comparado de los apellidos hispanoamericanos, y filipinos, Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 123.
[3] Ibid, p. 244.
[4] Hugo Hiriart, “Risa histérica” en Discutibles fantasmas, ERA, México, 2001, p.88.