Atentamente, Saul Bellow

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Traducción de Ezequiel Valderrábano

 

 

A Kazin, Malamud, Trilling, Roth, Amis, Ozick, et al.

 

A Alfred Kazin

28 de enero de 1950, París

Querido Alfred:

Un pequeño grupo de gente desleal, sorprendida porque quiero regresar a América es lo que me faltaba, justo lo que me faltaba. Es harto interesante que la gente no le crea a Balzac, Flaubert y Stendhal cuando escriben sobre la vida en Francia y París ––mucho menos al Dostoievski de ese raro librito llamado Le Bourgeois de París. Prefieren confiar en Henry James, o Henry Miller o incluso en Carl Van Vechten y toda esa multitud de felices americanos que viven alrededor de la Montagne Ste. Geneviève. Pero si Stendhal viviera hoy posiblemente elegiría vivir en Washington, D, C.––considerando lo que se ha vuelto su querida Milán. Y de esto estoy seguro: el haría lo que yo hago con su ejemplar de Les Temps Modernes, que es espulgar las últimas sottises, observar con brutal desprecio los nuevos fruncimientos de angustia y luego alimentar con los artículos sobre sexo de Simone a la gata para curarla de su calentura y darle las páginas sobrantes al pequeño Gregory para que recorte muñecos; él no puede leer todavía y vive al natural felizmente.

[…]

Tuyo,

*

A Bernard Malamud

18 de julio de 1952, Nueva York

Querido Bernard Malamud,

Leí The Natural con enorme gusto. Cada página muestra el carácter y facultades de un auténtico escritor. Los indicios son inconfundibles, y siempre es emocionante descubrirlos.

Tu cuento “The Loan” me causó también una profunda impresión. Tiene un espíritu Hardyano que yo particularmente apruebo.

Te deseo mucho éxito.

*

A Lionel Trilling,

11 de octubre de 1953, Barrytown, N.Y.

Querido Lionel

Más de una vez he querido escribirte una carta de agradecimiento. Sé que no es poco lo que has contribuido al éxito de mi libro. Estoy en deuda contigo también por el apoyo mental: por lo inteligente de tu lectura. Aunque no soy, quizá, el más objetivo de los jueces, creo que tu ensayo es brillante. Las muchas críticas a Augie que he visto hacen que aprecie más la tuya. Aprecio sobre todo tu sentido de justicia, pues sé que el libro pudo haberte ofendido en algún modo.

Leyendo el otro día el “Transcendentalist” de Emerson mientras me preparaba para la clase, me topé con un pasaje sobre la lejanía de los magnánimos trascendentalistas de las actividades mundanas que me hizo pensar en una de nuestras diferencias. Va así:

 

––Somos infelices con la inactividad. Morimos corroídos por el descanso: pero no nos gusta vuestro trabajo.

––Entonces ––dijo el mundo–– mostradme el vuestro.

––No tenemos ninguno.

––¿Qué haréis entonces? ––gritó el mundo.

––Esperaremos.

––¿Cuánto tiempo?

––Hasta que el universo nos haga señas y nos llame a trabajar.

––Pero mientras esperan os hacéis viejos e inútiles.

––Así sea; puedo sentarme en una esquina y morir (como le llamáis), pero no me moveré mientras no reciba la orden suprema… vuestro virtuoso proyecto, por llamarlo así, no me emociona. Si no puedo trabajar por lo menos no mentiré…

 

Así funciona. Y esta actitud (tú la llamarías “direccionalidad interior”) es lo que permea mi comedia. No es que Augie resista todos los papeles ––eso lo convertiría en un cualquiera; y si bien no vacilaría en escribir sobre vagabundos si me apeteciera, Augie es algo diferente. Yo pensaba constantemente en algunos de los mejores jóvenes que he conocido. Algunos de los más atractivos y más bien intencionados, mejor preparados, no encontraban nada mejor que hacer con ellos mismos que Augie. La mayoría, ya sea como libertinos, parásitos, bígamos, falsificadores o algo peor, carecían de la bastante inocente determinación. Habían alcanzado el lugar en el que dudaban profundamente de que la sociedad tuviera algún uso para sus habilidades. Pienso que, si hubieras sido consciente de su gran negativismo, podrías haber tenido otra visión de mi “propaganda.” Amar a otro, amar genuinamente, es el principio de una actividad, quise decir. Supongo que nunca pude hacerlo (expresar mi opinión) convincentemente. Podría ser que para eso se requiera un tipo de inteligencia que no soy capaz de ejercer. Yo me siento satisfecho con el otro tipo: la inteligencia de la imaginación. Es decir, me sentiría satisfecho si no fuera por el hecho de que a veces no puedes imaginar muy lejos sin cruzar la frontera de otras clases de inteligencia.

No la menor de mis sorpresas, conforme llegaban las reseñas, fue mi sorpresa ante el caótico desacuerdo sobre lo que constituía la normalidad. ¡impresionante! Escritores en el quinto piso del edificio del Time hablan seguros de la vox populi, diciéndonos lo que es normativo en la vida americana. La escena no podría ser más extraña. Una anarquía de opiniones sobre la normalidad. Podríamos sacar un principio sociológico de esto: cuando la vida cotidiana de la gente está llena de desconciertos, milagros y maravillas, la vida de los individuos es más apagada (una reacción natural a la desorganizadora hiperestesia resultante de la sobreestimulación) y a mayor desorden y falta de acuerdos mayor el número de voceros de la “normalidad.” […]

Tu análisis de mi manejo del héroe está lleno de brillantes percepciones (no había pensado en el águila como antihéroe) pero estaba más consciente de satirizar el desacuerdo sobre la normatividad.

En lo general, sin embargo, estaba bastante libre de intenciones deliberadas. Apenas puedo seguir la reseña de Mr. West con su sistema de símbolos. Había olvidado, desde que dejé Great Books Inc., lo que “simonía” significa.

En fin, todo es muy interesante, y lo que más me fascina son las ventas del libro. Eso jamás lo habría anticipado. El mundo es un lugar misterioso.

Atentamente,

*

A Bernard Malamud

Sin fecha [Barrytown]

Querido Bernard:

No recibo muchas letras sobre Augie que desee contestar. Por la presión de los números, si no de otra manera, la sociedad puede hacer de ti un especialista. Augie amenaza convertirse en mi especialidad, así como volar sobre el Atlántico se hizo la de Lindbergh ––permíteme otra analogía menos inmodesta: como brincar el puente se hizo la de Steve Brodie [quien afirmó haber sobrevivido a un temerario salto desde el puente de Brooklyn].

Con este prefacio, déjame decirte que pienso que tu carta es una de las mejores, una agudamente crítica. No me siento inclinado a contradecir tus críticas. Tú eres también escritor, uno auténtico; tú sabes que la autodefensa no es en lo que uno debería pensar. He cometido muchos errores; debo declararme culpable de muchos de tus cargos. Sí, Augie es, quizá, demasiado pasivo. Sí, los episodios no tienen mucha variedad; la presión del lenguaje es demasiado constante y uniforme. Que es demasiado pomposo, creo que podría discutirlo. Cuando menos siento agudamente su sufrimiento ––posiblemente no me hice entender. No es sublime para mí. Sólo que está comprometido en una Guerra de Independencia y las apuestas están ampliamente en su contra. Es contra la devaluación de la persona contra lo que lucha. No hay duda de que esta guerra, como todas las guerras, provoca exageraciones. Nuestra pasividad es a menudo tan profunda que no reconocemos que el espíritu activo ha organizado mientras tanto una oposición por debajo, una oposición que combate la expresión de la pasividad. Algunos de los problemas son de Augie; algunos de los problemas son del mundo. Eso en literatura no es una excusa, pero podría serlo en historia. No puedo alegar que estaba intentando la perfección. A veces pienso en lo agradable que sería editar una nueva novela a partir de ella. Pero no puedo permitirme olvidar que adopté una posición al escribir este libro. Me declaré contra lo que tú llamas el enfoque constructivista. Una novela, como una carta, debe ser relajada, cubrir mucho terreno, avanzar con rapidez, aceptar los riegos de la moral y la decadencia. Me alejé de Flaubert hacia Walter Scott, Balzac y Dickens. Me esforcé hasta donde pude y ahora pago el precio. Olvídate de los errores. Deja que se queden en el libro como los pecados permanecen en nuestra vida. Tengo la esperanza de que algunos de ellos remitan. Hago lo que puedo; lo demás está en manos de Dios.

Dos cosas del libro me complacen todavía: la comedia y los personajes. Mucha gente no entendió, según yo, lo gracioso del libro. Sufren la gravedad de la cultura. Dicen “picaresco” y no ríen. Los especialistas en béisbol aterrizando en tu Natural con los dos pie en la misma liga: pecan contra la imaginación y el espíritu de comedia.

Te agradezco mucho que hayas escrito.

Tuyo,

*

A Alfred Kazin

Sin fecha [Reno]

Querido Alfred:

En este desierto, y no es una figura retórica, no he visto todavía tu libro. Pero tuve la oportunidad de ver la reseña en el Times, la cual considero tan repugnante que quisiera golpear a Cleanth Brooks en la cabeza. ¿Cuello blanco del Este? ¿Por qué?, podría haber salido con “judío” sin darle vueltas. ¡Cuánta vileza! Cómo detesto a esos arraigados sureños entre nosotros pobres desarraigados hebes [judíos] del norte. Reparo que, sin embargo, ellos enseñan en Yale o Minnessota. Si no son misioneros de la cultura sureña son mentirosos y cobardes. ¡Santo cielo, que chutzpah [hebreo: descaro]!

Acepta mis dobles congratulaciones, por el libro y el bebé, y no te preocupes por esas víctimas de los gusanos intestinales.

Con afecto,

*

A Alfred Kazin

17 de diciembre de 1956, Tivoli

Querido Alfred:

[…]

¿Vi tu reseña [de Seize the Day] en el Times? Ja, pensé, mucha gente ni siquiera tiene amigos, mucho menos amigos que aprueben lo que ellos hacen. Bellow eres un hombre (joven) con suerte. Pero como todo mundo sabe, la ingratitud comienza con la suerte y no te envié una nota como debía haberlo hecho. Cuento con que comprendas cómo la estoy pasando con todos estos cambios ––casa, niño, libro, dinero, parientes, trenes y coches, Nueva York, Hungría–– y me perdones.

Cariños para ustedes dos (de los tres para ustedes cuatro).

[…]

*

A Bernard Malamud

10 de mayo de 1959, Minneapolis

Querido Bern;

Yo rehúyo todas las organizaciones de escritores. El PEN es casi mi límite, y tengo mis dudas. Sin duda la Liga [de autores] es buena, pero el editor y el agente no son el enemigo. El enemigo (y tampoco soy terriblemente hostil con ellos) son los ciento sesenta millones que no leen nada. ¿Qué va a hacer la Liga con ellos, con Orville Prescott, con la TV y Hollywood? Eso podría incrementar mis ingresos en seiscientos por año. No me interesa aumentar seiscientos por año mis ingresos. No vale la pena ingresar a una organizar por eso…

Lo mejor,

*

A Alfred Kazin

28 de enero de 1965, Chicago

Querido Alfred:

Disfruté verme en el Atlantic a través de tus ojos. Como estoy acostumbrado a manejar la galería de retratos yo mismo, me sentí desconcertado por un momento. Luego me acostumbré a la novedad y lo disfruté totalmente. Tal vez fuiste muy generoso. Recuerdo ser muy arbitrario, demasiado asertivo. Tal vez no había otra forma, en la democrática situación de hijo de inmigrantes, para obtener el tono requerido de autoridad. Para mí, ahora, todo el asunto es un fenómeno; el elemento personal ya no da para mucho. Estás totalmente en lo cierto en cuanto a la perspectiva de Chicago. Por alguna razón ni Isaac ni yo podíamos vernos como provincianos en N.Y. Quizás el orgullo de R. M. Hutchins [presidente de la Universidad de Chicago] nos sirvió de escudo. Para él la U. de Ch. no tenía que competir con la Ivy League, era evidentemente superior. Nunca nos entró en la cabeza que habíamos perdido algo por habernos privado de las ventajas del Este. De modo que estábamos blindados con la provinciana confianza en nosotros mismos y llegamos a conquistar. ¡Muchachos ridículos! Incluso Isaac era más realista que yo. Creo que yo estaba completamente dans la lune. Curiosamente, tenía muy pocas necesidades sociales. Eso me salvó de los iniciados de la pandilla de Hudson St. de Isaac.

¿Cuándo publicarás tu libro? Estoy ansioso de leerlo. Recuerdo que Isaac y yo, en nuestro tribunal supremo, asociación reservada, solemne a la manera del solemne Sanhedrin de Chicago, estuvimos de acuerdo en que A Walker in the City era maravilloso ––en tu mejor vena. Y ahora espero tu retrato de él.

Me pregunto si has visto a Jack Ludwig sobre Herzog en el número actual de Holiday. Es una obra maestra a su modo ––una virtuosa actuación en las cumbres de la autojustificación. Cándido, sagaz, super sutil, chamanístico, como Rasputín. Estoy realmente orgulloso de ese hombre. Su arrogancia de fierro colado es, de cierto modo, admirable. Si alguna vez encargo un Mount Rushmore particular, estipularé que le dejen a su cabeza mucho espacio. Como sea, no te pierdas esta actuación. […]

Mis afectuosos saludos a Annie [Birstein] quien me defendió de esas sofisticadas bestias del New York Review of Books.

Tuyo siempre,

*

A Norman Podhoretz

11 de marzo de 1971, Chicago

Querido Norman,

Gracias por tu nota [sobre “Culture Now: Some Animadversions, Some Laughs”]. Parece que tengo inclinación por la polémica ––evidentemente la he estado sujetando, sentándome en ella. Nunca he querido convertirme en peleador. Probablemente este artículo debió haber aparecido en Commentary pero quise que Rahv lo tuviera en recuerdo de los viejos tiempos. El viejo Partisan fue muy generoso con Isaac y conmigo cuando llegamos inocentes y sinceros de Chicago. William [Phillips] no tenía para nada esa clase de carácter, pero Philip [Rahv] tenía una sólida personalidad rusa-romana, solemne, grave e incluso (había signos de eso) afectuoso.

No sé si vuelva a escribir algo como esto otra vez, a menos que sea provocado. Cuando estaba en París, me dijeron que Mary McCarthy estaba pidiendo mi sangre a gritos. Luego, al anochecer, en Londres, quién, si no Leslie Fiedler iba a aparecer en la parada del autobús, con su barba que parecía arrancada de la barbilla. Fue muy amistoso y propuso que tuviéramos una conversación amistosa el día siguiente. Dije que no. Y entonces Katie Carver también se materializó y dijo que yo estaba equivocado. Nunca he entendido por qué los revolucionarios tratan de sostener relaciones amistosas conmigo.

Tuyo, con mis mejores deseos,

*

A Alfred Kazin

20 de marzo de 1974

Querido Alfred:

Tu carta llega un día en que he tenido auténtico pesar y eso me ayudo a tomar las cosas con perspectiva. […] Nunca conocí a Mr. [Philip] Nobile. No recuerdo haberle escrito o hablado con él. ¿Estás seguro de que dije las cosas que él me atribuyó? ¿Tienes evidencias reales de que en verdad se las dije a ellos ––quienes quiera que sean? Al vivir en Chicago esperaba evitar toda esa clase de malevolencia literaria pero evidentemente no hay modo de evitarla. Hasta donde puedo ver esta suerte de calumnia e idiotez es la cultura literaria que hemos dejado.

Es cierto que no me gustó tu reseña de Sammler. No me disgustó más que otros trabajos tuyos, pero me desagradó. Apareció más de un año después de la publicación del libro y he oído que una reseña anterior más amistosa había sido rechazada por los editores, pero sabiendo lo que son los chismes no lo tomo como un hecho. Fue la conclusión de tu artículo ––“¡Dios vive!”–– lo que me ofendió. Evidentemente quisiste decir que yo era un megalomaníaco. Pero no me parece que eso sea crítica literaria. Sobre mis libros puedes decir lo que quieras. (Rara vez replico al elogio o a la censura, por lo cual no escuchaste ni “pio” de mí cuando escribiste la introducción a Seize the Day ––¿era necesario un acuse de recibo?–– En realidad, podrías decir lo que te pluguiera también sobre mis personajes. No tienes muchos dones para la sátira y “¡Dios vive!” no dolió mucho. Lo que me ofendió es que tú no estabas reseñando mi novela, estabas diciendo que su autor era un perverso lunático iluso. En cuanto a [V.S.] Pritchet, puede ser que no me preocupara mucho su opinión de Herzog y tal vez murmurara sobre ella algo entre mis bigotes. De nuevo, no importa. ¿Pero cómo sabes tú lo que dije? ¿y por qué no me preguntaste, como viejo amigo, si realmente me había expresado de esa forma? Tu dolencia se basó en nada más que estupideces, chismes y calumnias.

Conozco muy bien mis propias culpas. Me afligen, y lucho contra ellas. Tal vez no lo creas, pero puedo, por extraño que parezca, soportar que me corrijan. Desafortunadamente no encuentro nada útil en tu carta. Ni tu furia en el Century Club contribuye mucho al mejoramiento de mi carácter o al progreso de las especies.

*

A Lionel Trilling

7 de julio de 1974, Almería, España

Querido Lionel:

Me creerás tonto cuando leas un artículo que he escrito para Harper’s. Me arrepentí, yo mismo, al repensarlo. Los señalamientos que hice sobre ti se basaron exclusivamente en tu ensayo de Commentary “Authenticity and the Modern Unconscious” y se refieren sólo a la primera parte y a la imposibilidad de que tuviera lugar el “hechizo.” Fue ciertamente un error de mi parte no haber leído el libro completo antes de despotricar. Me siento culpable ––no, eso no servirá–– me siento arrepentido. Tú, sin embargo, pareces coincidir con las opiniones de Eliot y Walter Benjamin, y afirmar que la narrativa ha perdido su auténtico poder, y tal vez estés dispuesto a tomar como permanente lo que yo considero un estado de ánimo. Lo que es permanente en esta época de trastornos es difícil de divisar, pero soy renuente a conceder a los estados de humor su naturalización. Para los escritores la cuestión más importante es simple, ¿qué es interesante? Intenté, frívola e inadecuadamente, decir algo en mi artículo sobre lo que es interesante de lo que los intelectuales hacen o dejan de hacer. No eché luz sobre eso, e incluso contribuí a hacer un poco más espesa la oscuridad, pero valía la pena mencionarlo. Supuse, coincidimos, como los anticuados viejos liberales, que sin individuos la vida acaba en una pegajosa papilla fría ––a pesar de nuestras diferentes opiniones sobre lo que es la “identidad.” Para mí, la teoría freudiana es otra historia, si bien fascinante. Considero que el inconsciente es lo que no conocemos y no veo que nos ayude mucho aceptar esto desconocido psicológicamente. ¿Por qué no metafísicamente? Sin embargo, prefiero seguir siendo un amateur en estas materias. Lo que quiero decir aquí es que fue una idiotez fijarme en un capítulo de tu libro. Conseguiré un ejemplar cuando vuelva de España y lo leeré cuidadosamente.

Tuyo disculpándome,

*

A Norman Podhoretz

8 de marzo de 1976, Chicago

Querido Norman:

Di una charla en Miami pero pretendo convertirla en parte de un ensayo más extenso.

Y ahora contéstame esto: ¿si fueras descrito en una revista como “un escritor acabado” te sentirías inclinado a contribuir con artículos para esa revista?

Sinceramente tuyo,

*

A Alfred Kazin

9 de marzo de 1982, Victoria, B.C.

Querido Alfred:

Me entristeció mucho saber que estabas enfermo, Como miembro de la clase del 15, me preocupa especialmente tu bienestar; y a pesar de décadas de desacuerdos, diferencias ––incomprensiones–– te tengo cariño y me aflijo cuando estás enfermo.

Discutiremos mis defectos (hay una multitud de ellos) cuando estés mejor.

Tuyo con afecto,

*

A Alfred Kazin

24 de enero de 1983, Chicago

Querido Alfred:

Siento que te hayas caído. Tengo confianza en que la Martinica sane tu cadera y puedas dejar tu andador allí para una anciana que realmente lo necesite. Dices que es difícil dormir pero sentarte al escritorio es posible, lo que muestra que no te has dado cuenta todavía de cuántos escritores duermen en sus escritorios. Me alegra que hayas disfrutado con mi cuento. No veo que se requieran más comentarios. El primer criterio es disfrutar, y lo mismo el segundo y tercer criterio. El hecho de que lo encuentres en parte desconcertante sólo significa que has caído (temporalmente, espero) en el mal hábito de darle vueltas a esos asuntos. ¿Cómo? ¿No notaste que lo innovador de “Él [con su tendencia a decir cosas equivocadas en el momento equivocado]” estaba en ejecución, y no notaste lo diferente que es del 99.9999 por ciento de los cuentos publicados recientemente (digamos en los último diez años, o algo así)? Te perdono esas omisiones.

Por lo que atañe a tu largo epílogo. No me agradan los activistas del Free World Committee (excepto Midge [Decter] a quien aprecio por los viejos tiempos), pero soy miembro porque el otro lado apesta. ¡es insoportable! Y cuando leo sobre la visita de Gromyko a Bonn y veo cuán efectivamente están trabajando los rusos para desarmar a Europa Occidental unilateralmente, entonces pienso en un espacio en blanco suficientemente grande para acomodar mi nombre. Sin embargo, nunca asisto a los mítines de esas organizaciones porque interfieren con la escritura de los cuentos. Disfruta el Plaza.

Tuyo siempre,

*

A Philip Roth

7 de enero de 1984, Chicago

Querido Philip:

Pensé hacer algo bueno al concederle una entrevista a People, lo cual fue extremadamente estúpido de mi parte. Le pedí a Aaron [Asher] que te dijera que el Empedrado de Buenas Intenciones había jodido otra vez. La joven entrevistadora volteó mis opiniones de dentro hacia afuera, cortó los elogios e hizo que todo sonara a desaprobación, denuncia y excomunión. Bueno, ambos estamos acostumbrados a este tipo de cosas y curados del susto. Al consentir en aceptar la llamada y hacer una declaración tenía simplemente la cabeza revuelta. Pero si hubiera sido entrevistado por un ángel para el Seraphim and Cherubim Weeky, hubiera dicho, como realmente le dije a la deshonesta pequeña zorra, que tú eras uno de los mejores y más interesantes escritores. Hubiera agregado que yo me sentí muy estimulado y entretenido por tu última novela, y que por supuesto después de tres décadas entendía perfectamente lo que estabas diciendo sobre el oficio de escribir ––cómo podría no entender o dejar de sufrir las mismas penas. Si bien nuestros esquemas son diferentes, y la más breve descripción de nuestras diferencias sería que al parecer tú has aceptado la explicación freudiana. Un escritor es motivado por su deseo de fama, dinero y oportunidades sexuales. Mientras que yo jamás he tomado esta trinidad de motivos en serio. Pero esta es una nota explicativa y no pretendo convertirla en un asunto rabínico. Por favor, acepta mis remordimientos y disculpas. Todos mis mejores deseos. Temo que no hay nada qué hacer con los periodistas; lo único que podemos esperar es que desaparezcan como las moscas del venado a finales de agosto.

*

A Philip Roth

27 de abril de 1986, Chicago

Querido Philip:

Me conmovió mucho tu artículo sobre Malamud en el Times [malamud murió el 18 de marzo]. Me mostró la vida del hombre como no podía haberla visto de otra manera. Lo viste al principio como un agente de seguros. Yo en privado lo veía como un CPT. Pero tengo una secreta debilidad por las dimensiones ocultas de los agentes y los CPTs. Nunca pude llevarme a juzgar por las apariencias. Sin fe en las categorías (las categorías sociales, quiero decir). Él logró hacer algo con las ásperos pedacitos y migajas de la empobrecida vida judía. Luego sufrió por no poder hacer más. Quizá no podía hacerlo, pero miraba hacia adelante una buena vejez en la cual lo imposible se volvería posible. La muerte se encargó de esa maravillosa aspiración. Todos podemos contar con eso.

Quiero agradecerte otra vez por ocuparte de mí en Londres. Cómo te diste cuenta yo estaba deprimido. El Royal Athletic Club fue justo el lugar para mí. Los cuartetos de Shostakovich me hicieron un mar de bien. Hay arte casi suficiente para cubrir las penas mortales. No todas, sin embargo. Siempre hay lagunas.

Y también cenar con Edna [O’Brien], la Juana de Arco del sexo irlandés, ejércitos de hombres calientes tras ella. Fue delicioso. Dick [Stern] dice que Claire [Bloom] hace imitaciones maravillosas de ella. Espero verlas algún día.

Tuyo siempre,

*

A Cynthia Ozick

19 de julio de 1987, West Brattleboro

Querida Cynthia,

Me alegró verte en la Academia [de Arts and Letters], pero luego una ola de bochorno me asaltó cuando recordé mi negligencia y mala educación. Tú no pretendías avergonzarme cuando me recordaste que te debía una carta (un lapso de dos años). El embarazo vino de adentro, una prueba de mi atolondramiento. Me emocionó tener tantos maravillosos contactos en la carpa principal de la Academia. Demasiadas corrientes, demasiadas turbulencias, junto a una terrible desazón en el corazón ––la sensación de que los placeres cotidianos eran vanos, demasiado ilimitados y desenfrenados para disfrutarse. Había una multitud de gente querida, pero yo tenía cuentas pendientes con todos ellos.

Debí haberte escrito una carta, era demasiado tarde para tomar la muerte de mis hermanos como excusa. Desde de su muerte escribí un libro, ¿por qué no una carta? Una respuesta misteriosa pero verdadera es que mientras puedo darme cuerda yo mismo para hacer una novela, las cartas, comunicaciones de la vida real, son demasiado para mí. Antes las tecleaba fácilmente; ¿por qué ahora escribirle a amigos y conocidos es un desafío? Porque me he convertido en un solitario, y no en el sentido aristotélico: no una bestia, no un dios. Más bien un solitario aquejado por la nostalgia, incapaz de encontrar las palabras adecuadas y desesperado por la imposibilidad de escribir mensajes en clave comprensible ––como si ya no pudiera entender los códigos empleados por la estimable gente que quería saber de mí, y hubiera tenido mucho que contestar si tan sólo los impedimentos hubieran desaparecido. Por ahora sólo tengo el malhumorado idioma de mis libros ––las cartas, en general, de una persona desesperadamente extraña, de alguien que, como último recurso, ha inventado una técnica de auto representación.

Tú eres la clase de persona ––y escritor–– a la que le puedo contar estas cosas, mi tipo de escritor (sin esclerosis en cuestiones de cartas). Me detengo antes de decir que tú eres humanamente mi tipo. No tengo fundamentos para decirlo, te conozco por tus libros, los cuales siempre leo porque están escritos con autenticidad. No hay muchas cosas auténticas alrededor (algo tan bien conocido que sería tedioso extenderme en eso.) Tú podrías haber sido uno de los deslumbrantes virtuosos, como [William Gaddis]. Yo mismo lo podría haber hecho bien en esa línea si no hubiera puesto por una razón u otra mi corazón en ser auténtico. La vida podría haber sido más fácil en el circuito de auditorios de conciertos literarios. Pero Paganini no era judío.

Quizá veas a lo que torpemente quiero llegar. He estado dirigiéndome hacia tu Mesiah [of Stockholm], y hablo como un admirador, no un crítico. Por Bruno Shulz siento lo mismo que tú, y aunque nunca hemos discutido la cuestión judía (o cualquier otra), y estaríamos en desacuerdo (como invariablemente sucede entre judíos), es cierto que por lo menos nos encontraríamos, el uno al otro, suficientemente judíos. Pero me sentí desconcertado con tu Messiah, me quedé perplejo. Me gustó el Hans-Christian-Andersen-encanto de tu pobre sincero joven en una capital escandinava, el cual es quijotesco, iluso, fanático, vive una judeidad prestada, lleva una existencia hidropónica e intenta patéticamente estructurar su propia individualidad. Pero cuando es desafiado por la realidad, vemos lo peor de él ––nueve veces nueve demonios (para mencionar por un momento el otro Testamento) –– precipitarse en él, y en su última fase, debido a que no es él el único interprete auténtico de Shulz, deviene sólo un profesional literario, es decir, un no-ente. Leí tu libro en el avión a Israel, y en Haifa le di mi ejemplar a A. B. Yehoshua. Él lo quería y le urgí que lo leyera. Por eso, al escribirte, no tengo un texto al cual referirme y debo confiar en mi memoria o la memoria de mis impresiones. Cuando lo leí me sentí muy complacido. Cuando pensé nuevamente en él sentí que podrías haber dependido demasiado de tus poderes de ejecución, tu virtuosismo (a menudo hago el mismo juicio sobre mí) y que exigiste más de tu tema de lo que podría realmente producir. […]

Es totalmente cierto que los “escritores judíos en América” (una categoría repulsiva) olvidan lo que debería haber sido para ellos el evento central de su tiempo, la destrucción de la judería europea. No puedo decir cómo puede evaluarse nuestra responsabilidad. Nosotros (hablo de los judíos ahora y no meramente de los escritores) debíamos haberla reconocido más ampliamente, más profundamente. Nadie en América lo asumió seriamente y sólo un puñado de judíos en otros lados (como Primo Levy) fue capaz de comprenderla. Los judíos como pueblo reaccionaron correctamente. Por ello tenemos Israel, pero en el tema de una comprensión más profunda ––bueno, habiendo sido desfigurada la vida mental del siglo por las mismas fuerzas de la deformación que produjeron la Solución Final, no había mentes adecuadas para comprenderlo. Y los intelectuales […] están entrenados para esperar y demandar del arte lo que el intelecto es incapaz de hacer. (siguiendo las tontas convenciones de la mentalidad superior.) Todas las partes se están pasando la pelota y todas las consciencias honestas resienten la desgracia de eso.

Yo estaba muy ocupado convirtiéndome en novelista para darme cuenta de lo que estaba pasando en los cuarenta. Estaba involucrado con la“literatura” y entregado a las preocupaciones del arte, del lenguaje, con mi lucha en la escena americana, reclamando el reconocimiento a mi talento o, como mis camaradas del Partisan Review, con el modernismo, el marxismo, la Nueva Crítica, Eliot, Yeats, Proust, etc. con todo, excepto los terribles sucesos en Polonia. Al hacerme consciente poco a poco de esta incalificable evasión ni siquiera sabía cómo comenzar a admitirla en mi vida interior. Ni una partícula de esto puede negarse. ¿Y puedo decir realmente ––puede alguien–– qué había que hacer, cómo debía ser enfrentado este asunto? Desde finales de los cuarenta he estado meditando sobre eso y algunas veces imagino que puedo ver algo. Pero lo que alcanzaría esa meditación es tal vez insignificante. No puedo ni siquiera comenzar a decir qué responsabilidad cada uno de nosotros soportaría en esa materia, en un crimen tan vasto que conduce todo el Ser a juicio […] “Ayuda metafísica” como alguien dice en Macbeth (Dios perdone a la mente por traer a cuento esa fuente en este caso), sería más que “responsabilidad”; intercesión del mundo espiritual, asumiendo que hay alguien capaz de ser conmovido por poderes que hoy nadie toma en serio. Todo el mundo es tan “cultivado”. Para deshacerme de cierta cantidad de sofisticación puedo al menos tener pensamientos de esta naturaleza. Me entretengo con ellos en la noche, cuando la censura racional está durmiendo. La revelación está, después de todo, en el corazón de la conciencia judía, y la revelación no es algo que puedas encargar. No pueden pedirte que te la procures. […]

Algunos párrafos atrás dije que no parecía que hubieses conseguido lo que querías de tu novela Messiah. No creo ofenderte hablándote como me hablo a mí mismo. A menudo me he apresurado a escribir un libro y después de treinta o cuarenta páginas, justo antes de despegar, siento que he dado un salto loco, que me he arrojado a un paroxismo descabellado, y de ese paroxismo de demencia, absolutamente gratuito y auto generado, podría nunca recobrarme. Al principio, el rápido despegue parecía una maravillosa y emocionante proeza. Creía en él todavía. ¿Pero podría lograrlo, podría aterrizar sano y salvo o caería en el océano? […] Experimenté la misma ansiedad a mitad de tu novela (con el Mediterráneo abajo). Estarías totalmente justificada si llamas a esto proyección y lo vuelves contra mí. Como sea, tenía la sensación de turbulencia, de una peligrosa tormenta. Sentí que eras brillante y desafiante en los controles. […]

 

Con mis mejores deseos,

A Karl Shapiro

31 de julio de 1987

Querido Karl,

Cada vez que escribo una novela resulta que se administra una prueba –– no, dos pruebas; en una soy calificado por los reseñistas, mientras la otra es mía, aplicada involuntariamente a mis compatriotas. La mitad de éstos es totalmente iletrada, treinta por ciento funcionalmente iletrada, y el resto, si bien intelectualmente capaz, está tremendamente poco dispuesta a moverse. Demócrata como soy, escribo para todos, pero como bien sabes a no pocos les importa un comino. Agradecido por lo que puedo tener, absuelvo a todos sin excepción. Fuimos educados, tú y yo, para sentirnos superiores. La idea de aplicarle a todos los EU un test Roscharch en artes es espantoso. Aun así, los hechos fatales (por ejemplo, que nuestras almas están jadeando por falta de oxígeno) no puede taparse. Algunas veces veo la especie entera como un solo animal, como se representa en las pinturas de los indios de la costa noroeste. Todas las partes de la criatura ––ojos, dientes, barriga, rabo–– han sido separados y ordenados en primer plano de modo que los dientes, orejas y garras están hipertrofiados mientras otras partes importantes resultan disminuidas. Bien, todo está ahí, pero las partes cuyo desarrollo ansío están atrofiadas. Algún día serán restauradas y el juicio ocupará el lugar correcto.

Mientras tanto mi esperanza está en la gente ––como tú y Sophie–– que ha dedicado su vida a las novelas, poemas, música, pintura, religión y filosofía. Para la mayoría de los americanos somos respetados fenómenos autorizados, como todos los demás, a vivir. Ellos no tienen que eliminar los bordillos para nosotros, como para los ciegos. Como los espásticos cuyo cerebro supera a las computadoras, o como los clarividentes a los que recurren los policías para encontrar cuerpos cuando todos los métodos policiacos se agotaron, tenemos nuestro lugar. Vi en la TV recientemente un prodigio de la ciencia con una extraña enfermedad, dando una conferencia a un auditorio de astrofísicos mediante un intérprete entrenado para entenderlo. Empleaba un lenguaje que sólo los dos podían entender y escriban largas fórmulas en el pizarrón. Esto tiene que significar algo para ti.

Pero no hay por qué quejarse. Estoy feliz de encontrar algunos lectores que realmente aprueban. Incluso tener un minyan [hebreo: quorum de diez hombres requeridos para las plegarias públicas] es el éxtasis. (Me descubro diciéndome, después de tantas décadas de devoción a la literatura angloamericana, ¡que los agraciados se parecen a los judíos!

Lo que intento cuando me siento a escribir es agradecerles a ti y a Sophie por su garantía de que yo estaba de verdad en la pista, haciendo lo que pensaba que estaba haciendo e incluso dirigiendo mi atención a cosas que se me habían escapado en mi delirio. Y luego, adjuntar el poema, que leí varias veces a la semana, fue sumamente simbólico, un acto de aprobación de otro iniciado; pasándome uno (o más) mejor. Este es un poema que Catulo podría haber escrito si hubiera alcanzado tu edad –– “Adiós a todo eso.” –– Las señoras de la liberación se pondrán furibundas cuando te lean, pero el poema contiene historia, y de la historia, como asegura Lincoln, no podemos escapar.

Mi amiga Janis y yo dejaremos Vermont a finales de septiembre, pero podemos recibirte casi tan espléndidamente en Chicago.

Tuyo como siempre,

*

A Cynthia Ozick

29 de agosto de 1989

Querida Cynthia:

Puedo escribir un libro pequeño más fácilmente que una carta ––¿Por qué? No es tanto una pregunta como un misterio, un misterio estúpido como ese. Cuando estoy escribiendo ficción estoy embragado o totalmente movilizado (ve cómo recurro a figuras retóricas mecánicas o bélicas). Parece que tengo algunas dificultades para ser yo mismo, a menos que el escritor de ficción sea el auténtico. Pero no es (¡Gracias a Dios!) un problema de identidad. La fuente real de cartas e historias puede ser localizado. En algún lado Kierkegaard escribió sobre el poder humano para relacionar algo con todo lo demás. Para los judíos es el neshama [hebreo: alma]. Aun así, encuentro difícil escribir cartas, un defecto que no es trivial, un defecto desagradable. Por otra parte, lo que dices sobre The Bellarosa Connection me proporcionó más placer del que podía manejar, y tu carta fue en todos sentidos tan rica y generosa que me convirtió en un lector, un lector lleno de admiración.

Y ahora, como prefacio, tengo algo que contarte: mi joven amigo Martin Amis, a quien quiero y admiro, vino a verme la semana pasada. Fue traído de Cape Cod por un amiguete al que nunca había visto ni del que había oído. Se quedaron toda la noche. Cuando nos sentamos a comer, el amigo se presentó como periodista y como colaborador regular del Nation. La última vez que leí el Nation, fue cuando Gore Vidal escribió su artículo sobre la deslealtad de los judíos hacia EU y su preferencia de sangre por Israel. Durante los largos años de nuestra relación, una duna de sal creció para condimentar las absurdas cosas que Gore dijo. Él tenía cuentas pendientes con EU. En cualquier otro lado, él podría haber sido un homosexual y un patricio. Aquí tenía que involucrarse en intercambios turbios y también con negros y judíos; la democracia ha hecho que sea imposible ser un caballero invertido y agudo. La misma fuente de su pesadumbre lo ha hecho rico y famoso. Pero Gore no importa, podemos saltarlo. Vamos con nuestro huésped de la comida, el compañero de Martin. Su nombre es Christopher Hitchens. Durante la comida mencionó que era muy amigo de Edward Said. Leon Wieseltier y Noam Chomsky eran también sus grandes cuates. Al mencionar el nombre de Said, Janis refunfuñó. Dudo que eso fuera inesperado, pues Hitchens seguramente pensaba en mí como un terrible reaccionario ––la derecha judía––. Educado para respetar e ignorar la cortesía al mismo tiempo, el anfitrión luchó breve y silenciosamente con el mal afamado periodista y finalmente [esté último] alzó la voz. Dijo que Edward Said era gran amigo suyo y que el debería de disculparse por diferir con Janis pero la lealtad a su amigo lo obligaba a poner las cosas en claro. Todo mundo se mantuvo afable. Por el cariño a Amis no quería una escena, Afortunadamente (o no) tenía a mi alcance varios extractos de la obra de Said, Critical Inquiry, que ofrecí como evidencia. Los judíos eran (más o menos) nazis. Pero por supuesto, dijo Hitchens, era bien conocido que [Yitzhak] Shamir se había acercado a los nazis para hacer acuerdos. Yo objeté que Shamir era Shamir, él no era los judíos. Además no confiaba en la evidencia. El argumento se tambaleó. Amis tomó las selecciones de Said para leerlas él mismo. No pudo encontrar nada que decir en ese momento, pero la mañana siguiente trató de sacar el tema, y para evitar más vergüenzas dije que todo había sido mucho ruido y pocas nueces.

Hitchens apeló a Amis. Comprendí que era una tentación. Pero la clase de gente sobre la que te gusta escribir no es siempre una compañía adecuada, sobre todo en la mesa de la comida.

Bueno, estos Hitchenses, son sólo el playboy del cuarto estado que florecen en la agitación, y los judíos son muy fáciles de agitar. Algunas veces (¡si sólo supiera hacerlo correctamente!) creo que me gustaría escribir sobre el destino de los judíos en la decadencia de Occidente ––o la larga crisis de Occidente, si decadencia no te viene bien. El movimiento para asimilarse coincidió con la llegada del nihilismo. Este nihilismo alcanzó su clímax con Hitler. La respuesta judía al Holocausto fue la creación de un estado, Después de los campos vinieron los políticos y estos políticos son nihilistas. Tus Hitchenses, la prensa política en su más absurda desaliñada forma izquierdista, son (si el nihilismo tiene una jerarquía) Los gnomos. Los gnomos no tienen que saber nada, son imperiosos, llegan cuando tu heroína de cuento de hadas está en un gran problema a ofrecer un trato y venir a recoger a su bebé más tarde. Si puedes soportar llegar a conocerlos sabrás que estos tipos-Nation beben, se drogan, mienten, engañan, acosan, seducen, chismean, difaman, piden dinero prestado, no pagan la manutención de sus hijos, etc. Ellos son los bohemios que hizo a Marx espumear de rabia en El Dieciocho Brumario. Bueno, ese es el nihilismo para ti, una de las ramas más pequeñas, de todas formas. Sin embargo, para un gran número de gente son de algún modo atractivos. Eso porque ese gran número son los soldados rasos del nihilismo, y quieren oír a Hitchens y Said, etc., y consumen falsedades como consumen comida rápida. Y es así muy fácil crearles problemas a los judíos, Nada más fácil. A la red le encanta, los grandes diarios los dejan hacer, hay una población universitaria receptiva para la cual Arafat es el Bien e Israel el Mal, incluso genocida.

¿Qué podemos hacer con todo esto?

Para ser más preciso, ¿qué voy a hacer sobre eso el 3 de diciembre? No tengo la menor idea, y no hay nada más deprimente que imaginarme balbuceando en el pódium, haciendo un tonto de mí mismo y haciendo parecer tu mitin tonto también. A nuestros propios judíos nihilistas nada los complacería más.

Lo que necesitas, y probablemente lo has pensado, es una juiciosa charla de Jeane Kirkpatrick sobre el PLO.

Tu admirador y afectuoso amigo.

*

A Philip Roth

1 de enero de 1998

Querido Philip:

Perdón por ser tan lento. Janis cogió primero tu manuscrito y todo su entusiasmo, simpatías y presagios me fueron comunicados después. Un nuevo libro de Roth es un gran acontecimiento en estos lares. Somos, para usar un término empleado en el Chicago de los veinte tus porristas e impulsores.

Cuando partió a Canadá en Navidad para ver a sus padres, hermana, hermano, niños, me dejó I Married a Communist para las vacaciones. Leer tu libro me consoló en esta casa vacía. Es un deleite leer uno de tus manuscritos ––lo digo sinceramente–– pero esta vez el efecto en conjunto no fue satisfactorio. Fui particularmente consciente de la ausencia de distancia ––No quiero decir que el escritor tenga que poner distancia entre él y los personajes de su libro. Pero debe haber un cierto desapego de las propias pasiones del escritor. Hablo como alguien que en Herzog cometió el mismo pecado. Luego esperé que los efectos cómicos pudieran protegerme. No obstante cruce los límites demasiadas veces para incursionar en el campo enemigo. Por otra parte, Herzog era un tonto, un intelectual fracasado y en el fondo un sentimental. En tu caso, el hombre que nos da Eve y Sylphid es un enragé, un fanático auténtico.

Ese no es un defecto sobresaliente de IMAC. Tu lector, por respeto a tus poderes, está más que dispuesto a acompañarte. Él no será capaz, como no lo fui yo, de acompañarte con tu Ira, tal vez el menos atractivo de tus personajes. Asumo que no puedes soportar a Ira más que tus lectores. Pero te mantienes leal a este férreo patoso –un hombretón estúpido que te atrae por razones que me resultan invisibles.

Cierto que hay un misterio real sobre los comunistas en Occidente, para limitarme a ellos. ¿Cómo fueron capaces de aceptar a Stalin ––uno de los más monstruosos tiranos que ha habido? Tú habrías creído que después de la división de Polonia entre Hitler y Stalin, la derrota de Francia que abrió la invasión de Rusia, habría conducido a los miembros del PC a reconsiderar sus lealtades. Pero no. Cuando llegué a París en 1948 encontré que los líderes intelectuales (Sartre, Merleau-Ponty, etc.) se mantenían fieles a pesar del mar de sangre de Stalin. Bueno, cada país, cada gobierno tiene su mar, o lago, o charca. Aun así Stalin se mantuvo como la esperanza a pesar de su claro parecido con Hitler.

Para ser breve ––la razón: La razón reside en el odio al propio país. Entre los franceses era la vieja confrontación entre los “espíritus libres,” o artistas, y la burguesía gobernante. En América era la lucha contra McCarthy, los Comités del Congreso investigando la subversión, etc. El principal enemigo estaba en casa (slogan de Lenin en la Primera Guerra Mundial). Si te oponías al PC eras un maccarthista, no había otra salida.

Era una profunda y perversa estupidez. No se requería un gran cerebro para ver lo que era el stalinismo. Pero los militantes y activistas se rehusaban a reconocer los hechos que estaban a la vista de todos.

Suficiente: puedes decir que todo eso se reconoce en IMAC. Sí, nos dices que Ira es un bruto, un asesino. Pero ¿qué más hay? Ira y Eve son el centro de tu novela – ¿y a qué equivale este par?

Uno de tus temas persistentes es la purgación que puede obtener uno sólo mediante la furia. Las fuerzas de la agresión son liberadoras, etc. Y puedo verlo como un legítimo punto de vista. Okey si tus personajes son titanes. Pero Eve es simplemente una mujer patética y Sylphide es una mimada, malvada gorda con joroba de bisonte. No son titanes.

No hay mucha gente con la que yo sea muy abierto. Siempre hemos sido sinceros y espero que continuemos así, ambos, diciéndonos lo que pensamos. Puedes sentirte dolorido, pero creo no me harás de lado para siempre.

Siempre tuyo,

*

A Martin Amis

7 de febrero de 2000, Brookline

Querido Martin,

Antes era un diligente corresponsal pero con el paso de los años perdí el hábito de escribir cartas. Tal vez la muerte de tantos amigos esté en el fondo de esto, la primera generación muere luego la segunda e incluso la tercera. Sospecho que he perdido la cuenta. Podría ser también que las confidencias que le hacía a mis amigos ahora sean ofrecidas a mis lectores. Esto, si es verdad, no es un buen panorama ––pero no estoy preparado para abundar en ello. Baste con decir que tengo ganas de hablar contigo y que para consolarme me encuentro a menudo recurriendo a ti. Es un juego de los niños tener conversaciones imaginarias, convencidos de alguna manera de que lo imaginado se trasladará a la mente de tus amigos.

Pero es en Ravelstein en lo que he estado pensando todo el tiempo. No había escrito nada como Ravelstein antes, y la mezcla de hechos y de ficción se escapó de mis manos, Aparte hay otros elementos, pues los hechos están adulterados. Esta el hecho, y luego el hecho periodístico con sus acentos acostumbrados. Hasta puedes ver a los periodistas transformando el hecho en escándalo y hacia el final, convertido el escándalo en mito, moverse en el territorio medieval reservado a las plagas. No estaba preparado para escuchar la campanilla del leproso en el cruce del afecto y el encanto excéntrico.

Parece que mucha gente conoce la verdad sobre Allan. Si no la verdad pura si la flexible, versátil especie con la que la política académica está familiarizada. De modo que me encontré desafiada por gente fanática. Descubrí muy pronto que Allan tenía enemigos que estaban preparándose para revelar que él había muerto de SIDA. En ese punto perdí la cabeza; cuando el New York Times telefoneó para sacarlo de mí se me vino el mundo encima ––soy incapaz de ser más astuto que los periodistas. Así que aquí estoy, el autor de un tributo que ha sido transformado en uno de esos civilizados desastres para los cuales nadie está preparado.

Como bien sabes, la atención del público y la prensa rara vez es placentera, y con raras excepciones (el Papa, por ejemplo) no le da respiro a nadie. Le dije a la gente que Ravelstein me pidió que escribiera una memoria y que sería falso y malicioso omitir la enfermedad que lo mató del recuento que hice de su vida. Con una omnisciente sabiduría como la suya hubiera sido imposible no predecir lo que acontecería. Pero yo estaba listo, así lo pensé, para manejar el enjambre de vergüenzas que estaban destinadas a caerme. No podría haberme visto a la cara yo mismo si le hubiera dado la vuelta a un personaje de la estatura de Ravelstein. Hace mucho entendí que lo que llamamos el arte de la ficción estaba marchitándose porque –bueno, porque las democracias son antiheroicas.

Pero me encontré en la necesidad de explicarle lo que es la democracia antiheroica al público y a los periodistas y eso me deprimió más allá de los límites de la depresión anterior. Supe, al reflexionar que a mi edad la tienda está a punto de cerrar sus puertas, qué confort puedo alcanzar. La semana pasada volé a ver a mi anciana hermana a Cincinnati. Es mayor que yo nueve años, y cuando escuché la noticia de que un jet de Air Alaska se había estrellado en las costas del Pacífico pensé, ¿por qué no el Delta Airlines también, en el río Ohio? Pero no. Aterricé sano y salvo y fui llevado a la lujosa casa de la risa donde vive mi hermana. Se alegro de que hubiera ido y quiso ver retratos del nuevo bebé. Lo que no discutimos es el hecho de que sólo queda una tumba en la parcela familiar.

Janis cree que esta es una carta depresiva, pero me ha levantado el ánimo.

*

A Martin Amis

13 de abril de 2000, Brookline

Querido Martin,

Cuando llegó tu manuscrito yo estaba concluyendo Ravelstein y Janis tuvo Experience toda para ella. Tal vez sea engañoso decirlo de esa forma ––ella actúa por nosotros dos de modo que me mantiene informado mientras lee, en el almuerzo, la hora de la bebida y la comida me describe lo que haces, alaba tus avances estilísticos. Ella es una lectora arriesgada, demostrativa y exacta. Me dijo que habías encontrado un modo de digredir sin que parezca que lo estés haciendo, descargas una pesada carga de información sin dar la mínima impresión de distraerte.

Me desconcertaron tus asteriscos. En general, has alcanzado una forma de escribir totalmente propia. La unidad ya no es una frase sino un enunciado característico. ¿Podría ser que los Amises hayan desarrollado una forma consistente de decir las cosas? Si conociera mejor los libros de tu padre sería capaz de identificar esas características. Tal como es, hay evidencia de un estilo expositivo propio. Desde una variedad de ángulos el libro da cuenta de la muerte de tu padre. Me pregunto cada vez más si estos logros literarios son rastreables hasta una forma familiar de hablar. Sería interesante ver si Louis y Jacob [hijos de Amis] serán teñidos con ella. Mis propios padres, junto con el padre de mi hermana, me criaron no en inglés sino en un lenguaje afín hablado por prodigios, ingenios y hechiceros. Es posible que tus muchachos, como salamandras, puedan sentirse en casa en las flamas. La conducta de tu padre lo mismo que la tuya apuntan a ese camino y por eso Experience no se lee como un documento escrito. Estoy tratando de expresar la fuerte impresión que tu padre, bebedor, mujeriego, me causó. Y su preocupación por el uso del inglés, su penetración, su lealtad ––casi fanatismo–– sobre el uso correcto de las palabras. Me pareció el hombre muy conmovedor y por supuesto no pude evitar pensar en la forma en que mis propios hijos me verán en los últimos días.

Hay, o hubo, un pensador ruso llamado [Vasily] Rozanov que me intriga. Afirma que esperas miles de años para nacer, y luego llegas, brevemente, para cumplir tu encierro [tomo expresada la expresión de la jerga de los convictos americanos]. Después de eras de no existir abrimos los ojos, vemos todo por primera vez, existimos, entramos en nuestros intoxicantes, deslumbrantes “derechos.” En nuestra propia generación tenemos atisbos de los demás, breve y apasionadamente comenzamos a ver. Por esto es que el asesinato de tu prima Lucy nos golpea tan duro. El propósito de Lucy era vivir, perfeccionarse, para entregar su legado. Pero fue asesinada y enterrada. No puedo evitar pensar en las diferentes visiones que de tales barbaridades nos da la prensa […]

Espero tu visita en junio, y yo seguiré quemándome las pestañas con Rozanov. Ciertamente vale la pena hablar de él.

Cariños,